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Con el virus no se negocia. ¿Y con el clima?

Hay una gran lección de esta crisis sanitaria: con un virus no se negocia y solo se puede combatir escuchando a la ciencia. Es la única alternativa realista y sensata. Y hoy toca aplicar esta enseñanza a una crisis aún mayor que la COVID19: el cambio climático. Así que, al igual que hemos aprendido a alinearnos con la ciencia para enfrentarnos a la emergencia sanitaria, también es hora de alinearnos con la ciencia para enfrentarnos a la emergencia climática.

En este sentido, los informes científicos de Naciones Unidas no dejan lugar a dudas. Nos queda apenas una década para evitar los peores escenarios del cambio climático y los compromisos actuales de reducción de gases por parte de los países no permiten en absoluto cumplir con el Acuerdo de París. Mientras este acuerdo climático, ratificado tanto por la Unión Europea como por España, apunta como meta no superar el aumento de 1.5ºC de temperatura al final de este siglo, con los compromisos actuales vamos directos a un aumento de 3ºC, ¡el doble! Esta dinámica pone en peligro la vida digna, o simplemente la vida, de millones de personas hoy y, aún más, mañana.

¿Cuál es la situación en España? Pues con el anteproyecto de Ley de Cambio Climático cuya llegada al Congreso celebramos, el Gobierno de coalición propone fijar como objetivo reducir un 23% sus emisiones de gases de efecto invernadero en 2030, respecto a 1990. Teniendo en cuenta que haría falta reducir al menos en un 65% a nivel europeo para cumplir con el Acuerdo de París, y partiendo de un reparto entre países europeos basado no solo en el PIB per cápita sino también en las emisiones históricas de cada país, España tendría que reducir en un 55% sus emisiones para 2030. Y conseguir la neutralidad climática para 2040, no para 2050. Si bien el anteproyecto cumple con los (muy insuficientes) objetivos de reducción y la (muy discutible) metodología de reparto europeos, a día de hoy, no alinea a España con la ciencia, ni tampoco con la justicia climática a nivel global.

Por eso en sus respectivas propuestas de leyes climáticas, desde Los Verdes Europeos pedimos una mayor ambición a la Comisión Europea y, desde EQUO, una mayor ambición al Gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Además del 55% en 2030, esta ambición realista alineada con la ciencia se debería concretar en una transición energética más rápida y potente con, entre otras cosas, un sistema eléctrico 100% renovable en 2030, una reducción más sustancial de la demanda energética, el cierre de las centrales de carbón para 2025 y el final de la venta de coches de motor fósiles para el final de esta década. Pasaría también por reducir los vuelos domésticos, reforzando a la vez la alternativa en trenes para cubrir un mismo trayecto, así como establecer un impuesto sobre el queroseno y poner una moratoria a las grandes infraestructuras, como la ampliación del aeropuerto del Prat. 

Además, apostemos por una Ley con capacidad de acción transversal en todos los sectores de la economía, empezando por los más intensivos en CO2 o energía como los actuales modelos agroalimentarios, turísticos, de la industria o de la construcción. Es prioritario acometer la transición hacia otro modelo agrícola y de alimentación basado en la agroecología y en circuitos cortos y de temporada de producción y consumo, con una reducción de la producción y consumo de carne; el cambio de modelo de turismo, desde el actual basado en el low cost y la cantidad hacia otro basado en la calidad y la sostenibilidad; o un plan de reindustrialización verde y la rehabilitación masiva de edificios y viviendas.

Como bien ha mostrado la crisis sanitaria, el modelo económico no es sostenible y ahora es el momento de cambiar de rumbo hacia una economía más resiliente y ecológica.

Sin duda, el anteproyecto de Ley de Cambio Climático apunta en la dirección correcta de la tan imprescindible transición ecológica y justa. Al mismo tiempo, le falta todavía la ambición necesaria para estar a la altura del reto climático y alineada con la ciencia, y así convertirse en una verdadera “Ley de Emergencia Climática”. Considerando además que esta ley debe ser una herramienta esencial de la reconstrucción verde y justa, desde EQUO mostramos nuestra entera predisposición a colaborar, trabajar y negociar para mejorar el texto propuesto. Al igual que ahora, de la crisis climática saldremos juntas y juntos.

Por Florent Marcellesi –  Coportavoz de EQUO y ex-eurodiputado de Los Verdes Europeos

Soberanía energética es seguridad y recuperación para el país

El confinamiento, y la paralización económica, decretado para frenar la pandemia del coronavirus ha demostrado lo extremadamente frágiles que son aquellos países que han deslocalizado la producción de bienes básicos y se abastecen a través de largas cadenas de distribución. Como advirtiera Josep Borrell, Alto representante de la Unión Europea (UE), el pasado viernes 8 de mayo, en el Foro de Next Educación, hay países que solo valoran el precio y no el valor estratégico de los productos. Así, por ejemplo, en Europa no fabricamos ni tan siquiera paracetamol. No hablemos ya de batas, mascarillas o guantes. Cuando han pintado bastos, como ha sido el caso, primero se abastece, lógicamente, el mercado local productor (en Asia) mientras en nuestro país los hospitales quedan desbordados por la falta de medios.

De esta crisis sin parangón deberíamos salir con, al menos, una lección grabada a fuego: hay sectores estratégicos que son cuestión de seguridad nacional. Lo es, desde luego, la sanidad, como ha quedado sobradamente demostrado. En el futuro tendremos reservas estratégicas de material sanitario, medicamentos, etc. También lo es, indudablemente, la agricultura y, en general, el sistema agroalimentario. ¿Se imaginan qué sería de España si no tuviéramos tierras de cultivo? Y lo es, también, sin lugar a dudas, el sistema energético. En la actualidad, el 74% de la energía que consumimos en España procede del exterior y debemos importarla. Básicamente, son combustibles fósiles que deterioran nuestro medio ambiente, provocan efecto invernadero (causante del calentamiento global) y lastran nuestra economía y competitividad, pues nos cuestan en torno a 40.000 millones de euros cada año. Algo inadmisible en un país como el nuestro, rico en fuentes renovables y, por definición, autóctonas (sol, viento, etc.).

Estas fuentes, al no depender de los mercados o de las situaciones geopolíticas internacionales, nos aseguran nuestra autonomía energética. Al estar distribuidas por el territorio, pueden dinamizar de la economía y crear empleo en un mayor número de comarcas, frente a la concentración (puertos, refinerías, …) del modelo centralizado actual. Este carácter distribuido permite, también, democratizar el acceso a la energía (podemos poner paneles solares en multitud de azoteas y tejados) y contribuye a que muchas personas se relacionen más estrechamente con estas fuentes renovables, adquiriendo una nueva conciencia (una nueva cultura de la energía) acerca de lo que supone consumirlas. En la actualidad, por el contrario, todavía bastantes personas (aunque por fortuna son menos cada día) no son plenamente conscientes de los procesos que subyacen al hecho de encender un interruptor en casa o el motor del coche. No vemos, o no queremos ver, todo lo que hay detrás. El actual sistema energético está basado en largas cadenas de distribución y suministro, envuelto en un sistema económico que separa las zonas de producción, vertido, consumo, etc., de manera que se corre un tupido velo sobre estos procesos y sus impactos, que han quedado históricamente invisibilizados en la trastienda (ya cada vez menos invisibilizados, todo hay que decirlo, debido a que hemos llenado el mundo y nos hemos quedado sin esa “trastienda”).

Como decía, las fuentes renovables, particularmente la solar, permite que muchas personas se asomen a una nueva cultura de la energía. Podemos pasar a ser sujetos centrales y activos del sistema energético del futuro, gestionando, autoproduciendo, autoconsumiendo, intercambiando o vendiendo nuestra propia energía, tal y como viene defendiendo la Fundación Renovables desde sus inicios.

Esta nueva relación de proximidad con la energía nos hará más ahorradores y eficientes; por ejemplo, empezaremos a utilizar nuestros electrodomésticos, no a cualquier hora, sino, preferentemente, en aquellas horas en las que estamos autoproduciendo energía en nuestras azoteas. Seremos más conscientes de lo que implica tener acceso a la energía.

Las renovables suponen, también, una fuente muy importante de empleo local y estable, lo que ahora es esencial dado el escenario de recuperación económica y la encrucijada en la que nos encontramos como país. Numerosos proyectos de generación de energía renovable pueden establecerse en el medio rural, en terrenos no aptos para el cultivo, contribuyendo a fijar población y a dinamizar económicamente comarcas en situación de vulnerabilidad. Esto cobra especial importancia en el contexto de la España Vaciada y la transición energética justa de la que debemos dotarnos, no dejando a nadie atrás. La equidad y la justicia, tanto intergeneracional como interterritorial, son absolutamente imprescindibles y las energías renovables constituyen una importantísima fuerza tractora para alcanzarlas.

Las energías limpias, en suma, suponen la única garantía para un autoabastecimiento energético sostenible en nuestra nación, además de ser una fuente de seguridad, pues nos previene de potenciales situaciones de desabastecimiento como las que se habrían ocasionado si esta crisis hubiese sido energética, en lugar de sanitaria, y con epicentro en los países de los que importamos los combustibles fósiles (Arabia Saudí, Argelia, etc.).

Luis Morales – Socio de la Fundación Renovables

 

Para salir de la crisis solo hay una vía: medidas disruptivas. ¡Es el momento!

España aborda la salida socioeconómica de la post pandemia en mejores condiciones, en cuanto a Gobernabilidad, de las que tenía solo hace un par de años cuando la Planificación Estratégica, a medio y largo plazo, era prácticamente inexistente, incluso en temas tan claves como la energía. Es obvio que el Consejo de Ministros, que mañana martes tiene que empezar a abordar cómo se va a llevar a cabo la recuperación económica, tiene más capacidades a este respecto de lo que hubiera tenido entonces, y es así por dos razones principales.

En estos momentos España dispone del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2020-2030 (PNIEC), remitido a Bruselas en marzo de este año, una vez revisado según las recomendaciones de la Comisión, y dispone de otra herramienta fundamental:  una Vicepresidencia para la Transición Ecológica.

Esto permite hacer un planteamiento más operativo del necesario Plan de Reconstrucción a medio y largo plazo para una nueva normalidad post pandemia, un escenario más sostenible, según ha anticipado el Presidente, y en el que se inscribiría a corto plazo, como primera fase, se entiende, un Plan de Medidas Urgentes de Recuperación compatible con el Plan de Reconstrucción. Este, como ya ha señalado la Vicepresidenta Ribera, debería enmarcarse en una Agenda Verde como la propuesta por la Comisión a nivel Comunitario, iniciativa de la que podría beneficiarse España.

Es evidente que la forma de abordar el Plan de Reconstrucción es muy distinta según se cuente o no con la perspectiva de un nuevo marco comunitario y, ciertamente, se beneficiaría en general, y especialmente en lo referente al Plan de Medidas Urgentes, de los recursos financieros que finalmente se pongan a disposición a nivel comunitario, como apuntaba el pasado viernes.

Para no complicar el ejercicio, lo más realista es pensar que no vamos a contar con un nuevo marco comunitario a corto plazo y que el apoyo va a ser fundamentalmente financiero y de capacidad de endeudamiento. Aunque el hecho de que se vayan a revisar por la Comisión las Nuevas Perspectivas Financieras 2020-2027, afortunadamente todavía no aprobadas, y la posibilidad, por necesidad, de disponer de nuevos recursos presupuestarios, podría deparar sorpresas esta vez positivas.

La posible Hoja de Ruta para coordinar las necesidades de planificación a corto plazo, con el desarrollo del marco estratégico a medio y largo plazo, con el objetivo de lograr un hito significativo en el escenario 2030, podría conformarse en base a los siguientes procesos paralelos que vayan confluyendo en el tiempo:

  • Generar de forma rápida la Agenda Verde Española 2030, simplemente trasladando, “transponiendo”, al contexto español el Nuevo Pacto Verde Europeo, como sería deseable, en cualquier caso, e introduciendo, a semejanza de la Comisión (prevé incrementar el objetivo de reducción de emisiones del 40% al 55%), un PNIEC (pendiente de introducir objetivos más ambiciosos) como vector de cambio e instrumento operativo de dicha Agenda, haciendo del sector energético un verdadero “sector tractor”, según apelativo de la Vice Presidenta.
  • Avanzar suficientemente en el Plan de Reconstrucción en el marco de la Agenda Verde para poder elaborar un Plan de Recuperación o de Medidas Urgentes de forma rápida y que eso no implique que no esté alineado con el escenario y las prioridades que se plantean a medio y largo plazo.

El Plan de Recuperación puede ser determinante para reorientar progresivamente y dar predictibilidad a sectores de difícil sostenibilidad que hoy tienen un peso excesivo en la economía española, como el turismo, la construcción, la automoción, etc., e incentivar el I+D+i. También es fundamental avanzar en la diversificación económica promoviendo sectores de futuro y generadores de empleo estable como la rehabilitación energética, las energías renovables y la generación distribuida, el almacenamiento de electricidad, la electrificación del transporte y la movilidad eléctrica.

  • Iniciar la revisión del PNIEC para fortalecerlo como elemento clave de la Agenda Verde, del escenario deseable para 2030 y verdadero dinamizador del Plan de Reconstrucción, haciendo de la energía el vector disruptivo del cambio, lo que implicaría:

Hacerlo accesible desde ya y de forma comprensible (resúmenes ejecutivos, presentaciones visuales e interactivas…) al público general si se pretende, como recoge el PNIEC, y es clave, colocar al ciudadano en el centro, agente proactivo y protagonista. El PNIEC debe ser parte del imaginario popular si queremos que el ciudadano se ilusione con el escenario deseable.

Dar prioridad a las medidas de carácter transversal del PNIEC (reforma del Sistema Eléctrico, fiscalidad…), haciéndolas más estructurales, de rápida implantación y de mayor impacto, así como a las específicas que, estando más cerca del ciudadano, contribuyen a su involucración más directa, a su empoderamiento y, posiblemente, a la generación más rápida y distribuida de empleo, incluyendo:

  • Autoconsumo. Estableciendo un objetivo, ahora sin concretar, que podría ser del 10% de la potencia de generación eléctrica, es decir, entre 16.000 y 18.000MW en 2030.
  • Rehabilitación de vivienda. Multiplicando por 4 el objetivo actual para pasar al 2% del parque de viviendas rehabilitadas al año (medio millón hasta 2030 y más allá), como figura en la Hoja de Ruta 2050 de la Comisión para una UE eficiente en el uso de recursos.
  • Electrificación del transporte. Anticipando la fecha para matriculación solo de vehículos emisiones cero, fundamentalmente eléctricos, a 2040 o, al menos, a 2035 (10 años después del 2025, cuando según el PNIEC el sector de la automoción alcanzará la paridad de precios entre vehículos eléctricos y de combustión).

Y, por supuesto, todo lo anterior debería tener un efecto significativo en la-mayoración de los objetivos básicos del PNIEC, respecto a la electrificación y reducción de la demanda de energía final, a la participación de las renovables en la generación y en la energía final y, finalmente, a la reducción de emisiones en 2030,  ahora poco significativa, 23%, frente al objetivo actual de la UE del 40% y, aun menos, frente al previsto del 55% sobre 1990 (que España no supere el 40% de reducción en 2030 pondría fuera de su alcance la descarbonización en 2050), como venimos señalando desde la Fundación Renovables en nuestros últimos informes.

Y supondría un gran paso en la autosuficiencia energética conectada (ahora de menos del 30%, aun contando con la nuclear como autóctona y no sostenible, acercándose al 40% en el PNIEC) que podría, en este caso, aproximarse al 50% en 2030, para hacer posible el 100% en 2050.

No va a ser fácil manejar todos estos procesos en tiempos tan apremiantes, por lo que será necesario cargarse de razón y eso es lo que, al menos, si nos va a permitir esta pandemia.

El cambio climático ya nos había cargado de razón para hacer lo que, en cualquier caso, teníamos que hacer y que es cambiar nuestros modelos de producción y de consumo y hacerlo de forma rápida. Ahora el Covid-19 nos señala que hay que hacerlo urgentemente e, incluso, disruptivamente, con un verdadero clímax para el cambio. Si no es ahora, ¿cuándo?

Organización para la acción

Es fundamental que para alcanzar los objetivos anteriormente descritos desde ahora nos organicemos adecuadamente para asegurarnos:

-Que los Planes, Pactos, Acuerdos, … de Recuperación, de Reconstrucción … y, en general, de Medidas Urgentes para la post pandemia, en los que no es necesario entrar porque van a ser no solo de distinto orden, sino, en general, de corto recorrido, supongan un paso adelante y no hacia atrás, o hacia un lado, en la construcción de ese futuro deseable y que se refieran, en cualquier caso, a escenarios deseables para una mayor sostenibilidad.

-Que los Planes se inscriban, se apoyen o acompañen, cuando sea posible, de Estrategias, Agendas, Planes a medio y largo plazo de avance hacia la sostenibilidad que, de hecho, existen a casi todos los niveles.

-Que los Planes a medio y largo plazo existentes se revisen o actualicen para hacerlos más ambiciosos, menos cautelosos y más disruptivos en pro de la ahora imperiosa mayor sostenibilidad.

-Que se superen lo antes posible las limitaciones existentes a todos los niveles en materia de capacidades de Gestión, de Gobernabilidad, recurriendo a propuestas y medidas disruptivas. La crisis no es de recursos, la crisis es de gestión. Dada la importancia y la urgencia solo caben medidas también disruptivas en este aspecto.

Para afrontar todas las anomalías  a nivel global, regional-UE, estatal-autonómico-local tenemos que recurrir a un concepto disruptivo que puede imperar y generalizarse, ahora con más razón, y que es el de la autosuficiencia conectada (depender al máximo de los recursos propios optimizando su uso y las conexiones para excedencias o carencias), en contraste con la insuficiencia mal conectada que ha remachado la pandemia, así como a vectores privilegiados de cambio, “vectores disruptivos”, como la energía sostenible, el más importante en estos momentos.

El acceso generalizado hoy a la energía, y facilitado por las fuentes de energía renovables (con la consiguiente posibilidad de acceder al agua, al bombeo, a la desalación, al tratamiento… y con ello a los alimentos, la movilidad y el transporte…), así como el posible acceso, también generalizado, a la información, y por ende facilitar la educación, la formación…. vía internet, casi en cualquier lugar, facilitando comunidades diversificadas, multifuncionales…, nos acerca a la posible replica de lo que sería un ecosistema maduro en la naturaleza (biodiverso/mucha información y con energía, agua, nutrientes…), es decir, a comunidades maduras y a la autosuficiencia conectada a todos los niveles de agregación y, además, obteniendo como resultado la mitigación del cambio climático.

Domingo Jiménez Beltrán – Patrono fundador de la Fundación Renovables

La agenda para la recuperación. ¡Ojo con las medidas sutiles de retroceso climático!

El confinamiento es también un tiempo para la reflexión. ¿Qué mundo nos va a quedar? Algunos debates que parecían muy lejanos como la renta garantizada ciudadana podrían avanzarse y eso, sin duda, es algo bueno.  Sin embargo, también puede avanzar la pérdida de libertades y derechos que se generalizan como respuesta, que no discuto necesaria, a la crisis sanitaria. Medidas muy estrictas que atentan a nuestra libertad y que ni siquiera han sido objeto de debate. Estas se aceptan por el miedo a nuestra supervivencia y también por la culpa de que nosotros mismos somos los que estamos transmitiendo, de forma invisible a nuestros ojos, esta terrible enfermedad a personas que quizás se encuentran entre nuestros seres más queridos. Por no hablar de palabras que se repiten a diario, la guerra contra el virus.

¿Qué guerra? ¿Quién es el jefe de estado del virus? ¿Qué estrategia tiene el virus? Si no tenemos respuesta a estas preguntas, entonces ¿por qué hablamos de guerra?  Y en todo este proceso, China resulta que se convierte en ejemplo con una actuación, aparentemente eficaz, que pone en duda los sistemas democráticos. Y sí, he sido la primera en abrir mi geolocalización en dos aplicaciones móviles públicas de seguimiento del COVID-19, confiando, supongo, en que nunca un partido como VOX ocupe la presidencia del Gobierno español porque, la puerta que ahora estamos abriendo no está nada claro que se cierre, en el futuro, sin ninguna fisura.

Aunque parezca algo ya lejano, la crisis climática (que también es sanitaria, social y económica) continúa estando aquí. Llevamos más de 30 años de reuniones, cimeras, conferencias globales y encuentros de mandatarios que previamente han requerido de años enteros de trabajo intenso de delegaciones oficiales para consensuar políticas globales de reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero. Unos consensos que, sin duda, han pasado por dar un paso adelante siempre seguido de medio paso atrás. Nos da miedo “parar” la quema de combustibles fósiles, puesto que nosotros mismos somos la generación que más se ha beneficiado de los casi 200 años de la civilización de los hidrocarburos. Ahora hemos parado la economía mundial, en seco, y no nos hemos quejado.

Pero esa timidez aparente de progreso climático no debe ocultar los movimientos científicos, tecnológicos y geopolíticos que estaban en danza antes de la pandemia y que formaban parte de una nueva revolución industrial que dudo que se detenga.

Por citar unos cuantos ejemplos, en 2019 tres de cada cuatro unidades de nueva generación eléctrica en el mundo han sido de energías renovables; el cierre avanzado de las plantas de carbón europeo por falta de rentabilidad frente a un precio de las emisiones de carbono superior a los 20 € por tonelada de CO2; la bajada de los precios del mercado mayorista de la electricidad por la entrada masiva de las energías renovables que, a su vez, pone en peligro la viabilidad económica de las centrales nucleares y la “falsa” información de que China no va a ayudar a los coches eléctricos. En realidad, va a dejar de dar ayudas a los vehículos eléctricos que no aporten innovación tecnológica.  Solo van a recibir ayudas aquellos vehículos de más de 250 km de autonomía y los de más de 400 km tendrán más. China se prepara para liderar la innovación tecnológica del vehículo eléctrico que nada tiene que envidiar al térmico y, además, el centro de atención se va a dirigir al despliegue de la infraestructura de recarga inteligente y digital como puente de conexión entre la transformación del sistema eléctrico y el modelo de transporte.

Por otro lado, la guerra de precios del petróleo que iniciaron Arabia Saudí y Rusia empezó antes de la pandemia del COVID-19. No superar los 2ºC de temperatura en este siglo va a requerir dejar más de la mitad del petróleo bajo tierra con lo que, mejor vender la máxima cantidad del crudo, aunque sea a precios bajos, que dejarlo sin extraer. Y no menos importantes son las presiones de la petrolera Exxon Mobile a funcionarios de la Comisión Europea que, incluso, constan en los documentos de transparencia de la Comisión, para retroceder en los límites de emisión de CO2 de los coches y en su lugar incluirlos en el comercio de emisiones. También cabe destacar la estrategia en programas de ciencia, tecnología e innovación a lo ancho del planeta, incluso en España, centrados en la descarbonización del transporte y la integración de las energías renovables en la red eléctrica.

La cuestión es si la agenda de recuperación va a pasar por desacelerar el camino ya emprendido de la estrategia de crecimiento verde o vamos a asumir que la agenda para la recuperación de España y de la Unión Europea (UE) debe tomar como eje central la más que necesaria transición energética.

Polonia, China y EEUU han hablado claro: van a reducir los controles ambientales a las industrias; Alemania y Francia no han hablado y 10 países del Sur y del Norte de la UE, entre los que se encuentran España e Italia, han manifestado su inquietud pidiendo al gobierno europeo que no rebaje su ambición climática y no abra la puerta a medidas cortoplacistas que favorezcan el uso de combustibles fósiles.

Lo cierto es que la posición de Trump no me gusta nada en absoluto, pero es clara, por lo que se puede combatir. Me preocupa mucho más que la proclama de esos países que piden no dar alas a los combustibles fósiles se quede en eso, en proclama, y sus acciones concretas se dirijan justo a lo contrario.

No nos engañemos, la política de relajación ambiental puede ser beneficiosa electoralmente ya que la imagen que ahora muchos tienen de una ciudad limpia de contaminantes atmosféricos se corresponde con la imagen de una ciudad bajo una crisis galopante.

Los medios de comunicación se han llenado de artículos que relacionan la mejora de la calidad del aire en las ciudades con los coches que no se desplazan por las limitaciones del confinamiento. Aunque parezca que ese es el motivo, en realidad no lo es. La contaminación del aire se ha reducido a niveles inimaginables sencillamente porque esos vehículos han dejado de quemar los combustibles fósiles que necesitan para propulsar sus motores térmicos. O sea, que no es la crisis galopante la que limpia el cielo, sino dejar de quemar combustibles fósiles y esa es, justamente, la principal misión de la agenda climática, pero sin duda, ese no es el mensaje que hemos recibido.

Es evidente que primero tendremos que curar nuestras heridas, pero después vamos a tener que estar muy atentos para que las proclamas de crecimiento verde no se traduzcan en acciones que vayan en sentido contrario. Tendremos que estar atentos a las medidas que el Gobierno ya había anunciado tanto para la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible como en la Estrategia de Energía y Clima. Respecto al ámbito fiscal, la necesidad de igualar la fiscalidad del diésel y la gasolina o la modificación del impuesto de matriculación para que los coches que están por encima de la media de emisiones permitidas por la UE no se beneficien, como hasta ahora, de la gratuidad de ese impuesto. La necesidad de afrontar una Ley de Cambio Climático y Transición Energética ambiciosa y, por supuesto, que no suceda como en la crisis del 2008, cuando una de las medidas tomadas por el gobierno del PP pasó por la reducción de las aportaciones del Estado al transporte público de Madrid y Barcelona, a la par que se rescataban autopistas.

La avalancha de peticiones de ayudas que se avecinan, sin duda van a incluir al sector de la automoción.  España es el segundo país europeo en producción de automóviles, y el noveno en todo el mundo, con lo que es un sector económico absolutamente estratégico y debería continuar siéndolo. No queremos un país libre de coches, pero sí un país libre de sus emisiones, y ello pasa por orientar la agenda de recuperación a vehículos de cero emisiones y a su infraestructura de recarga.

Necesitamos actuar con luces largas porque esta crisis no solo pone a prueba a las democracias y a sus proclamas, también nos puede dejar fuera de la revolución industrial que ya había iniciado el camino y que dudo, se detenga. Y quizás, lo más importante, para la crisis climática no existirá ninguna vacuna.

Por Assumpta Farran – Patrona de la Fundación Renovables y ex directora del Institut Català d’Energia

Más Europa, más sostenibilidad, más disrupción para afrontar la post pandemia

La pandemia del Covid-19 nos ha puesto, una vez más, frente al espejo. Mostrándonos, en esta ocasión, de forma muy disruptiva, nuestra insostenible, vulnerable y poco resiliente normalidad, con anomalías a todos los niveles, sociales y económicos. Estas anomalías hay que reconocerlas, primero, y enfrentarse a ellas con propuestas, conceptos y acciones definidas que deberán ser disruptivas en línea con la ruptura que significa la misma pandemia. Y este reto hay que afrontarlo a nivel global, Regional-Unión Europea (UE) y Estatal-Autonómico-Local. Precisamente, la UE hoy tiene una cita clave para abordar este camino.

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Caída, abismo y resiliencia

Estamos en caída libre. El último agarre que teníamos en la mano se nos ha resbalado a causa de que, sin previo aviso, estaba más húmedo de lo que habíamos previsto. En la escalada la concentración de ir paso a paso con cada movimiento, es fundamental para ascender a la cumbre por la vía. Aunque, puede haber factores imprevisibles que nos hagan caer. Extrapolándolo al sistema socioeconómico actual, este factor imprevisible y con consecuencias devastadoras está siendo el COVID 19. Imprevisible, o más bien invisible, al no haber valorado la importancia de la biodiversidad y su conservación en la contención de los virus de origen animal. Lee el resto de la entrada »

¿Y si la siguiente gran crisis nos enfrentase a la escasez de energía?

Esta tremenda crisis ha puesto en el foco la escasez de material sanitario y la dependencia de terceros países para conseguirlo, con las tristísimas consecuencias que está suponiendo para el país, en general, y para los profesionales del sector sanitario, en particular. Esto me ha traído a la cabeza las alarmantes cifras de dependencia energética que arrastran tanto nuestro país como la Unión Europea (UE).

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Coronavirus y cambio climático: ¿Cambio de prioridades?

La crisis del coronavirus Covid-19 nos ha inmerso en situaciones que, hace tan solo unos días, nos habrían parecido propias de una serie de televisión. Las conversaciones que mantenemos con familiares o amigos se asemejan más al guion de una serie distópica de Netflix o HBO que a nuestro día a día. Pero esto es la vida real y solo hay un camino: centrar todos los esfuerzos en tratar de contener, atajar y resolver un problema con el que ya convivimos.

En esta situación, cualquier otra prioridad o urgencia pasa a segundo plano. Sin embargo, esta emergencia mundial también nos enseña lecciones que nos pueden ser de gran ayuda para enfrentar la otra gran crisis que avanza inexorable y que, a diferencia del coronavirus, la conocemos con antelación y sabemos que nos puede contagiar a todos: la del cambio climático.

Las consecuencias de la crisis climática, si no se ataja a tiempo, serán aún mucho más devastadoras que las del coronavirus, y no solo para la salud y la economía. Aún así, contamos con una gran ventaja: conocemos la medicina que debemos administrar al cambio climático. Lo sorprendente es que no solo no se está aplicando (o se hace en dosis insuficientes), sino que continuamos alimentando el origen del problema. Por este motivo, lo peor que podríamos hacer ahora es olvidarnos de él solo porque hay otras urgencias. Es justo ahora cuando debemos y podemos evitar que nos ocurra como con el coronavirus, por lo que necesitamos actuar con antelación para evitar llegar a una situación fuera de control, que no se resolvería solo con quedarnos en casa.

La comunidad científica nos ha advertido con toda claridad: para tener una probabilidad razonable de evitar un cambio climático que condicione dramáticamente nuestras vidas tenemos que actuar con urgencia, cuando todavía queda algo de tiempo. ¿Y cuánto tiempo nos queda? ¿Para hacer qué? Para que el calentamiento global no supere el umbral de 1,5 ºC, las emisiones mundiales de Gases de Efecto Invernadero, como el CO2, deben reducirse a la mitad en esta década y llegar al cero neto a mitad de siglo. Eso nos obliga a grandes transformaciones, sí, pero son cambios que ya están identificados -incluso decididos-, que sabemos hacer, que van a beneficiar al conjunto de la sociedad y que se van a producir, en cualquier caso.

El problema es de ritmo, de urgencia. Es paradójico ver la diferencia de percepción y de actuación ante la emergencia en uno u otro caso. En enero, el Gobierno de España, a instancia del Parlamento, declaró la emergencia climática en nuestro país, una declaración “fake” que, si bien contenía medidas importantes, carecía de lo más básico: el sentido de urgencia. De hecho, no ha cambiado nada: si le preguntamos a cualquier persona por la calle (bueno, desafortunadamente ahora eso ya no podemos hacerlo) seguro que no se ha enterado de que oficialmente estamos en emergencia climática. Por el contrario, la emergencia sanitaria por el coronavirus es por todos conocida y mayoritariamente aceptada; nos quedamos en casa y se paraliza toda actividad no imprescindible que implique contacto físico y así todos los prejuicios sobre “lo imposible” o “lo utópico” se caen como un castillo de naipes. Cuando una emergencia se reconoce como tal, se comunica como tal y se actúa como tal, sí se puede.

Ahora que se habla de la gestión que ha hecho Corea del coronavirus como ejemplo de éxito, y dadas sus semejanzas económicas y poblacionales con España, es interesante observar que el Gobierno surcoreano no ha cambiado sus prioridades respecto a la transición energética a causa de la emergencia sanitaria. Al contrario, el partido de gobierno ha decidido presentarse a las próximas elecciones con una propuesta de “Nuevo Pacto Verde” que lleve al país a ser el primero del este asiático en comprometerse a alcanzar emisiones cero en 2050. Y lo hace apoyándose en la gran oportunidad económica que ese Pacto Verde supone para el país. Entre sus medidas incluye una ley que dé soporte legal al Pacto Verde: acabar con la financiación a proyectos de carbón e introducir un impuesto al CO2.

Es decir, en plena situación de emergencia por el coronavirus, Corea reconoce la importancia de la emergencia climática y elige acelerar, no frenar, la transición desde una economía basada en los combustibles fósiles a una basada en las energías renovables. Si bien falta que concrete una hoja de ruta con plazos y medidas, y que no solo lo proponga el partido que aspira a seguir gobernando, sino que sean todos los partidos quienes aspiren a seguir ese camino, podemos y debemos apoyarnos en el ejemplo coreano para decidir acelerar el paso de la transición energética también en España.

Antes de que estallase la crisis del coronavirus, 2020 estaba identificado como el año clave en la lucha contra la emergencia climática y ecológica. Todavía lo es. A pesar de que por la crisis se hayan suspendido los grandes encuentros que estaban programados para el otoño, como la conferencia de las partes del Convenio de Biodiversidad en China y la del Convenio de Cambio Climático en Escocia, la urgencia del problema no ha cambiado. Para antes de fin de año, todos los países deberán haber presentado nuevos planes oficiales para reducir sus emisiones mucho más de lo comprometido hasta ahora, porque no es suficiente con cumplir lo que de momento han puesto sobre la mesa, ya que esto nos llevaría a un calentamiento global de más de 3 ºC.

No es el momento de cambiar de prioridades. Es el momento de aprender que podemos reaccionar ante una gran crisis haciendo cambios de calado que antes parecían impensables y de anticiparnos a la crisis climática al tiempo que ponemos en marcha un paquete de medidas que nos saquen de la crisis sanitaria, aplicando un gran Pacto Verde en España y en Europa, mucho más ambicioso que lo que hasta ahora han propuesto tanto la Comisión Europea como el Gobierno español.

No es el momento de pensar en volver a estar “como antes” de la crisis: es el momento de plantear las medidas que nos permitan estar mejor que antes y, sobre todo, mejor preparados para prevenir la gran crisis climática.

José Luis García – Patrono de la Fundación Renovables y responsable del Programa de Cambio Climático de Greenpeace España