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«Mamá, estoy malita»

10940566_1599917366886365_650112745435208992_nDormir a deshora, irradiando calor seco, con el hablar atropellado, comer poco y escogido, buscar mimos, recordar al bebé que fue más que a la niña que es al verla dormir, resucitar al tomar su yogur con medicina… y acabar tú también enferma. Pero siempre es distinto en nosotros. La fiebre no es tan alta, la medicina es menos milagrosa.

Es inevitable verlos enfermos alguna vez. Es inevitable que nosotros enfermemos con ellos.

Así estamos ambas desde ayer.

En casa hemos tenido suerte, tanto Julia como Jaime son niños que enferman poco. Pero aún siendo duros tenemos nuestras dosis de catarros, alguna gastroenteritis, hemos pasado por una escarlatina, una parafimosis y una operación de fimosis posterior.

Hace ya tiempo que quería traer aquí un libro que viene bien para saber lidiar con las enfermedades infantiles, pero entre unas cosas y otras lo he ido dejando. He tenido un año bastante atareado, que no es excusa, pero estas cosas a veces pasan. Pero hoy tener a Julia enferma y estar yo de enferma y enfermera a la vez (seguro que os suena) es tan buena excusa como cualquier otra para recuperar esa recomendación atrasada.

Tal vez conozcáis ‘Diario de una mamá pediatra’, es el veterano blog de la doctora Amalia Arce. Hace ya casi seis años que os lo recomendé por primera vez. Desde hace unos meses es también un libro de consulta tan lleno de sentido común como es Amalia (lo sé bien, que he tenido la fortuna de conocerla en persona) y su blog.

En el libro, sensato y nada extremista, se recogen las preocupaciones más comunes relativas a la crianza. No por nada Amalia tiene experiencia escuchando a los padres en el Hospital de Nens de Barcelona. Y también un compendio de las enfermedades más comunes y cómo reaccionar ante ellas.

Si sois de los gustan de tener este tipo de manuales al alcance, desde luego es el mejor que yo he tenido entre manos.

Hay pediatras y pediatras

Hace ya unas pocas semanas y por primera vez me tocó en (mala) suerte un pediatra que oscilaba entre el desinterés y la pura idiotez.

Fue una experiencia de lo más desalentadora. Un hombre bastante mayor y orondo, tal vez con un estilo de otra época, sentado en su poltrona sin mover ni un dedo ni un poco el culo para ver a mi hijo.

Yo estaba intentando mostrarle sus pies, con ampollas. Cosa harto complicada con un niño de cinco años que no quiere dejarse. Pude de milagro enseñárselos durante unos pocos segundos y el interés que mostró fue casi inexistente.

Su único interés era despacharte rápido con una solución fácil y sin entrar en explicaciones sobre lo que tenía o no el niño. Y eso que no había nadie esperando.

No era un pediatra cordial y cercano. Era un pediatra de púlpito y mantener distancia. No era, como yo estoy acostumbrada, un pediatra divulgativo y dispuesto a aclarar dudas, sino opaco y evasivo.

Os aseguro que me dio la impresión de haber viajado en el tiempo a lo que debía haber sido una consulta en los años 70.

Pobres nuestras madres y sus niños, si efectivamente esa era la manera en la que eran tratados…

La escarlatina ha entrado en casa

La primera vez que escuché que un niño tenía escarlatina (la hija de una prima hace unos cinco años) me sorprendió. Era una de esas enfermedades que, en mi ignorancia, me sonaban extintas en este país. Era oir la palabra escarlatina y recordar novelas tipo «Mujercitas».

En estos cinco años varios niños que conozco la han pasado y ahora ya sé que es relativamente frecuente y que no hay que alarmarse por ella.

Pues hoy la escarlatina ha entrado en mi casa. Ayer Julia estuvo con fiebre y apagadilla y hoy por la mañana se ha despertado con un exantema por todo el cuerpo. He ido a su pediatra, que ha dicho que probablemente se trataba de escarlatina (bacteriana) o tal vez de un virus de garganta que había cursado con exantema. Me ha mandado a urgencias infantiles (la primera vez desde que tengo hijos que voy) para que le hicieran una prueba muy sencila: se toma una muestra en la garganta con un bastoncillo de algodón y en hora y media me han confirmado el diagnóstico.

Ahora tocan diez días de antibióticos y un par de días sin relacionarse con otros niños pequeños, ya que hasta que lleve cuarenta y ocho horas con antibióticos puede transmitir la bacteria mediante secreciones nasales y de la garganta al respirar y estornudar.

Ella ya no tiene fiebre y juega contenta y está de buen humor, así que no estamos preocupados.

Lo único que nos preocupa es ver si seremos capaces de que se tome las dosis de antibiótico como es debido. Son sobres que disolveremos en agua o zumo. Ya os he contado alguna vez que mis hijos son malísimos tomando medicinas.

Un fragmento de un artículo de Guiainfantil.com que explica la enfermedad:

La escarlatina es una enfermedad contagiosa que se distingue por la aparición de una erupción cutánea (puntos rojos brillantes) que se va extendiendo desde el pecho y la nuca hasta todo el cuerpo. Suele ir acompañada por una amigdalitis con dolor de garganta, fiebre, pérdida de apetito, abatimiento, vómitos, además de dolor de estómago (debido a la inflamación de ganglios abdominales).

Si se confirma la enfermedad, el médico prescribirá algún antibiótico. El tratamiento es efectivo en 2 días, pero la mejoría no significa que usted deba suspender la medicación. Es normal encontrar niños con complicaciones por el no cumplimiento del tratamiento antibiótico de 10 días de duración (mínimo de 7 días). El niño puede regresar a la escuela a las 48 horas de iniciado el tratamiento antibiótico. Con medicación no contagia. Cuándo las erupciones desaparecen es normal la presencia de descamación tanto en la cara como en las manos. La Escarlatina puede repetirse 3 (tres) veces en la vida ya que son 3 las toxinas del Estreptococo que pueden producirla.

La revisión de los dos años

Hace muy pocos días pasé la revisión de los dos años con Julia. Una revisión a cargo de la enfermera de pediatría.

No sé si en vuestro caso será o habrá sido diferente, en el mío la visita consiste en pesar y medir a la niña, auscultarla, comprobar de nuevo las caderas, unas pocas preguntas sobre alimentación (ya puede comer de todo salvo frutos secos) y otras pocas sobre seguridad (cuidado al andar por la calle con los coches, cuidado también con ventanas abiertas y enchufes).

Y ya no toca volver hasta las vacunas de los cuatro años. A menos que se precise antes obviamente.

Me resulta inevitable recordar que fue en esa misma revisión hace dos años y medio cuando comenté a la enfermera (era una suplente, aunque sea algo que venga poco al caso) que mi hijo había dejado de hablar y que se negaba a comer nada que no fueran purés. Dos retrocesos.

Y recuerdo que la enfermera que me atendió apenas prestó atención a la desaparición del habla, dijo que le forzásemos a masticar no dándole otra cosa, nos tranquilizó y nos mandó a casa.

Ahora sé que cualquier pérdida de habilidades es para salir corriendo a consultar a un experto (que no es el pediatra sino un neurólogo o un psicólogo o terapeuta especializado).

Medio año después, con Julia recién nacida, nuestra pediatra sí nos hizo caso y nos derivó rápidamente al Centro de Atención Temprana.

Ojalá durante ese medio año ya hubiéramos empezado con las terapias. Si pude con ello y con una niña de cuatro semanas, habría podido con ello y con un embarazo de 20 semanas.

Ya no vale lamentarse.

Lo que sí vale es pedir que se establezca un protocolo (ya confeccionado) a los 18 meses de detección de estos trastornos, ya sea autismo o retrasos simples del lenguaje.

Es algo que numerosas asociaciones están intentando mover pero por desgracia no están teniendo éxito.

Unas pequeñas pruebas que no llevarían a los pediatras más de diez o quince minutos contribuirían a detectar de forma temprana si hay problemas y a tomar cartas en el asunto cuanto antes.

De verdad que no entiendo que sea tan complicado de conseguir…

La normalidad en el desarrollo

Quiero haceros partícipe de un debate que se ha desarrollado en otro blog: el de Amalia Arce, la mamá reciente pediatra.

Es un debate interesante, pero quiero traerlo aquí sobre todo por que creo que su difusión puede ayudar.

Os recomiendo leerlo entero, pero os dejo ya aquí el párrafo que me llamó la atención:

Con 2 años recién cumplidos hay bastantes niños que no hablan bien. En estos casos, y antes de alarmarse, siempre pregunto si los niños tratan de comunicarse (es decir se hacen entender aunque no sea con palabras), si entienden lo que sus padres o familiares les dicen y si buscan la interacción social. Si las 3 preguntas tienen por respuesta un SÍ, a los dos años yo creo que hay que dar un poco de margen al lenguaje.

Y aquí parte de mi respuesta:

Yo te hubiera respondido sí cuando mi hijo tenía dos años a tus tres preguntas.

Trataba de comunicarse: nos llevaba de la mano para obtener lo que quisiera. Entendía parte de lo que decíamos: hasta que no supe ver no me di cuenta de que entendía menos de lo que debería y muchas veces más por pistas comportamentales u horarias que por entender el lenguaje hablado. Interacción social: toda la del mundo. Eso nunca le ha faltado. No hay nada que le gusten más que los juegos motores, las cosquillas… Recuerda siempre que no hay dos casos con autismo/tgd iguales. Los hay incluso que hablan divinamente.

Yo haría otras tres preguntas: ¿Tiene juego simbólico? ¿Señala con el dedo índice? ¿Muestra interés y/o juega con los niños de su edad?

Una más: también preguntaría si ha habido un retroceso, una perdida de habilidades.

En cualquier caso, ante la más mínima duda, lo suyo sería que un experto lo valorase, alguien con experiencia trabajando a diario con niños así, ya tenga como formación psicología, logopedia…

Por otra parte yo a los dos años, cuando planteé que mi hijo había dejado de hablar y le quitaron importancia sin hacerme ninguna pregunta más, me alegré. Que le quitaran importancia me alivió, me tranquilizó rápidamente y me hizo seguir esperando otros seis meses. Seis meses en los que siguió alejándose cada vez más.

Conozco varias asociaciones de padres de niños con alteraciones en el desarrollo y/o autismo. Uno de los objetivos de todas ellas es lograr concienciar a la gente de la importancia de no tomarse a la liguera los signos de alarma, de no esperar.

Si se reacciona a tiempo se puede ganar un tiempo precioso. No es lo mismo comencar las terapias con un niño de dos años que con uno de tres. Y todas ellas (yo también obviamente) consideran preferible pecar de precavidos.

No se trata de pecar de alarmistas, simplemente creo que es preferible que haya niños que se valoren y sobre los que se trabaje unos meses para estimularlos con el disgusto aparejado de sus padres y que luego todo sea innecesario y resulte que los niños tienen un desarrollo normal ralentizado o un retraso simple del lenguaje a que haya niños que realmente tengan problemas y se pierdan tantos meses (a veces son años) de intervención.

La impresión que tienen la mayoría de padres de niños con autismo u otros retrasos en el desarrollo (no siempre es autismo conozco por ejemplo un caso que hasta que no cumplió los tres años no le hicieron una resonancia viendo que se habían producido daños en el parto) es que los pediatras muchas veces han sido un freno más que una ayuda al obtener el diagnóstico y la consiguiente ayuda. Conozco a bastantes que han tenido que sortearlos e incluso amenazarlos para que les hicieran caso. La mayoría han tenido que acudir por su cuenta a sociaciones como Deletrea o a neurólogos infantiles privados.

E incluso para esos expertos el diagnóstico es difícil y necesitan más de un día de valoración y ver vídeos del niño en casa.

Cuando los padres van a la consulta preocupados porque su niño de dos años no habla, o dejó de hablar, o habla poco, o no juega con los niños, o parece que no entiende bien lo que se le dice, o tiene unas rabietas y cambios de humor tremendos, o no juega con los juguetes como es debido… muchos pediatras le quitan importancia, creen tal vez que queremos que nuestro niño sea el más listo del mundo, o que somos padres primerizos e inseguros, o que estamos comparando al niño con otros más espabilados sin tener que hacerlo, que es una reacción al hermanito pequeño o que las otitis recurrentes han dejado huella pero pronto se recuperará.

Todas esas son explicaciones reales de pediatras a niños que conozco y luego resultaron tener autismo.

La impresión que tienen la mayoría de padres de niños con autismo u otros retrasos en el desarrollo es que los pediatras se preocupan mucho de la parte física, ponen vacunas preventivas, se les hacen ecografías de cadera, análisis de sangre del talón, se introducen los alimentos con las posibles alergias siempre en mente, se les deriva al especialista en cuanto físicamente hay la menor duda de problema para curarse en salud.

Pero cuando se habla del desarrollo del lenguaje, cognitivo o psicomotor las cosas no funcionan así de preventivamente.

Yo creo que es bueno que los padres miren las tablas de desarrollo, que conozcan los hitos importantes y se preocupen si sus hijos no los alcanzan sin obsesionarse.

Ojalá alguien me hubiera dicho a mí, cuando mi hijo dejó de hablar, que cualquier pérdida de habilidades es para salir corriendo a que lo valore un especialista.

Ojalá hubiera sabido mucho antes qué mirar para saber que las cosas no iban bien. Yo no me había dado cuenta de que pasados los dos años no existía juego simbólico, ya no señalaba con el dedo (esa es otra habilidad que perdió) o los intentos comunicativos eran instrumentales (nos tomaba la mano y llevaba esa mano a lo que deseaba, ya fuera el grifo de agua o la puerta de la calle).


A vueltas con la vacuna del rotavirus

Hace ya mucho saqué el tema de esta vacuna en el blog. Es optativa en Madrid, y andaba yo dudando si ponérsela o no a Julia.

Al final, pese a lo que creía que iba a hacer al principio, opté por no hacerlo. ¿Por qué? Pues por varias razones. Pero sobre todo por tres: no protege contra todas las gastroenteritis, en el primer mundo es difícil que un niño muera a consecuencia de ello y estaba alimentada en exclusiva al pecho.

Es curioso, hablándolo con una madre reciente de mi familia, la pediatra que lleva a su hija si siquiera planteó la opción a los padres.

Hoy leo en el blog de Amalia, la mamá pediatra, que han retirado uno de los dos tipos de vacunas disponibles para el rotavirus: Rotarix.

Ella explica mejor que yo los motivos, con enlaces aún más explicativos.

La retirada de la vacuna se produce porque se han detectado en algunos lotes restos de ADN de un virus que se se llama circovirus porcino. Aunque el virus no representa un problema de salud ya que no origina patología ni en los humanos ni en los animales, la Agencia Española del Medicamento ha decidido no autorizar la venta de nuevas dosis de vacunas ya que los fragmentos de virus no deberían estar ahí.

Los que la hayan puesto en principio pueden estar tranquilos. Los que están a medio vacunar, pueden seguir la pauta con la vacuna del otro laboratorio.

Rotateq, de la que se administran tres dosis en lugar de dos, se sigue vendiendo.

En cualquier caso, Amalia tampoco está muy por la labor de vacunar del rotavirus:

Aunque en diversas ocasiones he manifestado mi firme apoyo a las vacunas, he de reconocer que la vacuna contra el rotavirus nunca ha sido santo de mi devoción. Aunque la diarrea es una causa de mortalidad en el mundo muy importante hoy día, realmente es excepcional que esa mortalidad se produzca en nuestro medio, por nuestras condiciones higiénicas, económicas y sanitarias. Así si bien el rotavirus causa numerosas gastroenteritis y es verdad que genera ingresos hospitalarios, en los países desarrollados los niños no se mueren por esta causa ni quedan con secuelas. De forma que es una vacuna útil, pero seguramente mucho más necesaria en otras latitudes.

En fin, que esto del calendario vacunal en España, que no tiene nada que ver de una comunidad autónoma a otra, sinceramente, me parece un cachondeo.

De pediatras y padres recientes

Los que me seguís sabéis de sobra que hay un blog que me encanta: el de Amalia Arce, la mamá reciente pediatra.

Me parece muy didáctico, suelo coincidir con sus puntos de vista y me gustan sus anécdotas profesionales.

Su último post no tiene nada que ver con su producción previa. Se titula Me fastidia bastante y me voy a permitir reproducir gran parte aquí (espero que no te importe Amalia)

Me fastidia bastante leer incluso en blogs «amigos» como la gente despotrica de sus pediatras.

Me fastidia bastante oír comentarios que vienen a decir que las visitas al pediatra no sirven para nada.

Me fastidia saber que en la calle la gente piensa que de alimentación, sueño u otros temas de puericultura los pediatras no tenemos ni idea. Casualmente de los temas de los que sabe todo el mundo.

Me fastidia y me dan hasta ganas de cerrar el blog.

No me voy a poner a defender a cada uno de los pediatras que ejercen en nuestro medio. Es verdad que hay algunos para echarles de comer aparte, pero son una minoría. En cambio en las opiniones vertidas a lo loco se generaliza. Como cuando se dice que todos los taxistas conducen mal o que todos los fontaneros son unos chapuceros.

La formación de un pediatra es larga y dura. Comprende muchas jornadas de formación. Lees y estudias mucho y ves muchos niños acompañado antes de volar. Además es una profesión que suele tener un carácter vocacional intenso (como la mayoría de especialidades médicas). Y no es ni de lejos un trabajo bien remunerado para la dedicación que exige.

Yo he criticado a veces a algunos pediatras en mi blog Amalia, aunque sé que no es a este blog al que te refieres en tu post. Y me gustaría contestarte. Pensé hacerlo en los comentarios. Pero he decidido hacerlo aquí.

Lo primero es pedirte que no cierres el blog. Me encantaría seguir leyéndote y aprendiendo contigo.

Pero me llama muchísimo la atención que te fastidie que critiquen a los pediatras por definición. Entendería que te fastidiara que se critiquen sin razón, que se critique equivocadamente. Pero cuando las críticas tienen razón de ser no debería haber nada que objetar.

Afortunadamente todo puede ser objeto de crítica. También toda profesión. Los policías, los periodistas, los fontaneros, los taxistas, los políticos o los reyes, todos pueden (y deben) ser criticados cuando meten la pata. Faltaría más. Y claro que meten la pata.

Lo de que la sanidad sea gratis no acabo de verlo como argumento para no criticar a los pediatras, lo siento (para entender ésto hay que leer su post entero).

Creo que sentirse parte de un colectivo puede estar muy bien. Pero hasta cierto punto.

Si alguien dice que todos los pediatras son unos ineptos o que no valen para nada, directamente el que habla es memo.

Mi pediatra, por ejemplo, es una joya. Su único punto débil es que está constantemente pegándose con el ordenador.

La pediatra que me atendió en el hospital cuando nació Julia era fantástica. Charlamos un poco y me contaba que creía que muchas veces los pediatras se metían dónde no les llamaban.

Y sinceramente creo que tú eres una buena profesional.

Pero estoy harta de escuchar a gente contarme consejos y actuaciones de pediatras que son claramente erróneos. En algún caso directamente disparatados.

Y no suelen ser actuaciones médicas, sino consejos relacionados con la lactancia, el sueño y la alimentación.

¿A cuento de qué, sin pedir su opinión, hay uno que ordena literalmente sacar al niño de la habitación de los padres a los tres meses? ¿Qué sentido tiene otro que conozco y que a la primera de cambio está endosando «ayudas» de leche artificial a niños perfectamente criados a teta?

Estoy convencida de que en la mayoría de casos como esos no responden a mala fe, sino que sencillamente van a piñón fijo, no se reciclan o pasan de complicarse la existencia.

También es cierto que conozco familias eternamente insatisfechas, con un baile constante de pediatras que no comprendo. O realmente han tenido mucha mala suerte o tal vez deberían examinar su percepción y expectativas.

Pero realmente lo que me parece más triste es que parezca que que haya dos bandos, el de los pediatras y el de las madres informadas y activas en temas como la alimentación o la lactancia materna.

Eso sí que es triste. Eso sí que me fastidia bastante a mí, porque los que salen perdiendo son los niños.

Tengo claro que cualquier pediatra sabe muchísimo más que yo y que yo puedo aprender mucho de ellos.

Cualquier padre reciente con sentido común piensa así.

Y no es imposible que un pediatra pueda aprender un par de cosas de las madres, si es que está dispuesto a escucharlas con respeto y sin usar su profesión a modo de pedestal.

Pero no sé si todos los pediatras con sentido común se dan cuenta.

Un exantema en las manos

Tengo al peque un poco picajoso estos días. Al pobre le han salido unos granitos y rojeces en las manos que mi pediatra ha identificado rápidamente como un exántema de origen vírico.

Antes sospechó de algo llamado boca mano pie (nombre francamente idiota para una enfermedad) que parece que anda suelto, pero lo descartó rápidamente,

¿La solución? Pues una crema con corticoides un par de veces al día y si le pica mucho talco líquido.

Ojalá nos lo quitemos pronto de encima. Mi pediatra ya me ha advertido de que puede ser algo engorroso de quitarse de encima.

Parece ser que el talco líquido es mejor que en polvo. Primero por que no lo pueden inhalar y segundo por que no reseca la piel.

Y en esas andamos. Le pica lo justo, así que no se rasca demasiado el pobre.

Pero me ha hecho recordar cuando yo pasé la varicela siendo ya adulta y lo mucho que picaba. A ver cómo contener a niños pequeños frente el ataque de una enfermedad así

para que no se rasquen.

¿Nuestro deber es estar con ellos?

A finales de enero tienen que hacer a mi peque una resonancia magnética. Tienen que dormirle para poder hacérsela. En febrero hay un electroencefalograma y una prueba en el otorrino. En marzo un extracción de sangre para mirar todo tipo de cosas.

Todas esas pruebas son de descarte. Normalmente en los niños con un diagnóstico como el mío, de trastorno generalizado del desarrollo, suele dar todo bien.

Pero todas esas pruebas forman parte de un protocolo para descartar otro tipo de problemas diferentes (lesiones cerebrales, síndrome del X frágil…) o asociados (epilepsia por ejemplo).

Conozco a muchas madres cuyos hijos han pasado por ello y todas coinciden en que suena peor de lo que parece, que luego no es para tanto.

En cualquier caso hay que pasar por ello.

Obviamente hay pruebas en las que no estaré. Pero siempre que pueda allí estaré con él.

Hasta ahora no le han hecho más que algunas extracciones de sangre por su alergia al huevo, pero siempre he estado a su lado.

Conozco padres que prefieren no estar presentes cuando a su hijo le sacan sangre o le dan unos puntos de sutura.

Imagino que por aquello de que ojos que no ven corazón que no siente.

Totalmente respetable, pero no es lo mío.

Yo no es que prefiera estar. Es que creo que es mi obligación como madre estar presente e intentar tranquilizarle.

Personalmente, me sentiría peor no estando.

Si está en mis brazos, si le tomo la mano, si canto sus canciones preferidas… quiero creer que pasará mejor el trago.

Ese es mi punto de vista particular como madre.

Luego está el punto de vista de los profesionales de la salud.

Un post de Amalia Arce, la madre reciente pediatra que sabéis que sigo va por el mismo camino.

Os dejo parte:

En ocasiones en Urgencias hay que realizar tratamientos o exploraciones complementarias que pueden no ser muy agradables para los niños, como por ejemplo realizar una analítica o suturar una herida cutánea. A diferencia de los adultos, los niños no siempre pueden comprender el procedimiento a realizar, y aunque lo comprendan, lo habitual es que tengan un comportamiento receloso cuando no directamente actitudes de pánico. Las figuras del padre o de la madre en ese momento pueden ser facilitadoras para que el niño no asuma la situación con una angustia excesiva. Y al contrario, si los padres se muestran muy nerviosos o inquietos ante la situación, los niños se contagian y lo pasan peor. Por eso a mí me parece importante no mostrar nuestra propia ansiedad como padres en según qué momentos, aunque entiendo que esto no siempre es fácil.

Todo esto está ligado con la presencia o no de los padres durante las exploraciones o los tratamientos. En los diferentes hospitales dónde he trabajado he vivido diferentes actitudes, aunque la tendencia que va en aumento es la de permitir no sólo que los padres estén presentes sinó que puedan colaborar en alguna parte del procedimiento. De alguna manera la autonomía de los pacientes (y en este caso de sus padres como responsables) va ganando terreno al paternalismo que ha imperado en las décadas anteriores en el ejercicio de la medicina.

Los profesionales mantenemos diferentes actitudes ante la presencia de los padres. Hay quien incrementa su propia inseguridad y hay quién no tiene inconveniente en que estén. Generalmente suele ser más preocupante para el personal en formación.

Personalmente yo creo que los padres no deberían estar en momentos de soporte vital (por ejemplo si se están haciendo maniobras de reanimación) por lo complicado y estresante de la situación. Y tampoco en pruebas que requieren una esterilidad alta como por ejemplo en cirugías o punciones lumbares.

En el caso de procedimientos menores como las suturas, a mí no me importa que estén los padres. De hecho lo prefiero sobretodo en una circunstancia: cuando se da la suma de niño muy nervioso con padre/madre tranquilo/-a. Algunas padres ansiosos o que se han puesto nerviosos por la situación, o que son muy aprensivos deciden por iniciativa propia esperar fuera.

Algunos consejos y comentarios médicos poco aconsejables

Empezaré diciendo para curarme en salud, que ya me huelo como respirarán algunos, que respeto e incluso admiro mucho la labor, entrega y conocimientos de la mayoría de los pediatras, sobrecargados y vocacionales.

De hecho ya os he contado en el pasado lo contenta que estoy con la que me ha tocado en suerte en mi ambulatorio.

Pero como en todas las profesiones hay gente que se extralimita, que no se recicla, que hacen comentarios que podrían ahorrarse o dan consejos erróneos.

El otro día me contaron uno de esos casos.

Una madre recientísima está de vacaciones y por tanto lejos de su pediatra habitual. A su peque de menos de dos meses le salió una almorrana, así que acudió a un pediatra de la zona.

Pues bien, además de darle el tratamiento para ese problema, al comentar que era una niña muy llorona le dijo a mi amiga que la culpa era de ella, que ponía nerviosa a la niña, y que estuviera dos días sin cogerla, sacándose la leche y haciendo que se la diera con una jeringuilla otra persona.

También dijo que la niña estaba baja de peso y que había que poner un suplemento.

Mi amiga le contestó que ella tenía más leche de la que la niña tomaba, que de hecho se estaba sacando leche, y que nació pequeña pero que su pediatra habitual estaba muy contenta con la manera en que iba ganando peso. Una semana había sumado cuatrocientos gramos. En otra más de doscientos.

«Pues esa no es una manera normal de engordar» refunfuñó el pediatra, que todavía tuvo tiempo para tirar piedras contra su compañera de profesión antes de terminar la visita.

«¿Qué te ha dicho que es normal que pase varios días sin hacer caca? ¿Es pediatra o médico generalista? ¡No tiene ni idea!»

La reflexión de esta madre reciente fue que menos mal que acudió bien informada y segura de sí misma. De no haber sido así y si hubiera tenido un pediatra así desde el principio seguró que iría por el mundo creyéndose una mala madre y la lactancia materna hubiera fracasado.

Mi duda es qué se puede hacer cuando te encuentras con un médico así.

(Ilustración (c) 2009 Mamá de Lola.)