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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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El menguante poder de las petroleras occidentales en África

Hace pocos días escuchaba a un contertulio de radio pronunciar una inflamada e indignada intervención sobre la rapiña de las empresas petroleras occidentales en África.

No me sorprendió por los antecedentes que hay en esta materia: desde la brutal política colonial europea – con el rey Leopoldo II como cumbre de la mentira y la barbarie imperialista-, pasando por el expolio realizado por las conocidas como «Siete hermanas» – bautizadas así cono ironía por Enrico Mattei y antecesoras de BP, Exxon Mobil, Shell y Chevron en los tiempos previos a la OPEP -, y en los años noventa con incidentes como el asesinato del activista nigeriano por los derechos humanos Ken Saro Wiwa, en el que estuvo involucrada la empresa Shell y cuyo juicio seguimos el año pasado en este blog.

Tampoco me sorprendió pues el desplazamiento del poder de EE UU y Europa hacia lugares como China, India y Brasil – fenómeno al que podríamos denominar «el final de dos siglos de dominación del hombre blanco en el mundo» – está teniendo lugar a velocidad tan vertiginosa que a muchos los encuentra con el discurso novedosamente obsoleto, caduco por horas, cambiado de pie.

Nuevo escenario, nuevos análisis

No seré yo quien defienda ciertas prácticas de las empresas occidentales en el extranjero, pero tampoco parece acertado en el actualidad seguir aplicando algunos modelos para dar explicación a los problemas del mundo, pues no los explican.

Avanzamos hacia un futuro multipolar, carente de un poder hegemónico, concurrido de numerosos actores no ausentes de peso específico poblacional, financiero e industrial, en el que los hilos del poder se muestran cada día más intrincados, y nuestra mirada tiene que ser capaz de descubrir estos matices sino quiere caer en la retórica hueca, carente de fundamento.

Datos sobre la mesa

En este sentido, recomiendo enormemente la lectura del libro Poisoned Wells, de Nicholas Shaxson, periodista colaborador de The Economist, del FT y del siempre extraordinario Africa Confidential. Un par de párrafos e ideas como muestra:

En 2006, Energy Intelligence publicó un índice de compañías petroleras que debe haber sorprendido a muchos. Exxon Mobil, que tiene un valor de mercado similar al de Wal-Mart y Microsoft, estaba en el puesto decimotercero de este índice, por detrás de dos compañía africanas y con apenas una vigésima parte del tamaño de una empresa llamada Aramco.

Aramco es la compañía estatal de Arabia Saudí, que gestiona unas reservas de 260 mil millones de barriles. Las africanas son las estatales de Nigeria y Libia, con unos 20 mil millones de barriles por cabeza. Exxon se queda con apenas unos 12 mil millones. BP, Chevron, Total y Shell son aún menores en tamaño.

Mucha gente tiene la idea de que las compañías occidentales son agentes del imperialismo que fuerzan a los estados africanos a aceptar los dictados de Washington y Londres […] Pero los grandes países productores africanos ingresan entre el 70 y el 90% del beneficio en sus arcas, una vez que se han pagado los gastos de desarrollo, dejando un modesto margen para las empresas privadas. El hombre blanco y sus empresas no tira más de los hilos de África.

Quiero ser chino

Otro factor importante en este escenario es el desembarco de China, que en menos de un lustro de presencia en el continente ha superado en inversión a Occidente. Unos 107 mil millones de euros anuales según The Economist. Los gobernantes africanos tienen nuevos compradores, que ni siquiera – aunque sea en la retórica – se preocupan por los derechos humanos, como demuestra el apoyo de Beijing a Sudán a pesar del genocidio de Darfur.

Una presencia que cualquiera que haya estado recientemente en África habrá notado: desde las escuelas chinas de negocio hasta el asfaltado de carreteras y la explotación de minas. Así como hace veinte, treinta o cuarenta años, no pocos soñaban con ser estadounidenses, con empaparse de la pujanza de sus profesionales y hombres de negocio; hoy el anhelo de muchos en los países ascendentes es aprender de China.

Para más información sobre este tema, que no es de poca importancia debido a la miseria y la violencia que suelen generar en África estos recursos naturales – dejando al margen estados como Bostwana -, no sólo el libro de Nicholas Shaxson, sino también sitios con información más actualizada como African Energy.

Mercenarios: la historia del delirante intento de golpe de estado en Guinea Ecuatorial

La historia del intento de golpe de estado contra Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial, orquestado por Simon Mann y su grupo de mercenarios en marzo de 2004, es tan compleja y por momentos surrealista que merece una presentación detallada y exhaustiva.


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Una historia que, más allá de su valor narrativo intrínseco, aporta un elemento de reflexión en el debate sobre la participación de las empresas militares privadas en los conflictos armados, ya que muestra cómo algunos de estos hombres de armas, que hoy dicen actuar en Afganistán, Irak y Sudán para defender la paz, además del gatillo fácil que han desmotrado, pueden cambiar rápidamente de bando y ponerse al servicio de los intereses espurios: traficar armas o tratar de derrocar gobiernos.

Pero también es una narración que nos atañe directamente. Y no sólo porque Guinea Ecuatorial sea una antigua colonia española, sino porque el primer ministro de este país acusó ante la ONU al gobierno de José María Aznar de haber tenido relación con la intentona golpista.

Hipótesis difícil de demostrar que asimismo sugieren periodistas tan avezados en la materia como Robert Young Pelton. En su libro License to Kill da varias razones: la presencia de Severo Moto en Madrid, que habría ascendido al poder tras el golpe de estado, y la necesidad de nuestro país de contar con nuevas fuentes de petróleo. Hasta llega a afirmar que los planes de los mercenarios se podrían haber acelerado para que no coincidiesen con las elecciones del 14 de marzo de 2004.

El ideólogo: un comerciante libanés

La idea de sacar del poder a Teodoro Obiang, a través de la actuación de un grupo de mercenarios, surgió del comerciante libanés Eli Calil, de 58 años de edad. Nacido en Kano, Nigeria, y amigo del Comisario de Comercio de la UE Peter Mandelson, conoce muy bien la forma de servir de intermediario entre los recursos minerales de África y las necesidades de materias primas de Occidente.

Labor que, según los usos y costumbres de la región, siempre ha realizado a cambio de porcentajes de los beneficios que lo han convertido en multimillonario. Pero que en algunos casos han incomodado a las contrapartes europeas, como le sucedió en 2002. Tras haber cerrado un contrato entre la empresa francesa TotalFinalElf (TFE) y el antiguo dictador nigeriano Sani Abacha, para la explotación de petróleo en la nación del delta del Níger, fue detenido en París y las autoridades congelaron sus cuentas.

Robert Young Pelton afirma que esa fue la razón que empujó a Eli Calil a buscar un botín aún mayor: el petróleo de Guinea Ecuatorial. Siguiendo el ejemplo de Bush en Irak, vendería el golpe de estado a la comunidad internacional como una acción humanitaria, destinada a terminar con el brutal dictador Obiang. Para conseguir este objetivo, su primer paso fue financiar a Severo Moto y su gobierno en el exilio en Madrid. Estrategia que comenzó a articular en 2002.

Severo Moto ya había intentado dar su propio golpe de estado. En 1995 las autoridades de Angola lo habían detenido en un pesquero ruso cargado de armas y mercenarios cuando se dirigía a Guinea Ecuatorial. La justicia de Malabo lo condenó en ausencia a 101 años de cárcel.

Un cuantioso botín: el petróleo guineano

Guinea Ecuatorial se independizó de España en 1968. Su primer presidente, Francisco Macías Nguema, demostró ser un sátrapa autoritario en toda regla, al mejor estilo de Mobutu Sese Seko. No sólo se estima que mató cincuenta mil opositores, y obligó a tomar el camino del exilio a otros cien mil, sino que hundió a su país en la miseria, convirtiéndolo en el más pobre de África, lo que no es poco decir.

A los 37 años de edad, Teodoro Obiang sacó del poder a su tío. En cuatro días juzgó a los miembros de la antigua administración y ejecutó a Nguema. Aunque Obiang demostró no se tan cruel como su antecesor, lo cierto es que desde 1979 gobierna al país con mano dura.

La suerte de Guinea Ecuatorial empezó a cambiar en 1984, cuando se encontró el primer yacimiento de gas. Los campos de Alba comenzaron a ser explotados en 1991. Sin embargo, el descubrimiento más espectacular tendría lugar en 1995. El yacimiento de Zafiro, de petróleo y gas, y situado en el mar, permitiría la producción diaria de 350 mil barriles. Esto situaba a la pequeña nación africana detrás de Nigeria como exportadora de petróleo.

El gobierno de Obiang pasó de España y Francia a la hora de explotar estos recursos, y abrió las puertas a las empresas de EEUU: Exxon Mobil, Hees and Maratón Oil, Triton Energy, GE Petrol. Tanto es así que el petróleo africano alcanza el 15% de la cuota de mercado estadounidense, y en poco tiempo superará inclusive a Arabia Saudí.

El hombre en Malabo: un viejo mercenario

Eli Calil, que también tiene nacionalidad británica, vive en una mansión de 20 millones de dólares en el barrio londinense de Chelsea, donde cómo ya comenté en este blog tenían sus oficinas las primeras empresas de mercenarios de Tim Spicer y Simon Mann.

Para organizar el golpe de estado, Calil se puso justamente en contacto Simon Mann, cuya peripecia vital he narrado en la entrada anterior. Aunque Mann se había labrado una fortuna de más de 60 millones de dólares con sus actividades en las empresas Executive Outcomes y Sandline Internacional, lo cierto es que el imparable tren de vida que llevaba hacía que necesitase conseguir nuevos ingresos.

Radicado en Sudáfrica, Mann se encargó de coordinar a los financiadotes del golpe, que fueron hombres de poder, prestigiosos, como Mark Thatcher, el hijo de la dama de hierro. Y en el terreno, en Malabo, contactó con otro mercenario con un largo historial: Nick du Toit, que sería el encargado de articular la intentona golpista desde Guinea Ecuatorial.

La parte final del plan resultaba absolutamente surrealista. Nick du Toit llevaría a Obiang al aeropuerto, donde un avión habría traído un cargamento de vehículos de lujo destinados como regalo al dictador. En ese momento Obiang sería detenido junto a su guardia marroquí. Los mercenarios tomarían el poder y treinta minutos más tarde llegaría Severo Moto, que antes había pasado por Canarias.

Catástrofe medioambiental tras la guerra en Líbano

Una guerra no termina cuando las tropas se repliegan y las partes enfrentadas firman acuerdos de paz. Sus consecuencias suelen ser tan terribles y devastadoras que perduran en el tiempo.

El horror de los combates pervive en el recuerdo de los muertos, en el dolor de los heridos, en la amenaza de las minas antipersona, en las infraestructuras que hay que volver a construir, en los negocios cerrados, en la destrucción del medio ambiente.

Durante el conflicto armado con Hezbolá, los aviones israelíes atacaron en dos ocasiones, los días 13 y 15 de julio, los cinco enormes tanques de almacenamiento de combustible de una central eléctrica situada en la localidad de El Jiye, a 40 kilómetros al sur de Beirut.

Más de 30 mil toneladas de fuel se esparcieron por el mar Mediterráneo cubriendo de negro 140 kilómetros de playas, en una imagen que recuerda al desastre del Prestige (77 mil toneladas de crudo) y al del Exxon Valdez (37.000 toneladas). La mancha de chapapote era de tales dimensiones que alcanzó las costas de Siria.

El bloqueo marítimo de Israel retrasó durante semanas el comienzo de las labores de limpieza por parte de los voluntarios, que hoy son llevadas a cabo por ONG locales y extranjeras.

Los expertos del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente estiman que litoral marítimo libanés tardará años en volver a la normalidad, en la que ya es considerada como la peor catástrofe ecológica de la historia de este país.

También están causando daño a la naturaleza los escapes tóxicos de las neveras destruidas en las casas de familia bajo las bombas, o de los equipamientos de algunas empresas, como la Maliban Glass Factory, en el valle del Bekaa, alcanzada por varios misiles. Esto sin contar el millón y medio de bombas de racimo, minas antipersona y diversa clase de armamento sin detonar esparcido por el sur del país.

Un vídeo que se filmó para ser presentado en la conferencia de donantes que tuvo lugar en Estocolmo para la reconstrucción de Líbano después de la guerra: