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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

¿Sabes cuál es el pájaro primaveral más sinvergüenza?

Cuco. Foto: Chris Romeiks / Wikimedia Commons

Respecto a este pájaro, el diccionario de la Real Academia de la Lengua no se anda por las ramas: Taimado y astutoque ante todo mira por su medro o comodidad.

¿Qué pájaro puede ser descrito así? No hay duda: el cuco (Cuculus canorus). En realidad, se dice de la persona que se parece a él, porque el cuco, no hay duda, es a nuestro parecer una ave astuta pero ante todo, con un morro que se lo pisa. Al margen de que su canto sea heraldo de la primavera, al margen de sus supuestas dotes adivinatorias, al margen de su increíble forma de vida, el cuco es un capullo.

Estamos en “abril, abriluco, el mes del cuco”, una de las pocas aves que prosperan en la Naturaleza sin tener que gastar energías en criar y proteger a su prole. Esta semana he tenido la fortuna de poder escuchar a uno de los primeros cucos que han llegado al Pirineo. Lo oí viendo pájaros en el Valle de Tella, a las puertas del Parque Nacional de Ordesa (Huesca). En este nuevo vídeoblog de mi canal en YouTube [¿todavía no te has suscrito?] te cuento mi experiencia.

El terror de los pajaritos

Dice el refrán que al cuco san José le da el habla y san Pedro se la quita.

Viene a cuento, pues hacia el 19 de marzo (san José) llegan los primeros machos de cuco a España desde sus lejanos cuarteles de invierno africanos. Y se ponen a cantar en busca de hembras fértiles. Por san Pedro (29 de junio) tienen ya todo el pescado vendido y dejan de cantar. Para entonces, su hembra fertilizada (o sus hembras, pues no le hace feos a ninguna) ya ha echado el ojo a nidos de pajaritos diminutos como petirrojos, currucas, carriceros, bisbitas o lavanderas.

Aprovechando su parecido con un gavilán, cuando se acerca a ellos nadie les rechista, momento que aprovecha para dar el cambiazo a espaldas de sus dueños. Pone un huevo que imita magistralmente al de la especie elegida, y para borrar huellas se lleva en el pico el huevo que acaba de suplantar.

Cuando vuelve el pajarito cuenta el número de huevos, ve que están los mismos que dejó, y sigue inocente la incubación. A lo largo de la primavera esa ave tan cuca puede poner hasta una docena de huevos en nidos ajenos. Y ahí termina su responsabilidad materna. Nunca verá ni cuidará a sus crías. Se las criarán otros.

Foto: Per Harald Olsen / Wikimedia Commons

El joven cuco tiene un nacimiento prematuro. Cuando rompe el cascarón apenas es un embrión, ciego y desvalido. Pero tiene un libro de instrucciones, su instinto, que le empuja a hacer algo terrible. Sus primeras fuerzas las dedica a tirar fuera del nido al resto de huevos y pollos, gracias a una depresión en forma de cuchara de su espalda que le facilita el cruel lanzamiento. ¿Y si hubiera un segundo pollo de cuco, de otra hembra? El más fuerte gana. Solo se puede quedar uno en el nido y lo saben. «Uno de los dos sobra aquí, forastero».

Huérfano por convicción, sus padres adoptivos a la fuerza no tienen más remedio que criarlo. Una tarea ingente, titánica, pues casi siempre el voraz pollo es mucho más grande que sus fatigados progenitores de alquiler.

Mientras tanto sus padres naturales, a los que nunca conoció, se vuelven a África en julio. Las crías no lo harán hasta agosto o septiembre, solas y por la noche.

Una duda: ¿Qué instinto les enseña el camino exacto y en el tiempo preciso hacia esos remotos lugares al sur del Sáhara donde pasan el invierno?

Y otra duda ¿Cómo se reconocen al regresar como seres de la misma especie, cuando sus únicas referencias visuales desde el nacimiento fueron sus padres adoptivos?

El pájaro adivino

Como Pilar Cano me contó una vez en Irus de Mena (Burgos), si el primer día en que canta el cuco llevas algunas monedas en el bolsillo no te faltará dinero en todo el año. ¿Será verdad? Yo por si acaso, cuando estos días salgo al campo llevo siempre unas monedas en los bolsillos por si oigo al popular pájaro. Pero esta vez no hubo suerte. Lo que toqué al meterme la mano en el bolsillo fue la tarjeta de crédito. ¿Será cuco el cuco?

Hay una costumbre infantil mucho más hermosa que escuché de niño. Cuando escuchas el cuco en el campo, le preguntas con voz en grito:

“Cuco, cuclillo, rabo de escoba, ¿cuántos años faltan para mi boda?”

Tantas veces diga el cuco «cu-cu, cu-cu», tantos años quedarán para el matrimonio.

Aunque otros se saben una variante mucho menos benéfica:

«Cuco, cuclillo, rabo de perro, ¿cuántos años faltan para mi entierro?»

Por si las moscas, esta segunda cancioncilla no se la recomiendo a nadie.

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