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Los niños prefieren a los hombres sin barba

Por mucho que se puedan poner de moda (a todo esto: ¿habrá pasado ya la moda?), por atractivas que puedan resultar a muchos adolescentes o adultos, parece que a los niños, eso de las barbas, no les va en absoluto.

No es solo una impresión personal, aunque podría. He visto a bastantes bebés y niños pequeños extrañados ante el sonriente rostro barbado de un extraño o tras escucharles quejarse de que aquello rasca, pica y es raro. Claro que eran hijos de padres dados al afeitado y podría ser la falta de costumbre.

En la australiana universidad de Queensland se han puesto a estudiar el tema en serio y pusieron a prueba las barbas con 470 niños; niños que tenían desde nueve meses hasta trece años. Desconozco si tenían padres, abuelos o tíos barbudos.

A todos ellos les mostraron distintas series con parejas de fotos, en cada pareja se veía al mismo hombre con barba y recién afeitado. Las preguntas que hicieron a los niños fueron: «¿Qué hombre parece más fuerte? ¿Cuál parece mayor? ¿A cuál se le ve mejor? » ‘Which man looks stronger?’ ‘Which man looks older?’ ‘Which man looks best?'».

Pues incluso los niños más peques asociaron las barbas a mayor fortaleza y edad (que lo sepáis, la barba os hace parecer más viejos, al menos ante los niños). Pero ante cuál era mejor, la respuesta era abrumadora hacia los lampiños.

Con apenas un año y nueve meses ya les desagradan pero es que la cosa no mejora. Con trece años les gustan aun menos, aseguran los autores del estudio.

Ahora que ya lo sabéis, lo de tirar de cuchilla o maquinilla de afeitar si tenéis niños o trabajáis con ellos, es cosa vuestra.

Aunque como dice Álex, con toda la razón:

¿Los niños mimados son adultos débiles? ¿Nos encontramos ante una generación blandita?

Hay columnas de opinión, hay libros, hay corrillos, hay una corriente que asegura que estamos criando una generación de niños mimados, que lo que obtendremos serán adultos débiles, incapaces de enfrentarse a los retos que traiga la vida.

Generalizaciones que no se sostienen en más evidencia que la observación de lo que uno tiene a su alrededor, una observación llena de sesgos.

Igual que las mías, lo reconozco.

No sé qué opináis vosotros, pero lo que yo veo me dice que estamos intentando criar a nuestros niños con más amor, más respeto, teniéndoles más en cuenta que nunca. Y me niego a creer que eso sea algo malo.

El amor da alas al tiempo que ofrece un suelo firme. No lo digo yo, hay una legión de expertos que afirman que ese sentirse querido y respaldado crea adultos más seguros de sí mismos, con más capacidad para ser felices.

Por supuesto, lo nuevos tiempos entrañan nuevos retos, suponen también que cometamos nuevos errores. Nos podemos pasar de frenada, por supuesto que sí, y acabar haciendo más mal que bien.

Sí que creo que existe eso que se llama «padres helicópteros» o «hiperpaternidad». En todo en esta vida está la aspiracional justa medida aristotélica tan difícil de alcanzar y excesos por los extremos. La lógica dicta a cualquiera que convertirse en una mezcla entre mayordomos, guardaespaldas y fans ciegos a sus defectos (al estilo Justin Bieber) de nuestros hijos puede acabar teniendo consecuencias negativas.

¿Hasta dónde mimar? ¿Dónde está el punto en el que nos estamos excediendo? Esto no es como preparar un bizcocho, no hay medidas exactas. Además, para individuo, cada familia tiene sus particularidades. Pero también parece lógico que resulte más sano excederse en el amor y en los cuidados que en la falta de atenciones y el desapego.

No sé vosotros, pero yo prefiero pecar por exceso que por defecto

Eso no quita que sea consciente de que hay que arropar, pero también incentivar que sean independientes, que sepan manejarse por la vida, que valoren lo que cuesta ganar un sueldo, que hay que respetar a los demás tanto como nosotros les respetamos.

No hay nada tan complejo como criar a un hijo. Y en nada tan complejo es tan sencillo poner el piloto automático y dejar que la vida nos conduzca dónde le dé la gana.

No creo que nos enfrentemos a una generación blandita. Cada generación es distinta a la previa, sobre todo en estás últimas décadas tan aceleradas. Distinta no significa ni mejor ni peor.

Existe cierta tendencia a dejarse llevar por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No es verdad. Como bien dice la divulgadora Nieves Concostrina, cualquier tiempo pasado fue anterior. Sin más. 

(GTRES)

 

 

“Es hora de ir buscando ‘au pair’”

A veces estás presente en una conversación que no va contigo, escuchas a los demás hablar sobre algo de lo que no sabes nada, que incluso te hace pensar aquello de “hay otros mundos, pero están en éste”.

Es fácil que a todos nos haya pasado; tal vez estén hablando de fútbol, de política o de jardinería, temas que desconocen, que no te importan, que te pillan lejos. Yo me encontré una vez así, por estas fechas, escuchando a un grupo de madres hablar de sus au pairs.

Comentaban que si a fulanita no le duran porque las pone a limpiar y una au pair no es para eso; que a una le tocó una chica que solo quería salir de marcha y luego dormir la mañana y eso no puede ser; que claro que no, porque además de dar mal ejemplo a los niños es tu responsabilidad si le pasa algo porque está en tu casa; que si das con una chica que encaje con los niños no hay mejor forma para que tus hijos aprendan otro idioma…

La conversación seguía y yo callaba. Tan obvio era que estaba solo de oyente que una de esas madres me preguntó, con mucha amabilidad, si no me había planteado nunca tener una au pair como ayuda con los niños. Añadió, probablemente recordando que habito en la periferia obrera del sur de Madrid, que apenas costaba dinero, unos 300 o 400 euros al mes.

“¿Puede dormir en la misma cama de la niña?”, pregunté obviamente en broma. “Claro que no, necesitan tener su propia habitación”. “Pues me temo que entonces tener una au pair en mi piso está descartado”, contesté.

(GTRES)



Nadie en mi entorno cercano ha tenido una au pair en casa.
Ni antes ni ahora. Nunca jamás. Sí que he tenido cerca alguna chica que se ha ido para cuidar niños y aprender idiomas, empezando por una de mis primas, con experiencias razonablemente buenas por fortuna.

Vaya por delante que me parece potencialmente un buen arreglo por las dos partes, en el que tanto la familia como la chica pueden salir beneficiados. Se aprenden idiomas, se conocen otras culturas, se tiene una ayudita con los niños, se hace turismo… Tal vez si tuviera una habitación sobrante y dinero bastante me animaría a intentarlo. ¿Quién sabe? Aunque eso de incorporar un extraño en las dinámicas familiares no me acaba de cuadrar mentalmente demasiado. Valoro mucho eso de estar en mi casa haciendo lo que me apetece, sin tener que cuidar si salgo en pelotas de la ducha al dormitorio.

Del tema au pair, además, siempre me ha llamado la atención que no parezca haber chicos. Ellos también pueden jugar con nuestros hijos, acompañar a la familia, hablar en otro idioma que aprendamos. No obstante, aparentemente no existe la figura del au pair masculino. Siempre se habla de chicas. Me da que esconde el mismo prejuicio por el que los hombres encuentran escollos para encontrar trabajos relacionados con el cuidado de los niños más pequeños; que también aquí pesa sobre ellos la sombra constante e injusta de la duda de la depredación sexual, que también son prejuicios a superar si queremos igualdad.

Preguntar si tendríais un au pair varón me da que cosecharía las mismas respuestas que cuando pregunté si tendríais un hombre como canguro. Probablemente por eso es imposible encontrar en el banco de imágenes del medio a un chico ejerciendo de canguro. Probablemente por eso también los chavales ni siquiera lo intenten sabiendo de antemano las dificultades que encontrarán. Son otros techos de cristal.

Y del tema au pair también recuerdo que, hace exactamente tres años, fue noticia que una familia irlandesa había sido condenada a indemnizar a una au pair española por explotación laboral.

El Centro de Derechos de los Inmigrantes aseguró que la sentencia judicial «envía un claro mensaje» a las familias que emplean niñeras, al tiempo que advirtió de que, «por desgracia», este no es «un caso aislado». «Sabemos que muchas au pairs reciben un trato mucho, mucho peor. Su trabajo es esencial para las familias, la comunidad y la economía. Esta decisión histórica, así como la compensación concedida, demuestra claramente que se valora su trabajo», apuntó la representante legal del CRCI, Virginija Petrauskaite.

Una noticia que se tradujo en otra serie de contenidos en 20minutos en los que otras chicas contaban sus malas experiencias. Nuestro medio recibió un aluvión de testimonios.

¿Es hora de ir buscando ‘au pair’? Pues tal vez para muchas familias así sea. Ojalá siempre familias con buen corazón, capaces de ponerse en zapatos ajenos, y que han reflexionado en profundidad sobre lo que implica, más que en las posibles ventajas e inconvenientes.

(GTRES)

«¿Por qué te pones tacones si con ellos no puedes correr?»

Las preguntas de los niños. Puertas abiertas al conocimiento, si somos capaces de darnos cuenta. Puertas abiertas a hacernos preguntas también a nosotros mismos sobre aquello que hacemos por hábito o convención sin detenernos a pensarlo.

Los niños tienen preguntas de todo tipo: ¿Cómo funcionan las nubes? ¿Qué es un político? ¿Por qué un día tiene 24 horas? ¿Por qué el pan se pone blando cuando lo mojas?.

Pero yo hoy me voy a quedar en un par de cuestiones mucho más pedestres que he recibido y que me consta que también han recibido muchas otras madres.

Vuelves después de toda una jornada fuera, trabajando, según llegas a casa te quitas los tacones en los que has estado encaramada todo el día. Son cómodos, pero aun así no lo son tanto como un buen calzado plano, así que te quejas. “¿Por qué los llevas entonces mamá?”. Pues sí, ¿por qué los llevo?. “Son bonitos, hay situaciones que parecen pedirlos”, puede que respondas. Pero te quedas pensando que son incómodos, ¿de verdad eran tan necesarios?.

“¿Los puedo llevar yo?”. “Ahora no, cariño. No podrías correr ni jugar, sería más fácil que te cayeras y pueden hacer daño a tus pies y tu espalda. Cuando seas mayor, si quieres, podrás”. “¿Siendo mayor podré correr y ya no me harán daño?”. “No, aunque seas mayor te costará correr y te podrán hacer daño”.

Y entonces… ¿por qué los llevo yo?”. ¿Recibirían la mismas preguntas las mujeres que llevaban corsés o los pies vendados?. ¿Esas niñas obtendrían las mismas respuestas?

Cate Blanchett en Cannes.
(EFE/ Franck Robichon)

No me entendáis mal. Este contenido no pretende atacar a los tacones. Situaciones similares he vivido yo y otras madres respecto a la depilación por ejemplo. Es solo un ejemplo de cómo deberíamos tener muy presente que somos modelos para nuestras hijas en todo y en qué sentido tiene lo que siempre hemos hecho.

Y algo más. Los niños nos preguntan mucho sobre todo tipo de cosas. Unos más y unos menos, pero todos lo hacen. Y, al igual que el divulgador Antonio Martínez Ron, estoy convencida de que es algo que hay que procurar que nunca pierdan. Preguntar es querer saber, es tener curiosidad, es poder aprender.

Responder a sus preguntas con mentiras, ignorando sus cuestiones, quitándoles importancia, no es la actitud correcta. Reconocer que no sabemos algo es legítimo. Si no tenemos ese conocimiento podemos buscarlo juntos. Si no habíamos reflexionado al respecto, podemos hacerlo en ese momento, también juntos. No tiene que ser en ese mismo momento, puede que tengan que tener paciencia. Igual que nosotros.

La pregunta inocente de un niño puede ser un tesoro.

Desde una pequeña semilla

Me gustan las plantas. No tengo demasiadas en casa, un decena apenas y todas en la terraza. Faltan tiempo y espacio para poder tener más. Algunas de ellas son veteranas, tienen más años que nuestros hijos.

Hay un ficus que tal vez no sea el más bonito del mundo, pero que vino de casa de mi abuela Adriana, una extremeña con la mano verde. Verlo me recuerda a ella, que murió hace ya doce años. Apenas le dio tiempo a conocer a Jaime, su primer bisnieto. Lo conoció dominada ya por el alzhéimer, pero verle le hacía sonreír y preguntaba por él acunando un bebé imaginario entre sus brazos.

También hay un par de plantas que vinieron de nuestro anterior hogar, otro par de plantas de mi madre y de mi suegra y un pequeño arbolito de aguacate que hicimos germinar de una semilla.

Ahí quería llegar yo, a hacer nacer, ver crecer y valorar así los alimentos que tomamos. Con niños pequeños, es una actividad muy recomendable conocer todo del ciclo por el que una planta aparece a partir de una semilla. Especialmente aconsejable para los niños que se mueven eminentemente en entornos urbanos.

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No supone apenas coste, aunque venden kits preparados y pensados para niños que pueden ser un buen regalo, no resultan en absoluto imprescindibles.

Podemos emplear una legumbre (lentejas, judías o garbanzos), el hueso de aguacate que os comentaba, semillas de tomates o pimientos o de aromáticas que compremos preparadas, bulbos de flores como el fragante jacinto e incluso podemos convertir una piña (de las tropicales) en una planta.

De hecho, es una actividad que se lleva a cabo con frecuencia en los colegios, una clase práctica de Conocimiento del medio (nuestras viejas Naturales). ¿Qué necesitan para vivir? ¿Cuáles son sus partes y para que sirve cada una de ellas? ¿Qué sucede con el agua? ¿Podrían crecer a oscuras? ¿Para qué necesitan la luz ?, ¿qué pasaría si las metemos en un recipiente de cristal o una bolsa transparente?.

Hay multitud de actividades y experimentos que se pueden hacer, Internet está llena de buenas ideas. Pero simplemente hacerse preguntas y buscar la manera de responderlas ya es ejercicio suficiente.

También una manera de aprender a asumir responsabilidades si les implicamos en su cuidado y de aprender a respetar al medio ambiente.

A partir de unos dos años, ya se puede empezar a aprender y a jugar haciendo nacer plantas. Y no hay una edad tope para dejar de disfrutarlo.

¿Lo habéis hecho? ¿Os animaréis a hacerlo?

¿A partir de qué edad permitisteis (o permitiréis) que se maquillen vuestras hijas (o hijos)?

La duda surgió tras este tema, que recomienda cuáles son los labiales que conviene comprar porque no entrañan riesgos para la salud (ya os adelanto que son los que tienen base de aceites y grasas vegetales como el cacao, el karité o la jojoba ceras naturales de plantas, de abejas o lanolina, que es una cera natural producida por las glándulas sebáceas de algunos mamíferos, normalmente del ganado ovino, ejem…).

Al final de ese contenido se recordaba el consejo de la OCU de que los pintalabios con colores contienen mucho producto químico y a los niños solo hay que ponerles, como mucho, uno de esos cacaos con algo de color. También que, dado que los carnavales están a la vuelta de la esquina, hay que recordar usar maquillajes aptos y nunca ponérselos a niños menores de tres años.

Nunca maquillar a niños menores de tres años. Bien… Pero si hablamos de cuándo comenzar a maquillarse con regularidad, ¿cuál es la edad recomendada? No maquillajes de carnaval, maquillajes adultos convencionales: la mascara de pestañas, la base de maquillaje, los lápices y sombras de ojos y los pintalabios.

Sabiendo que no es lo mismo un poquito de khol y un labial ligero, que ir con chapa y pintura a todo trapo, lancé en redes sociales la pregunta que hoy titula este post. Un pregunta que también os dejo a vosotros.

Yo no empecé a maquillarme (los ojos, me dio por el delineador negro) hasta los quince años. Pero solo lo hacía de vez en cuando. Y nunca he sido de mucho maquillaje, no suelo ponerme apenas nada. Ojo, me parece fantástico que otras personas lo hagan, que disfruten del arte de jugar con sus rostros. Nada en contra de ese universo, para mí desconocido, de brochas y pinceles.

Si me planteo cuándo permitir que mi hija empiece a salir con regularidad maquillada a la calle, pues creo que va a depender en gran medida del interés que ella tenga. Pero no creo que se lo permitiera antes de los catorce años. Parece que es la opinión mayoritaria de la encuesta (nada científica) que lancé. Me llama la atención, eso sí, que un 11% de las 140 personas que han votado lo ven apropiado a partir de los doce años y un 3% a partir de los 10.

He oído a madres que a sus niñas a partir de los quince o dieciséis años, si aún no les ha dado por maquillarse, y las han animado a hacerlo. Lo único que yo tengo claro es que eso no voy a a hacerlo. Oye, que las hay que pasan del tema, como las hijas de @madrelibromana que asegura que «marqué el 16, pero en realidad no es así por que no se maquillan, tienen 24 años ya y andan por ahí con la cara limpia».

De hecho, he encontrado unos cuantos maquilladores profesionales que recomiendan empezar cuánto más tarde, mejor. La lozanía de la juventud, incluso con granitos, hay que mimarla.

También que la animaré a emplear productos con el logo CE, que algo más de garantía encierran. En línea con lo que me comentaba @madresestresadas: «Mi hija nació diciendo me quiero maquillar. Lo que siempre he hecho es decirle que no vale usar productos sin marcas ‘decentes'».

E intentando explicarle un poco el asunto, la necesidad de desmaquillarse bien, de usar productos ligeritos y poco agresivos. Algo como lo que hicieron con @mamaal2blog: «No tengo niñas, pero a mi me empezaron a dejar con 16 no sin antes darme una explicación sobre:-hija mía esto es ser un loro y cuidado que la base de maquillaje puede ser como el cemento armado y la carga el diablo. 😂😂😂»

Pero ¿cómo evitar que lo hagan antes de la edad que tú consideras adecuada?. Amalia Arce, @lamamapediatra, también tiene una hija ‘nacida para maquillarse’ que con quince años «no sale a la calle para nada sin chapa ni pintura» y que apunta sabiamente «difícil ir contracorriente, si quieren hacerlo, lo hacen a escondidas».

Porque muchas empiezan a quererlo muy pronto. «La mía con 12 para 13 quiere rímel pero de momento lo estoy evitando. Me comenta que alguna niña de su curso (1ºESO) que va con base y muy maquillada», me cuenta @mkderivas. No sé es si más pronto que antes y si, de ser así, es algo influido por la exposición a y de las redes sociales.

¿Qué opináis vosotros?

Vuelven los disfraces de carnaval, vuelve la necesidad de estar alerta

Carnaval, carnaval. En muchos escaparates vemos disfraces y accesorios para jugar a convertirnos en otros. Lo tenemos a la vuelta de la esquina.

Carnaval es una oportunidad estupenda para divertirse disfrazándose, niños y mayores. Y el disfraz puede abrir muchas puertas muy positivas para nuestros hijos: permite expresarnos de una manera diferente, dejar volar nuestra imaginación, es un instrumento que facilita el juego simbólico e incluso podemos usarlo para reforzar contenidos curriculares o despertar el interés de los niños por determinados personajes históricos o literarios e incluso problemáticas actuales. Si lo elaboramos junto a ellos, más ventajas aún, empezando por el tiempo compartido.

De hecho, si tenemos a un niño al que le gusten los disfraces, no tienen que estar circunscritos a carnaval o Halloween. Tener un cajón o un baúl en casa con opciones para que se disfracen es buena idea. Dentro no solo tiene que haber disfraces al uso, algunas prendas nuestras que podamos descartar también pueden servirles a la sociedad mil maravillas.

Y si al niño no le gusta disfrazarse, sobra decir que no hay que obligarle por muchas ventajas potenciales que pueda tener esta actividad o aunque el resto se disfracen. No a todos nos gustan las mismas cosas y hay que respetarlo.

Pero, más allá de ese respeto a la voluntad del niño, es una oportunidad perdida si no estamos alerta a lo poco apropiado de muchos disfraces, de lo hipersexualizados que son incluso aunque estén pensados para niños muy pequeños.

No es ya solo que los disfraces de las niñas tengan con frecuencia impropios aromas eróticos, desde las poses de la publicidad hasta el largo de las faldas. También está el hecho de qué tipo de disfraces están pensados para niños y para niñas, qué oficios están destinados a unos y a otros. Es más, incluso hay casos en los que es ridiculo tener versión femenina y masculina de un disfraz.

Absurdo todo, si precisamente lo más divertido a la hora de disfrazarse es saltarse esos absurdos estereotipos y disfrazarse de lo que más nos plazca.

De hecho, hablando de nuevo de oportunidades, hablar y reflexionar con nuestros hijos al respecto cuando veamos estos disfraces es una estupenda.

Es algo que seguro que os suena, algo de lo que ya hemos hablado en el pasado, pero nunca está de más recordarlo.

Pensemos dos veces si ese disfraz infantil que tenemos en la mano (o en el carrito digital) es apropiado antes de pasar por caja.

Termino con un ejemplo de cómo para los adultos la situación es muy semejante (hipersexualización e diferenciaciones innecesarias) y también deberíamos reflexionar al respecto. Ojo a cómo son los disfraces de profesora y los de profesor…

Si se busca «disfraz de profesor», por aquello del genérico, vuelven a aparecer profesoras hipersexualizadas, entre varones que son zombis, profesores chiflados o aguerridos ‘indianas jones’.

Sobre los expertos que nos aconsejan cómo gestionar el acceso de nuestros hijos a la tecnología

A las familias nos preocupa el uso que nuestros hijos hacen de la tecnología, más concretamente de redes sociales, internet y tablets/teléfonos móviles. Es una realidad incuestionable. Las charlas de los expertos abundan y se llenan de padres preocupados y se suceden los estudios en los que esta preocupación se plasma. El último en España, de momento, es el que se presentaron este martes Empantallados, GAD3 y Orange.

Tras entrevistar a más de 1.400 padres han parido muchos titulares:

  • Cuatro de cada diez afirman que las pantallas suponen una fuente de conflicto con sus hijos.
  • El 68% reconocen emplear las pantallas como fuente de recompensas y castigos.
  • El 74% opina que la tecnología ha hecho poco o nada por unirles a sus hijos.
  • Uno de cada tres  padres reconoce hacer un uso excesivo de la tecnología y no ser un buen ejemplo.

Podría seguir, pero esas me parecen las conclusiones más llamativas.

(GTRES)

A ese tipo de estudios que aspiran a hacer un diagnóstico de una situación novedosa (pareciera que los smartphones y las redes sociales llevan media vida con nosotros, pero apenas ha sido una década), se suman las recomendaciones de expertos: neuropsicólogos, pedagogos, padres, pediatras, más o menos tecnófilos o tecnófobos.

Todo se traduce en un goteo constante de consejos. Lo habitual es que más o menos coincidan en cómo proceder, al menos en lo fundamental, pero hay más puntos de disensión de los que parece. Sobre todo si van buscando afirmaciones llamativas que alcancen a los medios de comunicación y vendan libros.

Voy a poner un ejemplo para que me entendáis. ¿A qué edad entregar a nuestros hijos el primer móvil? Es algo que parece preocuparnos mucho, más que cuando empezar a darles paga o a dejarles ir solos por la calle. Pues bien, ayer publicamos en este medio las opiniones del neuropsicólogo Álvaro Bilbao que dice que depende de la madurez del niño, pero que «cuanto más tarden, más disfrutarán de otros juegos» y que los niños no necesitan familiarizarse pronto con la tecnología porque «los dispositivos están diseñados para ser intuitivos y fáciles de usar”.

En este mismo blog yo recogí hace tiempo la recomendación de Guillermo Cánovas, profesor, fundador de Protégeles y Director del Observatorio para la Promoción del Uso Saludable de la Tecnología, de darle el móvil cuando aún nos escuchen. Si tardamos demasiado en dárselo, decía, va a pasar olímpicamente de las normas y consejos que les digamos. Es más, decía que darles el móvil o no es casi irrelevante si ya tienen barra libre de tablet, porque los chicos no usan los móviles para hablar, sino para ver YouTube, jugar y estar en redes sociales y eso es perfectamente posible en las tabletas.

Os confieso que estoy esperando que surjan corrientes contrarias, dos tendencias casi opuestas vendiendo libros y dando charlas, una más tecnófoba que enganche con los padres más temerosos de este nuevo territorio y otra más tecnófila que las considere herramientas a utilizar simplemente tomando una serie de precauciones que conecte con otro tipo de padres, como yo. Es algo que ya va apuntando maneras a poco que estéis pendientes. Vamos, que no me extrañaría en cuestión de poco tiempo tener a un Eduard Stivill y a un Carlos González de la tecnología en los niños.

Con otros aspectos de la crianza, como el sueño, la alimentación, los castigos o la lactancia, las familias ya estábamos acostumbrados a tener estas distintas corrientes, a elegir la que más casa con nosotros o ninguna en absoluto. En una mayoría de casos a ser flexibles y hacer lo que nos piden las tripas o la razón con nuestros hijos.

Al final, en mi opinión, al igual que en esos otros aspectos hay que tirar de sentido común. Ni todas las familias son iguales, ni lo son tampoco los niños. La tecnología está aquí para quedarse y más vale aprender a usarla de manera provechosa, arrimándose más al conocimiento que al miedo. Meteremos la pata a veces, más vale asumirlo. Igual que más vale asumir que nadie está en posesión de la verdad absoluta y no hay reglas escritas sobre piedra, da igual lo convincente que pueda resultar el gurú en cuestión.

No obstante, sí que creo que hay dos recomendaciones que son buena idea: los padres debemos aproximarnos a la tecnología que usan nuestros hijos, conocerla para valorar sus riesgos y potenciales beneficios, ya estemos hablando de juegos o redes sociales. Y debemos dar ejemplo de un uso racional de la tecnología (que no solo significa evitar el abuso, también el no usarla en absoluto. Ser un modelo a seguir es la mejor forma de enseñar a nuestros hijos.

“¿Adivinas lo que piensan los niños? ¿Papá Noel va pasando de generación en generación o eres el mismo siempre?”

No es una carta cualquiera, es la carta de una niña de nueve años con mente de científica.

Tiene un sano escepticismo y un espíritu investigador y un cerebro afilado como un escalpelo desde que la conozco, que es hace mucho. Es compañera de mi hija y una de sus mejores amigas desde que comenzó Infantil.

Se llama Marina y ya se hizo famosa por plantearse un verano si unos perros habían salido de una caja. Cuántos fueran era lo de menos.

Estas navidades ha escrito una carta a Papá Noel que su madre me ha permitido compartir con vosotros. Seguro que no os decepciona.

Ojalá nunca nada ni nadie altere esa forma maravillosa de mirar el mundo y preguntarse sobre lo que está viendo.

Peluches con lastre cajas sensoriales, lámparas de lava… ideas de regalos para niños con autismo

El año pasado por estas fechas escribí un post parecido, uno en el que recomendaba posibles regalos para añadir en la carta de los reyes magos de los niños con autismo. Regalos que también pueden servir a niños con otros tipos de discapacidad. Este años he vuelto a encontrar gente que me pide ideas, así que he decidido añadir algunas nuevas.

Es complicado sugerir regalos para niños con autismo. Primero porque el autismo tiene muy distintas manifestaciones, no es lo mismo un chaval con Asperger que mi hijo, no verbal y con un elevado grado de dependencia. En segundo lugar porque más allá de las manifestaciones del autismo cada niño con autismo es un individuo diferente con sus gustos, sus propias preferencias que hay que acompañar y respetar. Y en último lugar por sus intereses restringidos, una característica del autismo que dificulta mucho encontrar qué puede gustarles.

Con frecuencia ellos no piden nada, pero los que sí piden mucho son los tíos y abuelos que desean que los reyes pasen por sus casas dejando algún regalo para ellos y no sabemos qué decirles, no sabemos siquiera qué pueden traerles en nuestra casa y no queremos que vivan un agravio comparativo con sus hermanos sin autismo.

Voy a comenzar recordando rápidamente lo que os recomendé el año pasado, muchos centrados en lo sensorial.

Eran mantas de peso, mordedores, pelotas de pilates con las que balancearse, cascos que insonorizan, grandes peluches, instrumentos musicales, álbumes de fotos, largas serpientes de plástico y columpios. Tienen suerte aquellos con chalet que pueden tener un columpio en el patio, entre los padres de niños con autismo que vivimos en pisos hay un porcentaje importante estudiando cómo demonios colocar uno en algún punto de la casa.

Y ahora vayamos con los nuevos.

Si el año pasado recomendaba mantas de peso, este año os traigo los peluches con peso o con lastre, para colocar sobre el niño, sobre sus piernas, brazos u hombros, dándoles confort. La sensación de peso sobre el cuerpo proporciona calma. A Jaime los reyes le traerán este teckel de Hop’Toys (una web especialista en juguetes para niños con discapacidad) que pesa 2,3 kilos y cuesta poco menos de 30 euros.

Hay más modelos. Estos dos pesan algo menos y cuestan algo más:

Mejor que serpientes de goma, si a vuestros hijos les gusta igual que al mío tener objetos largos y oscilantes que sacudir con las manos y andan buscando cinturones, las correas del perro o las pinzas de la barbacoa, además de las serpientes nosotros hemos encontrado unas gomas resistentes y pensadas para niños con autismo estupendas. Me consta que en el colegio de Jaime son un éxito con muchos de sus compañeros. Se pueden encontrar en Amazon por unos diez euros, vienen en packs de doce.

Muchos niños con autismo gustan de experimentar con texturas, para ellos hay cajas sensoriales con las que pueden trabajar. Las imágenes que veis son también todas de Hop’toys. No obstante, estas cajas se pueden elaborar con cierta facilidad y no hay necesidad de comprarlas.

A Jaime, que ahora tiene doce años, esta Navidad le van a traer un muñeco indicado para bebés de unos nueve meses que emite canciones y sonidos. Hay muchos muñecos semejantes, que piden que se reconozcan partes del cuerpo, narran cuentos o emiten estímulos de luz y sonido por distintas vía que también pueden ser una buena opción.

Igual que hay muchos juguetes educativos para bebés que a nuestros hijos con TEA, aunque sean mucho mayores, les pueden venir bien. Torres para apilar, encajables, cajas de formas…

Y terminamos con las luces. Para muchos niños con autismo son también un estímulo estupendo. Hay columnas de luces, un clásico en las terapias de integración sensorial. Las grandes y estables columnas de burbujas cuestan en torno a cien euros, pero tal vez la opción de las lámparas de lava por menos de veinte también puedan gustarles.

Además hay sistemas de luces para la bañera. Y para la bañera, que para muchos es un momento en el que están a gusto y centrados, hay opción de juguetes concretos como juegos de distintas esponjas con diferentes texturas (se pueden comprar o crear). Y aquí también hay un universo de juguetes para bebés y niños pequeños a explorar.

Si tenéis más ideas, serán bienvenidas en los comentarios.