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Luces y sombras en el Sur de Sudán (2)

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Os contaba el pasado martes cómo habíamos organizado la distribución de ayuda a los desplazados internos de Nakiri.

En un momento dado, me paro a pensar en los cientos de personas congregadas a la puerta de la iglesia, niños que se asoman curiosos por las pequeñas ventanas de barro del edificio, ancianas sentadas en una esquina fumando y juzgando, un hombre con quemaduras severas de hace años y sin dedo anular, que te estrecha la mano y te regala una sonrisa en la que sólo veo dos dientes.

Y me paro a pensar en nuestros colegas sudaneses. Si no me equivoco, sólo 5 de los 58 empleados que trabajan hoy en nuestro proyecto, han podido quedarse en sus hogares durante la guerra. Es decir, que en un proyecto en el que nuestro primer objetivo es ofrecer ayuda humanitaria de emergencia a las víctimas de la violencia y a los desplazados, un 90% de nuestros trabajadores locales se han visto obligados a huir de sus casas en algún momento de sus vidas, para convertirse en refugiados en las vecinas República Democrática del Congo y República Centroafricana, o desplazados internos dentro del propio Sudán.

Contamos además con 21 refugiados congoleños, que están trabajando en las Unidades de Atención Primaria que MSF ha instalado en el campo de refugiados de Makpandu, a unos 40 kilómetros de Yambio, y en el de Napere, en Ezo, del que os hablé hace unas semanas. Ellos llegaron a Sudán huyendo también de una violencia que azota a toda la región.

A pesar de verlo, de haber estado allí, me sigue costando hacerme una idea clara de lo que supone vivir en un campo de refugiados, una vida precaria, de prestado, durante años y años.

Con todo eso en la cabeza, además de otro buen montón de trabajo urgente que hacer (esto es así), me tuve que dar un respiro. Decidí ir a tomarme un café con Valerio y ‘Big John’, nuestros vigilantes el turno de anoche. Me estuvieron contando sus experiencias, Valerio como refugiado en RCA, y ‘Big John’ en RDC.

Me contaron cómo tenían que luchar para sobrevivir en el campo, y cómo se las han tenido que arreglar para intentar dar una educación básica a sus hijos. Me contaron lo duro que es el camino al exilio, y me confirmaron que, por el camino, los jefes de las comunidades por las que pasaban les ofrecían techo, comida y agua, sólo por el hecho de ser de la misma etnia, la Azande en este caso, que se distribuye en esta zona sin entender de las fronteras que se trazaron desde los despachos de Europa.

Estuvimos hablando un buen rato sobre nuestros objetivos y nuestros límites, como ONG y como personas, y también de las esperanzas de una población que acaba de salir más o menos airosa de sus primeras elecciones en más de veinte años, y que avanza hacia un próximo referéndum en el Sur de Sudán que podría llevar a la independencia de esta región.

Me temo que el panorama político, a pesar de la euforia que ha seguido a las elecciones en Yambio, no es demasiado halagüeño para Valerio y sus compatriotas. Intereses económicos y políticos, abundantes recursos naturales que atraen a corporaciones extranjeras, tensiones étnicas y religiosas, asfixian aquí a la población civil y se nutren de sus esperanzas, como una planta trepadora abraza el tronco de un árbol y se sirve de él para medrar.

Espero que al final ese tronco sea más fuerte, que resista, porque se lo merece. Mientras siga asfixiado, mientras sufra la violencia, la marginalidad y el olvido, MSF seguirá aquí, haciendo lo que pueda para garantizar el acceso a una atención sanitaria gratuita y de calidad. Y eso, retomando lo que os decía el martes sobre las consecuencias, es luz. Sólo luz, sin sombras.

Un abrazo, ¡y hasta la próxima!

Pablo

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Foto:  Un grupo de refugiados congoleños recién llegado a uno de los campos del Sur de Sudán tras huir de un ataque de la guerrilla ugandesa Ejército de Liberación del Señor. © Brendan Bannon, 2009.

Ezo: supervivencia sin fronteras

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Susan, vamos a llamarla así, tiene 13 años. Hace un mes aproximadamente llegó a Yambio. Consiguió escapar, después de haber sido secuestrada por el LRA (el Ejército de Resistencia del Señor, la guerrilla de origen ugandés) y pasar cinco meses como “esposa” de uno de los combatientes veteranos. Nuestro equipo de salud mental empezó a tratarla.

Hace unos días, preparamos dos coches y nos lanzamos a la carretera. Destino: Ezo, una población situada justo donde se encuentran las fronteras de República Democrática del Congo, República Centroafricana y Sudán. Susan, es de allí, y hace unas semanas que regresó.

Nos cuentan, al llegar, que han capturado a un miembro del LRA en el mercado de Ezo. Al preguntar por los detalles, nos informan de que una chica lo reconoció. Era Susan. Y él, el combatiente al que había sido entregada como “esposa”. No puedo ni imaginarme cómo pudo sentirse ella en ese momento. Nuestro equipo de salud mental, afortunadamente, nos acompañó a Ezo y pudo continuar el tratamiento.

En esta parte del mundo, el concepto de frontera se difumina hasta el infinito. Sólo hay selva y más selva. Eso lo sabe, y bien, el LRA: ataca en grupos reducidos de entre tres y diez combatientes a la población civil que vive próxima a la frontera, y luego se refugia tras la frontera de algún país vecino. En general, su objetivo principal es la comida y los bienes que puedan robar, y, tristemente, también los niños y niñas, que secuestran cuando tienen la ocasión.

Se trata de una zona caliente, sometida a la violencia desde hace años, y de eso dan testimonio los numerosos campos de refugiados y de desplazados internos que hay en la zona, tanto en Ezo, como más al norte, hacia Tambura.

MSF dispone de una Unidad de Atención Primaria en el campo de Napere, a las afueras de Ezo, donde un equipo de siete personas hacen lo posible para facilitar una atención primaria de emergencia mínima y gratuita a la población. También apoyamos el Centro de Atención Primaria del Ministerio de Salud.

Al preguntar por las cifras, nadie sabe exactamente cuántas personas residen en el campo. Mboriundo, el jefe del Campo 3 (Napere está dividido en cinco campos distintos), nos informa de que es difícil saberlo, porque muchos de los refugiados que residían en su campo se han ido a otros, debido a que a principios de abril tuvo lugar un ataque del LRA allí mismo, y la gente tiene miedo de que vuelva a ocurrir. Pero son miles de personas.

Napere es un sinfín de chozas precarias, unos cuantos palos que sostienen un techo de paja. Sólo unos pocos han podido hacerse con un trozo de plástico para protegerse mejor de las constantes y potentes lluvias que caen por estas fechas en la selva ecuatorial. El acceso a agua potable es, paradójicamente, una difícil tarea. Las mujeres cargan constantemente con recipientes de agua desde el pozo hasta su choza.

La mayoría de los niños tienen problemas de higiene. Muchos tienen problemas de hongos y llevan la cabeza rapada a trozos. Los más pequeños no tienen ropa, y los mayores la tienen toda hecha trizas. Sin embargo, los niños cuyo estado nutricional nos ha dado tiempo a evaluar parece que están fuera de peligro. Alejandro, que sabe más que yo, ya os contará un poco más de esto el próximo lunes.

Yo, por mi parte, lo que sí puedo deciros, desde una perspectiva no sanitaria, es que en Napere he visto muchas necesidades, la mayoría muy básicas. También he visto agradecimiento. Nos dicen que aprecian el hecho de que, cuando hay ataques, MSF se queda. Y he visto alegría en niños que no tienen absolutamente nada, salvo unas ganas de vivir y una energía increíbles. Y se me ha contagiado.

He visto que las organizaciones humanitarias (aunque aquí no hay muchas) marcamos la diferencia entre la vida y la muerte de miles de personas. Desde aquel día soy más persona. Y todos los que hacen y hacéis esto posible, a través de vuestro apoyo, deberíais poder contagiaros un poquito de esto. Espero que estas líneas ayuden.

Un abrazo, ¡y hasta la próxima!

Desde Ezo,

Pablo

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Foto superior: Carretera en los alrededores de Yambio, base del proyecto de MSF (© Catee Lalonde)

Foto inferior: Pablo Waring rodeado de algunos de los pequeños cuyo estado nutricional fue evaluado en Ezo (© MSF)