Os conocí hace casi doce años, al poco de nacer mi hijo. Raquel y Nacho, unos padres recientes pero algo más veteranos que nosotros, fueron los primeros a los que oímos exclamar: “¡¿Pero de verdad no conocéis la canción del tallarín?!”.
De no haber sido ellos, os habríamos conocido por otras vías, estoy convencida. Era imposible no saber de vosotros siendo entonces padres recientes.
No sabíamos nada de vuestra existencia porque Jaime fue el primer niño de la familia en muchos años. Luego han llegado bastantes más y ninguno ha escapado a vuestra influencia, aunque con los recién llegados he comprobado que el tallarín o la cubertería ya no son los megaéxitos de antaño y la competencia de otros grupos es mucho mayor.
De hecho ahora os escuchamos en las tabletas, os ponemos en la aplicación de YouTube en la tele inteligente del salón y en el coche sonáis con Spotify o Apple Music. Al principio aún tirábamos de CDs y DVDs. Y a saber de qué manera accederemos a vosotros en otros doce años.
Dentro de doce años seguiremos oyendo música para niños en casa, seguro. Nuestra relación es larga y seguirá siéndolo. Otros padres, tras unos pocos años, os dicen adiós. No es nuestro caso. Mientras estéis ahí sacando nuevas canciones, nosotros estaremos al otro lado. Mi hijo, que ahora tiene doce años, tiene autismo. Escuchar música, sobre todo infantil, es uno de sus pocos entretenimientos y no es algo que vaya a cambiar.
Tengo que confesar que nuestra relación no siempre ha sido fácil. Tiendo a pensar que estaría bien que, como en la mayoría de los hogares, dierais paso al KPop o a otras músicas adolescentes. A veces he acabado hasta el moño de vuestras canciones, que no de vosotros. Imagino que entenderéis que cosas como un viaje a Cádiz de siete horas no escuchando otra cosa o tener la tele del salón copada por el elefante al que hay que dormir, la casa crecedera, la tía que es ternura, el sapo Pepe o las manos danzarinas, llega a saturar y anima a buscar alternativas. También que pasarse media mañana en el trabajo cantando internamente La mané o Chuchuwa Por tenerlas incrustadas en el cerebelo no es plato de gusto. Seguro que sois más que conscientes.
Más confesiones. Tengo que reconocer que a veces nos hemos reído un poco de la factura de algunos vídeos, sobre todo de los primeros. Y, por mucho que repitáis vuestros nombres, os conocemos por los motes que os hemos puesto en casa, normalmente referidos a algún atributo físico. Es algo que he intentado erradicar porque nos dimos cuenta de que es muy poco educativo para los niños que escuchen a sus adultos de referencia referirse a vosotros como “el gafitas”, “la rubia de las trenzas”, “el sueco” o “el larguirucho”. Mil perdones, os aseguro que nunca hubo ánimo de ofender.
En todo este tiempo os hemos visto en mejorar y evolucionar, haceros políglotas, llegar a Disney o trabajar para mejorar una aldea perdida. También cambiar de integrantes. En los últimos años parece que la cosa es más estable y me alegro. Espero que los que estáis ahora tengáis un trabajo satisfactorio, aunque no sea perfecto (los mayores ya sabemos que eso no existe). También que seáis razonablemente felices (y eso va por todos, también por los excantajuegos). No me gustaría que los rostros sonrientes que entran a diario en mi casa, trabajan en malas condiciones o lo pasan mal, más allá de algún día suelto o alguna pequeña y lógica mala racha.
Fuisteis los primeros, pero no os hemos sido fieles. Doce años dan para mucho y hemos escuchado muchos otros grupos infantiles. Prácticamente todos los que hay en España (algunos con antiguos integrantes de vuestra formación) y también de muchos países. Imagino que lo entenderéis. No os voy a engañar, algunos os hacen buenos y otros regulares, pero aguantáis bien el tipo. Y habrá muchos, pero fuisteis los primeros, los más habituales, los más duraderos.
Supongo que en todas las relaciones largas hay sus más y sus menos.
Y ahora viene lo importante: gracias.
Gracias por ese concierto hace seis veranos en Almería en el que nos lo pasamos teta.
Gracias por todas las horas de entretenimiento en casa, pero también en el coche en la espera de una consulta médica o en un restaurante. Ha habido muchos ratitos en los que nos habéis hecho las cosas más fáciles.
Gracias por servirme de inspiración durante los primeros años de vida de mis hijos, en los que apenas recordaba canciones infantiles y me descubría usando a Tahures Zurdos como nana, ese otro tipo de canciones de amor. En aquellos años cantaba a diario vuestras canciones, para jugar con ellos, para estimularles, para consolarles… Ya menos, pero sigo cantándoos. Por ejemplo cuando tienen que sacarle sangre, cuando se pone nervioso o cuando jugamos en la cama.
Gracias por trabajar desde vuestras canciones tanto valores positivos y defender los derechos de los niños.
Gracias en nombre de muchos padres de niños con discapacidad y circunstancias semejantes a las mías, de muchos colegios especiales, centros de atención temprana, lugares de terapia… en el que me consta que habéis sido y sois de gran ayuda.
Gracias por ser tan amables con mi hijo. No lo recordaréis, pero conocisteis a Jaime en una presentación de Disney en la que se agobió un poquito al ver a sus héroes de la tele tan cerca y estuvisteis haciéndole un pequeño concierto privado.
Y gracias por esa vertiente solidaria que asomáis cada poco.
Al César lo que es del César, y a Cantajuego (algún día tendréis que aclararnos ese lío del plural y el singular) lo suyo.
Esta carta va dirigida a los rostros que vemos cantando, a los que vimos en el pasado, y también al equipo que lo hace posible sin enseñar la cara.