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Los increíbles elefantes menguantes (hasta que desaparezcan por completo)

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli (Kenya). Javier Yanes.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli (Kenya). Javier Yanes.

Rematé mi post anterior con la sensación de haber dejado un dobladillo sin coser. Pero decidí detenerme ahí consciente de que, como Stephen King, padezco una cierta elefantiasis literaria que mi médico, si lo tuviera, me recomendaría controlar. Y precisamente de elefantes se trata. Decíamos ayer que los elefantes de la Península Ibérica se extinguieron, y que un equipo de investigadores daneses propone la entre audaz y descacharrante idea de reintroducirlos en las reservas naturales europeas. ¿Sería concebible-viable-aconsejable que un excursionista en la sierra madrileña se topara con una trompa husmeando en su táper de tortilla?

Bromas aparte, lo cierto es que uno de los grandes factores de riesgo que amenazan de extinción a los elefantes es precisamente el conflicto con los humanos por el territorio. En países como Kenya, estos grandes mamíferos invaden con frecuencia los campos de cultivo en busca de alimento, lo que pone en riesgo tanto sus vidas como las de los granjeros que tratan de disuadirlos. Una realidad a menudo soslayada, pero inexorable, es que desarrollo y conservación de la fauna no son objetivos fácilmente conciliables. La prueba es que la megafauna ha desaparecido prácticamente de todas las regiones industrializadas del mundo (aunque fue la agricultura la que inició la ofensiva). Los países africanos, que poquísimo a poquísimo van abandonando el pozo de olvido y miseria en el que han estado sumidos, se enfrentan a un dilema al que aún nadie ha encontrado respuesta.

Y mientras el progreso avanza, la fauna merma. Los últimos datos del Amboseli Trust for Elephants, una de las ONG más destacadas del mundo en la conservación de los proboscídeos (que ya no paquidermos) y la más veterana en la investigación de estos animales, no son alentadores: el último censo de este año del ecosistema Tsavo-Mkomazi, una porción de Kenya y Tanzania que casi iguala la extensión de la Comunidad Autónoma de Aragón, ha contado un total de 11.000 elefantes, 1.500 menos que en el recuento previo de hace tres años. Tanzania ha perdido la mitad de su población de elefantes desde 2007, y se teme la extinción total en un plazo de siete años si no se toman medidas urgentes. Gabón ha sufrido una reducción de un tercio en el último decenio, y la cuenca del Congo ha visto desaparecer el 65% de sus elefantes en seis años.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli (Kenya). Javier Yanes.

Elefantes en el Parque Nacional de Amboseli (Kenya). Javier Yanes.

Por supuesto, la principal amenaza es la caza furtiva. En febrero de este año, Estados Unidos anunció un veto al comercio de marfil, una decisión que fue apludida en los círculos conservacionistas, pero aún queda mucho camino por recorrer. Mientras, la ciencia continúa aportando nuevas y sorprendentes revelaciones sobre la privilegiada inteligencia de los elefantes, como recopilan dos recientes artículos en la revista Scientific American (aquí y aquí), lo que a su vez engorda el debate ético sobre la pertinencia de mantener enjaulados en zoológicos a animales que son capaces de recordar caras durante años, de reconocerse a sí mismos y a sus parientes, de relacionarse socialmente mediante un complejo sistema de comunicación e incluso de practicar rituales funerarios en honor a sus muertos.

Como muestra, dos videobotones. En el primero se descubre cómo un elefante es capaz de buscar y emplear un escalón para atrapar comida que está fuera de su alcance, una habilidad para resolver problemas empleando herramientas que hasta ahora solo se había confirmado en primates, en algunas aves y en ciertas especies marinas. En el segundo, dos elefantes cooperan para acceder al alimento tirando de sendas cuerdas al mismo tiempo.

Para terminar, y dado que en este blog me he comprometido a practicar mi (aparentemente rara) costumbre de mezclar ciencias y letras, ahí va un relato alusivo: De elefantes y hombres. Me permití el atrevimiento de parafrasear a Steinbeck en el título de este cuento que escribí hace diez años para la difunta revista de viajes Lunas de Miel. Por desgracia, su mensaje continúa siendo tan plenamente válido como entonces, y lo será mientras los elefantes sigan menguando hasta que desaparezcan por completo de nuestra vista.