Hoy, que la agenda informativa pasa por el discurso inaugural del presidente Barack Obama, resulta interesante rescatar aquel conocido discurso de 1961 en que el presidente Dwight D. Eisenhower se despedía del cargo advirtiendo a los ciudadanos sobre los peligros del poder político y económico de la industria armamentística en EEUU.

En los consejos del gobierno tenemos que cuidarnos del crecimiento de la influencia, tanto patente como oculta, del complejo militar-industrial. El riesgo de que un poder en manos de personas equivocadas crezca desastrosamente existe, y seguirá existiendo también en el futuro.

No hemos de permitir nunca que el peso de esta mezcla de poderes ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos. Y tampoco hemos de dar nada por descontado: sólo los ciudadanos vigilantes y bien informados pueden imponer la equidistancia entre la enorme máquina militar-industrial y nuestros métodos y objetivos pacíficos, para que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntos.

Un discurso que parece trazar una descripción fidedigna de los ocho años de George Bush, cuyo gobierno triplicó el gasto armamentístico después del 11S y profundizó el proceso de privatización de servicios que van desde la seguridad hasta la inteligencia (para beneficio, no en pocas ocasiones, de empresarios amigos de la causa neoconservadora). Además, por supuesto, de recortar derechos fundamentales, invadir países, secuestrar y torturar hasta convertir a este mundo un lugar mucho más caótico e inseguro.

En el ámbito de la inteligencia, en 2006 el coste de las actividades de espionaje y vigilancia de EEUU subcontratadas a empresas privadas como L3 ascendió a 42.000 millones de dólares (un 70% de la suma estimada de 60.000 millones que el gobierno gasta cada año en inteligencia en el exterior y en el interior del país).

En lo referido al mantenimiento de las tropas en el extranjero, empresas como Halliburton recibieron contratos multimillonarios sin licitación alguna. Y las compañías de mercenarios como DynCorp, Triple Canopy y Blackwater han cobrado seis mil millones de dólares desde 2003 sólo por su trabajo en Irak.

¿Será capaz Obama de enfriar esta relación que se establece a través de infatigables grupos de presión, think tanks, periodistas afines y donaciones a las campañas electorales? Robert Gates, Secretario de Defensa pretérito y presente, ha dado algunas señales positivas. Por ejemplo, ha declarado que, tanto por la crisis como por un cambio de estrategia, se recortarán los presupuestos de algunos de los principales militares de los EEUU. En especial, aquellos de gran envergadura, que no se adaptan a los escenarios de los conflictos actuales.

Lo que queda claro es que en un acto de final de arrogancia y sinsentido, Bush dio luz verde al ejecutivo de Israel para que articulase la brutal operación Plomo Fundido sobre Gaza, que se ha llevado por delante la vida de 1.300 personas.

Y que, ironías de nuestra historia reciente, la última aparición pública de Condoleezza Rice fue esa en la que se la vio firmando junto a la ministra de Asuntos Exteriores hebrea, Tzipi Livni, un tratado entre EEUU e Israel para evitar el tráfico de armas de Egipto a Gaza.

Quizás hablaran también en el encuentro del barco cargado de armamentos que EEUU envió desde Grecia hacia Israel, pero cuyo arribo tuvo que ser demorado debido a la ofensiva sobre Gaza. No es que el Ejército hebreo necesitara refuerzos, después de todo, se trata del cuarto exportador de armas del mundo.

Además, seis meses antes había recibido la última remesa de armas desde España, para orgullo de todos nosotros – nada más emocionante que saber que pistolas, fusiles y equipos de visión nocturna fabricados en esta tierra podrían ser empleados contra los habitantes de la franja-, y promoción del complejo armamentístico patrio.