Entradas etiquetadas como ‘biología evolutiva’

Ayala, ¿más conocido ahora por las denuncias de acoso sexual que por su ciencia?

El gran científico de origen español Francisco José Ayala ha sido obligado a abandonar su puesto en la Universidad de California, y su nombre ha sido borrado de programas, edificios y becas (es un prominente mecenas de la institución), después de que una minuciosa investigación interna haya considerado fundadas las denuncias de acoso sexual de cuatro colaboradoras suyas.

No vengo aquí a juzgar el comportamiento de Ayala o lo justificado de las denuncias, ya que como es obvio desconozco por completo ambas cuestiones. No voy a unirme a ese frívolo juego tan popular de morder la carnaza sin saber antes a fondo de qué está hecha. Entrevisté a Ayala un par de veces o tres por teléfono hace ya muchos años, y como es lógico me dejó la impresión esperada, la de un brillante pensador cercano y amable, con un gran amor por la ciencia y una notable capacidad divulgadora.

He conocido al Ayala científico, no al Ayala persona. Si bajo esa fachada se escondía alguien que aprovechaba su doble condición de hombre y poderoso para someter a una humillación silenciosa a otras personas por su doble condición de mujeres y subordinadas, merecería el mismo desprecio que cualquier otro tipo con el mismo perfil, ya sea el jefe de un taller de costura o un premio Nobel. Simplemente pensando en lo que yo sentiría si algo semejante le ocurriera a una mujer que amo, puedo aproximarme un poco a lo que sentiría ella, pero sabiendo que lo que sentiría yo solo sería una fracción de lo que sentiría ella.

Francisco J. Ayala. Imagen de Xiao Dai / Wikipedia.

Francisco J. Ayala. Imagen de Xiao Dai / Wikipedia.

Pero si por el contrario, como ha asegurado al diario El Mundo su colaborador Camilo José Cela Conde (hijo del escritor), a Ayala le han acusado por “decirle a una mujer que es guapa y elegante” y por saludar besando en las mejillas (un gesto que, es cierto, en EEUU se considera raro, y totalmente inapropiado en el ámbito profesional), el asunto cambiaría radicalmente.

Esto último no es necesariamente inconcebible. Recuerdo que, durante mis años de tesis doctoral, supe de un compañero que se había marchado a EEUU con un postdoc y que había sido tildado de acosador por una colaboradora por haber colocado en su despacho una estatuilla de la Venus de Milo. Claro, él procedía de un laboratorio cuyo director tenía un condón femenino pegado a la ventana, y que en las cenas de grupo solía contar sus aventuras juveniles en una comuna hippie donde un chico negro le practicó una penetración anal.

Recuerdo haber leído hace unos años un divertido blog de una chica estadounidense (siento no recordar algún dato más concreto para rebuscarlo y poner aquí un enlace) que residía en España y trabajaba como auxiliar de conversación de inglés en un colegio. Comentando las diferencias culturales entre EEUU y España, algo le había llamado enormemente la atención, y es que en las paredes del colegio colgaban, decía ella, imágenes de mujeres desnudas. Eran fotos de cuadros como la maja desnuda de Goya o la Venus del espejo de Velázquez. Decía sentirse incomodada por aquellas imágenes, que en su país jamás estarían expuestas a la vista de los niños.

El propio Ayala ha difundido una declaración en estos términos:

Lamento profundamente que lo que yo siempre he considerado como los buenos modales de un caballero europeo –saludar a las mujeres afectuosamente, con un beso en ambas mejillas, halagarlas sobre su belleza– haya hecho sentir incómodas a colegas a las que respeto. Nunca fue mi intención. No quiero someterlas a ellas, a mi familia o a esta institución a un largo proceso de investigaciones, audiencias, apelaciones y demandas. Tengo mucho respeto por ellas, y mucho trabajo por hacer. Continuaré mi investigación con vigor renovado y agradezco su apoyo a mis colegas de todo el mundo.

Por su parte, en el diario The New York Times la abogada de tres de las denunciantes, Micha Liberty, alegaba que «hay una gran diferencia entre los modales de caballero y el acoso sexual en el trabajo. No estaríamos aquí si estuviéramos hablando de modales y galantería». Liberty añadía que se trataba de «comentarios inapropiados y otro tipo de conductas», incluyendo tocamientos no deseados, y que entre algunas personas circulaban comentarios como «no te quedes a solas con él» o «no subas en el ascensor con él».

En el bando contrario, el diario señalaba que «algunos de los colegas del Dr. Ayala han expresado su consternación ante las alegaciones presentadas contra él». La astrofísica Virginia Trimble ha declarado: «es un buen ser humano. No sé decirlo de otra manera». Trimble le ha enviado un email a Ayala con el asunto «no me creo una palabra». El matemático Donald Saari ha calificado el asunto de «perturbador». «Contradice todo lo que sé sobre el Dr. Ayala», ha dicho. En la revista Science la colaboradora de Ayala Kristen Monroe, politóloga de la misma universidad, apunta: «Estoy impactada y sorprendida por los cargos contra el profesor Ayala, ya que nada en nuestra interacción durante más de 20 años ha sugerido que trate a las mujeres de otro modo que con respeto y cortesía».

Estos son los hechos y tengo poco más que añadir, salvo que si algo parece meridianamente claro es que el caso de Ayala no es ni remotamente cercano al de Harvey Weinstein (el productor de cine que motivó la campaña #MeToo), ni tampoco al de James Watson (más sobre Watson abajo). Mi impresión personal perfectamente opinable es que tal vez un hombre de 84 años no ha sabido adaptarse a un cambio cultural necesario: el de considerar machistas ciertos comportamientos diferenciales hacia hombres y mujeres que en su época de crianza eran de uso común, como entonces también lo eran ciertos comportamientos diferenciales hacia personas con distintos colores de piel.

Pero si traigo hoy el caso de Ayala es porque me interesa destacar dos aspectos relacionados al hilo del asunto. El primero de ellos lo planteo en forma de pregunta: ¿cuántos sabían quién es Francisco J. Ayala antes de este episodio?

Ayala forma parte de una escuela y una generación de biólogos evolutivos que reactualizaron las teorías de Charles Darwin a las nuevas disciplinas, enfoques y herramientas científicas nacidas en el siglo XX, como la genética molecular y la biología de poblaciones. Sus contribuciones han sido muy destacadas en campos como la evolución comparada en humanos y otros primates o la determinación de distancias evolutivas, además de haber investigado también el proceso evolutivo de enfermedades como la malaria. Es uno de los biólogos evolutivos más admirados y prestigiosos del mundo y toda una institución en su campo, exasesor del entonces presidente Bill Clinton y expresidente de la Asociación de EEUU para el Avance de la Ciencia, la primera institución científica del mundo, editora de la revista Science. Si Ayala no tiene un Nobel, es sencillamente porque no existe el Nobel de Biología.

Y a pesar de todo ello, Ayala es probablemente un desconocido para el ciudadano medio español. En este país tan carcomido por los nacionalismos de una y otra bandera, el hecho de que Ayala se nacionalizara estadounidense le ha dejado fuera de una popularidad científica detentada en su lugar por otros (nótese el verbo). Pero Ayala solo hizo lo lógico y natural: emigró de un país pobre en ciencia (entonces más que ahora) a la primera potencia científica del mundo, comprobó lo bien que se investiga allí y lo bien que se vive de investigar allí, y se quedó. A España vienen los futbolistas.

Lo irónico de todo el asunto es que muchos habrán conocido a Ayala no como el gran científico que lleva siendo durante gran parte de sus 84 años, sino como el acosador sexual que parece ser ahora. Desde luego, si realmente lo es, merece que su nombre quede unido indisolublemente a esta mancha. Pero ojalá hubiera sido tan conocido aquí antes, cuando solo era uno de los mejores biólogos evolutivos del mundo.

El segundo aspecto está relacionado con lo anterior, y es que, con independencia de que Ayala sea realmente un acosador sexual o no, tanto en ciencia como en cualquier otro aspecto de la creación humana debemos aprender a separar a la persona de su obra. Tenemos una estúpida tendencia a dar por hecho que el autor de una obra admirable debe ser por fuerza una persona admirable, y en infinidad de casos no es así. Como ejemplos, rescato algo que escribí aquí hace unos meses, con una profusión de enlaces para que quien quiera pueda acudir a las fuentes:

Quien piense que no es posible admirar la creación sin admirar a su creador, debería abstenerse de disfrutar de las obras de los antisemitas Degas, Renoir o T. S. Eliot, los racistas Lovecraft y Patricia Highsmith, el fascista Céline, los pedófilos Gauguin y Flaubert, el machista Picasso, el maltratador y homófobo Norman Mailer, el incestuoso Byron o incluso la madre negligente y cruel Enid Blyton (autora de Los cinco). Y por supuesto, jamás escuchar a Wagner, el antisemita favorito de Hitler. Esto, solo por citar algunos casos; con demasiada frecuencia, una gran obra no esconde detrás a una gran persona.

No pretendo comparar a Ayala con los personajes mencionados, algo que –de acuerdo a lo publicado– sería profundamente injusto incluso desde la postura más extrema. Lo que propugno es que, incluso en los casos demostradamente más deleznables, debemos distinguir al autor de su obra. Puede aprovecharse aquello de valioso, si es que lo hubo, que pudiera haber aportado a la psquiatría infantil el médico nazi Hans Asperger sin necesidad de recordar ni mucho menos homenajear su nombre.

Tal vez el ejemplo científico que mejor ha plasmado este conflicto sea el de James Watson, cuya contribución sí ha sido tan esencial –el descubrimiento de la estructura del ADN– como lamentables han sido sus declaraciones y actitudes racistas y misóginas. Así de acertadamente lo exponía en 2014 el genetista británico Adam Rutherford en el diario The Guardian:

“Nadie quiere admitir que existo”, dice Watson. No es eso. Es más bien que nadie está interesado en sus visiones racistas y sexistas. Watson, junto con Crick, siempre será el descubridor de la doble hélice, a mi juicio la revolución científica del siglo XX. Este es nuestro reto: celebrar la ciencia cuando es grande, y a los científicos cuando lo merecen. Y cuando resultan ser unos fanáticos horribles, seamos honestos también con ello. Resulta que, igual que el ADN, la gente es conflictiva, complicada y a veces llena de errores espantosos.

Westworld, la teoría bicameral y el fin del mundo según Elon Musk (I)

Hace unos días terminé de ver la primera temporada de Westworld, la serie de HBO. Dado que no soy un gran espectador de series, no creo que mi opinión crítica valga mucho, aunque debo decir que me pareció de lo mejor que he visto en los últimos años y que aguardo con ansiedad la segunda temporada. Se estrena a finales del próximo mes, pero yo tendré que esperar algunos meses más: no soy suscriptor de teles de pago, pero tampoco soy pirata; como autor defiendo los derechos de autor, y mis series las veo en DVD o Blu-ray comprados con todas las de la ley (un amigo se ríe de mí cuando le digo que compro series; me mira como si viniera de Saturno, o como si lo normal y corriente fuera robar los jerséis en Zara. ¿Verdad, Alfonso?).

Pero además de los guiones brillantes, interpretaciones sobresalientes, una línea narrativa tan tensa que puede pulsarse, una ambientación magnífica y unas sorpresas argumentales que le dan a uno ganas de aplaudir, puedo decirles que si, como a mí, les añade valor que se rasquen ciertas grandes preguntas, como en qué consiste un ser humano, o si el progreso tecnológico nos llevará a riesgos y encrucijadas éticas que no estaremos preparados para afrontar ni resolver, entonces Westworld es su serie.

Imagen de HBO.

Imagen de HBO.

Les resumo brevemente la historia por si aún no la conocen. Y sin spoilers, lo prometo. La serie está basada en una película del mismo título escrita y dirigida en 1973 por Michael Crichton, el autor de Parque Jurásico, y que aquí se tituló libremente como Almas de metal. Cuenta la existencia de un parque temático para adultos donde los visitantes se sumergen en la experiencia de vivir en otra época y lugar, concretamente en el Far West.

Este mundo ficticio creado para ellos está poblado por los llamados anfitriones, androides perfectos e imposibles de distinguir a simple vista de los humanos reales. Y ya pueden imaginar qué fines albergan los acaudalados visitantes: la versión original de Crichton era considerablemente más recatada, pero en la serie escrita por la pareja de guionistas Lisa Joy y Jonathan Nolan el propósito de los clientes del parque viene resumido en palabras de uno de los personajes: matar y follar. Y sí, se mata mucho y se folla mucho. El conflicto surge cuando los anfitriones comienzan a demostrar que son algo más que máquinas, y hasta ahí puedo leer.

Sí, en efecto no es ni mucho menos la primera obra de ficción que presenta este conflicto; de hecho, la adquisición de autonomía y consciencia por parte de la Inteligencia Artificial era el tema de la obra cumbre de este súbgenero, Yo, robot, de Asimov, y ha sido tratado infinidad de veces en la literatura, el cine y la televisión. Pero Westworld lo hace de una manera original y novedosa: es especialmente astuto por parte de Joy y Nolan el haber elegido basar su historia en una interesante y algo loca teoría sobre la evolución de la mente humana que se ajusta como unos leggings a la ficticia creación de los anfitriones. Y que podría estar más cerca del futuro real de lo que sospecharíamos.

La idea se remonta a 1976, cuando el psicólogo estadounidense Julian Jaynes publicó su libro The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind (está traducido al castellano, El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral), una obra muy popular que desde entonces ha motivado intensos debates entre psicólogos, filósofos, historiadores, neurocientíficos, psiquiatras, antropólogos, biólogos evolutivos y otros especialistas en cualquier otra disciplina que tenga algo que ver con lo que nos hace humanos a los humanos.

Julian Jaynes. Imagen de Wikipedia.

Julian Jaynes. Imagen de Wikipedia.

El libro de Jaynes trataba de responder a una de las preguntas más esenciales del pensamiento humano: ¿cómo surgió nuestra mente? Es obvio que no somos la única especie inteligente en este planeta, pero somos diferentes en algo. Un cuervo puede solucionar problemas relativamente complejos, idear estrategias, ensayarlas y recordarlas. Algunos científicos piensan que ciertos animales tienen capacidad de pensamiento abstracto. Otros no lo creen. Pero de lo que caben pocas dudas es de que ninguna otra especie como nosotros es consciente de su propia consciencia; podrán pensar, pero no pueden pensar sobre sus pensamientos. No tienen capacidad de introspección.

El proceso de aparición y evolución de la mente humana tal como hoy la conocemos aún nos oculta muchos secretos. ¿Nuestra especie ha sido siempre mentalmente como somos ahora? Si no es así, ¿desde cuándo lo es? ¿Hay algo esencial que diferencie nuestra mente actual de la de nuestros primeros antepasados? ¿Pensaban los neandertales como pensamos nosotros? Muchos expertos coinciden en que, en el ser humano, el lenguaje ha sido una condición necesaria para adquirir esa capacidad que nos diferencia de otros animales. Pero ¿es suficiente?

En su libro, Jaynes respondía a estas preguntas: no, desde hace unos pocos miles de años, sí, no y no. El psicólogo pensaba que no bastó con el desarrollo del lenguaje para que en nuestra mente surgiera esa forma superior de consciencia, la que es capaz de reflexionar sobre sí misma, sino que fue necesario un empujón propiciado por ciertos factores ambientales externos para que algo en nuestro interior hiciera «clic» y cambiara radicalmente la manera de funcionar de nuestro cerebro.

Lo que Jaynes proponía era esto: a partir de la aparición del lenguaje, la mente humana era bicameral, una metáfora tomada del sistema político de doble cámara que opera en muchos países, entre ellos el nuestro. Estas dos cámaras se correspondían con los dos hemisferios cerebrales: el derecho hablaba y ordenaba, mientras el izquierdo escuchaba y obedecía. Pero en este caso no hay metáforas: el hemisferio izquierdo literalmente oía voces procedentes de su mitad gemela que le instruían sobre qué debía hacer, en forma de «alucinaciones auditivas». Durante milenios nuestra mente carecía de introspección porque las funciones estaban separadas entre la mitad que dictaba y la que actuaba; el cerebro no podía pensar sobre sí mismo.

Según Jaynes, esto fue así hasta hace algo más de unos 3.000 años. Entonces ocurrió algo: el colapso de la Edad del Bronce. Las antiguas grandes civilizaciones quedaron destruidas por las guerras, y comenzó la Edad Oscura Griega, que reemplazó las ciudades del período anterior por pequeñas comunidades dispersas. El ser humano se enfrentaba entonces a un nuevo entorno más hostil y desafiante, y fue esto lo que provocó ese clic: el cerebro necesitó volverse más flexible y creativo para encontrar soluciones a los nuevos problemas, y fue entonces cuando las dos cámaras de la mente se fusionaron en una, apareciendo así esa metaconsciencia y la capacidad introspectiva.

Así contada, la teoría podría parecer el producto de una noche de insomnio, por no decir algo peor. Pero por ello el psicólogo dedicó un libro a explicarse y sustentar su propuesta en una exhaustiva documentación histórica y en el conocimiento neuropsicológico de su época. Y entonces es cuando parece que las piezas comienzan a caer y encajar como en el Tetris.

Jaynes mostraba que los escritos anteriores al momento de esa supuesta evolución mental carecían de todo signo de introspección, y que en los casos en que no era así, como en el Poema de Gilgamesh, esos fragmentos había sido probablemente añadidos después. Las musas hablaban a los antiguos poetas. En el Antiguo Testamento bíblico y otras obras antiguas era frecuente que los personajes actuaran motivados por una voz de Dios o de sus antepasados que les hablaba, algo que luego comenzó a desaparecer, siendo sustituido por la oración, los oráculos y los adivinos; según Jaynes, aquellos que todavía conservaban la mente bicameral y a quienes se recurría para conocer los designios de los dioses. Los niños, que quizá desarrollaban su mente pasando por el estado bicameral, han sido frecuentes instrumentos de esa especie de voluntad divina. Y curiosamente, muchas apariciones milagrosas tienen a niños como protagonistas. La esquizofrenia y otros trastornos en los que el individuo oye voces serían para Jaynes vestigios evolutivos de la mente bicameral. Incluso la necesidad humana de la autoridad externa para tomar decisiones sería, según Jaynes, un resto del pasado en el que recibíamos órdenes del interior de nuestra propia cabeza.

Jaynes ejemplificaba el paso de un estado mental a otro a través de dos obras atribuidas al mismo autor, Homero: en La Ilíada no hay signos de esa metaconsciencia, que sí aparecen en La Odisea, de elaboración posterior. Hoy muchos expertos no creen que Homero fuese un autor real, sino más bien una especie de marca para englobar una tradición narrativa.

Por otra parte, Jaynes aportó también ciertos argumentos neurocientíficos en defensa de la mente bicameral. Dos áreas de la corteza cerebral izquierda, llamadas de Wernicke y de Broca, están implicadas en la producción y la comprensión del lenguaje, mientras que sus homólogas en el hemisferio derecho tienen funciones menos definidas. El psicólogo señalaba que en ciertos estudios las alucinaciones auditivas se correspondían con un aumento de actividad en esas regiones derechas, que según su teoría serían las encargadas de dictar instrucciones al cerebro izquierdo.

Las pruebas presentadas por Jaynes resultan tan asombrosas que su libro fue recibido con una mezcla de incredulidad y aplauso. Quizá las reacciones a su audaz teoría se resumen mejor en esta cita del biólogo evolutivo Richard Dawkins en su obra de 2006 El espejismo de Dios: «es uno de esos libros que o bien es una completa basura o bien el trabajo de un genio consumado, ¡nada a medio camino! Probablemente sea lo primero, pero no apostaría muy fuerte».

El libro de Jaynes y algunas obras influidas por él. Imagen de Steve Rainwater / Flickr / CC.

El libro de Jaynes y algunas obras influidas por él. Imagen de Steve Rainwater / Flickr / CC.

La teoría de la mente bicameral hoy no goza de aceptación general por parte de los expertos, pero cuenta con ardientes apoyos y con una sociedad dedicada a su memoria y sus estudios. Los críticos han señalado incoherencias y agujeros en el edificio argumental de Jaynes, que a su vez han sido contestados por sus defensores; el propio autor falleció en 1997. Desde el punto de vista biológico y aunque la selección natural favorecería variaciones en la estructura mental que ofrezcan una ventaja frente a un entorno nuevo y distinto, tal vez lo más difícil de creer sea que la mente humana pudiera experimentar ese cambio súbito de forma repentina y al mismo tiempo en todas las poblaciones, muchas de ellas totalmente aisladas entre sí; algunos grupos étnicos no han tenido contacto con otras culturas hasta el siglo XX.

En el fondo y según lo que contaba ayer, la teoría de la mente bicameral no deja de ser pseudociencia; es imposible probar que Jaynes tenía razón, pero sobre todo es imposible demostrar que no la tenía. Pero como también expliqué y al igual que no toda la no-ciencia llega a la categoría de pseudociencia, por mucho que se grite, tampoco todas las pseudociencias son iguales: la homeopatía está ampliamente desacreditada y no suscita el menor debate en la comunidad científica, mientras que por ejemplo el test de Rorschach aún es motivo de intensa discusión, e incluso quienes lo desautorizan también reconocen que tiene cierta utilidad en el diagnóstico de la esquizofrenia y los trastornos del pensamiento.

La obra de Jaynes ha dejado huella en la ficción. El autor de ciencia ficción Philip K. Dick, que padecía sus propios problemas de voces, le escribió al psicólogo una carta entusiasta: «su soberbio libro me ha hecho posible discutir abiertamente mis experiencias del 3 de 1974 sin ser llamado simplemente esquizofrénico». David Bowie incluyó el libro de Jaynes entre sus lecturas imprescindibles y reconoció su influencia mientras trabajaba con Brian Eno en el álbum Low, que marcó un cambio de rumbo en su estilo hacia sonidos más experimentales.

Pero ¿qué tiene que ver la teoría bicameral con Westworld, con nuestro futuro, con Elon Musk y el fin del mundo? Mañana seguimos.

 

Nightwish y Darwin, música y ciencia, metal sinfónico y biología evolutiva

No es frecuente que el rock en general se ocupe de temas de ciencia, a pesar de que un puñado de músicos prominentes tienen formación científica e incluso se han doctorado. Uno de estos últimos, Greg Graffin de Bad Religion, suele salpicar sus temas con reflexiones antropológico-evolutivas. Están, por supuesto, las magníficas serenatas espaciales de Bowie, el Astronomy Domine de Pink Floyd, las referencias tecnocientíficas de Kraftwerk…

Mike Oldfield le dedicó un álbum a la novela de Arthur C. Clarke The Songs of Distant Earth. Y por supuesto, no olvidemos ’39, ese gran tema del astrofísico y guitarrista de Queen Brian May que cuenta cómo un grupo de colonos espaciales regresa a la Tierra para descubrir que el año transcurrido para ellos ha sido un siglo aquí, debido a la dilatación del tiempo según la relatividad especial de Einstein.

Pero no, The Scientist de Coldplay no cuenta: la tribulación de un científico arrepentido por abstraerse en sus números y en sus «preguntas de ciencia, ciencia y progreso», mientras su chica se le escapa porque él no ha escuchado los gritos de su corazón, es, además de una sobredosis de azúcar, si acaso un tema anti-ciencia.

He sabido que el próximo 9 de marzo sale a la venta Decades, un doble álbum recopilatorio que celebra los 20 años de Nightwish, y es una buena ocasión para traerles aquí una recomendación músico-científica. Nightwish es el grupo finlandés que más discos vende en el mundo, una banda de metal sinfónico con toques folk, power y alguna gota gótica. Su estilo se caracteriza por una densa atmósfera sonora que construye capas sobre una base orquestal, coronada por una voz femenina que ya ha cambiado dos veces en la historia de la banda; la vocalista actual es la holandesa Floor Jansen. Pero el alma de Nightwish, su fundador, líder y compositor, es el multiinstrumentista Tuomas Holopainen, ese tipo con aire a lo Íñigo Montoya que se sienta a los teclados.

Imagen de Nightwish.

Imagen de Nightwish.

Hace unos años, Holopainen comenzó a interesarse por la obra de Charles Darwin y del biólogo evolutivo Richard Dawkins. Lo que descubrió de la historia y del funcionamiento de la naturaleza en aquellos libros le fascinó de tal modo que decidió dedicarle todo un álbum. El resultado fue Endless Forms Most Beautiful, el octavo disco de Nightwish, publicado en 2015 y que en palabras de Holopainen es un «tributo a la ciencia y el poder de la razón» a través de «la belleza de la vida, la belleza de la existencia, la naturaleza y la ciencia».

El propio título del álbum está extraído de la última frase de El origen de las especies, el libro en el que Darwin sentó las bases de la selección natural. En este cierre, Darwin resumía el núcleo de su teoría, la evolución de todos los seres vivos a partir de un ancestro común. La cita sirvió también para titular un influyente libro de biología evolutiva publicado en 2005 por el biólogo molecular Sean Carroll.

There is grandeur in this view of life, with its several powers, having been originally breathed into a few forms or into one; and that, whilst this planet has gone cycling on according to the fixed law of gravity, from so simple a beginning endless forms most beautiful and most wonderful have been, and are being, evolved.

Hay grandeza en esta visión de que la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido originalmente alentada en unas pocas formas o en una; y de que, mientras este planeta ha continuado girando según la ley invariable de la gravedad, desde un comienzo tan simple infinidad de formas de lo más bello y maravilloso han evolucionado y están evolucionando.

Imagen de Nightwish.

Imagen de Nightwish.

El disco cuenta también con la colaboración estelar de Richard Dawkins, que ha leído citas de Darwin y de sus propias obras para abrir y acompañar algunos de los temas. En el single que da título al álbum se narra el viaje de la vida en la Tierra desde sus inicios, pasando por las células eucariotas y por el tiktaalik, un pez fósil que para algunos científicos representa una posible forma de transición hacia los anfibios.

El último tema, The Greatest Show on Earth, una expresión referida a la evolución e inspirada en un libro de Dawkins, es una pequeña joya sinfónica de 24 minutos que pone banda sonora épica y emocionante a la historia de la naturaleza terrestre. La única pega es que el CD no incluya el tema Sagan, dedicado al astrofísico Carl Sagan y que aparece únicamente en el single Élan.

En resumen, Endless Forms Most Beautiful es uno de los mayores homenajes que el rock ha rendido a la ciencia, y probablemente el más profundo que la biología evolutiva ha recibido de la música. Y la demostración de que, al contrario de lo que parecen creer los chicos de Coldplay, las emociones de una persona adulta se alimentan de algo más que el me-quiere-no-me-quiere; y que en concreto, la ciencia es capaz de transmitir emociones enormemente inspiradoras también a quienes se acercan a ella por simple curiosidad.

Les dejo con el clip oficial del tema que da título al álbum, y con un estupendo vídeo subtitulado en castellano que el YouTuber SynnöBlop ha montado para The Greatest Show on Earth. Pero les animo a que escuchen el disco entero –y en su orden, como le gusta a Holopainen– siguiendo este enlace. Y si tienen la fortuna de encontrarse cerca de Villena (Alicante) el próximo 9 de agosto, gozarán de la oportunidad de disfrutar en directo de Nightwish en el festival Leyendas del Rock. Quienes han podido hacerlo aseguran que tienen un directo espectacular.