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Westworld, la teoría bicameral y el fin del mundo según Elon Musk (I)

Hace unos días terminé de ver la primera temporada de Westworld, la serie de HBO. Dado que no soy un gran espectador de series, no creo que mi opinión crítica valga mucho, aunque debo decir que me pareció de lo mejor que he visto en los últimos años y que aguardo con ansiedad la segunda temporada. Se estrena a finales del próximo mes, pero yo tendré que esperar algunos meses más: no soy suscriptor de teles de pago, pero tampoco soy pirata; como autor defiendo los derechos de autor, y mis series las veo en DVD o Blu-ray comprados con todas las de la ley (un amigo se ríe de mí cuando le digo que compro series; me mira como si viniera de Saturno, o como si lo normal y corriente fuera robar los jerséis en Zara. ¿Verdad, Alfonso?).

Pero además de los guiones brillantes, interpretaciones sobresalientes, una línea narrativa tan tensa que puede pulsarse, una ambientación magnífica y unas sorpresas argumentales que le dan a uno ganas de aplaudir, puedo decirles que si, como a mí, les añade valor que se rasquen ciertas grandes preguntas, como en qué consiste un ser humano, o si el progreso tecnológico nos llevará a riesgos y encrucijadas éticas que no estaremos preparados para afrontar ni resolver, entonces Westworld es su serie.

Imagen de HBO.

Imagen de HBO.

Les resumo brevemente la historia por si aún no la conocen. Y sin spoilers, lo prometo. La serie está basada en una película del mismo título escrita y dirigida en 1973 por Michael Crichton, el autor de Parque Jurásico, y que aquí se tituló libremente como Almas de metal. Cuenta la existencia de un parque temático para adultos donde los visitantes se sumergen en la experiencia de vivir en otra época y lugar, concretamente en el Far West.

Este mundo ficticio creado para ellos está poblado por los llamados anfitriones, androides perfectos e imposibles de distinguir a simple vista de los humanos reales. Y ya pueden imaginar qué fines albergan los acaudalados visitantes: la versión original de Crichton era considerablemente más recatada, pero en la serie escrita por la pareja de guionistas Lisa Joy y Jonathan Nolan el propósito de los clientes del parque viene resumido en palabras de uno de los personajes: matar y follar. Y sí, se mata mucho y se folla mucho. El conflicto surge cuando los anfitriones comienzan a demostrar que son algo más que máquinas, y hasta ahí puedo leer.

Sí, en efecto no es ni mucho menos la primera obra de ficción que presenta este conflicto; de hecho, la adquisición de autonomía y consciencia por parte de la Inteligencia Artificial era el tema de la obra cumbre de este súbgenero, Yo, robot, de Asimov, y ha sido tratado infinidad de veces en la literatura, el cine y la televisión. Pero Westworld lo hace de una manera original y novedosa: es especialmente astuto por parte de Joy y Nolan el haber elegido basar su historia en una interesante y algo loca teoría sobre la evolución de la mente humana que se ajusta como unos leggings a la ficticia creación de los anfitriones. Y que podría estar más cerca del futuro real de lo que sospecharíamos.

La idea se remonta a 1976, cuando el psicólogo estadounidense Julian Jaynes publicó su libro The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind (está traducido al castellano, El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral), una obra muy popular que desde entonces ha motivado intensos debates entre psicólogos, filósofos, historiadores, neurocientíficos, psiquiatras, antropólogos, biólogos evolutivos y otros especialistas en cualquier otra disciplina que tenga algo que ver con lo que nos hace humanos a los humanos.

Julian Jaynes. Imagen de Wikipedia.

Julian Jaynes. Imagen de Wikipedia.

El libro de Jaynes trataba de responder a una de las preguntas más esenciales del pensamiento humano: ¿cómo surgió nuestra mente? Es obvio que no somos la única especie inteligente en este planeta, pero somos diferentes en algo. Un cuervo puede solucionar problemas relativamente complejos, idear estrategias, ensayarlas y recordarlas. Algunos científicos piensan que ciertos animales tienen capacidad de pensamiento abstracto. Otros no lo creen. Pero de lo que caben pocas dudas es de que ninguna otra especie como nosotros es consciente de su propia consciencia; podrán pensar, pero no pueden pensar sobre sus pensamientos. No tienen capacidad de introspección.

El proceso de aparición y evolución de la mente humana tal como hoy la conocemos aún nos oculta muchos secretos. ¿Nuestra especie ha sido siempre mentalmente como somos ahora? Si no es así, ¿desde cuándo lo es? ¿Hay algo esencial que diferencie nuestra mente actual de la de nuestros primeros antepasados? ¿Pensaban los neandertales como pensamos nosotros? Muchos expertos coinciden en que, en el ser humano, el lenguaje ha sido una condición necesaria para adquirir esa capacidad que nos diferencia de otros animales. Pero ¿es suficiente?

En su libro, Jaynes respondía a estas preguntas: no, desde hace unos pocos miles de años, sí, no y no. El psicólogo pensaba que no bastó con el desarrollo del lenguaje para que en nuestra mente surgiera esa forma superior de consciencia, la que es capaz de reflexionar sobre sí misma, sino que fue necesario un empujón propiciado por ciertos factores ambientales externos para que algo en nuestro interior hiciera «clic» y cambiara radicalmente la manera de funcionar de nuestro cerebro.

Lo que Jaynes proponía era esto: a partir de la aparición del lenguaje, la mente humana era bicameral, una metáfora tomada del sistema político de doble cámara que opera en muchos países, entre ellos el nuestro. Estas dos cámaras se correspondían con los dos hemisferios cerebrales: el derecho hablaba y ordenaba, mientras el izquierdo escuchaba y obedecía. Pero en este caso no hay metáforas: el hemisferio izquierdo literalmente oía voces procedentes de su mitad gemela que le instruían sobre qué debía hacer, en forma de «alucinaciones auditivas». Durante milenios nuestra mente carecía de introspección porque las funciones estaban separadas entre la mitad que dictaba y la que actuaba; el cerebro no podía pensar sobre sí mismo.

Según Jaynes, esto fue así hasta hace algo más de unos 3.000 años. Entonces ocurrió algo: el colapso de la Edad del Bronce. Las antiguas grandes civilizaciones quedaron destruidas por las guerras, y comenzó la Edad Oscura Griega, que reemplazó las ciudades del período anterior por pequeñas comunidades dispersas. El ser humano se enfrentaba entonces a un nuevo entorno más hostil y desafiante, y fue esto lo que provocó ese clic: el cerebro necesitó volverse más flexible y creativo para encontrar soluciones a los nuevos problemas, y fue entonces cuando las dos cámaras de la mente se fusionaron en una, apareciendo así esa metaconsciencia y la capacidad introspectiva.

Así contada, la teoría podría parecer el producto de una noche de insomnio, por no decir algo peor. Pero por ello el psicólogo dedicó un libro a explicarse y sustentar su propuesta en una exhaustiva documentación histórica y en el conocimiento neuropsicológico de su época. Y entonces es cuando parece que las piezas comienzan a caer y encajar como en el Tetris.

Jaynes mostraba que los escritos anteriores al momento de esa supuesta evolución mental carecían de todo signo de introspección, y que en los casos en que no era así, como en el Poema de Gilgamesh, esos fragmentos había sido probablemente añadidos después. Las musas hablaban a los antiguos poetas. En el Antiguo Testamento bíblico y otras obras antiguas era frecuente que los personajes actuaran motivados por una voz de Dios o de sus antepasados que les hablaba, algo que luego comenzó a desaparecer, siendo sustituido por la oración, los oráculos y los adivinos; según Jaynes, aquellos que todavía conservaban la mente bicameral y a quienes se recurría para conocer los designios de los dioses. Los niños, que quizá desarrollaban su mente pasando por el estado bicameral, han sido frecuentes instrumentos de esa especie de voluntad divina. Y curiosamente, muchas apariciones milagrosas tienen a niños como protagonistas. La esquizofrenia y otros trastornos en los que el individuo oye voces serían para Jaynes vestigios evolutivos de la mente bicameral. Incluso la necesidad humana de la autoridad externa para tomar decisiones sería, según Jaynes, un resto del pasado en el que recibíamos órdenes del interior de nuestra propia cabeza.

Jaynes ejemplificaba el paso de un estado mental a otro a través de dos obras atribuidas al mismo autor, Homero: en La Ilíada no hay signos de esa metaconsciencia, que sí aparecen en La Odisea, de elaboración posterior. Hoy muchos expertos no creen que Homero fuese un autor real, sino más bien una especie de marca para englobar una tradición narrativa.

Por otra parte, Jaynes aportó también ciertos argumentos neurocientíficos en defensa de la mente bicameral. Dos áreas de la corteza cerebral izquierda, llamadas de Wernicke y de Broca, están implicadas en la producción y la comprensión del lenguaje, mientras que sus homólogas en el hemisferio derecho tienen funciones menos definidas. El psicólogo señalaba que en ciertos estudios las alucinaciones auditivas se correspondían con un aumento de actividad en esas regiones derechas, que según su teoría serían las encargadas de dictar instrucciones al cerebro izquierdo.

Las pruebas presentadas por Jaynes resultan tan asombrosas que su libro fue recibido con una mezcla de incredulidad y aplauso. Quizá las reacciones a su audaz teoría se resumen mejor en esta cita del biólogo evolutivo Richard Dawkins en su obra de 2006 El espejismo de Dios: «es uno de esos libros que o bien es una completa basura o bien el trabajo de un genio consumado, ¡nada a medio camino! Probablemente sea lo primero, pero no apostaría muy fuerte».

El libro de Jaynes y algunas obras influidas por él. Imagen de Steve Rainwater / Flickr / CC.

El libro de Jaynes y algunas obras influidas por él. Imagen de Steve Rainwater / Flickr / CC.

La teoría de la mente bicameral hoy no goza de aceptación general por parte de los expertos, pero cuenta con ardientes apoyos y con una sociedad dedicada a su memoria y sus estudios. Los críticos han señalado incoherencias y agujeros en el edificio argumental de Jaynes, que a su vez han sido contestados por sus defensores; el propio autor falleció en 1997. Desde el punto de vista biológico y aunque la selección natural favorecería variaciones en la estructura mental que ofrezcan una ventaja frente a un entorno nuevo y distinto, tal vez lo más difícil de creer sea que la mente humana pudiera experimentar ese cambio súbito de forma repentina y al mismo tiempo en todas las poblaciones, muchas de ellas totalmente aisladas entre sí; algunos grupos étnicos no han tenido contacto con otras culturas hasta el siglo XX.

En el fondo y según lo que contaba ayer, la teoría de la mente bicameral no deja de ser pseudociencia; es imposible probar que Jaynes tenía razón, pero sobre todo es imposible demostrar que no la tenía. Pero como también expliqué y al igual que no toda la no-ciencia llega a la categoría de pseudociencia, por mucho que se grite, tampoco todas las pseudociencias son iguales: la homeopatía está ampliamente desacreditada y no suscita el menor debate en la comunidad científica, mientras que por ejemplo el test de Rorschach aún es motivo de intensa discusión, e incluso quienes lo desautorizan también reconocen que tiene cierta utilidad en el diagnóstico de la esquizofrenia y los trastornos del pensamiento.

La obra de Jaynes ha dejado huella en la ficción. El autor de ciencia ficción Philip K. Dick, que padecía sus propios problemas de voces, le escribió al psicólogo una carta entusiasta: «su soberbio libro me ha hecho posible discutir abiertamente mis experiencias del 3 de 1974 sin ser llamado simplemente esquizofrénico». David Bowie incluyó el libro de Jaynes entre sus lecturas imprescindibles y reconoció su influencia mientras trabajaba con Brian Eno en el álbum Low, que marcó un cambio de rumbo en su estilo hacia sonidos más experimentales.

Pero ¿qué tiene que ver la teoría bicameral con Westworld, con nuestro futuro, con Elon Musk y el fin del mundo? Mañana seguimos.