La priorización de las vacunas de COVID-19 y el asiento de la nave de ‘Contact’

Hace unos días, una información publicada en 20 Minutos por Jorge Millán revelaba un dato tan inquietante como lamentable: el porcentaje de personas entre 70 y 79 años –el segundo grupo con más riesgo de muerte por COVID-19– que ha recibido ya dos dosis de vacuna es menor que el de todas las franjas más jóvenes, exceptuando a los menores de edad.

Por esas extrañas asociaciones de ideas que nos asaltan a veces, me vino a la cabeza la película Contact, basada en la novela de Carl Sagan. Unos alienígenas avanzados envían instrucciones precisas a los humanos para construir la Máquina, la nave que salvará el abismo entre los dos mundos. Los humanos siguen estas instrucciones. Pero como se creen más listos, deciden que los pobres alienígenas, ignorantes ellos, han olvidado algo tan básico como poner en la nave un asiento y un cinturón de seguridad. Cuando Jodie Foster despega bien anclada a su butaca, aquello comienza a vibrar como un demonio, tanto que el asiento acaba desclavándose del suelo. Y solo entonces, la vibración desaparece y todo funciona como la seda.

Ahora, aplicación a las vacunas de la COVID-19. Y aviso, este no es un artículo para hacer amigos. Pero como suelo decir aquí, es lo que tiene la ciencia: dice lo que es, no lo que nos gusta.

Vacuna de AstraZeneca. Imagen de Arne Müseler / arne-mueseler.com / CC-BY-SA-3.0 / https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/de/deed.de via Wikipedia.

Vacuna de AstraZeneca. Imagen de Arne Müseler / arne-mueseler.com / CC-BY-SA-3.0 / https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/de/deed.de via Wikipedia.

Los científicos dicen a qué grupos es necesario vacunar de forma prioritaria para optimizar los beneficios a la población (ver más abajo). Pero entonces las autoridades, que se creen más listas, deciden que los pobres científicos, ignorantes ellos, han olvidado algo tan básico como recomendar que se vacune a los colectivos que las propias autoridades consideran «esenciales»: militares, policías, bomberos, protección civil, otros cuerpos y fuerzas de seguridad, todos los sanitarios y aledaños (no solo los que trabajan con enfermos de cóvid), profesores…

Los sanitarios que trabajan con enfermos de cóvid no solo sí son verdaderamente esenciales en estos momentos y corren un mayor riesgo de contagio, lo que justifica su vacunación prioritaria, sino que además su dedicación al bien común y el terrible precio que han pagado en esta pandemia merecen que se les premie con un trato preferente. Pero ¿el resto de los sanitarios y aledaños? ¿Por qué un profesional sanitario no-cóvid, y no cualquier otro profesional que también recibe en su oficina y tiene trato con multitud de personas distintas (sí, la telemedicina también existe)? ¿Por qué es más esencial un podólogo que un abogado? ¿O el/la recepcionista de una podología que el/la recepcionista de una abogacía?

Es más: no se ha considerado esencial vacunar a los investigadores que desarrollan las vacunas que otros se ponen. A pesar de que no solo están expuestos a un mayor riesgo porque trabajan con el virus, sino que, además, son quienes desarrollan las vacunas que otros se ponen.

España es uno de los pocos países que han mantenido las escuelas abiertas durante todo el curso presente. Porque, según las autoridades, no hay riesgo; dicen que el virus no se está transmitiendo en las aulas. Pero a pesar de ello, deciden que es prioritario vacunar a los profesores, quienes según esas mismas autoridades no están expuestos a un mayor riesgo.

Algunos estudios en diversos países han encontrado que, por ejemplo, los transportistas y personas que trabajan en la distribución figuran entre los colectivos con mayor índice de contagios. ¿En serio es más esencial para mí un cabo primero de zapadores del ejército de tierra que el transportista que lleva los alimentos al supermercado y la persona que me los vende, sin los cuales caeríamos en el desabastecimiento, la histeria colectiva y hasta los saqueos?

Es cierto que para alguna de las vacunas disponibles, como la de AstraZeneca, ha habido dudas sobre su uso en los grupos de más edad, y que por ello este fármaco (por cierto, no sé por qué en los medios se ha extendido la costumbre de utilizar «suero» como sinónimo de vacuna, cuando una vacuna dejó de ser un suero en el siglo XIX) se ha destinado a algunos de esos otros grupos más jóvenes. Pero también es cierto que esta consideración de los «esenciales» prioritarios no se hizo a raíz de esto, sino con independencia de esto.

A finales del año pasado, cuando nos llegaron las magníficas noticias sobre las rápidas aprobaciones de las vacunas, no podíamos imaginar que casi ya en mayo aún ni siquiera se habría vacunado a toda la población mayor de 80 años. Ni que la práctica totalidad (puede decirse que un 96,5% es la práctica totalidad, según los datos de Jorge Millán) de las personas de entre 70 y 79 años aún estaría esperando recibir la dosificación completa de la vacuna.

Vuelvo al «ver más abajo» que puse más arriba sobre la priorización de grupos para optimizar los beneficios de la vacunación. Todos hemos escuchado a tertulianos diferentes que, bien aconsejados por su bola de cristal y su cuñado, deciden a qué grupos es necesario vacunar. Por ejemplo: ¡pero no, hombre, no, no hay que vacunar a quienes tienen más riesgo, sino a quienes transmiten el virus, que no son los viejos sino los jóvenes! (Ejemplo real de tertuliano real, pero voy a callarme los detalles)

Pero luego están los científicos, a quienes no les asesoran su bola de cristal ni su cuñado, sino modelos matemáticos informatizados predictivos con algoritmos de optimización. Que no son ni mucho menos infalibles, pero sí más fiables que la bola de cristal y el cuñado del tertuliano.

Y eso sin contar con que la afirmación del tertuliano revela un desconocimiento profundo, porque las vacunas con las que contamos ahora no se han diseñado ni testado para impedir la transmisión del virus (muchas vacunas no hacen esto), sino para impedir que la gente enferme gravemente y muera. Por lo tanto, deben administrarse a quienes tienen más riesgo de enfermar gravemente y morir. El hecho de que se esté mostrando a posteriori que las vacunas probablemente sí puedan reducir la transmisión es un bonus, pero no justifica que algo no concebido para reducir la transmisión se administre para reducir la transmisión.

El 10 de febrero repasé aquí de forma exhaustiva lo que esos modelos matemáticos predictivos en los estudios científicos publicados habían concluido sobre a quiénes debía vacunarse con prioridad para obtener el máximo beneficio de los programas de vacunación. Y como ya conté, no todos los estudios llegaban a conclusiones unánimes; pero tomados en su conjunto, y a la espera de que también los científicos expertos los recopilen y comparen de forma rigurosa, la idea general que se extraía de ellos era que apuntaban a la nada sorprendente recomendación de vacunar primero a los grupos que corren más riesgo de enfermar gravemente y morir, los de mayor edad.

Desde entonces se han publicado nuevos estudios, pero la conclusión general no ha variado. Por ejemplo, un estudio publicado en PNAS encontraba que no solo la vacunación de las personas mayores es la estrategia que más vidas salva, sino también la que más años de vida salva en la población, incluso teniendo en cuenta que esas personas mayores son las que menos años de vida tienen por delante. Otro estudio de esta misma semana, también en PNAS, analiza si debe priorizarse la vacunación por edad o a los trabajadores esenciales. Conclusión nada sorprendente: vacunar en primer lugar a los trabajadores esenciales de mayor edad. Y lo que previene más muertes (en EEUU, el país analizado en el estudio, entre 20.000 y 300.000) es vacunar primero a los más ancianos.

Por cierto, a estos pobres investigadores, probablemente sobrepasados por esa consideración de la esencialidad que no es menos arbitraria ni digital (de «a dedo») en otros países que en España, les sale que el 70% de los trabajadores son esenciales, porque un agricultor, o quien consigue que salga agua al abrir el grifo, o quien arregla una instalación eléctrica averiada, no son menos esenciales que un psicólogo o el tripulante de un submarino.

Claro que todo esto tendría alguna importancia si las autoridades escucharan a los científicos. Lo cual, por desgracia, no ha sido la norma en lo que llevamos de pandemia. Al final, el resumen de todo ello es el mismo que en Contact: cuando se pone un asiento clavado al suelo que quienes saben de ello no han dicho que deba ponerse, todo comienza a descarajarse condenadamente. Mientras el número de vacunas continúe siendo limitado, solo en el momento en que esa butaca se desancle comenzarán a notarse los efectos positivos de la vacunación y cesará el chorreo diario de muertes.

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