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Jamás camines con un elefante

La semana pasada, un turista español falleció en el parque nacional de Chebera Churchura, en Etiopía, a causa del ataque de un elefante. Escuché la noticia por primera vez en la radio como un teletipo urgente. En ese momento los medios daban la información como un breve sin ningún tipo de detalles, así que esperé a la ampliación de la noticia en los días siguientes.

Entre los árboles, en el Parque Nacional de Aberdare. Imagen de Javier Yanes.

Entre los árboles, en el Parque Nacional de Aberdare. Imagen de Javier Yanes.

Pero la ampliación no llegó, más allá del origen del fallecido y de la referencia a medios locales etíopes como este y este, según los cuales el turista se habría bajado del coche para fotografiar más de cerca a los animales, ignorando las advertencias de sus guías, y un elefante le habría embestido para después atraversarlo con un colmillo. Pero fíjense: ambos medios etíopes citan como fuente de la noticia al IBTimes, que en su artículo a su vez refiere al diario La Vanguardia y la agencia Europa Press. ¿Y adivinan en qué fuentes se basan ambos? Eso es, en «medios locales». Así que hemos cerrado el círculo.

En resumen, y dado que al parecer ningún medio en España ha considerado la noticia lo suficientemente importante o interesante para verificar de forma independiente las circunstancias del fallecimiento (al menos que yo haya podido encontrar), la prudencia aconseja tomar los detalles como provisionales, sin que sea probable que dejen de serlo.

Debido a esto, quiero aclarar que lo escrito aquí no pretende referirse específicamente al caso de este turista español fallecido. Bastante dolor estarán padeciendo sus allegados como para además aguantar reprimendas. Y como sea que siempre tienen que surgir en Twitter los comentarios de algunos descerebrados que se consideran a sí mismos graciosos, debo explicar: no, el turista no estaba cazando elefantes, si la ubicación del suceso es correcta. En Etiopía la caza está permitida, pero en general en África esta actividad se restringe a los ranchos destinados a ello, fuera de los parques nacionales (excepto en países del sur como Suráfrica y Zimbabwe, donde la situación es más complicada).

Pero el suceso me interesa personalmente porque, como sabrán los seguidores habituales de este blog o los lectores de mis novelas, Kenya es mi gran pasión vital, un país al que llevo viajando 25 años, al que dedico también parte del tiempo que no paso allí, y sobre el cual, hasta hace solo unos meses, he mantenido en solitario la mayor guía online en castellano, Kenyalogy.com (que regresará, lo prometo). Durante años han sido muchos los que me han dicho que debería dejar todo esto y dedicarme a organizar safaris. Y quién sabe, puede que algún día les haga caso. ¿A alguien le apetece un safari científico-literario?

Aunque los españoles son poco dados a viajar al extranjero en comparación con otros europeos, y aunque quienes lo hacen no se dirigen mayoritariamente a África, nuestro puñado de locos africanistas es un puñado que ya va rebosando los dedos. Para el caso de Kenya, y aunque España ocupa solo el 19º puesto en el turismo que recibe, entre las naciones europeas hemos ascendido recientemente al sexto lugar, superando a Suecia; en 2016, 10.943 españoles viajaron a Kenya.

Y dado que estamos en verano, la estación de las vacaciones para la mayoría, y que miles de españoles viajarán próximamente a los destinos africanos de safaris («viaje» en swahili), quiero aportar mi grano de arena para que todos ellos puedan volver sanos y salvos después de disfrutar de una experiencia que sin duda les dejará enfermos del mal de África, pero del mal bueno. Así que aquí van algunos consejos y datos.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Imagen de Javier Yanes.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Imagen de Javier Yanes.

En primer lugar, y aunque lo que sigue se refiere a los animales, debe quedar claro que la mayoría de los sucesos que afectan a extranjeros se producen por causa de los humanos, y no de otros animales. Y no es por el terrorismo, una amenaza real pero estadísticamente improbable, sino por la delincuencia común. En África hay que viajar con sensibilidad social, pero también hay que evitar ponerse uno mismo en situaciones de riesgo, entre las cuales se incluyen muchas que serían perfectamente inocuas en nuestro propio país. Por ejemplo, caminar o conducir de noche, o fiarse de desconocidos demasiado amables que pretenden llevarte a lugares solitarios.

En lo que respecta a los animales, la norma es obvia: nunca acercarse a ellos a pie. En general, en los parques nacionales y reservas de Kenya está prohibido bajar del vehículo salvo en ciertas zonas designadas. Pero entre los turistas suele existir una idea equivocada respecto a qué especies son peligrosas y cuáles no. El mensaje es este: todos los animales salvajes son potencialmente peligrosos, pero entre los más realmente peligrosos se cuentan algunos que en la cultura occidental son percibidos como mansos y bonachones. Y no lo son en absoluto.

Todo el mundo teme a un león o un cocodrilo, pero siempre hay quienes intentan acercarse a hipopótamos o elefantes basándose en una imagen errónea de gigantes pacíficos. Suelo decir que las películas de Parque Jurásico han hecho mucho daño presentando a los dinosaurios herbívoros como pacíficos e inofensivos, y a los carnívoros como bestias siempre sedientas de sangre. En realidad muchos animales herbívoros son poderosos y temperamentales, capaces de infligir mucho daño. En un país donde los toros de lidia están a diario en la discusión pública, esto debería conocerse mejor que en cualquier otro lugar.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Imagen de Javier Yanes.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Imagen de Javier Yanes.

Circula en innumerables listas de internet y artículos periodísticos la idea de que el hipopótamo es el gran animal que más muertes humanas causa al año en África. En una ocasión investigué esta proclama sin encontrar ninguna fuente estadística fiable que la respaldara. Mi conclusión fue que seguramente es falso, ya que en los datos parciales publicados en revistas académicas o recogidos por entidades que trabajan en la naturaleza africana, los cocodrilos siempre aparecen en primer lugar. Por ejemplo, este gráfico de la Fundación Bill Gates presenta cifras aproximadas derivadas de varias fuentes: los cocodrilos causan unas 1.000 muertes al año, por 500 de los hipopótamos y 100 de los elefantes, igualados con los leones.

En el caso de los cocodrilos, su récord de víctimas se debe en parte a una circunstancia tan curiosa como trágica. Cuando hay inundaciones en España u otro país europeo, la gente puede perder sus casas o sus negocios. Cuando ocurre en África, la gente puede perder sus casas o sus negocios, y además sus vidas en las fauces de un cocodrilo. Las crecidas o inundaciones llevan los cocodrilos hasta los pueblos y poblados.

Pero sí, los hipopótamos son muy peligrosos. La mayoría de los accidentes graves se producen en tierra, por encontronazos fortuitos por la noche, cuando estos animales salen del agua y merodean por las praderas para alimentarse de los pastos. En los alojamientos de safari cercanos a ríos o lagos, siempre se advierte de que es muy peligroso acercarse a las orillas de noche. Los hipopótamos embisten y tienen colmillos como estacas, con una longitud suficiente como para atravesar la pierna o incluso el cuerpo de una persona.

Dibujo © Ana González 2000.

Dibujo © Ana González 2000.

En cuanto a los elefantes, son los protagonistas de muchos casos de conflictos entre humanos y fauna. El elefante africano necesita grandes espacios; no resiste bien la cautividad. Antiguamente recorrían largas rutas migratorias, que hoy han quedado cortadas por los asentamientos, la agricultura y las infraestructuras. Pero los elefantes son exploradores y necesitan mucho alimento. En lugares como el Parque Nacional de Aberdare, una reserva selvática y montañosa rodeada de tierras altas fértiles de uso agrícola, ha sido necesario vallar el recinto protegido para evitar las continuas incursiones de los elefantes en los cultivos. Otros parques cercanos a ciudades, como Nairobi o Nakuru, evitan la presencia de elefantes para evitar el problema.

Comúnmente se piensa que los elefantes tienen una gran memoria, y esta es una idea avalada por la ciencia. Aprenden dónde pueden conseguir alimento, y regresan. Incluso aprenden dónde pueden conseguir alcohol, y regresan; comparten con nosotros el vicio de emborracharse. En Kenya, los elefantes de Aberdares tienen fama de mal genio. Durante la guerra del Mau Mau que condujo a la independencia del país, en los años 50, los guerrilleros se ocultaban en las selvas profundas de esta sierra, donde los aviones ingleses de la RAF los acosaban lanzando bombas. Por allí se cuenta que los elefantes se volvieron locos a causa de los bombardeos, y que este es el origen de su carácter agresivo.

Es una leyenda indemostrable, pero lo cierto es que los elefantes de Aberdares, un parque montañoso con  bosques densos y con tráfico escaso, están menos acostumbrados que sus primos de las sabanas a cruzarse con moles de metal sobre cuatro ruedas, y tal vez por ello tienden más a reaccionar a esos encuentros con exhibiciones intimidatorias, agitando la cabeza, barritando, levantando la trompa y desplegando las orejas.

Una mente inteligente y con una gran memoria. Imagen de Javier Yanes.

Una mente inteligente y con una gran memoria. Imagen de Javier Yanes.

De hecho, no es raro que todo elefante con suficiente experiencia de la vida y con su gran memoria pueda recordar algún encontronazo con esos monstruos brillantes que avanzan sobre patas redondas. Científicos como Joyce Poole, una de las mayores expertas del mundo en elefantes, sugieren que estos animales pueden sufrir trastorno de estrés postraumático. Se dice que los elefantes identifican a los humanos como su peor enemigo, pero no hay motivos para pensar que puedan relacionar a las personas con los coches: dentro del vehículo somos parte de un gran y temible animal, mientras que fuera de él somos seres frágiles y escuálidos que no tenemos medio trompazo.

Personalmente he vivido algunos de esos encuentros. En casos así, lo adecuado es esperar pacientemente. Somos intrusos en su casa. La mayor parte de las veces es una fanfarronada; solo quieren asustar y dejar claro quién manda. Si se obstinan en ocupar la pista por donde tenemos que pasar, hay un truco que suele funcionar: pisar el acelerador en punto muerto. Deben de interpretar el sonido del motor como el rugido de una bestia con la que es mejor no enfrentarse, y en general se apartan. Pero si amenazan con cargar, es preferible meter la marcha atrás y retirarse.

Y desde luego, jamás se me ocurriría bajar del coche. En una ocasión, pinchamos una rueda justo cuando acabábamos de dejar atrás a un viejo macho solitario con malas pulgas. No fue en Aberdares, sino en Samburu, una reserva de sabana, pero aquello ocurrió junto al río, donde la cobertura vegetal es más densa, la visibilidad es menor y no hay rutas de escape. Bajamos con cautela para empezar a preparar el cambio de neumático, pero entonces vimos que el elefante aparecía entre los árboles para acercarse a curiosear, y no nos quedó otro remedio que correr a buscar refugio dentro del coche. El animal pegaba la cara a las ventanillas para inspeccionar y entender qué estaba pasando allí. Tuvimos que esperar durante horas a que se cansara de nosotros para poder cambiar la rueda y regresar al camp, ya de noche cerrada.

Elefante joven dándose un baño en el río Ewaso Ngiro, Reserva de Samburu. Imagen de Javier Yanes.

Elefante joven dándose un baño en el río Ewaso Ngiro, Reserva de Samburu. Imagen de Javier Yanes.

Por último, un comentario sobre los guías. Aunque yo prefiero viajar por libre, la mayoría de los visitantes utilizan tours organizados. Hay un detalle sobre la información del suceso de Etiopía que no me cuadra. La noticia dice que el fallecido bajó del coche para acercarse a los elefantes, y que los guías trataron de ahuyentarlos con disparos al aire. Ignoro si en Etiopía las cosas funcionarán de otra manera. Pero al menos en Kenya, quienes van armados son los rangers, los guardas de los parques. Los rangers escoltan los safaris a pie, pero no van a bordo de los vehículos turísticos.

En cualquier caso, mi último consejo es este: no pongan su vida en manos de los guías. Son profesionales, mejores o peores, que velarán por su seguridad dentro de lo que les compete y resulta razonable. Pero son guías turísticos; no son héroes, ni tienen por qué serlo. Aunque solo con las propinas reúnen un sueldo que ya quisieran la mayoría de los kenianos, no les pagan para jugarse la vida por los turistas, sobre todo los que no respetan las advertencias. Incluso teniendo cerca a un ranger armado, las mejores garantías de seguridad contra los ataques de los animales no son las balas, sino la prudencia, la sensatez y el sentido común.

No se jueguen la vida por un selfie; si algo sobra en la foto de un animal africano, somos usted y yo. Y los selfies causan más muertes que los ataques de tiburón. Que pasen unas felices vacaciones.

Por Navidad, adopta un elefante huérfano

Aquí va una idea para Navidad: adoptar un elefante huérfano. No para tenerlo en el salón, claro, sino para ayudar a sostener su crianza en el David Sheldrick Wildlife Trust de Nairobi (Kenya) hasta que algún día pueda reintegrarse a su medio natural.

El David Sheldrick Wildlife Trust (DSWT) tiene su origen en la labor de una pareja keniana de origen británico que ha desempeñado un papel esencial en la historia de la conservación en África Oriental. En 1948, David Sheldrick asumió el puesto de guarda fundador del Parque Nacional de Tsavo, el segundo creado en la entonces colonia británica, y hoy el más grande del país sumando sus sectores este y oeste.

Un elefante toma su biberón en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Un elefante toma su biberón en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

A quienes no hayan viajado por aquella región, tal vez el nombre de Tsavo no les resulte muy familiar, en comparación con los de otros parques más retratados en los documentales como Masai Mara o el Serengeti. Pero quizá recuerden una película de 1996 titulada Los demonios de la noche, en la que Val Kilmer y Michael Douglas se enfrentaban a la amenaza de dos leones devoradores de hombres durante la construcción de un ferrocarril. La historia era real y ocurrió en Tsavo, una región mítica por su naturaleza árida y hostil que durante siglos impuso una barrera a las incursiones de los colonizadores desde la costa.

Por su extensión inabarcable y sus impenetrables bosques de espino seco, Tsavo ha sido tradicionalmente un territorio favorito de los furtivos, lo que equivale a decir un lugar donde la vida de cualquier animal, tenga dos o cuatro patas, corre serio peligro. Durante casi cuatro decenios y gracias a su experiencia militar, Sheldrick mantuvo el orden en Tsavo y desarrolló el parque para que hoy puedan disfrutarlo miles de visitantes cada año. Él y su esposa Daphne emprendieron entonces la tarea de recoger y criar los animales huérfanos que el furtivismo iba dejando a su paso.

Cuando David Sheldrick falleció en 1977 de un ataque cardíaco, Daphne decidió fundar en su memoria la entidad que lleva su nombre en una propiedad adyacente al Parque Nacional de Nairobi, junto a la capital del país. Desde entonces, esta ONG ha criado y después liberado en las sabanas de Tsavo más de 150 elefantes huérfanos recogidos de todo el país, además de otros animales como rinocerontes o avestruces.

El DSWT no es un zoo. De hecho, solo está abierto al público durante una hora cada día, de 11 a 12 si no recuerdo mal, y con el fin de dar a conocer su labor y recaudar una tarifa de entrada que se dedica al sostenimiento de los animales. Durante esa hora de visita, los elefantes son guiados hasta un cercado donde el público puede ver cómo juegan, se toman su biberón –o dos– tamaño elefante, se dan un placentero baño de barro y polvo, y se pelean como buenos hermanos.

Elefantes huérfanos después de su baño de barro y polvo en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Elefantes huérfanos después de su baño de barro y polvo en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Todo el que alguna vez haya recogido un polluelo caído de un nido sabe lo complicado que es sacar adelante a un animal huérfano, y los elefantes no son una excepción. Con su larga experiencia, el DSWT se ha convertido en el centro de cría de elefantes huérfanos más exitoso del mundo. Su método incluye una fórmula especial de leche desarrollada por Daphne Sheldrick a lo largo de décadas de ensayo y error. La cría de los elefantes se asigna a cuidadores que actúan como una familia postiza durante todo el período que los animales permanecen en el centro, hasta que a los diez años de edad se les integra en alguno de los clanes salvajes del Parque Nacional de Tsavo Este.

Un cuidador da el biberón a un elefante en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Un cuidador da el biberón a un elefante en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

El programa de adopción del DSWT solicita una aportación mínima anual de 50 dólares para ayudar a la cría del animal que el donante elija. La lista de todos los elefantes con su historia está disponible en la web. A cambio de la donación, los padrinos reciben un certificado con toda la información sobre su animal adoptado y cada mes tienen acceso al diario de los cuidadores para ver cómo su ahijado va creciendo.

Además del orfanato, el DSWT mantiene otras actividades, entre las cuales destaca la lucha contra el furtivismo en la región de Tsavo. A pie o en vehículos y con apoyo aéreo, las unidades del DSWT patrullan continuamente por las fronteras del parque y sus áreas de expansión, desactivando cada año miles de trampas y cepos, arrestando a cientos de furtivos con la colaboración de los guardas armados del Servicio de Parques (KWS) y prestando asistencia veterinaria a los animales heridos.

Gracias a esta labor, los animales liberados tienen más posibilidades de sobrevivir y llegar a reproducirse en un país donde la caza legal está prohibida desde 1977, pero donde nunca se ha dejado de cazar ilegalmente.

Selección antinatural: el mosquito del metro y elefantes sin colmillos

Ay, los humanos… Si nos paramos a pensarlo, no tiene nada de raro que nos hayamos convertido en una fuerza directora de la evolución biológica en el planeta. No solo somos una especie depredadora dominante, o la especie depredadora dominante, sino que además modificamos profundamente nuestro entorno y por tanto su ecología, levantando o allanando barreras, transformando radicalmente los ecosistemas y prendiendo así un reguero de pólvora que acaba volando por los aires el orden natural. Como resumía una revisión publicada el pasado junio, «los humanos condicionan una evolución rápida a través de la relocalización, la domesticación, la caza y la creación de nuevos ecosistemas».

Pero no, no. Tranquilos, unos, lo siento, otros, pero no voy a sumarme a la corte plañidera que denuncia lo nocivos que somos y que desea nuestra pronta extinción. Los humanos somos tan capaces de lo sublime como de lo terrible, y aún podemos hacer el esfuerzo, individual y colectivamente, de potenciar lo primero evitando lo segundo. Quienes denostan la influencia de los humanos en el planeta deberían preguntarse si estarían dispuestos a renunciar a todo lo que esa influencia les ha legado. Incluyendo, en primer lugar, la posibilidad de su propia existencia.

En cuanto a esas transformaciones del mundo, si a veces las miráramos con una cierta perspectiva, aprenderíamos a verlas no como las vemos hoy, sino como las verán nuestros tataranietos. Cuando se construyó la Torre Eiffel, a finales del XIX, hubo una corriente de académicos y artistas de primera fila que se opuso con fiereza, calificando la torre de inútil, monstruosa, ridícula, bárbara, odiosa… Incluso dicen que Maupassant comía todos los días en su restaurante porque era el único lugar de París desde el que no se veía la torre.

Pero centrándonos en la biología, esa relación entre depredador y presas ha venido actuando como fuerza motriz de la evolución desde el principio de los tiempos. Incluso tal vez desde el origen de nuestras células. Si la teoría de la endosimbiosis o simbiogénesis de Lynn Margulis es correcta (y hoy se piensa que lo es), la célula eucariota (la nuestra) apareció cuando dos células procariotas decidieron que les iría mejor si una vivía dentro de la otra, aportando energía y recibiendo protección. De aquel acuerdo biológico proceden nuestras mitocondrias, los generadores de la célula. Pero algunos biólogos evolutivos piensan que no hubo tal acuerdo, sino una depredación: o bien un procariota se tragó al otro, o el otro invadió al uno.

Por otra parte, la ausencia de depredadores no es precisamente lo mejor para el equilibrio, como demuestran infinidad de ejemplos históricos. Quizá el más citado en las clases de biología sea el de los conejos europeos introducidos en Australia en el siglo XVIII. La escasez de depredadores llevó a que a mediados del siglo XX el país estuviera invadido por 600 millones de conejos, por lo que se decidió liberar el virus mixoma para controlarlos… Hasta que los conejos se hicieron inmunes, lo que llevó a sembrar el calicivirus que les provoca una enfermedad hemorrágica fatal. Pero en un mundo ya globalizado, estas enfermedades acabaron extendiéndose a otros continentes, por lo que hubo que crear una vacuna para proteger a los conejos de granja. Vacuna que, por cierto, se desarrolló aquí, en el Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA) de Valdeolmos.

Y por cierto, los efectos de la ausencia de depredadores son bien conocidos en lugares como la Sierra de Madrid, donde vivo. Quienes sacan a su perro para un tranquilo paseo nocturno a menudo se ven envueltos en un encontronazo inesperado con una piara de jabalíes, bonitos pero muy destructivos y potencialmente peligrosos.

Sobre el poder del ser humano como director de la evolución biológica, hay un ejemplo también clásico en los textos de biología, el de la polilla del abedul Biston betularia. Estas mariposas que descansan en los abedules solían tener alas moteadas en gris, confundiéndose con la corteza de los árboles para evitar convertirse en comida de pájaros. Cuando nació la industria, los humos de las fábricas en Inglaterra comenzaron a oscurecer los abedules, y poco a poco las polillas de alas grises fueron reemplazadas por las variantes oscuras, que se camuflaban mejor en el nuevo aspecto de su entorno.

¿Sabían que el metro de Londres tiene su propia (sub)especie de mosquito? Durante la Segunda Guerra Mundial, cientos de miles de londinenses se refugiaron de los bombardeos alemanes en las estaciones subterráneas. Aquello llevó bajo tierra muchas de las plagas que dependen de los humanos para su subsistencia, incluyendo los mosquitos. Con el paso de las décadas y de cientos de generaciones, los mosquitos del metro, que no hibernan, fueron separándose de su especie original, Culex pipiens, hasta formar una especie (Culex molestus) o subespecie (Culex pipiens molestus) que no puede producir descendencia mixta con la original. Lo más extraño es que desde entonces se ha encontrado esta variante en otros túneles de metro del mundo, aunque su parentesco genético sugiere que se originó en Londres.

Ejemplar de Culex molestus, el mosquito del metro de Londres. Imagen de Wikipedia.

Ejemplar de Culex molestus, el mosquito del metro de Londres. Imagen de Wikipedia.

Mucho más alarmante es el caso de la presión selectiva que la caza furtiva está ejerciendo sobre los elefantes africanos. Un reportaje publicado esta semana en Nautilus llama la atención sobre el aumento de la proporción de elefantas sin colmillos. Este es un rasgo que aparece en una población minoritaria de hembras de forma natural, pero que podría estar aumentando. Ya en 2002, un censo en el Parque Nacional de Addo, en Suráfrica, revelaba que el 98% de las elefantas de la reserva carecían de colmillos.

En aquel caso, los autores del estudio sugerían que la presión selectiva no parecía justificar por sí sola el crecimiento de este rasgo, y que probablemente actuaba una deriva genética debida a un efecto cuello de botella en una población aislada y pequeña. Pero los expertos alertan de que, a falta de estudios fenotípicos y genotípicos más precisos, tiene todo el sentido que la presión de la caza esté favoreciendo la supervivencia y la reproducción de las hembras sin colmillos, que no tienen interés para los furtivos.

El pasado 29 de agosto, un grupo de trabajo presentó en el Congreso Geológico Internacional celebrado en Ciudad del Cabo (Suráfrica) la propuesta formal de una idea que lleva decenios circulando en la comunidad científica: declarar oficialmente concluido el Holoceno, el nombre que los libros de texto asignan al período geológico en el que actualmente vivimos, y adoptar la denominación de Antropoceno para la época que ha presenciado el ascenso del ser humano, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva.

Un nombre es mucho más que un nombre: el eslogan de la conservación no tiene discusión, pero a menudo provoca rechazo cuando se repite de forma machacona sin explicar los fundamentos en los que se asienta. Si desde pequeños aprendemos con datos y ejemplos concretos cuál es la influencia transformadora de nuestra actividad en este planeta, tal vez se comprenda mejor que tenemos entre manos un material muy sensible.

Los increíbles elefantes menguantes (hasta que desaparezcan por completo)

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli (Kenya). Javier Yanes.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli (Kenya). Javier Yanes.

Rematé mi post anterior con la sensación de haber dejado un dobladillo sin coser. Pero decidí detenerme ahí consciente de que, como Stephen King, padezco una cierta elefantiasis literaria que mi médico, si lo tuviera, me recomendaría controlar. Y precisamente de elefantes se trata. Decíamos ayer que los elefantes de la Península Ibérica se extinguieron, y que un equipo de investigadores daneses propone la entre audaz y descacharrante idea de reintroducirlos en las reservas naturales europeas. ¿Sería concebible-viable-aconsejable que un excursionista en la sierra madrileña se topara con una trompa husmeando en su táper de tortilla?

Bromas aparte, lo cierto es que uno de los grandes factores de riesgo que amenazan de extinción a los elefantes es precisamente el conflicto con los humanos por el territorio. En países como Kenya, estos grandes mamíferos invaden con frecuencia los campos de cultivo en busca de alimento, lo que pone en riesgo tanto sus vidas como las de los granjeros que tratan de disuadirlos. Una realidad a menudo soslayada, pero inexorable, es que desarrollo y conservación de la fauna no son objetivos fácilmente conciliables. La prueba es que la megafauna ha desaparecido prácticamente de todas las regiones industrializadas del mundo (aunque fue la agricultura la que inició la ofensiva). Los países africanos, que poquísimo a poquísimo van abandonando el pozo de olvido y miseria en el que han estado sumidos, se enfrentan a un dilema al que aún nadie ha encontrado respuesta.

Y mientras el progreso avanza, la fauna merma. Los últimos datos del Amboseli Trust for Elephants, una de las ONG más destacadas del mundo en la conservación de los proboscídeos (que ya no paquidermos) y la más veterana en la investigación de estos animales, no son alentadores: el último censo de este año del ecosistema Tsavo-Mkomazi, una porción de Kenya y Tanzania que casi iguala la extensión de la Comunidad Autónoma de Aragón, ha contado un total de 11.000 elefantes, 1.500 menos que en el recuento previo de hace tres años. Tanzania ha perdido la mitad de su población de elefantes desde 2007, y se teme la extinción total en un plazo de siete años si no se toman medidas urgentes. Gabón ha sufrido una reducción de un tercio en el último decenio, y la cuenca del Congo ha visto desaparecer el 65% de sus elefantes en seis años.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli (Kenya). Javier Yanes.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli (Kenya). Javier Yanes.

Por supuesto, la principal amenaza es la caza furtiva. En febrero de este año, Estados Unidos anunció un veto al comercio de marfil, una decisión que fue apludida en los círculos conservacionistas, pero aún queda mucho camino por recorrer. Mientras, la ciencia continúa aportando nuevas y sorprendentes revelaciones sobre la privilegiada inteligencia de los elefantes, como recopilan dos recientes artículos en la revista Scientific American (aquí y aquí), lo que a su vez engorda el debate ético sobre la pertinencia de mantener enjaulados en zoológicos a animales que son capaces de recordar caras durante años, de reconocerse a sí mismos y a sus parientes, de relacionarse socialmente mediante un complejo sistema de comunicación e incluso de practicar rituales funerarios en honor a sus muertos.

Como muestra, dos videobotones. En el primero se descubre cómo un elefante es capaz de buscar y emplear un escalón para atrapar comida que está fuera de su alcance, una habilidad para resolver problemas empleando herramientas que hasta ahora solo se había confirmado en primates, en algunas aves y en ciertas especies marinas. En el segundo, dos elefantes cooperan para acceder al alimento tirando de sendas cuerdas al mismo tiempo.

Para terminar, y dado que en este blog me he comprometido a practicar mi (aparentemente rara) costumbre de mezclar ciencias y letras, ahí va un relato alusivo: De elefantes y hombres. Me permití el atrevimiento de parafrasear a Steinbeck en el título de este cuento que escribí hace diez años para la difunta revista de viajes Lunas de Miel. Por desgracia, su mensaje continúa siendo tan plenamente válido como entonces, y lo será mientras los elefantes sigan menguando hasta que desaparezcan por completo de nuestra vista.