Archivo de la categoría ‘Política energética’

Autoconsumo solar para la “Next Generation”

El autoconsumo solar esté de moda en España. Atrás quedó la época de los hermanos Nadal y su nefasto “impuesto al sol”, así como todos los impedimentos arbitrarios y malintencionados que impusieron al autoconsumo. El año pasado se conectaron 40.000 instalaciones solares en tejados, más que el acumulado histórico. Este 2021 no será menos y España alcanzará, con total seguridad, las 100.000 instalaciones acumuladas. Tampoco hay duda de que en los próximos años se alcanzará el millón de tejados solares en España (¿será en 2025? ¿en 2030?).

Teniendo en cuenta los niveles de radiación solar que tenemos en España y en un contexto de electricidad cara, no interponer una placa solar entre el sol y el tejado es un derroche energético y económico que no tiene sentido alguno. Los números salen (más aún con las bonificaciones municipales al IBI) y el compromiso ambiental de los españoles es cada vez mayor.

No obstante, dada la herencia del impuesto al sol, España ha perdido un precioso tiempo y está aún muy lejos del resto de países del entorno. Alemania ya superó a finales del año pasado los 2.000.000 millones de tejados solares, 20 veces más que España, con una población que no llega al doble de la española (y con menos sol). Ello justifica una intervención pública en España, que no sólo se limite a eliminar las trabas más perjudiciales para el autoconsumo solar, sino que también contribuya a acelerar la implantación mediante ayudas económicas de impulso directo a los techos solares.

Los Fondos europeos procedentes del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia aprobado por la Unión Europea (popularmente conocido como “Next Generation”) pueden suponer una buena inyección económica al autoconsumo. No obstante, cabe preguntarse, si ya hemos dicho que el autoconsumo “va solo” en España, especialmente en aquellos perfiles en los que la curva solar coincide con la de consumo, ¿qué necesidad hay de subvencionar esta actividad? Y más aún cuando ya sabemos que existen bonificaciones fiscales y que el mero anuncio de posibles subvenciones suele provocar una paralización inmediata del sector hasta que éstas son convocadas, varios meses después.

En un entorno de normalidad económica, acostumbro a defender la no necesidad de ayudas para el autoconsumo, como actividad que ya es rentable por sí misma. No obstante, en un contexto económico de expansión de la inversión pública y de transformación productiva profunda como el actual, tras la apuesta europea decidida por una salida keynesiana de la crisis de la covid-19, considero muy positivo que el Gobierno haya decidido dedicar 900 M€ (1,2% de las ayudas directas totales en España) al autoconsumo solar y eólico.

Ahora bien, sería bueno enfocar esas ayudas hacia aquellos supuestos en los que existe una mayor necesidad de intervención pública para subsanar algunas de las deficiencias de mercado. En concreto, quiero destacar tres situaciones en las que se justifica especialmente una intervención pública de carácter económico.

El primero de ellos es el empleo de materiales locales, o cuanto menos, europeos. La instalación mayoritaria de componentes asiáticos presenta algunos problemas que pueden generar vulnerabilidades evitables. Primero, un problema de suministro. Ante la escasez de materiales, durante este primer semestre he visto decenas de contratos incumplidos por parte de fabricantes, así como renegociaciones y subidas de precios a pesar de que los contratos ya estaban firmados (y en algunos casos, pagados). Segundo, por una cuestión ambiental y laboral, ya que transportar materiales desde el otro lado del mundo no resulta la manera más ecológica de generar energía verde, y ya que en los últimos meses han salido a la luz varios escándalos en fábricas solares chinas en relación con el empleo de mano de obra forzada de minorías étnicas. Y en tercer lugar, porque producir los materiales en España o en Europa genera empleo y riqueza local.

El segundo es el impulso de la energía solar en aquellos territorios con menor radiación solar, como es el norte de España, o con mayores costes de instalación, como podrían ser Canarias y Baleares. Son casos en los que la energía solar es menos rentable por lo que está justificada esa intervención pública para compensar los menores ingresos o los mayores costes.

Y el tercero es el fomento del autoconsumo solar en aquellos tejados de personas de menor renta, que quizás no dispongan del dinero necesario para la inversión inicial (unos 5.000€) pero sí que deberían poder beneficiarse de esa fuente de energía limpia, local y más barata. En este caso, puede servir tanto una fórmula de ayuda directa como otra de financiación, asumiendo un mayor riesgo que el sector privado para perfiles de consumidores que quizás no superen los ratios de solvencia exigidos por las entidades financieras para otorgar préstamos para este tipo de proyectos.

Además, hay que recordar que el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia no va sólo de inversiones, sino también de reformas normativas que faciliten, en este caso, la transición energética. En materia de autoconsumo la reforma más urgente es la del autoconsumo compartido, y en concreto es preciso aprobar los coeficientes dinámicos de reparto para el autoconsumo compartido (como ya ha hecho Francia) y aclarar los esquemas eléctricos para este tipo de instalaciones, poniendo fin así a las disputas eternas con las compañías distribuidoras a este respecto. De esta forma, se maximizaría el aprovechamiento de la energía solar en los tejados, se podría ocupar cada m2 de tejado disponible y se permitiría que más personas disfruten de la energía solar distribuida.

El futuro del autoconsumo solar está por escribir en España. Ahora que tenemos la hoja casi en blanco, es el momento de fijar un buen esquema que nos permita construir una historia de éxito. Y uno de los protagonistas de esa historia tiene que ser la fabricación local, de forma progresiva, pero decidida y dando seguridad jurídica a las inversiones en fábricas en España. Y es que los Fondos Next Generation no se llaman así porque los pagará la siguiente generación, sino sobre todo, porque deberán servir para transformar las estructuras del país para que la próxima generación disfrute de un país más próspero, verde y justo.

Por Daniel Pérez – Patrono de la Fundación Renovables

Las turbulencias del recibo de la luz impactan en un bien esencial

Este año post-pandémico no quiere dar ninguna tregua a los precios de la luz que, lejos de bajar, parece que mantendrán su tendencia al alza en el mercado mayorista. Es recurrente que cuando se producen este tipo de subidas prolongadas en el tiempo coincidan con una situación tensa entre el gobierno y las eléctricas; no es la primera vez que ocurre, solo hay que echar la vista atrás y recordar como, por ejemplo, en el año 2013 estas subidas llevaron a la anulación de las subastas CESUR y a una sanción a Iberdrola por manipulación en el precio de la energía eléctrica.

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¿A dónde van con tanto hidrógeno?

Hace casi veinte años se publicaba en el boletín APPAInfo, de la entonces Asociación de Productores de Energías Renovables y en la que yo trabajaba por aquel tiempo, un artículo que firmaba El Kilovatio Verde y que se titulaba “¿A dónde van con tanto gas?”. Salíamos al paso del aluvión de proyectos de ciclos combinados que las eléctricas y otros grandes agentes económicos ponían en marcha animados por un Plan de Infraestructuras Eléctricas y Gasitas del entonces Secretario de Estado de Energía, José Folgado, norma que, a título “indicativo”, marcaba una previsión de necesidades de esta tecnología que luego se demostró errónea. Llegaron a anunciarse proyectos que sumaban los 50.000 MW, aunque, finalmente, “solo” se instalaron 27.000 MW.

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Pobreza energética, ¿Cómo podemos ponerle fin?

En la semana europea de lucha contra la pobreza energética ponemos el foco en los cuellos de botella que impiden avanzar hacia su total erradicación.

El concepto de pobreza energética aparece por primera vez a raíz de la crisis del petróleo de 1973 como un problema ligado a la pobreza. Se ha venido a definir como –la incapacidad, por motivos económicos, para mantener una temperatura adecuada en las viviendas, que permita unas condiciones de vida digna y saludable, debido a la ineficiencia energética del hogar, bien porque no pueden hacerse cargo del pago de las facturas por insuficientes ingresos económicos o porque, teniéndolos, la proporción que se destina a éste concepto es excesiva.

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Energía y comunicación clara

Entre todos hacemos sostenibles a las energías renovables

Todos los países, incluido España, han apostado por la necesidad de llevar a cabo una profunda modificación de nuestra relación con la energía, a través de lo que se ha venido llamando la Transición Energética, como camino para poder reducir las consecuencias del cambio climático originado, en su mayor parte, como causa antropogénica, por el consumo de combustibles fósiles. La Transición Energética está asumida a todos los niveles y de forma generalizada a través de la apuesta por la eficiencia, por las energías renovables y por la sustitución y disminución de la dependencia de los combustibles fósiles.

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Ley de Cambio Climático, un cauce verde para la lluvia de millones

Están siendo semanas frenéticas, como si las prisas por hacer las cosas bien por fin hubieran llegado, o, más bien, porque mañana, jueves 15 de octubre, comienza el periodo para presentar las iniciativas de recuperación para los fondos Next Generation de la Unión Europea. Es un sprint en toda regla y, no es para menos. Estamos hablando de 72.700 millones de euros en transferencias, esto es, para entendernos, el equivalente al 5,5% del PIB español, que se concentra en 2021-23 para recuperar la economía española. Los números nublan la vista. Una lluvia de millones que hay que evitar que caigan en los cauces del pasado, aquellos que nos llevarían a una falta de competitividad industrial y de innovación tecnológica, unos mantras que parece que nos cuesta asumir como sociedad. Nunca es tarde para ello.

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¿Y si la siguiente gran crisis nos enfrentase a la escasez de energía?

Esta tremenda crisis ha puesto en el foco la escasez de material sanitario y la dependencia de terceros países para conseguirlo, con las tristísimas consecuencias que está suponiendo para el país, en general, y para los profesionales del sector sanitario, en particular. Esto me ha traído a la cabeza las alarmantes cifras de dependencia energética que arrastran tanto nuestro país como la Unión Europea (UE).

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Climatización de terrazas: una irresponsabilidad consentida

Si hay una práctica ineficiente, y totalmente absurda e irresponsable, es la calefacción de las terrazas en los emplazamientos de hostelería mediante la utilización de estufas que funcionan con bombonas de butano, algo muy habitual en muchas ciudades de España y, especialmente, en Madrid.

En 2011, la modificación de la Ley antitabaco, que prohibió fumar en los espacios cerrados de los establecimientos hosteleros, sentó las bases para la proliferación de las terrazas durante todo el año. La hostelería vio una oportunidad de extender su negocio más allá del local que regentaban y los ayuntamientos de ampliar su recaudación. Esta línea de crecimiento ha sido ampliamente utilizada en los últimos años como demuestran los datos en Madrid, donde, desde 2009, se han multiplicado por más de 3 el número de terrazas disponibles. Sin embargo, Madrid no es la excepción, ya que sucede lo mismo en muchas ciudades y capitales de provincias españolas.

La calefacción de los espacios habitables está regulada por el Reglamento de Instalaciones Térmicas en los Edificios (RITE), aprobado por Real Decreto 1027/2007, en el que específicamente se menciona:

La climatización de espacios abiertos sólo podrá realizarse mediante la utilización de energías renovables o residuales. No podrá utilizarse energía convencional para la generación de calor y frío destinado a la climatización de estos espacios”.

Hasta aquí todos podríamos pensar que calefactar espacios abiertos mediante la quema indiscriminada de gas butano está fuera de la legalidad, pero en el artículo 2 del mismo reglamento se señala que, a efectos de aplicación de este, “se considerarán como instalaciones térmicas las instalaciones fijas de climatización (calefacción, refrigeración y ventilación) y de producción de agua caliente sanitaria, destinadas a atender la demanda de bienestar térmico e higiene de las personas.” Es decir, que si los sistemas de calefacción no son fijos sino móviles no se les aplican las restricciones del reglamento, de modo que cualquier establecimiento hostelero puede libremente quemar combustibles al aire libre y contaminar sin ninguna restricción.

 

El gas butano, como combustible fósil, y al margen de componentes adicionales a efectos del cómputo de emisiones de CO2, emite aproximadamente 3 kg de CO2 por cada kg de gas quemado, es decir, por cada bombona utilizada en las terrazas se lanzan a la atmosfera 37 kg de CO2. Considerando que una estufa de estas características (modelo sombrerete) consume 0,8 kg/h de gas butano, podemos decir que, por cada hora de funcionamiento de la estufa en la terraza, estamos emitiendo 2,4 kg de CO2.

No se dispone del inventario del número de estufas que están en funcionamiento en Madrid, entre otras razones porque nadie va a declarar que dispone de algo que va en contra de las normas más básicas de comportamiento sostenible. Según el último censo, en Madrid hay más de 5.000 terrazas y, de ellas, más de 3.000 tienen uso anual ocupando una superficie superior a los 100.000 m2. Pues bien, con estos datos podemos empezar a discernir qué supone, a efectos de emisiones, la calefacción indiscriminada de estos espacios abiertos. De hecho, si hacemos una inferencia rápida y consideramos que la mayoría de las terrazas anuales están calefactadas con estufas y que se suele colocar, como mínimo, una por cada 20 m2; obtendremos un inventario en torno a las 5.000 estufas de butano que están potencialmente funcionando en Madrid, con una capacidad de emisiones a la atmósfera de 4.000 kg de CO2 por cada hora de funcionamiento.

Esto vendría a ser el equivalente a las emisiones de un coche que recorriese 35.000 km, que es dos veces la distancia, en línea recta, entre Madrid y Sídney o, para los que conocen Madrid, 1.000 coches recorriendo la M30 de principio a fin.

Pues bien, esto es lo que están emitiendo, cada hora, el conjunto de estufas que hay en las terrazas de Madrid. Para completar el cálculo debemos tener en cuenta también el número de horas que estas estufas están en funcionamiento al cabo del día. Siendo conservadores, podemos afirmar que son unas 5 horas diarias, por lo que cada día se emitirían el equivalente de las emisiones de un coche que recorriese unos 175.000 km, poco menos de la mitad de la distancia que hay entre la Tierra y la Luna.

Frente a la barbaridad que supone, ya de por sí, calentar un espacio abierto, si añadimos el agravante de que esto se está haciendo sin considerar unos requisitos mínimos en cuanto al aislamiento de su cerramiento (que en muchos casos ni existe) y con sistemas de climatización altamente ineficientes, debido a que la transmisión de calor no se hace por convección sino por radiación, podemos afirmar que mantener esta práctica de forma legal no solo es insostenible, sino que también es tremendamente irresponsable.

Que los sistemas de calefacción con estufas de butano sean una práctica no responsable, medioambiental y energéticamente; no debe hacernos olvidar que también lo son los sistemas de calefacción mediante resistencias eléctricas, pues, aunque no emitan CO2 in situ, siguen siendo una práctica energéticamente ineficiente sobre todo si consideramos la energía como un bien básico y de primera necesidad que no se puede despilfarrar.

La anterior corporación municipal de Madrid intentó regular, en 2017, en aras de la sostenibilidad energética, y después de muchas reclamaciones y exigencias, la colocación de calefactores de butano, pero la presión de los establecimientos hosteleros hizo que, como pasa siempre, se antepusiera el negocio a la salud, esto es, que se antepusiera el interés particular al interés general.

Recientemente, estamos viendo que, en ciudades de Europa como París o Rennes, se están tomando medidas para acotar el uso de esta práctica, situación que, en España, por desgracia, no se está considerando. Pensar en restricciones del tráfico motorizado privado, necesarias sin ninguna discusión, y permitir el uso indiscriminado de estufas de butano quemando combustible al aire libre; es una contradicción que debería ser revisada con la mayor urgencia.

Con el compromiso que nace del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) enviado a la Comisión Europea por el Gobierno español, en el que se apuesta por un pacto por la eficiencia y las renovables, liderado por el Ministerio para la Transición Ecológica, es importante adaptar las normativas hacia una realidad que refleje un comportamiento energético y medioambiental responsable. Por ello, consideramos fundamental la prohibición del uso de sistemas de calefacción en espacios abiertos, sea cual sea la fuente de origen, que no cumplan con unos mínimos requisitos de aislamiento de los cerramientos que separan dichos espacios del exterior.

El Gobierno que ahora nace debe legislar para que los comportamientos de consumo irresponsable sean prohibidos y erradicados, y la calefacción de espacios abiertos es claramente una práctica, no solo absurda e ineficiente, sino también irresponsable.

 

Fernando Ferrando – Presidente de la Fundación Renovables

Conflicto en las redes eléctricas alemanas. El poder de la remunicipalización

La liberalización del sistema eléctrico europeo a finales de la década de los 90 fue promocionada, por parte de sus defensores, como el mejor paso hacia la libertad energética particular y ciudadana. Sin embargo, también es una muestra de debilidad del sistema. Sin duda, el mayor punto de crítica es el elevado precio de la electricidad que pagan los ciudadanos mes a mes. Pero hay otro punto de controversia en Alemania que ha ido ganando importancia en los últimos años: la recuperación de la operación de las redes de electricidad por parte de la ciudadanía.

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El Anteproyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética: una necesidad perentoria

El reciente informe especial sobre 1, 5º C del Panel Intergubernamental de Cambio Climático es demoledor: o actuamos para hacer frente al cambio climático o el futuro de la humanidad es poco halagüeño. Algunos científicos advierten que siguiendo la senda actual nos adentraremos en un estado que denominan “the Hothouse Earth”.

Para hacer frente a este enorme reto al que nos enfrentamos necesitamos una acción colectiva de la sociedad que requiere cambios de conducta, innovación tecnológica y una nueva gobernanza, entre otros. El Acuerdo de París es el inicio de esta nueva gobernanza, pero debe ser aplicado en el plano nacional. Hasta el momento, en nuestro país, no contamos con un marco normativo que permita impulsar esa acción colectiva por parte de la sociedad española. A ello responde el Anteproyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética[1] (LCCTE). Así, dicho Anteproyecto introduce medidas que supondrán cambios significativos para nuestro modelo económico, cambios que son necesarios y urgentes y facilitarán una transición justa para toda la ciudadanía.

Esfera de cristal

Es importante señalar que se trata de un texto de una Ley Marco pues muchos de los cambios que impulsará deberán ser desarrollados posteriormente[2]. De ahí, que muchas respuestas no se pueden encontrar directamente en esta Ley.

Los propósitos de la Ley son cuatro:

  1. Poner en el centro de la acción política la lucha contra el cambio climático y la transición energética.
  2. Garantizar la coordinación de las políticas sectoriales para asegurar su coherencia.
  3. Garantizar la cohesión social y territorial promoviendo una transición justa y solidaria.
  4. Poner en marcha instrumentos de gobernanza que aseguren la participación ciudadana.

El Título I introduce el objeto de la Ley, en el que echamos en falta una mención específica a contribuir a la protección del sistema climático, junto con los principios rectores en los que deberían incluirse también el principio de precaución y el principio de no regresión, fundamentales en la lucha contra el cambio climático.

Echamos en falta una mención específica a contribuir a la protección del sistema climático, junto con los principios rectores en los que deberían incluirse también el principio de precaución y el principio de no regresión, fundamentales en la lucha contra el cambio climático.

Los objetivos nacionales de reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero, energías renovables y eficiencia energética para el año 2030 están en línea con lo acordado en la Unión Europea[3]. Asimismo, el objetivo de reducción de emisiones de GEI para el año 2050 incluido en la proposición es de al menos un 90%, siendo 1990 el año base. Mientras, la Comisión Europea aboga por alcanzar una neutralidad climática en el año 2050.

El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), exigido por el Reglamento de Gobernanza de la UE[4] es uno de los pilares fundamentales para lograr esos objetivos. El borrador de PNIEC está en proceso de elaboración.

La Ley prevé la adopción de medidas dirigidas a impulsar las energías renovables. Promueve una transición energética empezando por no permitir, desde su entrada en vigor, la concesión de autorizaciones de exploración, investigación y explotación de hidrocarburos, así como la fractura hidráulica, además de establecer 2040 como fecha de caducidad de las autorizaciones vigentes. Al mismo tiempo, prohíbe el establecimiento de nuevos subsidios a los combustibles fósiles, previendo la elaboración de un informe sobre el régimen fiscal de los combustibles fósiles en un año desde su entrada en vigor. Junto con el sector energético, también establece objetivos y medidas para lograr una movilidad sostenible como la prohibición a partir de 2040 de matricular y vender turismos y vehículos comerciales ligeros que emitan CO2 y el impulso de la rehabilitación de edificios existentes con una meta de 100.000 viviendas de media anual entre 2021 y 2030.

Incluye instrumentos para la adaptación al cambio climático, además de la adopción de objetivos y algunas medidas para impulsar el cambio en otros sectores como el financiero o incluso dentro de la propia Administración General del Estado y prevé la elaboración de los denominados contratos de transición justa que realmente serán convenios de transición justa. En materia de gobernanza, establece la creación de un Comité de Cambio Climático y Transición Energética y la aprobación de planes autonómicos locales de energía y clima.

La LCCTE impulsará los cambios necesarios para descarbonizar nuestra economía. Se trata de  un primer paso para poner a nuestro país en la senda correcta. Sin embargo, al tratarse de una Ley marco, es necesario que toda la batería de medidas previstas en la misma se elabore y adopte sin dilación

La LCCTE impulsará los cambios necesarios para descarbonizar nuestra economía. Se trata de  un primer paso para poner a nuestro país en la senda correcta. Sin embargo, al tratarse de una Ley marco, es necesario que toda la batería de medidas previstas en la misma se elabore y adopte sin dilación respetando los plazos previstos y, en aquellos casos en que no se establecen plazos, habrá que evitar retrasos innecesarios. No nos dejemos engañar, la lucha contra el cambio climático no es una cuestión política y menos aún ideológica. Estamos en un momento crucial, por lo que es urgente que no se demore la tramitación de la Ley. La sociedad en su conjunto está obligada a actuar pues la aprobación de leyes, reglamentos y estrategias no resultará eficaz si no nos involucramos todos en la batalla contra el cambio climático. Se trata de una responsabilidad compartida.

[1] Este análisis se basa en la versión de 14 de noviembre de 2018.

[2] Por ejemplo: Estrategia de Bajas Emisiones (Art. 4.6), los Informe sobre el régimen fiscal aplicable a los combustibles fósiles (Art. 12.1), Informes sobre evolución de riesgos climáticos (Art. 19) o  Estrategia de Transición Justa quinquenal (Art. 25.1)

[3] Al menos 20% de reducción de GEI del total de la economía española, siendo 1990 el año base, 35% de cuota de renovables y un sistema eléctrico con al menos 70% de generación a partir de renovables, 35% en mejora de eficiencia energética.

[4] Ver: http://www.iidma.org/attachments/Publicaciones/Analisis_PNIEC.pdf  y http://www.iidma.org/attachments/Publicaciones/PP_PNIEC.pdf

Por Ana Barreira– Directora del IIDMA