Conocemos como ‘mártir’ a aquella ‘persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones’ y también a la que ‘se sacrifica en el cumplimiento de sus obligaciones’, tal y como recoge la actual edición del diccionario de la RAE.
En su origen, el vocablo tan solo hacía referencia a quienes habían sido perseguidos, torturados y/o perdido la vida a causa de profesar la religión católica, proviniendo etimológicamente el término del latín tardío ‘martyr’ y éste a su vez del griego ‘mártys’, cuyo significado original era ‘testigo’, haciendo referencia a quienes, a pesar de sufrir las calamidades de las torturas, seguían dando testimonio de su fe y su creencia.
Por tal motivo, la Iglesia Católica, comenzó a denominar como mártires a todos aquellos que se acogieron a esta confesión religiosa y, por ello, padecieron suplicios y tormentos (martirios).
Apareció recogido por primera vez en el diccionario de la academia en su edición de 1780, con las siguientes acepciones: ‘El que padece muerte por amor, y en defensa de la verdadera religión, fe, o doctrina católica y evangelio de Jesucristo’ y ‘Por semejanza se llama el que padece grandes trabajos, aflicciones y calamidades’.
Con el tiempo, el término mártir ha pasado a ser utilizado para hacer referencia a cualquier tipo de persona que es castigada a causas de sus creencias y convicciones, ya sean religiosas, sociales o políticas.
El término ‘treno’ hace referencia a la lamentación hecha por alguien tras haber padecido alguna desgracia o calamidad. También hace referencia a un tipo de canto fúnebre.
Proviene del latín tardío ‘threnus’ y este del griego ‘threnos’, cuyo significado es ‘lamento’.
Es habitual encontrar dicho vocablo asociado con cada una de las lamentaciones del profeta Jeremías recogidas en el Antiguo Testamento.
Como nota curiosa, indicar que el nombre del mencionado profeta hebreo originó la expresión ‘Ser un jeremías’, cuyo significado es ‘Persona que continuamente se está lamentando’ y el término ‘jeremías’ como sinónimo de ‘lagrimoso, llorica, quejica, quejumbroso, doliente y treno’.
Para finalizar, cabe destacar que también es conocido como treno al preso que está en la cárcel, pero este vocablo surge de la jerga de la germanía (manera de hablar entre delincuentes) como clara referencia a la ‘trena’ (prisión), pero nada tiene que ver etimológicamente entre sí ambos vocablos.
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Antiguamente, el término ‘cordojo’ era una más de las muchas formas que se utilizaban para denominar al estado de aflicción, congoja, pena, desconsuelo, angustia o zozobra.
Etimológicamente provenía del latín ‘cordolium’, cuyo significado literal era ‘dolor de corazón’.
Por su parte el término ‘congoja’, ampliamente utilizado en castellano, llegó desde el catalán ‘congoixa’ y este del latín congustia, ‘con angustia’.
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Muchas son las personas que recién levantadas tiene un especial mal humor, no queriendo hablar con nadie hasta que no han tomado su primer café, una ducha o ha pasado un tiempo considerable. Aquellos que intentan hablarles antes de que se les pase ese periodo de mal carácter se arriesgan a que les pongan mala cara o contesten mal.
Por tal motivo se acuñó un término, que no es demasiado conocido y utilizado, para definir dicho estado de mal humor del recién levantado: ‘matutolypea’.
Una palabra compuesta por el vocablo latino ‘matuta’ (en relación a la diosa romana del amanecer ‘Mater Matuta’, de ahí el término ‘matinal’) y el griego ‘lype’ (dolor, pena, tristeza), por lo que la traducción literal de ‘matutolypea’ vendría a ser ‘dolor del amanecer’.
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A través de la cuenta de este blog en Instagram (@yaestaellistoquetodolosabe2), recibo una consulta en la que me preguntan sobre el origen y significado de la expresión‘Pagar con las setenas’.
Se conoce como ‘setenas’ a una antiquísima norma por la cual se establecía que ciertos delitos, faltas o pecados cometidos recibirían como castigo una pena siete veces mayor al acto o infracción cometida.
El término ‘setena’ o ‘seteno’ proviene del latín ‘septuplus’ y su significado literal era ‘siete veces’, por lo que no debe confundirse su sentido con el de ‘siete partes’.
La primera referencia escrita que existe a esta multiplicación por siete de un daño cometido la encontramos en el Antiguo Testamento, en el Génesis 4 (concretamente el 4:15), en el que se relata el crimen cometido por Caín (tras matar a su hermano Abel) y el castigo ordenado por Dios, expulsándolo de aquel lugar y haciéndole vivir errante. Ante el temor de Caín a morir a manos de cualquiera que lo hallase, recibió como respuesta:
[…]No será así; pues cualquiera que mate a Caín, siete veces sufrirá venganza[…]
También podemos encontrar la norma de castigar un delito con una pena siete veces mayor en numerosos escritos jurídicos romanos (el poeta Virgilio, en el siglo I a.C., habla de ello en algunos de sus textos) e incluso medievales, como por ejemplo la ‘Liber Iudiciorum’ (código de leyes visigodas redactadas en el siglo VII) o su traducción al romance, conocida como ‘Fuero Juzgo’ del año 1241.
Quien también mencionó a las ‘setenas’, como castigo a pagar el séptuplo, fue Miguel de Cervantes en El Quijote, tanto en su Primera parte (capítulo IV):
[…]Pero, al fin, le desató y le dio licencia que fuese a buscar su juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohíno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha y contalle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con las setenas. Pero, con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo.[…]
Como en el capítulo XVI de la Segunda parte:
[…]Bien puede, señor -respondió a esta sazón Sancho-, bien puede tener las riendas a su yegua, porque nuestro caballo es el más honesto y bien mirado del mundo: jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vez que se desmandó a hacerla la lastamos mi señor y yo con las setenas. Digo otra vez que puede vuestra merced detenerse, si quisiere; que, aunque se la den entre dos platos, a buen seguro que el caballo no la arrostre.[…]
Tenemos asociado el luto con el acto de vestir de negro (en algunas culturas, como la china, es el blanco o en la Antigua Roma era el color rojo) y muestras de pena y dolor tras el fallecimiento de un ser querido.
Luctus a su vez procedía del verbo en latín ‘lugere’ con el que se indicaba que alguien estaba afligido, apenado o lloraba de dolor por la pérdida de alguien.
El término ‘nostalgia’ fue acuñado en 1688 por el médico suizo Johannes Hofer cuando presentó su tesis en la Universidad de Basilea. En ella explicaba el extraño comportamiento que tenían algunos miembros de la Guardia Suiza y los mercenarios cuando estaban destinados lejos de sus hogares, quienes echaban de menos su tierra sintiendo melancolía. Pero en cuanto estaban de vuelta se recuperaban de golpe, sintiéndose felices y dichosos.
Para acuñar el término utilizó los vocablos griegos νόστοςnostos (regreso) y ἄλγοςalgos (dolor) y cuyo significado venía a ser «dolor por regresar».
Desde entonces la palabra nostalgia es utilizada para describir la pena que se siente cuando uno está ausente o recuerda con melancolía a alguien.
El término ‘duelo’ es uno de tantos vocablos polisémicos que existen (una misma palabra que significa varias cosas diferentes y además tiene distintos orígenes etimológicos, como por ejemplo manzana).
Por un lado tenemos que se le llama duelo al enfrentamiento que, siglos atrás, se realizaba entre dos contrincantes y que normalmente se realizaba a vida o muerte. Este tipo de duelos tenían unas reglas muy específicas en las que se podía elegir el tipo de armas con el que retarse y debía contar con unos testigos (llamados padrinos) que diesen fe de la buena praxis de los contendientes e incluso sustituyeran a estos en caso de necesidad.
Normalmente se retaba a alguien a un duelo porque uno había ofendido el honor del otro (o de una tercera persona, como la esposa) e incluso si existía alguna rivalidad entre grupos. También era conocido como duelo aquella costumbre que se realizó durante los tiempos del Viejo Oeste, y que tantas veces ha aparecido en películas, y en el que dos vaqueros se enfrentaban cara a cara, ganando aquel que era más rápido en desenfundar y disparar su revólver.
El origen etimológico del término duelo proviene del vocablo latín ‘duellum’ que estaba formado por ‘duo’ (dos) y ‘bellum’ (guerra, combate), por lo que su significado era ‘guerra/combate entre dos’ y quedó como ‘enfrentamiento entre dos’, que sería su significado literal.
Pero también nos encontramos con que se le llama duelo al momento de dolor que se siente tras una pérdida (por un fallecimiento, una ruptura sentimental…). El origen etimológico del término nada tiene que ver con ‘duellum’ y el acto de retarse y, aunque también proviene del latín, lo hace de la palabra ‘dŏlus’ que significaba literalmente ‘dolor’.
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Estoy seguro que en infinidad de ocasiones habréis escuchado, leído o visto en algún programa de televisión o una película que están juzgando o acusan a alguien de cometer un ‘homicidio’ e incluso en otras ocasiones se utiliza el término ‘asesinato’, pero aunque el resultado final es el mismo (una persona muerta) entre uno y otro término hay diferencias que a la hora de juzgar el caso determinará una pena mayor o menor.
Se considera asesinato cuando una persona causa la muerte de otra y lo lleva a cabo con alguno de los tres supuestos (o los tres juntos) de ‘alevosía’ (se realiza a traición y/o cuando se sabe que la víctima no va a poder defenderse), ‘ensañamiento’ (aumentando deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima) o ‘concurrencia de precio’ (cometiendo el crimen a cambio de una retribución económica o material).
Cometer un asesinato está castigado con una pena que va desde los 15 a los 20 años de prisión, elevándose hasta los 25 años si concurren dos o más circunstancias específicas del delito: se cometió con ensañamiento y alevosía, con concurrencia de precio y alevosía, con cualquier combinación de las tres o con los tres supuestos al mismo tiempo.
Se considera homicidio cuando una persona causa la muerte a otra, pero en el crimen no se contempla ninguno de los tres supuestos citados en el apartado referente al asesinato. Se puede tener la intención de matar a alguien pero no ensañarse, ni realizarlo alevosamente o bajo recompensa, por lo que se diría que se ha cometido un ‘homicidio doloso’, aunque habitualmente no solemos verlo acompañado del término ‘doloso’.
El delito de homicidio también contempla el supuesto en el que alguien mata a otra persona pero ha sido sin intención, conocido como ‘homicidio involuntario’ (accidente de tráfico, atropello, etc… por poner un par de ejemplos) y/o a causa de un fallo o negligencia ‘homicidio negligente’ (por ejemplo, un fallo por parte del médico durante una operación quirúrgica, muerte por un accidente de trabajo por falta de la seguridad correspondiente por parte del empresario, encargado, etc…). Estos dos tipos de homicidio también pueden ser llamados ‘homicidio culposo’.
Dentro de la categoría del homicidio podemos encontrar si se ha cometido a causa de una imprudencia, pudiendo calificarse ésta como grave o leve.
El apartado de penas con las que se castiga el homicidio es un abanico muy amplio, encontrándonos que el homicidio imprudente está castigado con penas de entre 1 y 4 años y para cuando es un homicidio doloso, va desde los 10 hasta los 15 años de prisión.
Cabe destacar que en España no se utilizan los términos ‘homicidio en primer grado’ ni ‘homicidio en segundo grado’ que tan habituados estamos en escucharlo en infinidad de películas o series de televisión, sobre todo norteamericanas.