El Blog Solidario El Blog Solidario

Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Entradas etiquetadas como ‘desplazados’

Testimonios de la violencia en Sudán del Sur

Por Karel Janssens (Sudán del Sur, Médicos Sin Fronteras)*

Me presento brevemente: me llamo Karel Janssens, soy coordinador de terreno de Médicos Sin Fronteras en Pibor, en el Estado de Jonglei, en Sudán del Sur. Quiero haceros una rápida introducción a la que va a ser una pequeña serie de testimonios de pacientes recogidos por nuestros equipos tras la última ola de violencia en esta zona.

 

Por situaros: en Pibor, MSF proporciona atención sanitaria en tres estructuras de salud, tres clínicas: una en el pueblo de Pibor, una en Lekwongole y una en Gumruk. Y estas tres estructuras ofrecen la única atención sanitaria disponible para las 160.000 personas que viven en esta zona. El pasado 23 de diciembre, tuvimos que evacuar al equipo al saber que iba a producirse un ataque inminente contra Lekwongole y la propia Pibor, lo que de hecho se produjo: Lekwongole el día de Navidad, y Pibor un par de días después.

Regresamos a Pibor el 7 de enero y reanudamos las actividades médicas. Unos días más tarde, yo mismo me desplacé a Lekwongole para comprobar en qué estado estaba la clínica: me la encontré reducida a cenizas. Sólo quedaban las paredes y el techo, y del resto no queda nada, lo habían quemado todo, y lo que no, lo habían esparcido por todas partes. Un verdadero caos. Y en cuanto a Lekwongole, era un pueblo fantasma. Las llamas lo habían devorado todo, no quedaba ni una sola choza en pie. Apenas unas pocas personas vagaban por aquel siniestro paisaje, junto a perros callejeros y algunos pájaros.

Ahora hemos vuelto a trabajar en Lekwongole. Pasamos consulta a las personas que huyeron del pueblo y que se han instalado como han podido en los alrededores de Lekwongole. No se atreven a regresar a sus casas, primero porque ya no queda nada en pie, pero también porque tienen miedo de nuevos ataques. Así que la gente se acerca desde el campo en busca de comida -que esperan conseguir en la pista de aterrizaje- y en busca de asistencia médica.

Uno de los principales problemas a la hora de reanudar las actividades es el hecho de que nuestro personal local sufrió también las consecuencias de la violencia. Al poco de volver a Lekwongole seguíamos sin noticias de casi treinta de ellos; algunos regresaron después, pero de otros seguimos sin saber nada.

Tres semanas después de los ataques seguíamos recibiendo pacientes con heridas de bala y otras sufridas durante la huida. Pero también vemos muchos casos de malaria: casi la mitad de los pacientes que vemos la padecen. Vemos diarrea, infecciones respiratorias, y naturalmente esto se debe a que la gente se ha dispersado por el campo, buscando refugio como han podido entre árboles y matorrales, y duermen al raso y sin mosquiteras.

Estos han sido ataques de mucha virulencia. Yo mismo pude comprobar, viajando por la carretera que conduce desde aquí hacia el sur, que la mitad de las aldeas han sido atacadas e incendiadas. No es la primera vez que se produce un ataque en el Estado de Jonglei. El año pasado ya hubo varios, tanto aquí en Pibor como en Pieri, más al norte. Los equipos de allí también tuvieron los mismos problemas, con hospitales saqueados, evacuaciones, muchos heridos y entre ellos muchas mujeres y niños.

En los próximos posts me gustaría, simplemente, dejaros los testimonios de algunos de los pacientes que hemos atendido en estas últimas semanas, ya que no hay mejor forma de explicar lo sucedido.

(Continuará)

* Karel Janssens es coordinador de proyecto de MSF en Pibor, Estado de Jonglei.

____

Foto superior: Pacientes atendidos en la clínica de MSF en Pibor tras los ataques (© Heather Whelan/MSF).

Foto inferior: Dentro de la clínica incendiada de MSF en Lekwongole (© Heather Whelan/MSF).

«Medio millón de murcianos se hacinan en los campos de refugiados del sur de Francia»

Por Alfonso Verdú, Médicos Sin Fronteras (Kenia)*

 

y a continuación de este titular vendría el siguiente subtítulo: “a pesar de los esfuerzos del gobierno francés y la presencia de Naciones Unidas, miles de murcianos siguen padeciendo las consecuencias de la desnutrición y los primeros brotes de sarampión y cólera”.

Obviamente sólo trato de llamar vuestra atención: en España no se dan las condiciones que en Somalia han forzado a más de medio millón de somalíes a buscar refugio en Kenia. No hay guerra, no hay sequía, existe un gobierno, un sistema de salud público y, afortunadamente, no hace falta la presencia de actores como Médicos Sin Fronteras.

Imaginar un campo de refugiados con la población de Murcia capital resulta cuando menos difícil, pero os aseguro que es una realidad; acabo de estar en los campos de Dadaab, en Kenia, una acumulación de tres mega-sub campos (Ifo, Dagahaley y Hagadera), de un cuarto en proceso de extensión (conocida como Ifo2 e Ifo3) y de otro más planificado (Kumbios). Según hablamos, estos campos ya sobrepasan las 440.000 personas.

Digo esto porque cada día se producen una media de 1.400 nuevas llegadas, en su mayoría mujeres y niños, que han recorrido a pie desde Somalia distancias similares a la que habría entre Murcia y Andorra. De seguir esta tendencia, a finales de año podríamos estar hablando de más de medio millón de personas en los campos, convirtiéndolos en la tercera “ciudad” en número de población de este turístico país que es Kenia.

Si en el último post os hablaba del desplazamiento interno, el flujo de refugiados es la otra cara de la moneda… con la diferencia de que en el ámbito humanitario pensábamos que campos de esta magnitud se habían convertido en una rareza.

Por muchísimas razones, a nadie le interesa que existan: seguridad, economía, medio ambiente y la propia capacidad de los países receptores para con sus respectivas poblaciones hacen que a ningún gobierno le guste ver en su territorio tanta población de otro país agolpándose de una forma tan súbita y descontrolada. ¿Podemos pensar en España acogiendo a medio millón de portugueses, 170.000 de ellos llegados sólo en un año? Además, están todas las experiencias de los años 90, cuando muchos de los campos de los vecinos de Ruanda se utilizaron como bases para contraatacar de nuevo…

El cambio en los conflictos tras la caída del Muro también ha favorecido más el desplazamiento interno que el de los refugiados que cruzan fronteras; e incluso muchos de nuestros países (que no sufren conflictos y no reciben flujos masivos de población en comparación a lo que sucede en África, por ejemplo) prefieren del desplazamiento interno que potenciales refugiados, ya que éstos últimos les generarían obligaciones de acogida y asilo que en muchos casos no están dispuestos a asumir.

MSF ya estuvo presente en la creación de estos campos hace veinte años, cuando fueron diseñados para 90.000 personas que huyeron tras la caída del régimen de Siad Barré en Somalia en 1991. Volvimos hace tres años, cuando la intensidad de la guerra en Somalia durante la intervención del ejército etíope generó decenas de miles de refugiados más.

En julio de 2010 se decidió extender un tercer campo (Ifo) para tratar de descongestionar a los 270.000 refugiados que por aquel entonces se agolpaban en Dadaab. Fue ahí cuando consideramos que era necesaria una mayor inversión de MSF. Tras un largo proceso de negociación entre el Gobierno de Kenia y el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), Ifo finalmente ha sido extendido. Y hemos comenzado a trabajar en esta extensión hace sólo tres semanas, cuando la población de los campos supera ya las 440.000 personas.

En próximos posts os contaré qué estamos haciendo y cuál es nuestro análisis de la situación desde el punto de vista médico y humanitario. Pero, una vez más, resulta inevitable reflexionar en voz alta: ¿dónde está la carga de la recepción de la población somalí? ¿Por qué cientos de miles de personas han tenido que dejarlo todo y huir? ¿Es suficiente pedir dinero y dar comida para dar una respuesta a estas poblaciones? ¿De verdad podemos seguir aceptando que cada generación vea las escenas del niño desnutrido, la madre desesperada, la tienda del refugiado y los logos de las organizaciones humanitarias como MSF en el fondo?

 

*Alfonso Verdú es responsable de Operaciones de MSF en Somalia, Kenia y Etiopía.

____

Foto 1: Refugiados somalíes recién llegados a Kenia esperan en la puerta del centro de recepción del campo de Daghaley (© Michael Goldfarb/MSF, julio de 2011).

Foto 2: Asentamientos espontáneos de refugiados somalíes que se quedaron fuera del abarrotado campo de Daghaley, en enero de 2011 (© MSF). 

Foto 3: Un pequeño somalí con desnutrición aguda, atendido en el hospital de MSF en Dadaab, Kenia (© Brendan Bannon, julio de 2011).

 

 

IDP: lucha por la vida (en Mogadiscio)

Por Alfonso Verdú, Médicos Sin Fronteras (Somalia)*

 

Un desplazado y un refugiado difieren en que este último ha cruzado una frontera entre países huyendo por razones diversas, entre ellas la persecución o la violencia. Un desplazado ha tenido que dejar su lugar de origen para acudir a otro, siempre dentro del territorio de su país. Es lo que se conoce en la jerga humanitaria como IDP (léase “aidipís”), lo que equivaldría a “desplazados internos”.

Los IDP gozan de una protección internacional muy inferior a la de los refugiados; por ejemplo, no existe una agencia internacional que tenga el mandato de atenderlos. Sin embargo, y debido al cambio en la tipología y pautas de los conflictos (internos más que internacionales, afectando a los civiles más que a los combatientes), el número de IDP superó al de refugiados hace ya varios años. A principios del 2011, el mundo contaba con un total de 27 millones de desplazados, frente a 15 millones de refugiados.

Mogadiscio, desde donde os escribo, es ahora mismo uno de los paradigmas del desplazamiento interno. Somalia ya lo era antes de esta crisis, siendo uno de los países con más IDP del mundo, estimados en cerca del millón y medio; por ejemplo, MSF lleva trabajando en el llamado “corredor de Afgoye”, situado en el camino hacia Kenia, desde hace varios años, atendiendo alrededor de medio millón de personas en lo que supone uno de los epicentros del desplazamiento interno del mundo. Como ya os comentaba en el anterior post, hay cosas en Somalia que no tienen nada de nuevo.

Pero ahora en Mogadiscio hay novedades: los IDP se acumulan de forma masiva y en muy variadas formas en un mismo entorno urbano. Hemos podido ver grandes campos de desplazados dentro de la propia ciudad, como el de Babhbado, con cerca de 30.000 personas, donde todas las organizaciones han centrado su atención, por lo que nuestra intervención no ha sido necesaria. También hemos visto “mini corredores”, como el de Jazeera, con unas 12.000 personas, donde ya hemos empezado a realizar campañas de vacunación y chequeos para conocer el estado exacto de desnutrición de la población.

 Pero lo que realmente caracteriza la situación ahora es la acumulación en “bolsas” que oscilan entre las 20 y las 500 familias; se asientan en cualquier sitio, desde antiguos campos de fútbol a mezquitas, y sobre todo en las casas de la población local, que una vez más muestra una capacidad de solidaridad espontánea y mecanismos de afrontamiento asombrosos, y lo hacen en todos los barrios a lo largo de la ciudad.

Los desafíos para nosotros son enormes. Para empezar, resulta muy complicado “mapear” a los desplazados y estimar cifras de población. Si queremos atender a estas poblaciones, hay que negociar acceso (con los clanes, los líderes tradicionales, los gobernadores, etc.) a todos y cada uno de los distritos; y tenemos que diseñar cuidadosamente nuestros proyectos, combinando hospitales y centros de salud fijos (donde incluimos el tratamiento de los casos severos de desnutrición) con las estrategias periféricas (incluyendo los puestos de salud, clínicas móviles, campañas de vacunación, etc.). Cada movimiento en Mogadiscio todavía supone un riesgo para la seguridad y tiene que ser adecuadamente gestionado…

Pero la magnitud de las necesidades requiere de esa respuesta. El sarampión hace estragos, sobre todo en los niños. Ya hay casos confirmados de cólera: aunque todavía no tengamos un brote epidémico, las diarreas agudas y sangrantes se dan en prácticamente todas las zonas de desplazamiento que hemos visto. Las enfermedades respiratorias agudas también. Y lo peor de todo esto es que el debilitamiento del sistema inmunológico consecuencia de la desnutrición hace que las personas, sobre todo los niños, mueran; de hecho, su estado hace en muchos casos inviable salvarles la vida aunque sus enfermedades sean absurdamente fáciles de tratar.

De las primeras entrevistas realizadas con los miles de desplazados a los que ya hemos accedido a través de los programas de salud primaria, vacunación y tratamiento ambulatorio de la desnutrición, sabemos que la mayoría de ellos han pasado por grandes penurias durante el camino a Mogadiscio. En algunos casos han andado cientos de kilómetros.

Amina, una madre de 5 hijos, nos dijo que tuvo que abandonar a dos de ellos por el camino porque ya no podían acarrearlos consigo; su marido se quedó atrás para cuidarlos y ya no ha vuelto a saber de ellos. Ahora uno de sus niños se debate entre la vida y la muerte en nuestro centro terapéutico nutricional y ella se pregunta qué hacer para comer, para dormir, para cobijarse, para curarse, para sobrevivir.

La ciudad sigue recibiendo aviones de ayuda alimentaria, ONGs internacionales y muestras de apoyo al gobierno somalí por parte de líderes políticos. Pero el desafío en un entorno de desplazamiento urbano es hacer que esa ayuda llegue a todos y cada uno de los seres humanos que la necesitan. Ese desafío se multiplica exponencialmente en Mogadiscio.

 Mi penúltimo pensamiento es que todos seamos capaces de hacerlo sin caer en los errores del pasado. El último es que la abstracción del término “IDP” no deja entender la enormidad de la afrenta a la dignidad que supone esa situación para personas como Amina.

* Alfonso Verdú es responsable de Operaciones de MSF para Somalia, Kenia y Etiopía.

____

Fotos: Equipos de MSF atienden a los desplazados somalíes en el distrito de Wadaag, al sur de Mogadiscio (13 de agosto de 2011). © Feisal Omar.

¿Volver a empezar? (en Mogadiscio)

Por Alfonso Verdú, Médicos Sin Fronteras (Somalia)*

Para mucha población somalí obligada a huir en busca de ayuda, sí. Para muchos actores humanitarios que intentan ahora entrar en el país, también. Para unas pocas organizaciones, como Médicos sin Fronteras, que llevan años en Somalia, no tanto. La llamada internacional de ayuda para la crisis del Cuerno de África estaba y sigue estando muy alto en la agenda pública: medios de comunicación, agencias de Naciones Unidas, ONGs, gobiernos, hasta el propio Vaticano.

La ecuación que se nos presenta para despejar es relativamente sencilla: no ha llovido, la sequía ha acabado con el ganado y los cultivos, la población se ha quedado sin comida y sin medios de subsistencia, se genera hambruna. Eso es lo descriptivo. ¿Qué toca hacer ahora?: dar cientos de millones de dólares, comprar comida, dar comida. Ecuación despejada.

Antes de terminar mi última misión en Mogadiscio en diciembre del año 2007, MSF logró abrir un hospital de 70 camas. Este hospital tenía un programa nutricional pediátrico, para niños menores de 5 años. A las dos semanas de la apertura, estaba totalmente lleno. Respondíamos a brotes de cólera, atendíamos las complicaciones obstétricas, continuábamos con la cirugía de guerra… representaba lo que Somalia ha sido, era en ese momento y es ahora para MSF: una de las mayores y más prolongadas crisis humanitarias del mundo consecuencia de un interminable conflicto armado interno.

Sí, ahora tenemos una nueva ventana de oportunidad: podemos restablecer al personal internacional en Mogadiscio de forma permanente. Evaluar esta posibilidad era una de las razones de mi desplazamiento a Mogadiscio estos días pero, después de estar aquí una semana, lo que he visto es que esta sigue siendo la Somalia cuyas complicaciones no sólo obedecen a una sequía extrema, sino también a la violencia, al desplazamiento, al fracaso de las políticas internacionales de cooperación al desarrollo, a la ausencia de actores humanitarios sobre el terreno y a un gobierno basado en Kenia que no es funcional. Esto es, a factores estrictamente humanos.

Sobre el terreno, hemos visto un enorme aumento en nuestros programas nutricionales, llegando a tratar a siete veces más niños desnutridos que en el mismo periodo del año pasado. La desnutrición severa aguda está por encima de los umbrales de emergencia. Hay muchos desplazados internos dispersos por Mogadiscio, difíciles de mapear y acceder. Hay que prepararse para los casi inevitables brotes de cólera. Hay que vacunar contra el sarampión. Todo eso lo tenemos ya en marcha.

Pero precisamente esto no pasa sólo por pedir millones de dólares. Esto pasa por hacer la ayuda efectiva (que llegue rápidamente), imparcial (que llegue a quienes más lo necesitan), neutral (que no se penalice a la población sólo por vivir en áreas controladas por actores que no nos gustan o con quienes no sabemos tratar) e independiente (que no sea manipulada o controlada por otros que no seamos nosotros).

Hacer eso no es tan sencillo. El modelo de ayuda internacional que se nos vende (movilizar fondos, comprar comida, darla) no funciona en un entorno como el Somalí. Mogadiscio no tiene nada que ver con una región que se encuentra a 20 kilómetros de aquí (Jowhar). Ni siquiera un barrio de la capital tiene nada que ver con otro situado a 10 minutos en coche.

La situación de los somalíes en los mega-campos de refugiados de Dadaab (Kenya) tiene también poco que ver con las regiones más desfavorecidas de ese mismo país. Como poco tiene que ver la situación (y cómo implementar programas humanitarios) en los campos de Dolo (Etiopía) con la que vemos en otras regiones de ese país, en muchas de las cuales la población no muestra signos severos de desnutrición, por ejemplo.

Por tanto, aglutinar todas estas micro-realidades en un eslógan que combine “Cuerno de Africa”, “sequía” y “hambruna” es cuanto menos simplista y, hasta el momento, poco útil para la población somalí.

Todo apunta a que estamos ante una crisis gravísima, pero una crisis compleja a la que no se puede responder con soluciones simplistas. Estar en Mogadiscio con el personal de MSF que ha mantenido los programas activos permite cuanto menos tener una buena idea de la realidad.

¿Volver? No para nosotros, hemos estado aquí durante 20 años seguidos. Otra vez hambruna… ¿Volver a empezar? No para nosotros, la crisis de la población somalí ha sido una constante desde hace mucho tiempo, sobre todo dentro de Somalia, pero también con los refugiados en Etiopía, Kenia, Yibuti, Uganda o Yemen.

La gran prioridad ahora, dentro de tanto ruido, sigue siendo la misma: que la población somalí acceda a una ayuda de emergencia médico-humanitaria de calidad mientras las soluciones políticas siguen en estado crítico.

*Alfonso Verdú es responsable de Operaciones de MSF para Somalia, Kenia y Etiopía.

_____

Fotos: Equipos de MSF atienden a los desplazados somalíes en el distrito de Wadaag, al sur de Mogadiscio (13 de agosto de 2011). © Feisal Omar.

Té con leche (en Somalia)

Por Hussein Sheikh Qassim, Somalia (Médicos Sin Fronteras)

Cuando nos levantamos, el cielo estaba cubierto de nubes negras. Ya no vimos el sol en todo el día. Por culpa del mal tiempo, son menos los enfermos que nos han llegado, ya que los coches no han salido a la carretera por miedo a lluvias torrenciales: las carreteras no están asfaltadas, así que cuando llueve mucho se convierten en lodazales en los que los coches no pueden ni avanzar. Así que nadie se arriesga, y eso que realmente no ha llovido en condiciones en los últimos tres años.

De todas formas, el hospital está lleno debido al enorme volumen de pacientes que nos han estado llegando en los últimos días. Hemos estado muy ocupados.

Marere es un algo diferente de otras regiones de Somalia: está cerca de un río, y llueve ocasionalmente, aunque el suelo está demasiado seco como para que suponga alguna diferencia, así que no hay vegetación. La mayor parte del país sufre una grave sequía, y la mayoría parte de los pacientes a los que atendemos están extremadamente desnutridos. En un hospital cualquiera de un país cualquiera, obviamente ves enfermos, es lo normal. Pero lo que estamos viendo aquí no es normal: estamos viendo a personas que, además de estar enfermas, están muriendo de hambre.

Muchas madres caminan kilómetros para llegar al hospital, cargando con sus hijos a la espalda y sin nada que llevarse a la boca durante días, así que cuando llegan no sólo tenemos que atender a los niños: también tenemos que alimentarlas a ellas.

Esta semana, una anciana llegó con su nieto de tres años desde el campo de desplazados de Jiro, que está a unos 70 kilómetros de aquí. Su familia se dedicaba al pastoreo, pero todo el ganado murió y tuvieron que irse de su aldea con unas pocas cabras que les quedaban. Nos dijo que el pequeño, Siyat Abdi Ali, llevaba un mes enfermo, con tos, vómitos y diarrea. Pero lo que realmente nos impactó fue que, durante todo aquel mes, lo único que habían podido darle de comer era té dulce con un poco de leche de cabra: no les quedaba otra cosa.

Como podéis imaginar, el niño era todo piel y huesos, literalmente se estaba muriendo de hambre. Además de la desnutrición aguda severa, tenía neumonía. También la abuela estaba gravemente desnutrida, y tuvo que ser ingresada. Siyat está siendo alimentado primero mediante suero porque está demasiado débil como para poder deglutir. Al menos ya mueve las piernas, cosa que era incapaz de hacer cuando llegó.

En general estamos viendo más adultos desnutridos, de nuevo algo que no es habitual. Precisamente acabamos de ingresar en el centro nutricional a un chico de 14 años, al que en Somalia ya se considera adulto. También vemos un volumen creciente de mujeres embarazadas, que en condiciones normales necesitan ingerir más alimentos ya que comen por dos… pero aquí no llegan al mínimo, y algunas de ellas llegan al parto tan desnutridas, tan debilitadas, que no tienen fuerza muscular suficiente como para empujar. Un parto natural requiere contracciones musculares, y si estas no se producen, el parto se complica y las hemorragias son frecuentes, así que tenemos que practicarles transfusiones. En cuanto a los bebés, si es que sobreviven al parto, nacen por debajo de su peso, extremadamente debilitados, y deben quedarse ingresados.

La semana pasada, en una sola noche teníamos hasta 103 niños ingresados en el centro de nutrición intensiva, todos ellos con desnutrición aguda severa. En la zona de hospitalización, tenemos 57 pacientes de todas las edades, otros 131 en el área de tuberculosis, y pasamos unas 300 consultas al día.

El hospital dispone también de servicios de vacunación, una clínica y de clínicas móviles, que se desplazan a las localidades de los alrededores de Marere para tratar a los pacientes y que ellos no tengan que desplazarse. También tenemos algunos coches preparados para enviarlos como ambulancias a recoger a los niños con desnutrición más avanzada y a los pacientes en peor estado. Así que, si nos atenemos simplemente a las cifras, estamos desbordados.

Estamos salvando muchas vidas, niños y adultos que habrían muerto de no existir este hospital. No hay nadie más trabajando en esta zona, y MSF es la única organización que proporciona asistencia –tanto médica como alimentaria—en esta región. Llevamos años haciéndolo.

Permitidme, para terminar, que os cuente una pequeña historia. Antes de que MSF abriera este hospital en juulio de 2003, había poca gente joven en la región: muchísimos morían por culpa de enfermedades prevenibles y tratables. Ahora, las cosas han cambiado a simple vista: si te das un pequeño paseo por la ciudad, puedes ver a muchos jóvenes que están vivos por haber sido tratados o vacunados en el hospital. Tan es así, que aquí la gente llama a los menores de 11 años “la generación MSF”.

___

Foto: Centro nutricional del hospital de MSF en Marere (julio de 2011, © MSF).

Un pequeño punto en el mapa

por Alejandro Arantegui (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

La temporada de lluvias ha llegado con fuerza por estas tierras. Es una buena noticia para la población: cualquier trozo de tierra es fértil para enterrar algunas semillas y dejar que la naturaleza haga su trabajo. De eso depende el sustento de toda esta gente, y ha sido así durante cientos de años.

Me parece un paisaje muy hermoso. Durante todo este mes siempre que he ido con el equipo de la clínica móvil, he ido viendo cómo los cultivos nos van rodeando hasta estar prácticamente inmersos en el paisaje. Y luego, unas lonas de plástico, soportadas con estructuras de madera y bambú dentro de las comunidades en las que viven estos desplazados. Y un equipo de gente que por unas horas asiste a todas las personas que acuden a nuestra clínica móvil para ser tratados. Así me siento. Si nos hicieran una foto aérea, seríamos un pequeño puntito azul dentro de un cuadro de verdes y rojos. Me gusta pensar así, me gusta creer que son las pequeñas acciones las que cambian las cosas. Ya os digo, un puntito en el mapa, en este mapa inmenso y precioso que es África.

En parte, es nuestro objetivo. Intentar aliviar el día a día de personas concretas a las que por desgracia les ha tocado vivir esta situación. Cada día cargamos los coches con medicamentos, material de curas, alimentos terapéuticos preparados (los llamados RUTF, ya os dije que os hablaría de cómo tratamos la desnutrición) y tests rápidos para detectar la malaria, pero sobre todo cargamos nuestros coches con personas. Personas dispuestas cada día a ayudar a otras personas. Pablo ya os ha contado algunas historias de nuestros trabajadores nacionales, personas como Valerio y ‘Big John’, personas que han vivido en sus propias carnes las penurias a las que se enfrentan los refugiados y los desplazados internos en este país. Ellos están también en los coches.

Yo quiero hablaros de la parte que me toca y que, como os decía, es parte de nuestro objetivo en el proyecto: garantizar el acceso a una atención médica de calidad y gratuita a los refugiados y desplazados internos. Desafortunadamente, la época de lluvias es también época de malaria. Una losa más sobre estas maltrechas espaldas, que hace, si cabe, el día a día un poco más difícil.

Esta enfermedad se ceba sobre todo con los pequeños, como siempre, los más vulnerables. Una simple picadura del mosquito que transmite este parásito es suficiente para contagiarla. Una vez dentro del organismo, después de una semana aproximadamente, provoca fiebre, anemia severa, dificultades respiratorias, síntomas neurológicos, y en muchos casos la muerte.

No existe vacuna para esta enfermedad. Sin embargo, podemos hacer mucho y de hecho lo hacemos. Contamos con tests rápidos para el diagnóstico temprano, algo extremadamente importante, así como un tratamiento adecuado. Cada día chequeamos a todas las personas que vienen a nuestras clínicas móviles con sospechas de haber sido contagiadas y en la mayoría de los casos podemos diagnosticarles y tratarles a tiempo.

Es importante también para nosotros explicar a estas personas cómo detectar la enfermedad, cómo prevenirla y por qué es importante que vengan a nuestras unidades móviles…

Y la desnutrición…

De todas formas, no es sólo la malaria lo que nos preocupa en nuestra actividad diaria. Ya os conté algo de nuestras actividades en Ezo y el ‘screening’ nutricional. También en nuestras clínicas móviles llevamos a cabo esta tarea. Cada día se nos llenan de madres con sus niños a cuestas, y les hacemos el ya famoso MUAC, el brazalete que nos ayuda a medir el grado de desnutrición del niño. En esta zona sí que encontramos casos desnutrición moderada y severa. Se dan todas las condiciones para ello y la época de lluvias, con sus mosquitos Anopheles, no ayuda.

Aquí es dónde aparece el RUTF, o alimento terapéutico ‘listo para usar’, no sé si más famoso incluso que el MUAC para todos aquellos que seguís este blog. Es un preparado alimenticio, que contiene todos los nutrientes necesarios para garantizar el soporte alimenticio de estos pequeños: junto con un eficiente tratamiento médico, es muy efectivo en los niños que podemos tratar ambulatoriamente y que son la mayoría de los que encontramos en la clínica móvil.

También aquí nuestra labor se hace presente cada día. Me resulta muy gratificante ver el chorreo de personas que acuden a nuestros servicios. Poder hablar con ellos, escuchar sus historias, reírme con los niños. Me gusta comprobar que la población nos conoce, confía en nosotros y acude en busca de ayuda. Quizás seamos los únicos que pueden garantizar esta atención, efectiva y gratuita. Pensad que no existe un sistema sanitario gratuito en este país, por lo que, para personas que difícilmente pueden pagar su alimento diario, es imposible acceder al diagnóstico y tratamiento de estas enfermedades.

Como siempre, no podemos dejar de pensar que cada día vendrán nuevos casos y que probablemente nos enfrentaremos a situaciones aún más difíciles en lo que a mi me parece un extraño lugar, mezcla de belleza y violencia, de riqueza natural y enfermedades, de personas acostumbradas a desconfiar y de personas eternamente agradecidas…

Este es nuestro pequeño puntito en el mapa de Sur Sudán. Hay muchos otros a lo largo de todo este continente y del mundo. No dejéis de pensar que poco a poco, grano a grano podemos dar la vuelta a las cosas que no nos gustan. Así que desde aquí os damos las gracias a todos los que cada día compartís este pensamiento con nosotros… y creedme si os digo que es una satisfacción personal ser testigo de todo.

Desde Yambio, un fuerte abrazo,

Alejandro.

____

Foto 1: Carretera en Yambio, Sur de Sudán (© Catee Lalonde).

Foto 2: Parachek, prueba de diagnóstico rápido de la malaria, que permite saber si una persona padece la enfermedad en unos minutos (© Bruno De Cock/MSF).

Foto 3: Pequeño paciente consumiendo RUTF, en un proyecto de MSF en Darfur, norte de Sudán. (© Julie Damond/MSF)

Luces y sombras en el Sur de Sudán (2)

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Os contaba el pasado martes cómo habíamos organizado la distribución de ayuda a los desplazados internos de Nakiri.

En un momento dado, me paro a pensar en los cientos de personas congregadas a la puerta de la iglesia, niños que se asoman curiosos por las pequeñas ventanas de barro del edificio, ancianas sentadas en una esquina fumando y juzgando, un hombre con quemaduras severas de hace años y sin dedo anular, que te estrecha la mano y te regala una sonrisa en la que sólo veo dos dientes.

Y me paro a pensar en nuestros colegas sudaneses. Si no me equivoco, sólo 5 de los 58 empleados que trabajan hoy en nuestro proyecto, han podido quedarse en sus hogares durante la guerra. Es decir, que en un proyecto en el que nuestro primer objetivo es ofrecer ayuda humanitaria de emergencia a las víctimas de la violencia y a los desplazados, un 90% de nuestros trabajadores locales se han visto obligados a huir de sus casas en algún momento de sus vidas, para convertirse en refugiados en las vecinas República Democrática del Congo y República Centroafricana, o desplazados internos dentro del propio Sudán.

Contamos además con 21 refugiados congoleños, que están trabajando en las Unidades de Atención Primaria que MSF ha instalado en el campo de refugiados de Makpandu, a unos 40 kilómetros de Yambio, y en el de Napere, en Ezo, del que os hablé hace unas semanas. Ellos llegaron a Sudán huyendo también de una violencia que azota a toda la región.

A pesar de verlo, de haber estado allí, me sigue costando hacerme una idea clara de lo que supone vivir en un campo de refugiados, una vida precaria, de prestado, durante años y años.

Con todo eso en la cabeza, además de otro buen montón de trabajo urgente que hacer (esto es así), me tuve que dar un respiro. Decidí ir a tomarme un café con Valerio y ‘Big John’, nuestros vigilantes el turno de anoche. Me estuvieron contando sus experiencias, Valerio como refugiado en RCA, y ‘Big John’ en RDC.

Me contaron cómo tenían que luchar para sobrevivir en el campo, y cómo se las han tenido que arreglar para intentar dar una educación básica a sus hijos. Me contaron lo duro que es el camino al exilio, y me confirmaron que, por el camino, los jefes de las comunidades por las que pasaban les ofrecían techo, comida y agua, sólo por el hecho de ser de la misma etnia, la Azande en este caso, que se distribuye en esta zona sin entender de las fronteras que se trazaron desde los despachos de Europa.

Estuvimos hablando un buen rato sobre nuestros objetivos y nuestros límites, como ONG y como personas, y también de las esperanzas de una población que acaba de salir más o menos airosa de sus primeras elecciones en más de veinte años, y que avanza hacia un próximo referéndum en el Sur de Sudán que podría llevar a la independencia de esta región.

Me temo que el panorama político, a pesar de la euforia que ha seguido a las elecciones en Yambio, no es demasiado halagüeño para Valerio y sus compatriotas. Intereses económicos y políticos, abundantes recursos naturales que atraen a corporaciones extranjeras, tensiones étnicas y religiosas, asfixian aquí a la población civil y se nutren de sus esperanzas, como una planta trepadora abraza el tronco de un árbol y se sirve de él para medrar.

Espero que al final ese tronco sea más fuerte, que resista, porque se lo merece. Mientras siga asfixiado, mientras sufra la violencia, la marginalidad y el olvido, MSF seguirá aquí, haciendo lo que pueda para garantizar el acceso a una atención sanitaria gratuita y de calidad. Y eso, retomando lo que os decía el martes sobre las consecuencias, es luz. Sólo luz, sin sombras.

Un abrazo, ¡y hasta la próxima!

Pablo

____

Foto:  Un grupo de refugiados congoleños recién llegado a uno de los campos del Sur de Sudán tras huir de un ataque de la guerrilla ugandesa Ejército de Liberación del Señor. © Brendan Bannon, 2009.

Luces y sombras en el Sur de Sudán (1)

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

El sábado aquel amaneció lluvioso. No obstante, me levanté contento. Teníamos una buena actividad programada, y Mat, nuestro logista, nos había pedido ayuda. El objetivo: distribuir cerca de 350 ‘non food items’ (ayuda no alimentaria, es decir cajas que incluyen kits de cocina, mosquiteras, mantas, platos, y otros enseres básicos, que en este caso nos habían sido donadas por UNICEF) a los desplazados internos del campo de Nakiri, a unos pocos kilómetros al sur de Yambio.

Es la primera vez que participo en una distribución de este tipo, y es toda una experiencia para alguien acostumbrado al trabajo de oficina: cargar y descargar cajas, organizar su distribución, acompañar a los conductores del camión por un camino embarrado y lleno de baches…

El lugar convenido para la distribución es una iglesia. No sé de qué credo, la verdad. Nos viene bien, porque por lo menos no nos mojaremos demasiado, y además ayuda a tener un acceso individual y controlado de todos aquellos que se han registrado debidamente y pueden acreditar su situación de desplazado interno.

Lamentablemente, no podremos entregar kit a quienes no lo hayan hecho, pero este mecanismo garantiza que la ayuda llega a los más vulnerables: los desplazados internos no disponen de redes familiares o comunitarias en las que apoyarse para sobrevivir.

Sudamos, nos ensuciamos, arrimamos el hombro todos los expatriados disponibles, y también muchos colegas sudaneses. Varios policías del SPLA (la ‘policía militar’ oficial en el Sur de Sudán) han aparecido para poner orden y garantizar nuestra seguridad. Les agradecemos el gesto… y les pedimos, amablemente, que se marchen. Confiamos en nuestra labor y en la aceptación de la población local para garantizar nuestra seguridad. No vamos armados ni llevamos escolta armada. Y funciona.

La experiencia ha sido memorable, aunque uno no puede evitar sentirse mal cuando tiene que negarle el kit a una persona que intenta pasarte un trozo de papel doblado para ver si cuela, o que simplemente, no ha podido registrarse. Sonrío, pero es triste.

De todos modos, me temo que veré alguno de esos kits a la venta en el mercado. Y es que a veces es preferible cambiar un kit de cocina por algo de comida. O quizás, simplemente, que el dinero es el dinero, aquí y en cualquier otra parte, y hace falta.

Luces y sombras, pros y contras. Actos y consecuencias. Algunas, quizás, criticables, pero la mayoría, seguro, con mucho sentido.

(Continuará el próximo jueves…)

_____

Fotos: Distribución de ayuda humanitaria en Pieri, Sur de Sudán, y cocina de la clínica de MSF (© Susan Sandars/MSF, 2008)

Niños de Ezo, niños de otro mundo

por Alejandro Arantegui (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Hoy quiero hablaros de una particular parte del mundo, una relativamente pequeña franja de tierra que literalmente une tres países aunque perfectamente podrían ser el mismo… no hay nada a primera vista que te haga pensar que estás pisando la frontera de Sudán, República Democrática del Congo y República Centroafricana.…pero ahí está. Se trata de Ezo. Y es aquí dónde llevamos a cabo uno de los proyectos de asistencia sanitaria en Sur Sudán en los que tengo la suerte de participar.

Hablar de Ezo es hablar de población desplazada, campos de refugiados, necesidades básicas no cubiertas, años de violencia, enfermedades endémicas y todos los factores comunes que os podáis imaginar en esta situación. Sin embargo sería injusto no hablar también de una tierra fértil, de un paisaje de una riqueza natural que impresiona mires donde mires, hablar de historia ancestral y de tradiciones, pero sobre todo de gente.

Podría escribir muchas páginas hablando de mis vivencias con la población y de todo lo que me enseñan a cada momento. Creo que nunca tendré tiempo suficiente para agradecer a estas personas las experiencias que estoy viviendo. Aunque parezca paradójico, ahora pienso que ellos hacen mucho más por mí de lo que yo hago por ellos. No obstante, puedo colaborar en un proyecto que realmente marca la diferencia en esta zona del mundo. Especialmente, y para entrar en materia, dando asistencia sanitaria gratuita en el campo de desplazados.

Tenemos una unidad de asistencia primaria en Napere, que es como se llama este campo. Pablo ya os ha comentado algo de esto, así que voy a centrarme en explicaros una de las actividades más interesantes que llevamos a cabo y que más impacto tienen en la población infantil, la más vulnerable a la que nos enfrentamos. Se trata del ‘screening’ nutricional, una evaluación del estado nutricional de una población.

No sé si habéis oído hablar alguna vez del MUAC; seguro que muchos de vosotros sí, pero para los no iniciados, el MUAC es un brazalete con franjas colores (del verde al rojo) que se coloca en el brazo para medir su perímetro, un sencillo pero efectivo sistema para valorar el estado nutricional de los niños en zonas de riesgo de desnutrición. En pocas palabras, valorar si reciben las calorías suficientes diariamente para mantener sus necesidades vitales cubiertas.

John y Arquetta, dos refugiados que colaboran con nosotros en Napere, son las personas que se encargan de ir de campo en campo, de tukul en tukul, avisando a las madres para que nos traigan a sus niños cada día para poder registrarlos y valorarlos.

Puede que estéis pensando en niños con caras tristes, con apenas fuerza para andar y rodeados de moscas. Sin embargo, debo deciros que no hay uno solo que no venga riendo a ponerse en fila, sorprendido por ver a una persona con la piel blanca que les habla con gestos y les pone un trozo de plástico alrededor del brazo.

Es un juego para ellos, podría decir que cualquier cosa es un juego para estos niños que viven ajenos a la situación en la que se encuentran y no ven más allá del día a día con sus semejantes y ocasionalmente estos nuevos invitados con piel blanca a los que miran con cara de sorpresa.

Afortunadamente, la mayoría de niños que hemos valorado en este campo están en la “zona verde”: esto significa que su estado nutricional no se encuentra en peligro. Estamos preparados también, por supuesto, para atender a aquellos que necesitan soporte nutricional, pero esa parte os la contaré otro día. Hoy me quedo con la satisfacción que es para nosotros ver este resultado y las sonrisas de estos pequeños corriendo hacia nosotros.

Sin embargo la experiencia nos hace ser moderadamente optimistas ya que, como os decía antes, la situación a la que se enfrentan estos niños cambia cada día. Hay demasiados factores que en un minuto pueden hacer que pasen al color naranja del MUAC, zona de desnutrición moderada, o incluso a la zona roja, desnutrición severa.

Existen aún tantas amenazas que hacen que la desnutrición sea una de las principales causas de mortalidad infantil en el llamado “tercer mundo”… Yo sinceramente no sabría deciros si el mundo en el que viven estos niños es el tercero; lo que sí tengo claro es que definitivamente es otro mundo. Otro mundo muy distinto al que estamos acostumbrados y con otros problemas no menos graves pero muy diferentes a los que se enfrentan nuestros niños, como son la obesidad infantil o la depresión.

Soy muy consciente que es fácil caer en la demagogia en estos casos, por eso quiero simplemente dejaros con la idea que me llevó a escribir estas palabras: existe otro mundo, existen niños que viven en ese mundo y creo que es obligación de todos intentar construir uno sólo para TODOS los niños. Seguro que nos lo agradecerán.

Desde Ezo,

Alejandro

__________

Foto 1: Los niños hacen cola para ser evaluados mediante el brazalete Muac, que puede verse en el brazo del pequeño atendido por personal de MSF. (© Alejandro Arantegui)

Foto 2: La cola se convierte en un entretenimiento más para los niños del campo de desplazados de Napere. En la foto, Alejandro Arantegui con uno de ellos. (© Alejandro Arantegui)

Foto 3: Niños de Ezo, niños de otro mundo (© Alejandro Arantegui)

Ezo: supervivencia sin fronteras

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Susan, vamos a llamarla así, tiene 13 años. Hace un mes aproximadamente llegó a Yambio. Consiguió escapar, después de haber sido secuestrada por el LRA (el Ejército de Resistencia del Señor, la guerrilla de origen ugandés) y pasar cinco meses como “esposa” de uno de los combatientes veteranos. Nuestro equipo de salud mental empezó a tratarla.

Hace unos días, preparamos dos coches y nos lanzamos a la carretera. Destino: Ezo, una población situada justo donde se encuentran las fronteras de República Democrática del Congo, República Centroafricana y Sudán. Susan, es de allí, y hace unas semanas que regresó.

Nos cuentan, al llegar, que han capturado a un miembro del LRA en el mercado de Ezo. Al preguntar por los detalles, nos informan de que una chica lo reconoció. Era Susan. Y él, el combatiente al que había sido entregada como “esposa”. No puedo ni imaginarme cómo pudo sentirse ella en ese momento. Nuestro equipo de salud mental, afortunadamente, nos acompañó a Ezo y pudo continuar el tratamiento.

En esta parte del mundo, el concepto de frontera se difumina hasta el infinito. Sólo hay selva y más selva. Eso lo sabe, y bien, el LRA: ataca en grupos reducidos de entre tres y diez combatientes a la población civil que vive próxima a la frontera, y luego se refugia tras la frontera de algún país vecino. En general, su objetivo principal es la comida y los bienes que puedan robar, y, tristemente, también los niños y niñas, que secuestran cuando tienen la ocasión.

Se trata de una zona caliente, sometida a la violencia desde hace años, y de eso dan testimonio los numerosos campos de refugiados y de desplazados internos que hay en la zona, tanto en Ezo, como más al norte, hacia Tambura.

MSF dispone de una Unidad de Atención Primaria en el campo de Napere, a las afueras de Ezo, donde un equipo de siete personas hacen lo posible para facilitar una atención primaria de emergencia mínima y gratuita a la población. También apoyamos el Centro de Atención Primaria del Ministerio de Salud.

Al preguntar por las cifras, nadie sabe exactamente cuántas personas residen en el campo. Mboriundo, el jefe del Campo 3 (Napere está dividido en cinco campos distintos), nos informa de que es difícil saberlo, porque muchos de los refugiados que residían en su campo se han ido a otros, debido a que a principios de abril tuvo lugar un ataque del LRA allí mismo, y la gente tiene miedo de que vuelva a ocurrir. Pero son miles de personas.

Napere es un sinfín de chozas precarias, unos cuantos palos que sostienen un techo de paja. Sólo unos pocos han podido hacerse con un trozo de plástico para protegerse mejor de las constantes y potentes lluvias que caen por estas fechas en la selva ecuatorial. El acceso a agua potable es, paradójicamente, una difícil tarea. Las mujeres cargan constantemente con recipientes de agua desde el pozo hasta su choza.

La mayoría de los niños tienen problemas de higiene. Muchos tienen problemas de hongos y llevan la cabeza rapada a trozos. Los más pequeños no tienen ropa, y los mayores la tienen toda hecha trizas. Sin embargo, los niños cuyo estado nutricional nos ha dado tiempo a evaluar parece que están fuera de peligro. Alejandro, que sabe más que yo, ya os contará un poco más de esto el próximo lunes.

Yo, por mi parte, lo que sí puedo deciros, desde una perspectiva no sanitaria, es que en Napere he visto muchas necesidades, la mayoría muy básicas. También he visto agradecimiento. Nos dicen que aprecian el hecho de que, cuando hay ataques, MSF se queda. Y he visto alegría en niños que no tienen absolutamente nada, salvo unas ganas de vivir y una energía increíbles. Y se me ha contagiado.

He visto que las organizaciones humanitarias (aunque aquí no hay muchas) marcamos la diferencia entre la vida y la muerte de miles de personas. Desde aquel día soy más persona. Y todos los que hacen y hacéis esto posible, a través de vuestro apoyo, deberíais poder contagiaros un poquito de esto. Espero que estas líneas ayuden.

Un abrazo, ¡y hasta la próxima!

Desde Ezo,

Pablo

___________

Foto superior: Carretera en los alrededores de Yambio, base del proyecto de MSF (© Catee Lalonde)

Foto inferior: Pablo Waring rodeado de algunos de los pequeños cuyo estado nutricional fue evaluado en Ezo (© MSF)