Archivo de septiembre, 2016

‘No one’ (Nadie), la carta de un padre que persigue la empatía y la inclusión

En el post que escribí ayer sobre cumpleaños, sobre mi hijo, sobre inclusión… hacía referencia a esta carta, que lo inspiró.

Me quedé entonces con las ganas de traducirla, porque creo que la petición de este padre de difundir su reflexión es del todo legítima y quería complacerle, haciendo que llegara a más gente, a más padres que pudieran tener una charla con sus hijos sobre empatía tras leerla.

Por todo eso, al final me he animado a traducirla entera robando horas al sueño, aunque no sea a la traducción a lo que me dedico, por lo que pido disculpas por adelantado si no he logrado plasmar toda la intención y emoción del escrito original.

Sin más, os dejo con ella, os dejo con las palabras de Bob Cornelius.

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Para aquellos de vosotros que no lo sepáis, mi hijo menor, Christopher, está dentro del espectro autista. Acudí a su vuelta al colegio el jueves y tomé una fotografía de uno de sus proyectos que aparecían en la pared, una más de las muchas pequeñas tarjetas que todos los niños de su clase habían rellenado. En ella le pedían enumerar sus comidas favoritas, programas de televisión, deportes, etc.

Tomé la imagen con prisa y no me percaté en ese momento de todas las respuestas que había escrito. Fue sólo después de que llegué a casa cuando algo destacó en una revisión más cercana.

¿Recordáis que, un par de semanas atrás, hubo una enorme cantidad de noticias sobre el jugador de fútbol de Florida que se sentó en un niño con autismo que estaba comiendo solo? Ese jugador no sabía que el niño estaba dentro del espectro autista cuando se sentó con él… Simplemente vio a un niño almorzando solo y decidió unirse a él. Un profesor capturó el momento y se volvió viral. Eso es lo que hizo la historia grande…. no hubo una puesta en escena… fue un ejemplo real de amabilidad humana.

La continuación de esta historia fue que el niño ya no volvió a comer solo; que los otros niños AHORA se sientan con él y le dan palmaditas en la espalda. Ese chico tenía ahora «amigos» y todo estaba bien en el mundo.

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Mi hijo tiene diez años y aún no ha recibido ninguna invitación de cumpleaños

Hace casi exactamente cinco años Jaime empezaba su primer curso en un colegio especial para niños con autismo y Julia comenzaba primero de Infantil en el colegio al que antes había ido su hermano y en el que no pudieron coincidir ni siquiera un año, porque la inclusión no debería depender la evolución de los niños pero en la realidad es la norma que te ‘inviten’ a irte si tu hijo necesita más manos de las que el centro que aspira a ser inclusivo dispone.

Hace casi exactamente cinco años hablé aquí de cumpleaños. Un post que he recordado tras leer la carta de un padre estadounidense que descubrió casualmente que su hijo con autismo, de alta capacidad y supuestamente incluido, no tenía ningún amigo. Lo supo por una ficha que había completado el niño, sin que el centro, que tenía que saberlo por narices, hubiera hecho nada al respecto.

Esto es lo que escribí hace casi cinco años:

La verdad es que Jaime no acude a muchos cumpleaños al año: el suyo, el de su hermana, sus dos primas y dos de viejos amigos nuestros que tienen niños pequeños. Seis en total. Me consta que otros niños de su edad, que ya van al cole, tienen celebraciones constantemente. Sobre todo si tienen cierta popularidad.Por lo que he visto y oído es habitual que los padres impongan a los niños un número tope de invitados a su cumple: 6, 8, 10… y ellos deciden a quien invitar de sus 20 o 25 compañeros de clase.

A Jaime no le han invitado nunca. Algo que no me preocupa ni molesta, me parece lo más normal. Probablemente yo tampoco hubiera invitado a los cinco años a un niño de mi clase con autismo. Los hay más divertidos, no vamos a engañarnos. Además, como no vamos a llevarle ni a recogerle tampoco tengo una relación especialmente íntima con los padres de los niños que van con Jaime. Y nosotros, dado que su cumpleaños es en pleno agosto, nunca hemos invitado a ningún compañero.

Pero siempre recuerdo un foro en el que participaba y eran varios los padres y madres de niños con distintos grados de autismo que llevaban fatal que a sus hijos jamás les invitasen, sobre todo si ellos estaban invitando a niños del cole. Me acuerdo de alguno que celebró la primera invitación recibida con una ilusión enorme.

Tengo curiosidad, sin perder el sueño por ello, por saber qué sucederá con Julia cuando comience en el colegio al año que viene. Y lo que pasará con Jaime cuando pase a estar escolarizado en un centro específico para niños con autismo.

Ya os puedo contar lo que ha pasado. Julia ahora tiene siete años, empieza en segundo de Primaria, es invitada con frecuencia a cumpleaños. En lo poco que llevamos de curso ya ha acudido a dos. Es una niña que ha hecho amigos, amigos con los que hemos compartido sesiones de juegos de mesa en casa, excursiones e incluso alguna casa rural. Y yo sigo sin pisar su colegio, no voy a llevarla ni a recogerla porque voy a buscar a su hermano que sale a la misma hora de otro colegio.

Jaime tiene ahora diez años. Además de por aquel colegio en el que compartió tres años clase con más de veinte niños sin autismo, ha estado en dos colegios especiales. Aún no ha recibido ninguna invitación de cumpleaños de un amigo. Ni lo hará. Los niños con autismo con una afectación importante, como mi hijo, no establecen entre ellos unas relaciones tan complejas como para que esas invitaciones se produzcan. Muchas familias apenas celebran de manera especial su cumpleaños.

A Jaime sí  le gusta celebrar su cumpleaños. No entiende que esté sumando años, no le importan los regalos, ya os expliqué que las cosas le dan igual, pero le gusta sentir que muchos de los suyos le cantan, notarse un poquito especial ese día aunque no entienda el motivo.

Los cumpleaños ajenos, con demasiado barullo para su gusto, no los suele disfrutar. De hecho ya hemos dejado de llevarle a algunas de esas seis celebraciones contadas que enumeraba al comienzo de este post, sobre todo si son de las que se celebran en macroparques de bolas.

No le preocupa lo más mínimo no recibir invitaciones de cumpleaños. Es feliz sin dar vueltas a esos conceptos que se le escapan. Pero no todos los niños con autismo son como Jaime, hay niños con mayor capacidad para entenderlo y sentirse excluidos, para sufrir viéndose solos, sin amigos. Y no solo niños con autismo, también niños con otras discapacidades o necesidades especiales. E igual que esos niños, sus padres.

La única manera de cambiar eso, como apuntaba Bob Cornelius, el padre del niño que escribió «No one (nadie)», en una carta que os recomiendo leer de cabo a rabo si vuestro inglés os lo permite, es desde los profesionales que hay en los centros de enseñanza y desde las familias de los niños neurotípicos que comparten clase con compañeros con discapacidad o con necesidades especiales.

Los niños que no invitan al compañero al que le cuesta hablar, o que habla demasiado y de forma obsesiva de los temas que a él le interesan, del compañero que no lleva el ritmo de la clase y no entiende las bromas, no tienen culpa de nada. Pero en los colegios y en las familias deberíamos ser capaces de explicar el porqué de esas diferencias y trabajar para que no haya niños excluidos.

¿Cómo hacerlo? Pues una buena manera es como aconseja Cornelius, mostrando a los niños ejemplos de inclusión bien entendida, como la de el jugador de fútbol americano que se sentó a comer en una visita a un colegio junto a un niño con autismo que comía solo.

Como las innumerables cartas que inundaron con ofertas de amistad a ese niño que reconocía sin aspavientos que no tenía amigos en el colegio.

Como ese centro escolar que estableció una mesa en la que era imposible comer solo porque siempre había profesores formados y alumnos voluntarios dando al bienvenida a otros.

Como la del chico con Síndrome de Down jugando en el equipo de baloncesto de su instituto.

Simplemente hablando con ellos de que es lo que tiene ese compañero para que entiendan porqué es diferente, de lo importante que es ponerse en el lugar del otro.

Y eso no ayudará solo a esos niños que necesitan no verse apartados y solos, también hará de nuestros hijos seres más empáticos y compasivos, más sensibles para rechazar el acoso escolar de forma activa.

¿Son compatibles las gafas de sol y los niños?

img_20160927_174648Yo nunca llevé gafas de sol cuando era niña. Jamás. Ni las llevé ni las tuve. Y tampoco recuerdo a ningún niño a mi alrededor con ese tipo de gafas, salvo que estuviera tonteando puntualmente con las gafas de alguno de sus progenitores. Correr, saltar, ir en bici… todo esa actividad infantil chocaba con ir cargando con unas gafas de sol. Si brillaba demasiado entrecerrabas los ojos sin miedo ninguno a las arrugas, ponías la mano a modo de visera o buscabas rápido la sombra.

No creo que esa incompatibilidad haya cambiado respecto a los años 80, pero hoy en día la situación es otra. La mayoría de los niños tienen gafas de sol, que las usen ya es otro cantar. Ves todo tipo de modelos infantiles en ópticas, tiendas de ropa y chinos. Ellos se encaprichan, tal vez lo hagamos nosotros si somos del todo sinceros, y las compramos. Si nosotros, adultos, ya no sabemos vivir sin ellas, si el sol cada vez es peor, tiene sentido que nuestros hijos las lleven más allá de la estética. Y sobra decir que deberían ser de óptica como explica mi compañera Boticaria García.

Al final las madres solemos llevar en el bolso una funda con sus gafas infantiles. Tal vez incluso vayan apretadas en la misma funda que las nuestras. Las ofrecemos si hay mucho sol y, según mi experiencia, no duran mucho con ellas puestas. Jaime nada, imposible. Vinculado a su autismo la comodidad prima y no soporta llevarlas. Julia, que tiene ahora siete años, las usa poco. Es como era yo, de saltar, trepar y correr en cuanto tiene la oportunidad, así que cuesta horrores que las lleve y acabo primero cargándolas yo y luego dejándolas olvidadas en casa.

Lógico.

Luego está el hecho de que en las manos de un niño no duran limpias más que unos pocos minutos y, si no estamos encima de lo que hacen con ellas, su esperanza de vida es solo un poco superior al de la pasta dentífrica infantil.
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Darwin, Marie Curie o Leonardo Da Vinci hechos plastilina en el Museo Nacional de Ciencias Naturales

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En mi anterior post os hablaba de las Mujeres que han pasado a la Historia hechas bellas ilustraciones por Isabel Ruiz, hoy quiero traer científicos elaborados con plastilina, el material infantil moldeable por excelencia. Una manera de acercar la Historia de la ciencia a los niños del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC).

El pasado jueves 15 de septiembre arrancó la exposición temporal Plastihistoria de la Ciencia, perdonadme si os lo cuento un poco tarde, con el objetivo de «enseñar al público de forma divertida algunos de los descubrimientos e inventos que han cambiado la historia del ser humano a través de personajes y detalladas escenas realizadas con plastilina».

Estará hasta el 15 de noviembre, así que aún hay tiempo para acercarse por este recomendable museo madrileño, en el que ver animales, dinosaurios y participar de las actividades infantiles que tienen programadas a lo largo de todo el año.

A lo largo de los años son muchos los científicos que gracias a sus descubrimientos han ido moldeando la historia de la humanidad. Pues bien, esta vez son ellos los que son moldeados.

Superman, Batman o Spiderman están muy bien, pero esta vez los superhéroes son reales. Con esta muestra pretendemos rendir un pequeños homenaje a los personajes célebres y anónimos que, no sólo en el pasado, sino también en el presente, lo arriesgan todo por favorecer el avance de la Ciencia. Y, por qué no, intentar despertar al mismo tiempo nuevas vocaciones científicas.

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María Moliner, Hedy Lamarr, Violeta Parra, Emma Goldman…. mujeres que descubrir con nuestros hijos

Hedy Lamarr verkamiEl año pasado os hablaba en este mismo blog de un libro que había descubierto que era una joya, tanto por la belleza de las ilustraciones como por su idea y ejecución: dar a conocer a mujeres a la que la Historia no ha hecho justicia, cuyos nombres nos suenan pero que no sabemos ubicar en el tiempo y explicar porque fueron sobresalientes a menos que alguna película de éxito haya recogido sus logros.

«Porque hay muchos nombres que no deben ser olvidados, porque la Historia no está completa sin nosotras«, explica su autora, Isabel Ruiz Ruiz.

He prestado ya en varias ocasiones y siempre con éxito esa maravilla que es Mujeres, uno de esos libros que ocupan un lugar de honor en la librería. Un lugar de honor con espacio suficiente como para dar la bienvenida al segundo volumen, que justo ahora está en preparación, con un crowdfunding abierto en Verkami.

En el primer libro encontrábamos a Concepción Arenal, a María Montessori, a Gertrude Ederle, a Virginia Woolf, a Marie Curie, a Clara Campoamor, a Hipatia de Alejandría, a Margaret Bourke-White, a Hellen Keller, a Dian Fossey o a Frida Kahlo.

En esta nueva colección de Mujeres encontraremos a Christine de Pizan, Simone de Beauvoir, María Moliner, Herda Taro, Hedy Lamarr, Malala Yousafzai, Nelli Bly, Wangari Maathai, Maya Deren, Hilma al Klint, Violeta Parra, Emma Goldman, Valentina Tereshkova, Ada Lovelace y Elisabeth Eidenbenz. De momento… Serán de nuevo dieciocho.

Como en el primer volumen, las preciosas ilustraciones van acompañadas de una pequeña biografía y una cita de cada mujer. «Supone un punto de partida para seguir investigando, para seguir descubriendo». Y como en el primero, la calidad en la impresión del libro es sobresaliente, con una edición de lujo, tapa dura, interior papel estucado semi mate 170 gramos a todo color, encuadernación cartoné cosido y tamaño A4.

Un instrumento perfecto para abrir los ojos y la curiosidad a nuestros hijos, también a nosotros mismos. Ojalá estuviera en todos los colegios.

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¿Cuál es el objeto que con más cariño asociáis a vuestra maternidad?

1No soy yo de encariñarme  con las cosas. Las cosas son cosas, puede que útiles, bonitas, pero inertes, incapaces de sentir . “No llores por eso cariño, es solo una cosa, no llores por algo que nunca lloraría por ti”, es algo que he dicho a veces a mi hija. Ni ella ni su hermano tienen un apego excesivo a los objetos, regalan y prestan con toda la facilidad del mundo y eso me complace. Pero es inevitable que algunos objetos sean especiales, en mi caso aquellos que quedan asociados a buenos recuerdos.

Ayer tocó zafarrancho en el cuarto de mi hija, estuve vaciando cajones y baldas, decidiendo que cosas regalar, que cosas colocar de otra manera (cuentos que antes le quedaban grandes ahora ocupan el lugar de otros que le han quedado pequeños) y que cosas directamente mandar al contenedor de reciclaje. Entre tanto trajín de cosas apareció, hecho un ovillo en una bolsa de plástico al fondo del armario, algo que creía perdido. Una de esas cosas que son especiales.

“Póntela, a ver si quepo”, me pidió Julia cuando vio desplegarse nuestra vieja mochila de porteo. “Imposible mi amor, tienes ya siete años, la última vez que estuviste dentro tenías dos y medio”.

Ella dice que se acuerda de ir sujeta a mi cuerpo, yo no tengo claro si de verdad conserva vagos recuerdos o si son solo reflejos de las fotos que ha visto. Yo sí que conservo la sensación de llevar su cuerpecito cálido contra mi pecho, de sentirla dormirse, de pasear con su hermano de la mano y la correa de mi perro en la otra… Usamos esa mochila mucho más que el carrito, con ella no había que plegar nada, teníamos las manos libres, cualquier terreno era apto y a ambas nos gustaba más. Ni carro, que casi todos los días parecía tener pinchos, ni bolsa de carro, que con lactancia materna y con la experiencia que da el segundo hijo descubres que tiende a llenarse de archiperres rara vez necesarios que arrastras como una tortuga desestructurada de un lado a otro.

Si hay un objeto que asocio a mi maternidad que aunase disfrute y utilidad, sin duda sería esa mochila, esa cosa que también ha pasado por otros tres bebés y a la que no voy a conservar, porque no hay mejor lugar para guardar las cosas que tu memoria y alguna que otra foto y dónde mejor estará es resultando útil a otros padres recientes.

¿Cuál es el vuestro?

¿Y si a mi hijo no se le caen los dientes de leche como al niño de ‘Stranger Things’?

Un efecto colateral de ver Stranger Things, la última serie de moda de Netflix (que a título personal os recomiendo, pero que no es apta para los niños más pequeños), es que puede aumentar la paranoia de muchos padres cuyos niños tardan en soltar los dientes de leche.

Uno de los niños protagonistas, probablemente mi personaje favorito (todo inteligencia, sobre todo emocional), comenta en uno de los primeros episodios la seria con toda naturalidad que tiene displasia cleidocraneal a los matones que pretenden hacerle bullying por tener aún dientes de leche.

¿Qué es eso de lo que habla Dustin? Porque la verdad es que no lo menciona más veces y en la serie se le ve tan estupendo que solo te quedas con su problema con la dentición.

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La displasia o disostosis cleidocraneal implica mucho más que tardar en cambiar la dentadura. Este trastorno, que afecta efectivamente al actor Gaten Matarazzo, es una anomalía genética rara que en un tercio de los casos se produce de novo (aparece espontáneamente, sin que hubiera antecedentes), es una de las más antiguas que se conocen y lo de menos es de los dientes, afecta a las clavículas, la pelvis, el cierre de las fontanelas, la apariencia del rostro… Hay distintos grados y no hay tratamiento, sino un abordaje terapéutico que implica el trabajo conjunto de distintos especialistas.

Es estupendo que veamos cada vez más diversidad en las series y tratadas con esa normalidad. De hecho muchos afectados por el mismo síndrome están agradeciendo la visibilidad del trastorno y asegurando que es algo que les ayuda a muchos niveles, empezando por el personal.

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La vuelta al cole de los niños con enfermedades crónicas

La reciente vuelta al cole no es igual para ningún niño, pero desde luego puede ser muy distinta para los más de 35.0000 niños y sus familias que cursan Educación Especial, ya sea en centros especiales o en centros ordinarios que practican la inclusión. Si os interesa leer al respecto, aquí os dejo este reportaje enlazado.

(UEX)

(UEX)

Pero también puede suponer retos mayores para los alumnos que tienen enfermedades crónicas como asma o diabetes. Lo sé bien, ya os he comentado alguna vez que un niño de mi familia tiene diabetes desde que era un bebé de menos de un año. La primera dificultad ya radica en la elección de colegio, ya que disponer de médico o enfermera puede primar sobre otros aspectos que también son importantes.

Justo estos días la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap)  ha recordado que tiene en su web a disposición de los profesores una Guía Informativa para Centros Docentes.

Efectivamente, me parece que puede resultar muy útil para los profesores, pero aprovecho para compartir aquí algunos enlaces de la guía, porque creo que pueden ser útiles para todos, no solo para los maestros:

Niños con enfermedades crónicas

Situaciones de urgencia

Accidentes

El principal consejo que dan desde la AEPap a los padres de niños con enfermedades crónicas en el arranque de curso es de sentido común: «si tu hijo tiene alguna enfermedad crónica, como alergia crónica, asma, diabetes, celiaquía, intolerancia a determinados alimentos o algún problema en su desarrollo es importante que lo sepan en su centro escolar».

No informar puede entrañar riesgos que nadie debería correr cuando es la salud de su hijo de lo que estamos hablando.

En el caso de los niños con asma, el inicio del curso puede ser una época especialmente difícil, porque el pequeño tiene contacto con un mayor número de desencadenantes en el aula, que ha permanecido cerrada durante los meses de verano. Por eso, antes de empezar el cole quizás es conveniente consultar con su pediatra si debe tomar algún tratamiento preventivo de base y dar algunas pautas de actuación y tratamiento a su profesor, preferiblemente por escrito, que incluyan consejos en caso de que el pequeño tenga síntomas en clase.

Para los niños con diabetes, es conveniente que todo el personal docente del centro sepa qué hacer en caso de emergencia y dónde está la medicación. En ocasiones, estos pequeños pueden necesitar ingerir algo de alimento fuera de las horas de comida para evitar las hipoglucemias y también es posible que necesite inyectarse insulina en clase, por lo que sus profesores deben estar al tanto de su diagnóstico y facilitarle sus cuidados.

Pero lo mismo funciona en sentido contrario claro: «los maestros y educadores son una figura clave en la detección temprana de algunos problemas de salud que pueden interferir en el proceso de aprendizaje de tu hijo, como los problemas de visión, trastornos del lenguaje, dislexia… “La comunicación entre padres y profesores es un pilar clave en la buena salud física y emocional de nuestros hijos”, señala la Dra. Concepción Sánchez Pina, pediatra y presidenta de la AEPap».

Os dejo con el resto del comunicado:

Las enfermedades crónicas suponen, más allá de lo físico, un reto emocional y psicológico para muchos pequeños, que no quieren sentirse diferentes de sus compañeros y que pueden llegar en algunos casos, a negar o disimular su propia patología por falta de aceptación. En el caso de los más pequeños, las dificultades pueden derivarse de su incapacidad para controlar aún sus síntomas o medicación; mientras que en el caso de los adolescentes, pueden llegar a prescindir del tratamiento por su cuenta para seguir haciendo una vida lo más parecida a su grupo de amigos.Por todo ello, para muchos menores españoles con enfermedades crónicas, la vuelta al cole puede ser un momento incluso más especial que para el resto de sus compañeros, por lo que la comunicación entre la familia y el centro escolar es clave.

 

Habla una monitora de un comedor escolar (que está dispuesta a responder vuestras preguntas)

EUROPA PRESS/JCCM

EUROPA PRESS/JCCM

Ayer la portada de 20minutos estaba llena de comedores escolares, por un lado teníamos el reportaje de mi compañera Lolita Belenguer, por otro una encuesta y, por último, el post que publiqué ayer. Todo eso animó a una persona que fue monitora de un comedor escolar a escribir en Menéame ofreciéndose a responder las preguntas «las dudas que podáis tener acerca del funcionamiento de este tipo de comedor, de la manera de servir o recoger los platos, de si se les obliga a comer o se respetan sus gustos, de las instalaciones o de cualquier cosa que creáis oportuna».

Os animo a plantear vuestras preguntas y os recomiendo su lectura, a mí me ha resultado muy interesante. Es de agradecer que se haya prestado a algo así.

Por ejemplo, no sabía que muchos niños que se quedan a comedor no se lavan los dientes porque en el comedor de Jaime sí que lo hacen.

Donde yo estuve pregunté por el tema y la directora me dijo que se había intentado implementar, pero que habría hecho falta más personal porque realmente al menos al principio es más difícil controlar a 20 niños cada uno con su cepillo y dentífrico que en el comedor. Pienso que debe ser por la falta de costumbre de los niños, pero donde yo estaba me dijeron que se tuvo que dejar porque no les daba tiempo, derramaban dentífrico sobre ellos y sobre todo lo que les rodeaba y era un caos, así que supongo que la empresa no debe estar dispuesta a contratar personal extra para controlar que los niños se laven los dientes y después limpiar todo.

Una pregunta que yo también le hubiera hecho. ¿Llevaría a sus propios hijos a comedor o los llevaría a comer a casa?.

Si no me quedara más remedio si, les llevaría sin problema. Personalmente pienso que como en casa no van a comer jamás en un comedor, y respecto a la calidad te puedo decir que era mejorable, en el caso de embutidos, fruta… Se notaba que eran de los más baratos y personalmente en casa por muy poco dinero más podría comprar cosas mejores. Otras cosas, como la tortilla francesa que estaba hecha en microondas con huevo pasteurizado no estaban todo lo buenas que podrían estar siendo caseras, pero no tendría problema en que mis hijos comieran esa comida ya que en términos de seguridad alimentaria era perfectamente segura y al menos donde yo estuve la proporción entre nutrientes era muy equilibrada, casi no les ponían fritos ni cosas con grasa, traían ensalada o verduras a diario, alternaban bastante la carne y el pescado y casi siempre había un plato de cuchara. El hecho de tener primer y segundo plato con guarnición hacía muy difícil que los niños comieran poca cantidad, y respecto a los postres, uno o dos días por semana había lácteos, el resto fruta y ocasionalmente algún pastel. Como cosas mejorables respecto a la comida como te digo la calidad, que sin llegar a ser incomestible podría ser mejor y quizás que en verano alteraran los menús para no comer tanto cocido o estofado de patatas, que apetecen menos con el calor aquí en el sur.

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En los comedores escolares también deberían respetar los gustos y diferentes apetitos de los niños

EUROPA PRESS

(EUROPA PRESS)

Os recomiendo la lectura del reportaje que ha publicado hoy mi compañera y madre reciente (más que yo) Lolita Belenguer sobre comedores escolares, en el que habla de cómo la línea fría de catering se va extendiendo (el 61% de los centros lo usan), de cómo cada vez más voces defienden la tradicional cocina en el colegio y piden el uso de productos locales y ecológicos. Ha hablado con colegios a los que cocinando les salen las cuentas, con las empresas que los elaboran y con una nutricionista.

En serio que merece la pena dedicarle unos minutos, Aquí podéis leerlo entero.

Ya os comenté hace tiempo que para mí el comedor escolar era un mal necesario, que prefiero que mis hijos coman en casa. Como tengo a mi hija en un colegio y a mi hijo en otro, especializado en niños con autismo, solo ha podido ser en uno de los casos.

Jaime come en el colegio con una de esas líneas de catering de las que habla Lolita. Comida que se calienta en el colegio y que mi hijo devora encantado. Menús que han pasado por un nutricionista y que mi hijo que es de buen saque devora encantado.

Puede que no sea la comida más apetecible del mundo para un adulto, tampoco para algunos niños, pero merienda y cena en casa. Ahí ya soy yo la que cocina, procurando dar cancha a su amor por las judías verdes, la coliflor y el pescado.

Os confieso que el principal motivo por el que a mí no me gusta el comedor y lo veo como un mal necesario es porque comiendo también se educa. Me tomo muy en serio no insistir en que tomen una cucharada más, en respetar el apetito y los gustos de cada niño, igual que los adultos hacemos respetar los nuestros. Si mi madre tiene derecho a negarse a comer cualquier cosa que tenga cebolla o judías verdes y mi santo y mi amigo Miguel consideran la coliflor algo poco menos que demoníaco, ¿por qué empeñarnos en que los niños coman de todo y en la cantidad que nosotros decidimos?

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