La inmensa mayoría de historiadores concuerdan en datar el origen de realizar una celebración alrededor de un cumpleaños aproximadamente en el año 3000 a.C., señalando a los egipcios como los precursores de dicha tradición, aunque originalmente lo que se celebraba no era cada año de vida que cumplía una persona sino que se contaba desde el momento en que un faraón era coronado. A partir de ahí cada año se realizaba una conmemoración la cual tenía una simbología mística y ocultista. Coincidiendo con el aniversario se concedía fiesta a todos los trabajadores y se realizaban unas faustas celebraciones que giraban alrededor de la figura del faraón y que se realizaban con el objetivo de desearle al soberano prosperidad, una larga vida y ahuyentar de él los malos espíritus, debido a que existía la convicción de que la muerte acudía en tal fecha para robarle el alma.
Según fueron transcurriendo los siglos otros pueblos y culturas tomaron la costumbre de celebrar algún tipo de anualidad o aniversario (muchos por el carácter astrológico que la ceremonia adquiría). Babilonios y antiguos griegos ampliaron las celebraciones a sus deidades, homenajeando a éstas e iniciando la tradición de servir una tarta (en esos tiempos torta a base de harina, cereales y miel) que debía ser redonda como la Luna, ante la creencia de que ese satélite era uno de los que más influencia tenía en sus vidas. Fueron los griegos los que también añadieron unos cirios (velas) alrededor de la mencionada torta, los cuales no se soplaban como hay en día es tradición sino que se debía dejar consumir por si solas. Cuanto más tardase en apagarse más prosperidad para esa deidad y sus súbditos.
Una de las deidades a quien más se veneró de ese modo fue a Artemisa (hija de Zeus y Leto y hermana de Apolo) y diosa en la mitología griega, entre otras muchas cosas, de los nacimientos. Posiblemente ese fue el punto en el que las celebraciones por cumplir años se trasladase también a parte de la población, pero sobre todo al llegar a la Antigua Roma, donde los romanos comenzaron a celebrar la fecha de nacimiento de sus emperadores y se amplió con el tiempo a cónsules, senadores (solo a varones)…
Cabe destacar que la aparición del Cristianismo hizo que se considerada como una tradición pagana y no se permitiera la celebración del cumpleaños, sino que lo que esa nueva religión conmemoraba (en sus orígenes) era los aniversarios de la fecha de fallecimiento de Jesucristo, los Apóstoles, Santos y Mártires (de ahí que actualmente haya algunas religiones que prohíben la celebración del cumpleaños, como es el caso de los Testigos de Jehová).
Cuando en el siglo IV se inició la cristianización de la sociedad romana por parte del emperador Constantino el Grande y el papa Julio I se dieron cuenta que no solo bastaba con sustituir una fiesta pagana por una cristiana sino que también debían hacer concesiones y entre ellas estuvo el admitir la celebración de los años desde el nacimiento, porque de ese pudieron introducir una nueva festividad que fue la Navidad o nacimiento de Jesús (en un principio se celebraba el 6 de enero –coincidiendo con la Epifanía de los Reyes Magos– y posteriormente lo trasladaron al 25 de diciembre, aunque está demostrado que tal fecha no coincide históricamente con el natalicio del Mesías).
La evangelización de los pueblos de Centroeuropa durante la Edad Media llevó consigo las tradiciones cristianas y entre ellas ya se encontraba la celebración del cumpleaños y fue en lo que hoy en día conocemos como Alemania donde en lugar de poner los cirios alrededor de la torta se colocaron dentro de la misma y empezó la costumbre de apagar las velas soplando (sobre todo porque si se dejaban consumir la cera estropearía el dulce).
La tradición de celebrar los cumpleaños fue adaptándose y actualizándose a los nuevos tiempos según iban transcurriendo los siglos, incorporándose costumbres de otros pueblos (como el tirar de las orejas, originario de Oriente) o cantar al homenajeado. Eso sí, para un gran número de personas el celebrar su cumpleaños y toda la parafernalia que le acompaña es considerado como un acto de superstición (el hecho de pensar un deseo antes de soplar las velas y si éste se le concederá o no dependiendo de si las apaga de un solo soplido).
Tenemos asociado el luto con el acto de vestir de negro (en algunas culturas, como la china, es el blanco o en la Antigua Roma era el color rojo) y muestras de pena y dolor tras el fallecimiento de un ser querido.
Luctus a su vez procedía del verbo en latín ‘lugere’ con el que se indicaba que alguien estaba afligido, apenado o lloraba de dolor por la pérdida de alguien.
Es común en la literatura (y en otras artes) utilizar un nombre ficticio (seudónimo) cuando un autor no quiere exponer el suyo propio o adentrarse en géneros distintos al habitual.
Por ejemplo, Lewis Carroll escribió Alicia en el País de las Maravillas bajo este seudónimo, pero cuando escribía sobre su otra pasión, las matemáticas y la lógica, utilizaba su nombre verdadero: Charles Lutwidge Dodgson.
Stephen King publicó varias novelas bajo el nombre de Richard Bachman, ya que decía que quería comprobar si tendría el mismo éxito que bajo su propio y ya afamado nombre, aunque otros apuntan a que la razón real fue la negativa de su editorial a publicar alguna de sus obras.
Joanne Rowling es el verdadero nombre de la conocidísima autora de las novelas de Harry Potter J.K Rowling y por el que es mundialmente conocida, pero a su vez ha utilizado otros seudónimos (como Newt Scamander, Kennilworthy Whisp o Robert Galbraith con el que publicó la novela El canto del cuco) con el fin de eludir la presión sobre sus nuevas obras después de escribir la exitosa saga del famoso niño mago.
En otras ocasiones se intenta evitar la discriminación de género. Las hermanas Charlotte, Emily y Anne Brontë en sus inicios publicaron bajo los seudónimos de Currer, Ellis y Acton Bell (tres seudónimos de hermanos ficticios para tres hermanas) por miedo a no ser consideradas por las editoriales por ser mujeres.
Otra mujer que tuvo que firmar su obra bajo un nombre masculino fue la matemática aragonesa María Andrea Casamayor y de La Coma, quien en 1738 publicaría el importante tratado ‘Tyrocinio arithmético: instruccion de lás quatro reglas llanas que se saca a la luz’ como Casandro Mamés de la Marca y Araioa, debido a que era la única manera que una persona del sexo femenino publicase un libro de ciencia en aquella época.
A través del apartado de contacto de la página en Facebook de este blog, Maribel Carrasco me realiza una consulta sobre el origen de la expresión ‘Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña’ y me pregunta si el profeta musulmán es el autor de la misma, debido a que recientemente ha leído un libro conteniendo citas pronunciadas por éste y le extrañó que esta locución no apareciera.
Y es que en realidad no fue el propio Mahoma (que vivió en el siglo VI) quien pronunció esta famosa expresión sino que la misma no apareció hasta casi diez siglos después, concretamente en 1597, año en el que se publicó el libro ‘Essayes: Religious Meditations. Places of Perswasion and Disswasion. Seene and Allowed’ escrito por el célebre filósofo inglés Francis Bacon (la obra es comúnmente conocida en castellano como ‘Ensayos sobre moral y política de Francis Bacon’).
Dicho libro era un compendio de aforismos (frases que se proponen como pauta en alguna ciencia o arte) y en el capítulo XII (‘De la audacia’) explica una fábula sobre Mahoma y en la que aparece literalmente la expresión en la forma ‘If the hill will not come to Mahomet, Mahomet will go to the hill’ (‘Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña’) siendo su significado o ‘moraleja’ una recomendación a tomar la iniciativa en algún asunto que nos sea de interés sin esperar a que suceda por sí solo.
Desde entonces esta máxima ha sido ampliamente difundida, aunque la mayoría de personas han creído que quien la pronunció fue el propio Mahoma y no Francis Bacon.
Recientemente ha caído en mis manos uno de los libros que más me ha gustado leer en los últimos tiempos. No es un libro de ‘divulgación’ (como normalmente reseño en este blog), pero contiene tal cantidad de datos curiosos e historias sorprendentes y desconocidas que ha hecho que durante su lectura lo haya disfrutado muchísimo y pasado unos ratos geniales.
Se trata del libro, recientemente publicado, ‘Historias de la tele: Los secretos jamás contados de la pequeña pantalla’ escrito por la conocidísima periodista y presentadora de María Casado (actualmente al frente del programa ‘La mañana de La 1’).
Aquellas personas a las que les guste la televisión encontraran en este libro de María Casado un gran número de anécdotas que han ocurrido en Televisión Española en las últimas seis décadas, desde que comenzó sus emisiones el domingo 28 de octubre de 1956, además de descubrirnos pequeños secretos o datos desconocidos quizá para la mayoría de personas. Por ejemplo que se escogió esa fecha para empezar a emitir porque ese día se celebraba la festividad de Cristo Rey y al día siguiente era el aniversario de la fundación de Falange Española; los micrófonos llegaron tarde el día de la inauguración y hubo varios fallos que provocaron que el discurso inaugural del entonces Ministro de Información y Turismo -Gabriel Arias Salgado- tuviera que ser repetido hasta en cuatro ocasiones. Una primera emisión que tan solo fue vista por una sesentena de privilegiados espectadores (que vivían en los alrededores de Madrid y que tenían un aparato de televisión). El primer estudio de Televisión Española fue en un chalé situado en el Paseo de la Habana del madrileño distrito de Chamartín y -según relata el libro- ‘olía a tortilla de patatas’ debido a que estaba pegado a la salida de humos de un restaurante contiguo.
El libro hace un amplio recorrido por las primeras retransmisiones deportivas, los programas musicales (que tuvieron un destacadísimo papel en la televisión); cómo eran los primeros telediarios o aquellos reporteros de guerra que grababan sus crónicas desde el mismo campo de batalla, poniendo continuamente en riesgo sus vidas. Los orígenes de la información meteorológica, con el inolvidable ‘Mariano Medina’ quien por aquel entonces hablaba del tiempo que haría pintando con una tiza sobre un mapa, donde dibujaba las isobaras o anticiclones. Una curiosísima anécdota que nos explica María Casado sobre el ‘primer Hombre del Tiempo’ es que inicialmente nunca salía en pantalla, solo su brazo (dibujando con la tiza o señalando los mapas) y esto le valió para ser apodado en los inicios de la tele como ‘Santa Teresa’ (por lo del brazo incorrupto de esta famosa religiosa del siglo XVI). Un repaso a las series de televisión (tanto nacionales como extranjeras) o míticos programas de entretenimiento como el concurso ‘Un, dos, tres… responda otra vez’ dirigido por el prolífico Chicho Ibáñez Serrador o ‘Estudio Abierto’ y ‘Directísimo’ presentados por José María Iñigo.
Y no os quiero destripar más de este libro, de los centenares de datos curiosos que en él hay y están explicados de una manera muy didáctica, entretenida y además ampliamente ilustrado con una gran cantidad de fotografías. Os aconsejo que lo compréis y/o regaléis las próximas navidades (seguro que acertáis)
No quiero terminar este post/reseña sin mencionar a Mayra Gómez Kemp, uno de los personajes más emblemáticos, queridos y recordados de la historia de la televisión, quien ha sido la encargada de prologar el libro de María Casado ‘Historias de la tele: Los secretos jamás contados de la pequeña pantalla’.
El origen etimológico de la palabra familia lo encontramos en el latín famulus, un término utilizado en la Antigua Roma para designar a los sirvientes (y en muchas ocasiones también utilizado para llamar así a los esclavos).
El conjunto de criados (famulus) que alguien poseía y tenía a su servicios (y por tanto conviviendo bajo el mismo techo) normalmente estaba constituido por personas emparentadas entre sí (esposos, hijos, hermanos), motivo por el que con el transcurrir del tiempo se siguió utilizando el término famulus para denominar a aquellos que tenían consanguineidad y vivían en una misma casa aunque nada tuvieran que ver con las tareas de servidumbre.
Muchísimas son las personas que, diariamente, una de las primeras cosas que hacen es consultar en el diario qué dice la predicción de su signo zodiacal, ante la esperanza de que el astrólogo de turno haya acertado y le augure suerte en el amor, dinero o salud.
De ese grupo de individuos que consultan y creen en el horóscopo hay un porcentaje muy alto de quienes se dan como satisfecho con la predicción y están convencidos de que ha habido un nivel alto de acierto.
Ello se debe no en el buen hacer adivinatorio de quien ha escrito las correspondientes predicciones sino a la disposición que solemos tener los seres humanos a creer en aquello que nos puede ayudar a ser más felices.
Las predicciones zodiacales que se publican en cualquier medio suelen ser muy genéricas y aquello que pone es algo que a un gran número de personas les puede ocurrir normalmente.
Esto se conoce como ‘Efecto Forer’ y fue acuñado a raíz de un experimento que realizó en 1948 el psicólogo estadounidense Bertram R. Forer a sus alumnos de la facultad en el que entregó a cada uno un sobre que contenía una predicción personalizada sobre cómo eran.
Cada alumno estaba convencido de que lo que ponía en el documento era exclusivamente sobre él, pero en realidad Forer lo que había hecho era entregar a todos el mismo texto y con todos acertó en un porcentaje altísimo.
Cosas tan básicas como que ‘tenían el deseo de agradar a los demás’; ‘alguna veces se sentían extrovertidos y sociables aunque otras, dependiendo del lugar y personas, eran tímidas y reservadas’; ‘con gran capacidad para hacer muchas cosas pero que no está justamente valorado ni explotado al máximo sus capacidades’; ‘en ocasiones con dudas sobre si ha hecho o dicho lo correcto’… (lee más ejemplos en este pdf)
Todo muy genérico y que en un alto nivel de acierto se acercaba a cómo eran y se sentían sus alumnos. Pidió que puntuasen el nivel de acierto del 0 (nada) al 5 (totalmente) y la media resultante fue de un 4,2 (tan solo hubo un alumno que puntuó con un 3 mientras el resto de la clase lo hicieron mayoritariamente con un 4 y con un 5).
Pues eso mismo es lo que ocurre con el horóscopo y los métodos de adivinación (ya sea el tarot, lectura de manos o la bola de cristal…). El adivinador profesional utiliza las mismas técnicas que usó en su día Bertram R. Forer y sabe que tendrá un nivel muy alto de acierto.
Los horóscopos son muy genéricos y quienes los escriben varían a lo largo de la semana las diferentes temáticas (amor, dinero, trabajo, salud…) Una manera de irse asegurando aciertos dependiendo de las necesidades de quienes los leen.
Esto es algo conocido como ‘sesgo de confirmación’, el cual consiste en confirmar lo que esas personas ya esperaban que iba a ocurrir. Por ejemplo, se da una serie de predicciones aleatorias a un individuo y sólo con que con una de ellas se acierte el receptor da como buena la predicción sin tener en cuenta que todas las demás han sido erróneas. Y es que el cerebro humano está más preparado a detectar coincidencias que no errores, de ahí que cuando un horóscopo dice que algo pasará (de las muchísimas cosas que dice) y después sucede confirmamos ese hecho como una causalidad y no como una casualidad.
También cabe destacar que la mayoría de diarios y semanarios con una sección de horóscopo disponen de un libro genérico de donde se saca la info para ir escribiendo y publicando el correspondiente a cada día o semana sin que detrás de esas predicciones haya ningún astrólogo o persona que se dedique profesionalmente a la adivinación.
Evidentemente, aunque en el título del post y parte del texto se refería al horóscopo, el Efecto Forer se puede ampliar a todas las técnicas de adivinación y personajes que aseguran tener algún don o poder para realizar predicciones.
Os recomiendo el visionado del siguiente video que tan solo dura diez minutos. Está en inglés pero lleva subtítulos en castellano
A raíz de la filtración con la grabación de una conversación mantenida por los políticos del Partido Popular (el exministro de Trabajo y Asuntos Sociales y expresidente de la Comunidad de Valencia, Eduardo Zaplana, con el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González), en la que el valenciano comentaba al madrileño que José María Aznar sentía ‘odio africano’ por Mariano Rajoy, he recibido un correo a través del apartado de contacto en el que María Luisa F. G. me consulta sobre el origen de dicha expresión y me pregunta si la misma no debería ser censurable por sus connotaciones racistas.
Ante todo cabe destacar que en la expresión ‘Odio africano’ no existe connotación racista alguna hacia las personas originarias de África y que el significado de esta locución viene a destacar una animadversión intensa que siente una persona por otra, pero no por su origen o color de piel, pues su origen es antiquísimo y paso a explicarlo a continuación.
Tal y como defienden la mayoría de etimólogos e historiadores, sitúan el origen de la contundente expresión ‘Odio africano’ a la época en la que la República Romana se encontraba en guerra con la República Cartaginesa del norte de África (y sur de la Península Ibérica) en el siglo III a.C., que eran las dos potencias que en aquel momento dominaban el Mediterráneo occidental (las conocidas como Guerras Púnicas).
Uno de los grandes enemigos de Roma fue Amílcar Barca, originario de Cartago (en la actualidad a escasos kilómetros de la ciudad de Túnez, capital del homónimo país) y que tras su muerte el odio y enemistad que sentía hacia el pueblo romano fue transmitido a las generaciones que lo sucedieron (ente ellos su hijo Aníbal, quien destacó –entre otras muchas cosas- por su ofensiva militar en la que atravesó los Alpes con un numerosísimo ejército de infantería, caballería y los famosos elefantes).
Pero Roma ganó finalmente las Guerras Púnicas e invadió el norte de África, tras algo más de un siglo de enfrentamientos, destruyendo por completo Cartago y apresando a sus ciudadanos a quienes posteriormente vendieron como esclavos. El ‘odio africano’ hacia el pueblo romano se transmitió de una generación a otra, siendo este hecho histórico el que daría origen a la expresión.
Cabe destacar que, erróneamente, hay quien atribuye el origen de la locución a otros hechos (mucho más recientes en la Historia). Por un lado hay quien defiende que la expresión se originó a raíz de la venta de esclavos africanos por parte de españoles, ingleses y portugueses en el continente americano a partir del siglo XVII. También se puede encontrar quienes dan como origen los conflictos militares entre España y el norte de África (Marruecos) durante la segunda mitad del siglo XIX y primer cuarto del siglo XX.
En las últimas semanas hemos leído y escuchado hasta la saciedad términos como ‘referéndum’ y ‘plebiscito’, ambos relacionados con la consulta de independencia realizada en Cataluña el pasado 1 de octubre.
El origen etimológico del término ‘plebiscito’ lo encontramos en el latín ‘plebiscītum’, un vocablo compuesto por ‘plebis’ (pueblo llano / gente común) -y que dio también origen a la palabra ‘plebe’ que utilizamos para referirnos a los miembros de la clase social más baja– y ‘scītum’ (decreto / mandato) por lo que la traducción literal era ‘Mandato del pueblo’.
Cabe destacar que algunas son las personas (e incluso medios) que en lugar de escribir ‘plebiscito’ lo ponen/dicen en la forma ‘plesbiscito’ o ‘plesbicito’, algo que es totalmente incorrecto, tal y como explica Fundeu en la siguiente entrada: http://www.fundeu.es/consulta/plebiscito-o-plesbiscito
Conocemos como ‘jerga’ al lenguaje utilizado entre sí por un grupo de personas que tienen el mismo oficio o pertenecen al mismo círculo.
Ejemplos como ‘jerga juvenil’, ‘jerga moderna’, ‘jerga coloquial’ o ‘jerga profesional’ es habitual escucharlo cuando alguien se refiere a ese modo especial y característico de hablar de ciertos individuos o colectivos que utilizan términos concretos que muchas veces son desconocidos para la mayoría de los ciudadanos o los profanos en determinados asuntos.
El término ‘jerga’ llegó al castellano en la Edad Media proveniente del occitano (lengua romance hablada en la Provenza –sureste de Francia-) ‘gergons’ y que hacía referencia a la forma de expresarse poco comprensible de algunas personas –provenientes de entornos rurales- que hablaban de forma gutural (con la garganta). Al occitano había llegado el vocablo desde el francés antiguo ‘jargon’ que le daba la misma acepción, pero que también se utilizaba para referirse al peculiar canto de algunos pájaros (que también derivó en ‘gorjeo’). Antes de ‘jargon’ pasó por las variantes ‘gargon’ (sXIII) y ‘gargun’ (sXII). Al francés había llegado –como es de imaginar- del latín ‘gurges’ vocablo utilizado –entre otras acepciones- para referirse en sentido figurado como ‘garganta’.
Cabe destacar que paralelamente a la llegada al castellano del término ‘jerga’ también lo hizo el vocablo ‘jerigonza’, de exacta procedencia y acepción y que en un inicio se utilizaba para señalar el lenguaje especial de algunos gremios, además del que era difícil de entender o de mal gusto.