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Peregrinos en tiempos de guerra

Crónica de Omar Ahmed, coordinador de Médicos Sin Fronteras en Najaf, Irak.

Son las seis de la mañana, y a pesar de que en Najaf se superan los cincuenta grados en los meses de calor, en esta época del año las temperaturas son bastante frías. Ayer por la tarde recibimos una llamada de Khalid, un hombre desplazado por la guerra y originario del distrito de Telafar – norte de Iraq -, que trabaja de manera esporádica para nosotros desde la ciudad de Ein el Tamer. Situada en la frontera entre las regiones de Kerbala y Anbar, Ein el Tamer es uno de los puntos de recepción de los cientos de miles de desplazados que han huido de las zonas de combate durante los últimos meses. Lugar idílico lleno de palmeras, frente a un oasis de película, esta pequeña ciudad ha pasado de recibir un turismo local voluntario y con ganas de descansar, a uno forzado y con intenciones de sobrevivir.

Pero volvamos a Khalid. En aquella llamada de ayer, nuestro compañero nos informaba de que durante la última semana estaban llegando cientos de familias de la región de Anbar, concretamente desde las ciudades de Ramadi y Hit, donde actualmente se libran feroces enfrentamientos entre el ejército iraquí y las milicias del denominado Estado Islámico.

Desde hace casi dos meses, en el marco de nuestra intervención de emergencia para asistir a los desplazados de la actual guerra que se vive en Irak, estamos haciendo distribuciones de kits de higiene y de ropa de abrigo que les ayude a afrontar el invierno con mayores garantías. Tras efectuar los estrictos y habituales chequeos de seguridad, dado que no sólo nos dirigimos a una ciudad situada a apenas decenas de kilómetros del frente, sino que tenemos que atravesar un camino en que somos conscientes de que hay un riesgo considerable de sufrir atentados, salimos rumbo al norte con los camiones cargados hasta arriba.

MSF presta asistencia a las familias de desplazados internos en Diwaniya, Kerbala y Babil, en el sur de Irak, con la distribución de KIT sanitarios, atención a través de  clínicas móviles y promoción de la salud. Fotografía: MSF

MSF presta asistencia a las familias de desplazados internos en Diwaniya, Kerbala y Babil, en el sur de Irak, con la distribución de KIT sanitarios, atención a través de clínicas móviles y promoción de la salud. Fotografía: MSF

Para los lectores curiosos: los kits de higiene contienen toda una serie de productos básicos para la higiene diaria y están pensados para que duren alrededor de cuatro semanas (jabón, toallas, compresas, maquinillas de afeitar, champú, cortaúñas, detergente en polvo, y cremas varias). Los kits con ropa de abrigo contienen mantas para cada miembro de la familia, y gorros y calcetines para los niños menores de cinco años.

El camino no es largo, y la peculiar decoración de las casas situadas a ambos lados de la carretera en unas fechas tan señaladas para el Islam Chiíta, lo hace más bien ameno. Nos encontramos en medio del primer mes del calendario islámico – Muharram – en el que curiosamente está prohibido luchar. Y a lo largo de los caminos que llevan a las ciudades santas de Najaf y Kerbala, se preparan las posadas de acogida para los peregrinos – aunque ahora mismo, a quien acogen es los desplazados – y las llenan de banderas negras y verdes, así como de posters y telas con varias representaciones de Hussein, hijo de Ali – sobrino y yerno del profeta Muhammad -, y por tanto personaje venerado por los Chiítas.

Al llegar a Ein el Tamer, gracias a la colaboración del consejo local, equivalente al ayuntamiento de la ciudad, podemos organizar la distribución a cientos de familias. Para poder saber quiénes no han recibido aún estos kits, existe un registro que nos indica la fecha en la que llegaron, pero aún así, las quejas son de tipo y llegan de todos lados. En general, lo que nos dicen es que si bien estos productos les ayudarán a mantener un mínimo de higiene y a protegerse de las bajas temperaturas nocturnas del desierto, están muy lejos de garantizar el bienestar básico y digno que necesita todo ser humano. Y tienen toda la razón: las necesidades son mayores a nuestra capacidad de atenderles. Nos hemos cerciorado de que el hospital de la ciudad ofrecerá atención médica gratuita a estas familias desplazadas, pero probablemente haya que hacer nuevas distribuciones para quienes vayan llegando en las próximas semanas. Además, tenemos que seguir presionando para para que otras organizaciones se hagan cargo de otras áreas de trabajo y así podamos dar una asistencia más completa a todas estas personas.

Durante las siguientes semanas, las regiones de Najaf y Kerbala se llenarán de millones de peregrinos. Y con suerte, inmiscuidos en uno de los mayores espectáculos de solidaridad del mundo actual, los desplazados se beneficiarán de todos los servicios gratuitos que las autoridades religiosas disponen, especialmente durante las dos últimas semanas del Muharram. Lógicamente, lo que más nos preocupa es qué pasará a mediados de diciembre, cuando todo ese despliegue se despida hasta un nuevo año. El reto reside en garantizar la continuidad del acceso a los servicios básicos para los desplazados, en especial, al menos por nuestra parte, a los servicios sanitarios. Estos existen, pero hay varias barreras culturales que propician que no siempre sean accesibles para todo el mundo. Así que, más allá de las distribuciones puntuales de urgencia, esperamos contribuir a la construcción de ese puente necesario para cubrir la brecha entre servicios y necesidades.

Con esa intención, desde el proyecto de Médicos Sin Fronteras situado en Najaf, tras cuatro años de colaboración con el Hospital de maternidad de referencia en la región y habiendo contribuido considerablemente a la reducción de la mortalidad neonatal de los casi tres mil partos mensuales, hemos empezado recientemente una intervención de asistencia a los desplazados del conflicto, llegados del norte del país. Tanto en las regiones santas de Najaf y de Kerbala, como en las de Babil, Diwaniya y Wassit, comenzamos a efectuar clínicas móviles y vamos a ofrecer servicios de salud mental. Esperemos poder contar dentro de unos meses que estamos consiguiendo la necesaria integración de estas familias – en términos de acceso al sistema de salud -, para las cuales la vuelta a casa es incierta. No se sabe cuándo podrán volver, pero en cualquier caso no será muy pronto.

Irak: «En el campo de Domeez, nuestros propios compañeros también son refugiados»

Sólo unas semanas después de abrir sus puertas por primera vez, el 4 de agosto, la unidad de maternidad en el campo de refugiados Domeez, en el norte del Kurdistán iraquí, ya está llena de mujeres sirias, muchas de ellas a punto de dar a luz. Todas quieren aprovechar la amplia gama de servicios de maternidad – desde controles prenatales a vacunas postnatales – proporcionados por el personal de Médicos Sin Fronteras. La particularidad de  estos trabajadores es que también ellos son refugiados.

Por Talia Bouchareb, periodista de MSF en Domeez.

Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Ayla Hamdo, nacido el 4 de agosto, fue el primer bebé de la nueva maternidad. Su peso al nacer fue de 3,2 kg y su estatura de 52 cm. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

 

El Campo de Domeez, que se encuentra a unos 10 km al sur de la ciudad de Dohuk, fue planeado inicialmente para una población de 30.000 personas. Tres años después, alberga el doble de esta cifra, por lo que es ya el mayor campo de refugiados en el Kurdistán iraquí. A medida que los meses van pasando, y con pocas esperanzas de que sus residentes puedan regresar a sus hogares, el campo se parece cada vez más a un animado pueblo sirio, con tuktuks (bici-taxis) llevando personas de un lado a otro y tiendas en las que venden desde shawarma, hasta ordenadores. También hay locales donde se hacen cortes de pelo o se venden vestidos de novia.

Como los matrimonios y los nacimientos se han multiplicado, y la población del campamento ha crecido, también lo ha hecho la necesidad de una unidad médica dedicada a la maternidad. Los estudios que manejamos nos desvelan que uno de cada cinco habitantes del campamento es una mujer en edad reproductiva, y que 2,100 bebés nacen en el campo cada año.

Como resultado de esta situación, hemos decidido ampliar los servicios de salud en el campamento. Llevan ya funcionando dos años, pero hemos creído conveniente dar un paso más en cuanto a la cantidad y a la calidad de los mismos.

Hasta hace poco, nuestra clínica había estado proporcionando servicios básicos de salud reproductiva, pero las mujeres tenían que hacer el largo camino hasta la ciudad para dar a luz en un hospital que está muy saturado. Sin embargo, con la nueva unidad de maternidad en marcha y funcionando, ahora sólo tenemos que referir los partos de alto riesgo a Dohuk, lo que libera mucha de la presión sobre el hospital.

El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
El equipo de MSF felicita a la madre de Ayla. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Hoy he visitado a Golestan, una orgullosa madre de tres hijos, que está descansando en la cama. Su hijo recién nacido, bien envuelto, duerme junto a ella. «Yo di a luz en el hospital de Dohuk el año pasado, porque mi parto tenía complicaciones que no podían ser atendidas aquí», me dice. «Sin embargo, esta vez me han animado a permanecer en cama durante unas horas, las enfermeras revisan mi estado a cada rato… es como estar de vuelta en la Siria de hace unos años, sólo que aquí es gratis”, me explica emocionada.

«Ayudar a las mujeres durante el parto es sólo un aspecto de la atención que ofrecemos aquí, pero además de ayudar a las mujeres a dar a luz de forma segura, también nos aseguramos de darles un seguimiento adecuado – desde el comienzo del embarazo hasta el final del proceso, a través de consultas postnatales. Con este enfoque integral también podemos proporcionarles vacunas, ayudar con la lactancia materna y ofrecer consejos de planificación familiar, todos los cuales tienen un gran impacto en el bienestar de las madres y los niños», me explica Adrián Guadarrama, responsable médico de MSF en Domeez.

Antes de que la unidad de maternidad abriera, muchas mujeres sirias en Domeez optaban por dar a luz en sus tiendas de campaña en el campamento, en lugar de viajar al hospital de Dohuk. Zozan, otra mujer que ya hace siete meses que dio a luz y que hoy ha venido en busca de vacunas para su niño, es uno de los muchos ejemplos que nos hemos encontrado: «Llamé a una partera siria para que me ayudara a dar a luz en casa, y todo fue bien, pero hubiera sido mejor estar cerca de los médicos: en una tienda de campaña siempre hay un riesgo«. Como medida para evitar que las mujeres sigan dando a luz en sus casas, las autoridades locales han dejado de emitir certificados de nacimiento a los bebés que no nacen en los centros asistidos por personal sanitario.

Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Parteras rellenando el partograma para hacer el seguimiento del primer parto que tuvo lugar en la nueva maternidad de MSF en Domeez. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

«Nuestra unidad de maternidad se creó en un tiempo récord, con la ayuda de las autoridades locales de salud. Todo sucedió muy rápido. Presentamos nuestra propuesta, las autoridades la aprobaron de inmediato y luego proporcionaron los materiales de construcción y todo el equipo médico. Ahora la unidad es gestionada por parteras, y muchos de los nuevos empleados han tenido que adaptarse a una manera diferente de trabajar», me dice Adrián. «El principal reto ha sido encontrar y capacitar a las parteras porque muchas están acostumbradas a trabajar a la sombra de los médicos. Cuando les dijimos que llegaría un día en el que ellas estarían gestionando el lugar, casi no se lo podían creer, pero ahora aquellas promesas se han convertido en una realidad».

Margueritte, una de estas parteras, me dice que «el primer paso es siempre darse el tiempo para examinar a las pacientes y escucharlas. Hemos estado enseñando a todas las nuevas parteras un enfoque más completo de cómo atender los partos».

Lo bueno y novedoso al mismo tiempo es que aquí nuestro personal tiene una estrecha relación con los pacientes, ya que la mayoría de ellos también son refugiados de Siria. Actualmente contamos con un ginecólogo, nueve parteras y cuatro enfermeras, que son las que proporcionan la atención continua.

Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF
Un familiar se ocupa de Ayla mientras su madre recibe los cuidados post-parto. Copyright: Gabrielle Klein/MSF

Nuestros promotores de salud han recorrido durante estas semanas el campamento para informar a las mujeres acerca de los nuevos servicios que se ofrecen, mientras que el boca a boca también ha sido fundamental para atraer a las mujeres a la nueva unidad. Su apertura también apareció en la primera página del periódico local del campamento (sí, sí, aquí ya han creado hasta un periódico local), así que ahora tenemos a mujeres que ni siquiera estaban en el campo y que vienen desde una cierta distancia para poder dar a luz aquí.

Ahlam, que se prepara para salir de la unidad con su bebé recién nacido, se ha registrado en el campo de refugiados Gowergosk, a unas dos horas en coche de Dohuk. «He oído por mi cuñada que había parteras sirias y una maternidad nueva», me dice, «así que me mudé aquí hace unas semanas, sólo para poder dar a luz. Una vez me que me sienta más fuerte voy a volver a Gowergosk «.

Y la verdad es que es un placer poder observar lo fácil que resulta el poder devolver un poquito de esperanza a toda esta gente que lo está pasando tan mal y que no saben si algún día podrán vovler a sus casas. Al menos, aquí han construido algo que cada vez se va pareciendo más a un hogar.

Refugiados sirios. Entre la miseria y la desesperación

“Los refugiados de Siria en Egipto están viviendo una vida de miseria, desesperación y condiciones escolares desafiantes”.

  Arjimand Hussain, Coordinador de Respuesta en Emergencias de Plan Internacional.

Alejandría, Agosto de 2014Es una tarde calurosa en Alejandría. Nadia se encuentra sentada sobre la arena frente al mar Mediterráneo. “Mamá,-dice mirando a su madre- ¿regresaremos a Siria?”.Sí, por supuesto, mi niña. Muy pronto”. Responde su madre, con los ojos puestos en el mar.

Sin embargo, su madre lo sabe bien. Si el conflicto en Siria continúa, los niños y niñas como Nadia, no podrán regresar. Están abandonados a su suerte en Egipto, extrañando sus familias, hogares y escuelas.

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A menudo, Nadia señala con su dedo el mar, apuntando hacia Siria, donde dejó a su padre. Allí, en una playa parecida a la que pisa ahora, solía jugar con sus amigos. Ahora, su vida ha cambiado.

Refugiadas en Alejandría y separadas de todo lo que amaban, Nadia y su madre, comparten un piso alquilado en un popular barrio de la ciudad junto a otras doce personas, entre ellas algunos de sus antiguos vecinos sirios.

Nada asiste a una escuela pública local, en la que dice, hay demasiados alumnos. Extraña su anterior patio de recreo y reconoce algunas diferencias en los métodos de enseñanza y el plan de estudios. Prefería los de su escuela, en Siria.

Nadia y su madre, escaparon de su ciudad, al norte de Siria, huyendo de los combates. «Nadia estaba horrorizada, temblaba, lloraba y se me abrazaba con mucha fuerza», recuerda su madre.

El padre de la niña prometió reunirse con ellas una vez que llegaran a Egipto. «Todos los días espero que aparezca, pero nunca llega”,murmura la niña con voz angustiada. Su tez, pálida, deja entrever la anemia que padece. La falta de medios, provoca escasez de alimentos en la cesta de la compra.

Adaptarse a la escuela, le está costando más de lo que esperaba. La diferencia en el acento dificulta la comunicación con sus compañeros egipcios. Tampoco ha hecho amigos. Sólo tiene un deseo: volver a casa y a su  escuela, aunque quizá esas aulas hayan quedado derruidas por los combates. Al igual que otros cientos de niños y niñas refugiados, si no aumentan las ayudas, se verá obligada a dejar la escuela. Las becas escolares para la infancia más vulnerable que presta la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, se han reducido a la mitad. Hacen falta más fondos.

“Para Nadia es casi imposible entender las lecciones impartidas en la escuela a la que asiste. Se agobia al sentarse en aulas masificadas y suele decirme que se siente insegura en los baños. Están sucios y no cubren las necesidades específicas de las niñas. Está demasiado distraída y su actitud ha cambiado «, dice su madre.

Nadia es sólo una de los miles de niños y niñas sirios que se enfrentan a enormes desafíos para hacer frente a la vida de refugiados en Egipto. Ante las dificultades, algunos, se han visto obligados a renunciar a la escuela y han comenzado a trabajar para contribuir con el ingreso familiar.

Aunque el gobierno de este país ha permitido que la infancia proveniente de Siria se matricule en las escuelas públicas, su acceso se ve obstaculizado por la falta de recursos para cubrir el pago de cuotas, libros escolares o uniformes y la escasez de servicios básicos en las instituciones educativas. Además son pocos los profesores, en relación al número de alumnos, que se ha visto incrementado por los niños y niñas desplazados que se han incorporado a las aulas.

Para paliar esta situación, Plan Internacional, la organización para la que trabajo, está trabajando con cientos de niños y niñas como Nadia para favorecer su acceso a la escuela. En colaboración con otras organizaciones locales, facilitamos becas y materiales escolares, así como clases de apoyo para dar seguimiento a las lecciones impartidas y ayudar a mejorar la comprensión del acento Árabe- Egipcio. También trabajamos con los maestros de las escuelas brindando formación y apoyo con el fin de motivar la participación de niños y niñas sirios y egipcios,  promoviendo la socialización y la libertad de expresión.

A pesar de todo, aún queda mucho que hacer por las niñas como Nadia y sus familias.

Los refugiados centroafricanos se enfrentan a grandes retos en Camerún

Por Tatangang Henri -Noel

Técnico de Reducción del Riesgo de Desastres de Plan Internacional en Camerún

 

La semana pasada viajé a uno de los campamentos de Lolo, en la región este de Camerún, para evaluar la situación de los refugiados de la República Centroafricana.

Durante la visita, me conmovió ver como una multitud de niños y niñas llegaban a los campamentos acompañados de sus familias. Allí conocí a Aisha, una niña de 9 años procedente de la comunidad de Buar y que había viajado unos 400 kilómetros desde la República Centroafricana. A su llegada al campamento, las autoridades competentes la registraron a ella y a su familia. Aproveché el momento para preguntarle cómo había sido capaz de caminar una distancia tan larga, su respuesta fue: «Hemos hecho el camino a pie durante varios días  y nos refugiamos en las casas de las familias que nos encontrábamos en el camino, quienes además nos dieron comida. Una vez que llegamos cerca de la frontera fuimos trasladados al campamento».

Dadas las circunstancias en las que se encuentran miles de personas como Aisha, que se  han visto forzadas a huir de su país por el estallido de una guerra en RCA, le pregunté a la joven si todavía tenía miedo, a lo que ella respondió: “No, porque ya no tendré que ver más a esos hombres malvados que iban armados”.

Aisha comentó que no sabía cuando podría volver a casa. Desde hace un año no va a la escuela debido a la alta inseguridad. El estallido del conflicto armado provocó el cierre de gran parte de las escuelas comunitarias y la huída de todos los maestros de la zona.

Miles de niños que huyen de la violencia en la República Centro Africana llegando al  campamento de refugiados de Lolo, en la Región Este de Camerún. Muchos de ellos han caminado cientos de kilómetros con sus familias y parientes en busca de refugio

Miles de niños que huyen de la violencia en la República Centro Africana llegando al campamento de refugiados de Lolo, en la Región Este de Camerún. Muchos de ellos han caminado cientos de kilómetros con sus familias y parientes en busca de refugio

Uno de los campamentos que pude visitar tiene actualmente cerca de 6.000 refugiados, otros 7.000 están de camino y se espera su llegada en los próximos días. Además de la difícil situación de estas personas, millones más se encuentran desamparadas debido a la ayuda limitada que llega a los campamentos. Tienen necesidades fundamentales en materia de ayuda alimentaria; acceso al agua, atención sanitaria, vivienda o protección. Actualmente son pocos los organismos que prestan ayuda a los afectados por este conflicto, lo hacen principalmente las agencias de la ONU y algunas organizaciones internacionales no gubernamentales.

El gobierno está garantizando seguridad en torno a las fronteras a través de un comité de crisis con el que se pretende ofrecer apoyo a las personas refugiadas. En este sentido, el trabajo en materia de protección a la infancia y educación es muy escaso, lo cual se convierte en  un gran problema ya que los niños y niñas afectados sólo se sentirán seguros si consiguen ser agrupados en actividades que los protejan de potenciales abusos. Esto también serviría para crear espacios que ayuden a estos niños a olvidar las malas experiencias vividas.

Gran parte de los refugiados son analfabetos y no pueden expresarse en francés, la lengua oficial de la República Centroafricana. El único modo de comunicarse con ellos es a través del idioma Fulfude o de un intérprete.

Hay cerca de 2.000 niños en el campamento y se estima que en toda la región hayan 23.000 mil niños refugiados. Hay más niños y niñas que adultos y algunos ya han nacido en los campamentos. En el que visité, el personal sanitario informó de  17 nacimientos la semana pasada, situación que les preocupaba ya que carecen de materiales para dar asistencia médica. Una joven, madre de tres hijos, quien ha dado a luz recientemente comentaba: «Doy gracias a Dios porque estoy viva y puedo tener a mi bebé después de todo el sufrimiento vivido durante el camino, a pie y en transporte público. Sólo puedo dar gracias a Dios, pero por favor, ayúdanos”.

Me encontré con uno de los líderes del campamento, Djoubero Amán, quien había montado una pequeña tienda en su propia casa en RCA. Dice: «Durante un tiempo, tuve que vender algunas cosas a través de la puerta de atrás y no tenía ingresos para reponer la mercancía. Cuando la situación se volvió muy dramática me vi obligado a cerrar todo y llevarme sólo lo esencial para poder irme con mi familia y refugiarnos». Emocionado, me contó que habla francés y ayuda de forma voluntaria como intérprete cuando hace falta.

Como Amán , miles de personas de la RCA se enfrentan a muchos desafíos, viven refugiados y en suelo extranjero. Muchos de ellos se alojan en grandes salas con capacidad para unas 50 personas hasta que se proporcionen carpas individuales para cada familia u hogar. Este es un proceso lento que los deja sin privacidad durante semanas. No existe libre movilidad y las familias se enfrentan al reto de sobrevivir sin ningún ingreso,  ya que la mayoría se ha visto obligada a dejar todas sus pertenencias atrás debido al estallido de los enfrentamientos.

Plan Internacional, organización humanitaria que trabaja por la promoción y  protección de los derechos de la infancia, está movilizándose para conseguir recursos suficientes para responder a las necesidades de protección de los niños y niñas afectados, teniendo siempre en cuenta que en los campamentos son más vulnerables a sufrir abusos y otros riesgos potenciales ya que  no van a la escuela. Se están creando Espacios Amigos de la Infancia en los que especialistas y animadores infantiles trabajan con niños y niñas para ayudarles a superar las dificultades vividas, a que vuelvan a jugar y puedan retomar los estudios.

Nacer en un país prestado

Post de Belén Ruiz-Ocaña, editora web de UNICEF Comité Español

Bebé recién nacido en el campo de refugiados sirios de Za’atari, Jordania. "Quiero que mi niño crezca en Siria", dice su madre. (Unicef)

Bebé recién nacido en el campo de refugiados sirios de Za’atari, Jordania. «Quiero que mi niño crezca en Siria», dice su madre. (Unicef)

37.500 bebés han nacido como refugiados desde que empezó el conflicto en Siria hace 3 años. Casi el mismo número de bebés que nacen cada mes en España.

Es como si todos los niños españoles nacidos en marzo llegaran al mundo con esa etiqueta: refugiado.

Lo leo en un informe sobre los tres años del conflicto de Siria. Y la realidad me golpea y despierta mi conciencia cuando pienso que yo, a cinco meses de dar a luz, llevo mucho tiempo preparando la llegada de mi bebé.

Martín tiene una habitación esperándole. Su primer muñeco. Sus primeros regalos. Nos ilusionamos pensando los planes que haremos con él. Qué queremos enseñarle. Sé que sus tres primeros años de vida son fundamentales en su desarrollo. Sé que debo cuidar especialmente su salud y su nutrición.

¿Cómo podrán hacer lo mismo los padres de esos 37.500 bebés sirios refugiados?

¿Cómo se siente una persona cuando se ve obligada a dejar su casa, su ciudad, su país? ¿Qué piensa cuando llega a un campo de refugiados? Puedo imaginármelo. Cansancio, miedo, incertidumbre. ¿Y si además eres una mujer embarazada? Huir de tu casa con tus cosas a cuestas, caminar durante días, que no te vea un médico…. Lo imagine o no, ocurre todos los días desde hace tres años en Siria.

Madres que pasan largos días caminando y que llegan exhaustas y deshidratadas a los campos de refugiados de Jordania, Líbano, Irak, Egipto. Mujeres que llegan a los campos con lo puesto, a solo unos días de tener a su bebé. Sus niños nacen en un país prestado, en un pequeño mundo formado por tiendas de campaña. En condiciones en las que nadie debería vivir. ¿Dormirán en una cuna? ¿Podrán alimentarlos bien? ¿Qué futuro les espera?

Jian nació hace unos meses en Irak. Tiene los ojos azules. «Es preciosa», Atheer Al Yasin, especialista de Agua de UNICEF, que casualmente también fue un niño refugiado.

Él fue quien llevó a los padres al hospital. Pero la niña nació antes de llegar porque Al Yasin tuvo que negociar en los controles de seguridad que iban encontrando a su paso.

La madre de Jian estaba en un campo de refugiados sirios cuando se puso de parto. Solo pasó una noche en el hospital. Después volvió al campo de Arbat, en el norte de Irak, donde viven cerca de 3.000 personas que se han visto obligadas a dejar su país. Tuvo que pasar una semana en una escuela que hacía las veces de refugio temporal. Puedo imaginar su miedo al no saber cuánto tiempo pasaría allí. Sin saber dónde nacería su bebé.

Jian vive en una tienda de campaña. En un país que no es el de sus padres. Forma parte de los 1,2 millones de niños que viven refugiados en los países cercanos a Siria. Viven en tiendas de campaña en los campos o en familias de acogida. Dependen de la ayuda humanitaria para tener lo más básico: agua, salud, educación, apoyo psicológico para superar el trauma.

No puedo evitar pensar qué oportunidades tendría mi hijo si en vez de nacer aquí fuera un niño de Siria.

¡Firma para que el horror y la barbarie que están viviendo estos niños termine!

10.000 sirios a las puertas de Turquía

por Agus Morales y Anna Surinyach (Médicos Sin Fronteras, siguiendo la ruta del éxodo sirio)*

 

¿Vais a ir a Alepo? No vayáis a Alepo, es muy peligroso”.

La amonestación es de un hombre que sale de una mezquita en el norte sirio, cerca de la frontera con Turquía. Es el templo islámico de referencia para un campo de desplazados en el que hace unos meses tan solo había 4.000 personas, pero que ahora acoge a unas 10.000. La mayoría viven en tiendas de campaña, pero Husein Alwawi y su familia se alojan en la mezquita.

Vivíamos en un barrio de Alepo –relata Husein-. Un avión de combate atacó el vecindario. Muchas casas quedaron destrozadas, entre ellas la mía. Nosotros no estábamos pero dos familias fueron asesinadas. Nos quedamos en Alepo cinco días y vinimos aquí.”

Partido de fútbol en el campo de desplazados del norte de Siria (© Anna Surinyach)

Partido de fútbol en el campo de desplazados del norte de Siria (© Anna Surinyach)

La historia de Husein es similar a la de muchos de los habitantes del lugar, que buscan un lugar seguro para huir de los combates. En las antiguas aduanas se halla este terreno conocido como ‘campo de tránsito’, porque en principio muchas de las familias esperan para irse a Turquía; pero en realidad se trata de un campo de desplazados: muchos llevan meses viviendo aquí y la población sigue creciendo. MSF ha vacunado a más de 3.300 menores de 15 años y ha aplicado medidas de saneamiento del agua para ayudar a los desplazados.

En el campo hay peluquerías, escuelas y vendedores de comida. Niños y adultos organizan un partido de fútbol con una pelota de baloncesto. En plena agitación deportiva, una ambulancia pasa a toda velocidad por la carretera, probablemente transportando a un herido desde Siria a Turquía, pero los jugadores apenas prestan atención.

No muy lejos del improvisado campo de fútbol, unas mujeres denuncian las condiciones del campo. Las hileras de tiendas de campaña se repiten. Una señora kurda de 44 años, Saleha Mustafá, abre la cremallera de su tienda a los visitantes. Tiene una olla de sopa de lentejas que calienta con un hornillo.

Saleha Mustafá, calentando una sopa de lentejas dentro de su tienda en el campo de desplazados (© Anna Surinyach).

Saleha Mustafá, calentando una sopa de lentejas dentro de su tienda en el campo de desplazados (© Anna Surinyach).

Vinimos aquí por los bombardeos y los ataques con helicóptero. También porque soy viuda y no tengo nada. Me iré a Turquía si mis familiares quieren”, dice la viuda, que ahora depende de sus primos, instalados en tiendas vecinas.

También quiere refugiarse en el país vecino Mohamed, un sirio que prefiere que su auténtico nombre no sea revelado. “Quiero irme a Turquía con mi familia. Esto no es seguro, hay combates constantes”, explica mientras sorbe el café.

Mohamed vive desde hace tres meses en una tienda de campaña con su mujer y sus cinco hijos. Se fueron de Alepo porque los bombardeos y los ataques con misiles eran continuos y los niños tenían miedo. Tiene claro que el trauma que vive su país no es pasajero. “Lo que pasa ahora en Siria quedará grabado en la mente de los niños durante mucho tiempo”, vaticina.

 
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*Anna Surinyach (@surianna) y Agus Morales (@agusmoralespuga), periodistas de Médicos Sin Fronteras, han seguido una ruta desde Siria a Grecia para descubrir las historias de los refugiados sirios. Puedes ver su anterior post aquí: «Me siento mejor, pero no puedo caminar».

 

EL KM. 43

por Erna Rijnierse (Sudán del Sur, Médicos Sin Fronteras)*

Nada resulta fácil aquí. En solo una mañana, fuimos testigos de seis muertes en el Km. 43. Una mujer llegó tan deshidratada que murió nada más entrar en la clínica. La gente muere, sufre; lo que vemos aquí es una crisis en toda regla. No podemos quedarnos sentados mirando sin hacer nada, tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos y presionar para que mejoren las condiciones de vida de estas personas.

Si quieres ver el testimonio de Erna Rijnierse desde el Km.18: http://bit.ly/LQwSpN

“El Km. 43”. Así es como se llama este punto en mitad de ningún sitio en el estado del Alto Nilo, en Sudán del Sur. Aquí se están asentando refugiados que llegan huyendo de la violencia en el vecino Sudán. Han llegado unas 30.000 personas en las últimas semanas, y los campos de refugiados ya están llenos, así que los últimos se están quedando en este sitio con escueto nombre de punto kilométrico, y en otro de similar apelativo, el Km. 18. Aquí los refugiados duermen bajo los árboles, sin cobijo y prácticamente sin comida.

Las carreteras que llegan hasta aquí son un infierno, especialmente tras las lluvias, cuando resulta casi imposible acceder a la zona. Disponemos pocas plazas en nuestros vehículos, así que solo podemos trasladar a los más enfermos, dejando atrás a gente a la que esperamos poder volver a ver con vida al día siguiente. Como médico, es algo muy doloroso. Pero no nos queda otra elección, tenemos que priorizar a los pacientes en estado más grave.

El problema en estos asentamientos temporales de refugiados es que no hay suficientes organizaciones humanitarias trabando aquí. Estas personas han estado caminado durante semanas y cuando llegan ya están muy débiles, especialmente los grupos más vulnerables como los ancianos, los niños menores de 5 años y las mujeres embarazadas.

Hemos estado distribuyendo agua en el Km. 43, pero el principal depósito en superficie, el que usamos para potabilizar y distribuir, se ha secado. Así que ya no hay agua en el Km. 43. También estamos tratando y distribuyendo agua en el Km. 18, pero el agua disponible pronto se acabará también. Por eso es tan importante que ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados) y sus contrapartes les trasladen con urgencia a un lugar mejor acondicionado.

Cada día vamos a las pequeñas clínicas de campaña que hemos montado en los dos asentamientos para ver a los pacientes y asegurar la atención médica a los casos más graves. Ayer, justo antes de marcharnos del Km. 18, nos trajeron a un pequeño en estado de shock. Conseguimos salvarle, un oportuno recordatorio de las razones por las que estamos aquí y de lo que podemos hacer, incluso en las circunstancias más adversas.

La semana pasada realizamos 537 consultas: 292 fueron por diarrea y 40 por enfermedades respiratorias. De los 342 niños que acudieron a las clínicas y fueron examinados para detectar síntomas de desnutrición, un 38% estaban desnutridos, lo que supera con creces el umbral de emergencia.

Con la estación de lluvias a la vuelta de la esquina, también estamos viendo los primeros casos de malaria. La gente vive hacinada y, al llover, hace más frío, así que seguro que veremos otras enfermedades. La neumonía, especialmente en los niños más pequeños, probablemente tendrá una mayor incidencia.

Además de dar atención médica urgente, quizá el mayor impacto que podemos tener será en la prevención de enfermedades. Esta semana empezamos una campaña de vacunación de sarampión para niños menores de 15 años. Esta enfermedad es potencialmente mortal y muy contagiosa, especialmente en campos de refugiados, donde hay gran número de gente concentrada en una zona muy reducida. Estas personas no han sido vacunadas, por eso lo incorporamos en nuestra primera respuesta de emergencia.

La situación es desesperada. Se ha avanzado muy poco en la identificación de un lugar para albergar a estos 30.000 refugiados, y la lluvia y los problemas logísticos han paralizado todos los desplazamientos organizados. Los refugiados ni siquiera tienen un pedazo de plástico para cobijarse por la noche, así que ya os podéis imaginar que esto no mejorará la situación sanitaria de esta población tan vulnerable. Estas personas necesitan ser trasladadas de inmediato a un lugar adecuado donde tengan comida, agua y abrigo, y donde su salud pueda quedar asegurada. El tiempo corre en su contra.

*Erna Rijnierse es responsable del equipo médico de MSF que asiste a los refugiados sudaneses en el estado del Alto Nilo, en Sudán del Sur.

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Fotos 1 y 2: Refugiados sudaneses, llegando con sus pertenencias a Sudán del Sur, el 10 de junio de 2012. (© Louise  Roland-Gosselin/MSF).

Foto 3: Refugiados sudananeses cogiendo agua en uno de los depósitos naturales de agua en superficie (ya agotados) en el Km. 43, el 9 de junio de 2012 (© Louise  Roland-Gosselin/MSF).

Y de repente Ambia se puso mejor

Por Michele Trainiti (Médicos Sin Fronteras, Etiopía)

He pasado casi ocho meses en Etiopía, concretamente en Hiloweyn y sus alrededores, trabajando para MSF en la respuesta a la crisis de los refugiados somalíes. Al principio era responsable del centro de salud, y más tarde me hice cargo de todos los proyectos en Liben.

Cuando pienso en el campo de refugiados de Hiloweyn, pienso en Ambia. Fue uno de nuestros primeros pacientes, una pequeña de 9 años y 10 kilos de peso, enferma de tuberculosis y sin nadie en la vida aparte de un tío suyo. Todo el resto de su familia había muerto durante la crisis nutricional o en la guerra. Ambia ha sido uno de los símbolos de nuestro centro de salud.

Por aquel entonces, entre finales del verano y otoño de 2011, el hospital estaba abarrotado de pacientes: solíamos tener entre 40 y 50 niños hospitalizados con desnutrición severa, de los cuales por lo menos 8 estaban ingresados en cuidados intensivos. El personal tenía que hacer guardias agotadoras para poder atender a todos los pacientes las 24 horas del día.

Fuera del centro de salud, una multitud inacabable esperaba a ser admitida también en nuestro programa nutricional. Cientos de mujeres con niños desnutridos. Dentro del centro, los médicos y enfermeras corrían de una tienda a otra, de un paciente a otro, durante todo el día, con solo unos pocos minutos de descanso para comer y cenar.

En aquel momento, el campo albergaba a unos 25.000 refugiados del sur de Somalia, que habían llegado hacía unas pocas semanas. Cada mañana distribuíamos sudarios para aquellos que habían muerto en el campo durante la noche. Perdíamos a entre tres y cuatro niños cada semana y, en el peor momento, llegamos a perder uno al día. La situación era muy difícil, la población en el campo no reconocía la desnutrición como una enfermedad, probablemente acostumbrada a años y años de hambruna y sequía, y por lo tanto nos traían a los niños sólo cuando enfermaban de algo más (diarrea, infecciones respiratorias, etc.), así que a menudo nos llegaban en un estado muy crítico.

Y entre ellos se encontraba Ambia. Como os digo, tenía 9 años y pesaba 10 kilos. Ojos abiertos al mundo de par en par, muñecas tan pequeñas como las de una niña de 4 años, muy testaruda, muy débil, siempre a la defensiva. Siempre enferma. No importaba lo ocupados que estuviesen los sanitarios, siempre sacaban unos minutos extra para ella. Y ella sonreía, pero no mejoraba. Conseguía ganar peso, pero al cabo de unos días volvía a perderlo rápidamente. Su diagrama de peso era una línea irremediablemente descendente.

Pensando en aquel tiempo, siento que de alguna forma ella era el paradigma de toda aquella crisis: un lugar complicado donde, a pesar de los inmensos esfuerzos, no vislumbrábamos signo alguno de mejora, donde cada mañana contábamos las camas que se habían quedado vacías por la noche, donde, perdida toda esperanza, las madres querían llevarse a casa a sus bebés moribundos, donde el personal sanitario poco a poco pero de forma progresiva se iba agotando en ese esfuerzo extenuante que supone tener que afrontar una abrumadora crisis nutricional.

Y entonces un buen día, de repente, Ambia se puso mejor. Nos limitamos a cambiar su dieta, ya que de todas formas no estaba respondiendo ya a los alimentos terapéuticos. El tratamiento contra la tuberculosis también empezó a tener sus primeros efectos positivos. Siempre recordaré a su tío llorando quedamente al darle las gracias al médico por salvarle la vida a la pequeña.

En octubre de 2011, la situación empezó a mejorar. Había menos pacientes con necesidad de hospitalización, también fallecían menos, y la mortalidad en el campo estaba bajo control. La situación sanitaria y nutricional se fue estabilizando poco a poco, la distribución de alimentos cada vez llegaba a más gente y los esfuerzos médicos por fin daban resultado.

La semana pasada, después de siete meses, volví a ver a Ambia. Y apenas pude reconocerla. Iba vestida con un traje somalí tradicional, el pelo cubierto y un velo enmarcándole el rostro, los mofletes y la cara resplandecientes… tuve que buscar ese pestañeo de obstinación en sus ojos para encontrar en ella a la Ambia que yo conocía.

Compartía sonriente un paquete de galletas con una amiga que había hecho en el centro de salud. La enfermera de la sala me dijo que acababa de completar con éxito el tratamiento de tuberculosis pero que todavía iba al centro de salud a diario, por costumbre y por las galletas. Ambia me miró y pude percatarme de que su sonrisa se agrandaba. Quiero pensar que me había reconocido.

Ahora la sala donde Ambia había estado ingresada está casi vacía; sólo hay una pocas camas ocupadas por niños enfermos. La inacabable cola de gente fuera del centro ha desparecido, y en general todo está muy tranquilo en comparación con hace apenas unos meses. La situación sanitaria en Hiloweyn ha mejorado significativamente, la crisis nutricional ha sido derrotada.

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Foto 1: Una trabajadora de MSF enseña a la madre de un niño con desnutrición aguda cómo completar su lactancia haciendo que el niño tome también suplementos al mismo tiempo que toma el pecho. Hospital de MSF en Hiloweyn, Etiopía, en septiembre de 2011 (© Samuel Hauenstein Swan).

Foto 2: Una larga cola de madres con sus niños, refugiados somalíes, en el campo de Dolo Ado, en Etiopía, en septiembre de 2011 (© Samuel Hauenstein Swan).

Foto 3: Una familia de refugiados somalíes recién llegados a la frontera etíope, en septiembre de 2011 (© Samuel Hauenstein Swan).

Foto 4: Refugiados somalíes en la sala de espera en el centro de salud de MSF en Kobe, Etiopía, en julio de 2011 (© Lali Cambra).

Días de guardia en Jamam

por Kirrily de Polnay (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)*

Me paso el día en el hospital de MSF, un poco aislada del campo de refugiados de Jamam. La mayor parte de las personas a las que atiendo son muy corteses, y hacen lo que todos solemos hacer cuando vamos al médico: arreglarse. Así que vienen bien vestidos, se muestran amables, hacen ese esfuerzo, y casi podrías olvidarte de que estás en un campo de refugiados. Y solo cuando llega un niño que lleva un mes con diarrea, que llegó la noche anterior con su familia del paso fronterizo de El Fuj, que todos llevan dos días sin comer ni beber, y que han sufrido cinco robos ese día, recuerdas de repente dónde estás.

Y los padres están tan angustiados, tan preocupados, y tú te vuelcas en el niño, le colocas un suero, le pones todo lo que puedes. Estos niños a menudo están desnutridos así que hay que hacerlo todo con gran delicadeza ya que podría sufrir con facilidad un fallo cardiaco o un edema pulmonar. Así que es un equilibrio muy delicado: no tratas a niños sanos que han enfermado, sino a niños que ya llegan con reservas muy bajas.

Tenemos muchos casos de diarrea. Intentas explicarles cómo tomar la solución de rehidratación oral, pero no tienen dónde prepararla. Incluso a mí me cuesta calcular cuánto es “la mitad del paquete”… les dices “tienes que beber agua, tienes que beber la solución que te damos”, y ellos asienten y dicen “sí”. Pero sabes que no tienen agua suficiente, reciben apenas unos litros al día. Así que les prescribimos algo que no pueden hacer, y sientes que lo haces es como poner una minúscula tirita para detener una gran hemorragia.

Hasta ahora todos hemos estado compartiendo los turnos de noche. Hay que estar ahí constantemente, sobre todo con los niños desnutridos, evaluando, buscando el equilibrio entre aportarles el suero suficiente por un lado y evitar provocarles un fallo cardiaco. Por el momento hemos podido hacerlo, pero no sé por cuánto tiempo podremos seguir trabajando a este ritmo.

Recuerdo a un paciente, muy pequeño, tendría dos o tres años, que estaba en tal estado cuando llegó que pensamos: “no hay nada que hacer, se acabó para él”. Afortunadamente, acabábamos de instalar la máquina de oxígeno, así que comenzamos con eso, le pusimos en tratamiento, ¡y al final del día el niño ya se estaba quejando, quería irse a casa! Fue increíblemente agradable: cuando un niño empieza a incordiar, ya sabes que la cosa va bien. En casos como este, le dejamos ingresado toda la noche. Quiero decir, que llegó moribundo, ¡tampoco puedes mandarle a casa el mismo día aunque haya mejorado! Pero a veces ocurre, niños que se recuperan de inmediato.

También tenemos recuperaciones asombrosas cuando referimos a un paciente a Doro, donde MSF tiene un hospital de campaña más grande que el que tenemos aquí. Te pasas un par de noches pensando cómo le estará yendo allí al paciente. El otro día sin ir más lejos tuve a un niño de 7 años que realmente no pensé que fuera a sobrevivir. Llegó en estado muy grave y no teníamos la capacidad de diagnóstico aquí necesaria para saber exactamente qué le pasaba.

Cuando nos le llevamos de urgencia a Doro, fue con mucha prisa, su abuela también tuvo que subir al vehículo, iba llorando y se te rompía el corazón al verla porque se la veía asustada y sola. Ese mismo día volvió con el crío, con una gran sonrisa, estrechándonos la mano a todos y haciendo que el niño también lo hiciera. Y aquello hizo que aquel mal día se convirtiera en algo mucho más llevadero.

Y luego está el tema de la traducción a tres bandas. Es muy complicada, y los intérpretes se cansan, porque pasamos de la lengua tribal al árabe y de ahí al inglés, y vuelta al revés. A veces tienes cuatro niños que han llegado con su abuela, o con una hermana mayor, y ellas no saben necesariamente qué ha ocurrido. Y esperan de nosotros que seamos capaces de adivinar. Intentamos explicarles que no podemos hacernos una idea si no nos cuentan ellas qué ha ocurrido, cuál ha sido el proceso hasta ahora. Pero les resulta extraño porque ven nuestros estetoscopios, y un estetoscopio significa que debes de saber lo que va mal ¿no? Sé que a los traductores les cuesta explicar estas cosas. Cualquier traducción es complicada, muy complicada.

En mi primera noche aquí, tuvimos que quedarnos con un niño que estaba muy enfermo. En un momento dado, nos dijeron que había otro niño también muy enfermo en la puerta, así que dejé al pequeño ingresado durante unos minutos para ir a examinar al recién llegado. Cuando pasábamos delante de los guardias, estaban matando a una descomunal serpiente que se había colado en el recinto. Y la verdad es que me dio por reírme, por lo ridículo de la situación. Imagina que se te cae la linterna, te tropiezas con una de las enormes grietas que hay en el suelo y vas y das de bruces con una serpiente gigante que probablemente es venenosa. Es una situación bastante extrema, así que si no te ríes, ¿qué te queda?

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* La doctora Kirrily de Polnay trabaja con MSF en el hospital de campaña del campo de refugiados de Jamam, en Sudán del Sur. Los campos de refugiados de Doro y Jamam acogen a más de 80.000 personas procedentes del estado de Nilo Azul, en el vecino Sudán. Malviven en un entorno hostil que no está preparado para cubrir las necesidades de tantas personas, por lo que los refugiados dependen totalmente de la ayuda humanitaria.

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Foto1: La doctora Kirrily de Polnay, con el pequeño Aman, en la «sala de urgencias» del hospital de MSF en Jamam, Sudán del Sur (© Robin Meldrum).

Foto2: Un paciente en estado muy grave, ingresado en el hospital de MSF en Doro tras su traslado de urgencia desde el hospital de Jamam (© Robin Meldrum).

 

Cuando se acabe el sorgo

por Younassa Lifa Lenya (refugiado en Sudán del Sur)

Soy enfermero en el hospital de campaña de Médicos Sin Fronteras en el campo de refugiados de Doro, en el noreste de Sudán del Sur; pero además soy refugiado en este mismo campo. Yo soy del país vecino, de Sudán, el estado de Nilo Azul, y llevo en Doro unos cuatro meses*.

Uno de nuestros principales desafíos es la estación de lluvias. Espero que podamos estar preparados a tiempo, porque conozco cómo es este sitio y lo difícil que puede ponerse.

Cuando vivía en Nilo Azul, trabajaba como agente comunitario de salud con otra ONG. Concretamente trabajaba con Kurmuk. Creo para que la gente que se ha quedado en Nilo Azul todo lo relacionado con la salud se ha puesto muy difícil. Todo el mundo  ha huido de allí, así que no hay ni médicos ni enfermeros.

Llegar al campo de Doro con mi familia fue complicado. Hicimos todo el viaje andando, creo que tardamos unos 30 días, y apenas podíamos encontrar agua o comida.

Antes de esto también fui refugiado en Etiopía. Fue hace mucho tiempo, éramos muchos. Creo que estuve allí como refugiado unos 20 años. Después pude regresar a Nilo Azul, pero ahora de nuevo hemos tenido que irnos y cruzar la frontera porque vuelve a haber combates. Y aquí estamos, en Doro.

Aquí no hay agua suficiente para todos. En nuestro caso, es mi mujer la que va a por agua. A veces sale por la mañana y no consigue encontrar nada hasta por la tarde. Cuando vuelve siempre me cuenta que ha tenido que pelearse por el agua con otras mujeres.

Además, recibimos comida en las distribuciones, pero no es suficiente. Hay quien regresó a Sudán para la cosecha de sorgo, porque aquí no hay comida para todos. Pero no me parece una buena opción, es muy peligroso.

Ahora que la cosecha ha terminado, creo que vamos a tener problemas. Podríamos tener problemas de hambre en el campo. Hasta ahora nos hemos mantenido con el sorgo que la gente ha ido trayendo. Pero ahora lo que necesitamos es que las organizaciones humanitarias nos distribuyan comida.

Como decía, la estación de lluvias también traerá problemas. No tenemos sitio para que los refugiados podamos cultivar algo nosotros mismos. Así que no podemos cubrir nosotros mismos nuestras necesidades.

* Los campos de refugiados de Doro y Jamam, en el noreste de Sudán del Sur, acoge a más de 80.000 personas procedentes del estado de Nilo Azul, en el vecino Sudán. Malviven en un entorno hostil que no está preparado para cubrir las necesidades de tantas personas, por lo que los refugiados dependen totalmente de la ayuda humanitaria.

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Foto1: Younassa Lifa Lenya, refugiado en el campo de Doro y enfermero en el hospital de campaña de MSF (© Robin Meldrum).

Foto2: Refugiados en una de los puntos de agua potable establecidos por MSF en el campo de Jamam (© Robin Meldrum).