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Entradas etiquetadas como ‘refugiados’

Un campo de refugiados atrapado en el fango

Por Nicolas Robichez, logista de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Grande-Synthe, cerca de Dunkerke.

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Más de 2.000 refugiados, la mayoría kurdos, viven acampados en condiciones inhumanas en el campo de Grande-Synthe.

Llegué por primera vez al campo de Grande-Synthe, cerca de Dunkerke, hace dos meses, junto a dos compañeros de MSF, un médico y el coordinador del proyecto. En ese momento, había 800 refugiados entre los que se contaba un pequeño grupo de niños. Pero ahora salta a la vista: cada vez hay más y más familias, con más y más niños pequeños. Calculo que pueden llegar a 100 los niños que acoge ahora el campo. Voluntarios han construido una pequeña escuela donde da clases un profesor kurdo. Pero ¿durante cuánto tiempo podrá estar el maestro aquí? Como todos los refugiados el también sueña con una sola cosa: llegar a Inglaterra. Si lo consigue, ¿quién lo reemplazará?

Dicen en Calais – ese lugar lleno de vallas y alambres de púas – que las cosas están mejor en Dunkerque. Sólo es un rumor, pero la gente que estaba en Calais ha venido aquí con la esperanza de cruzar a Inglaterra. La población del campamento se ha más que duplicado. Se estima que ahora viven aquí unas 2.000 personas. La mayoría son kurdos procedentes de Irán, Siria e Irak, pero también hay kuwaitíes y vietnamitas.

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El incremento es en parte debido a las nuevas llegadas, pero también hay que buscarlo en el hecho de que el campamento de Teteghem, a 10 kilómetros, haya sido desmantelado por las autoridades. A mediados de noviembre, los 250 refugiados de Teteghem fueron trasladados a instalaciones que suelen albergar campamentos de verano o centros de tránsito en Saboya (en el centro de Francia) y en las Landes (en la costa Atlántica). Otros vinieron hasta aquí donde vi como llegaban descalzos. Lo que quieren es estar cerca de Inglaterra.

Nunca creeríais cómo es esto, en qué condiciones está la gente aquí. Los habitantes de Grande-Synthe viven rodeados de barro y charcos. Duermen en tiendas extremadamente finas en medio de la suciedad. Grupos de  voluntarios han construido algunos refugios e instalado una gran tienda. Hay muchas personas que, ya sea a título individual o como voluntarios de ONG, quieren ayudar a los migrantes. Muchas vienen a Grande-Synthe a echar una mano, especialmente los fines de semana. Llegan ingleses, alemanes, belgas y franceses. Traen consigo todo tipo de donaciones (tiendas, comidas, ropa, etc.), pero son cosas que no dan respuesta a las necesidades que tienen los habitantes del campamento.

El resultado es que, sobre el lodo descansan ropa y alimentos. Los restos de comida atraen a las ratas. En este sentido y siguiendo nuestras recomendaciones las autoridades realizan dos operaciones de exterminio de roedores a la semana. Para ello ponen veneno fuera del alcance de los niños.

Como muchas cosas han sido abandonadas en el barro. Antes de instalar la clínica donde atendemos las consultas médicas, tuvimos que emplear una excavadora mecánica para limpiar el lugar de todos los materiales que habían quedado atrapados en el fango.

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Hemos creado un centro de distribución para poner orden en el caos reinante. Se trata de un contenedor marítimo abierto al que hemos incorporado un toldo y que empleamos para organizar el reparto. También estamos contactando con los donantes y voluntarios para pedirles que traigan los  suministros que realmente son necesarios y se olviden de los zapatos de tacón y el salmón ahumado. Hemos planeado construir una nave enorme fuera del campo donde la gente pueda almacenar las donaciones y ordenarlas y clasificarlas antes de entregarlas. La gestión de este almacén la confiaremos a un grupo de voluntarios.

Creo que desde MSF podemos conectar a refugiados, grupo de voluntarios y autoridades. El alcalde de Grande Synthe es muy activo y tiene la voluntad de ayudar a los migrantes. Ha instalado bloques de baños en un área cercana a la entrada al campo. Como no había suficientes aseos y duchas, estamos instalando 20 baños químicos adicionales. Aunque los voluntarios limpian regularmente estas instalaciones, todavía hay problemas en la gestión de los servicios. Desde MSF nos aseguramos de que los lavabos y aseos funcionan correctamente y  vamos a instalar un sistema que limita las duchas a diez minutos por persona. El sistema llevará incorporado una campana que suena un minuto antes del final para que nadie se enfade cuando el agua caliente se termine.

La recogida de basuras es también una operación conjunta. Hemos colocado contenedores en todo el campo y son las autoridades las que se ocupan de realizar la recogida de basura. Hemos repartido bolsas de basuras y los refugiados se encargan de realizar la limpieza semanal. A pesar de que se ha hecho mucho, la verdad es que los refugiados de Grande-Synthe, incluidas familias con niños y bebés de apenas dos meses, luchan por mantenerse a flote en el barro, mientras duermen rodeados de frío y humedad en unas condiciones inhumanas.

¿Refugiados, migrantes o personas?

Unni Krishnan, Director de Respuesta ante Desastres de Plan International

“We know where we´re going… We know where we´re from”, cantaba Bob Marley en un contexto y una era diferentes.

Este año 2015  miles de personas, muchas de ellas niños y niñas, han huido de sus hogares en un éxodo global. Son personas que saben de dónde son, algunas sabían su destino, pero no todas lo han logrado. Más de 3.580 personas han muerto o desaparecido en el mar Mediterráneo, y cientos de refugiados siguen atrapados entre los estrictos controles fronterizos.

Siria es el escenario de un conflicto cuya violencia y sufrimiento ha afectado y afecta a 13.5 millones de personas, de las cuales la mitad son niños y niñas. El mundo está siendo testigo del mayor desplazamiento de personas desde la Segunda Guerra Mundial.

Plan International trabaja para proteger a los niños y niñas refugiados sirios. Copyright Plan International

Bombardeos, balas y barcos

Selam es una niña de 10 años procedente de Damasco. Los continuos bombardeos llevaron a su familia a tomar la decisión de huir. Desde Turquía, cogieron una embarcación hacia las costas griegas pero tras dos horas de navegación el barco se hundió. Los guardacostas griegos les rescataron y les llevaron a la isla de Lesbos desde donde fueron traslados a la península en ferry. “Las bombas eran peores que el barco hundiéndose”, afirmaba Selam.

Su historia es solo un ejemplo del sufrimiento generalizado de todos los niños y niñas que han tenido que abandonar sus hogares, su cultura y su infancia . ¿Por qué la humanidad sigue sin abordar la crisis de los refugiados y migrantes? Las discusiones en torno a este tema se centran en la definición que se da a las personas que llegan a Europa, bien como refugiadas -persona obligada a dejar su país para escapar de la guerra, la persecución y la violación de los derechos humanos-, o bien como migrantes -persona que llega a otro país en busca de un trabajo y unas condiciones de vida mejores-.

¿Realmente importa esta diferenciación? Los términos deshumanizan a los miles de niños y niñas, así como a familias cuya crisis humanitaria ha llegado a nuestro continente. La guerra y la violencia han puesto fin a la vida de muchos niños y niñas que no podrán volver al colegio a corto plazo o que no volverán a ver a sus amigos o familiares.

Copyright Plan International

Necesitamos más

Entre 2014 y 2015, unas 900.000 personas han llegado a Europa cruzando océanos en peligrosas embarcaciones, atravesando campos desiertos y haciendo largas colas en los controles fronterizos. El 51% de las personas que han sobrevivido a la travesía provienen de Siria. El éxodo de nuestro tiempo se guía por la esperanza, el instinto de supervivencia y, normalmente, un teléfono móvil.

Esta situación  internacional precisa comprensión, respeto y el cumplimiento de las leyes internacionales que protegen los derechos de refugiados, migrantes y, en definitiva, de todas las personas. La Carta Humanitaria recuerda al mundo que los derechos, la ayuda, la dignidad y el respeto hacia las personas son inseparables. Las Leyes Humanitarias Internacionales dictan la protección de todos los civiles, especialmente de las mujeres y los niños y niñas.

Sin embargo, las dificultades legales y la semántica no deberían entorpecer las acciones políticas. La asistencia humanitaria y la protección son derechos que todo el mundo debería respetar. Según Antonio Guterres, Alto Comisario para los Refugiados de la ONU, “nos encontramos ante una batalla de valores: la compasión contra el miedo”.

La riqueza de la humanidad se centra en la compasión y la preocupación por otros seres humanos por lo que deberían priorizarse los valores que sirvieron para crear las reglas y leyes.

Avanzando

La coordinación, coherencia y humanidad para responder a la crisis de los refugiados ha fallado. La falta de acciones por parte de los gobiernos quedará en la memoria colectiva, pero también lo harán las respuestas que todavía se pueden tomar.

Las políticas del miedo tienen que dejar paso a la esperanza fundada en la educación sobre cómo recibir a los refugiados. La organización en defensa de los derechos de la infancia, Plan International, presta ayuda a los refugiados en Alemania y Egipto y tiene previsto desarrollar proyectos a largo plazo ya que esta crisis no va a desaparecer.

Plan International España trabaja desde 2013 en Egipto para ayudar a los niños y niñas sirios refugiados, así como a sus familias, en las provincias del Gran Cairo, Alejandría y Damieta. Según Concha López, directora de Plan International España, es necesario proteger y garantizar los derechos de todos los sirios, pero en particular de las niñas, que son las más vulnerables a sufrir violaciones de sus derechos como la falta de acceso a la educación, el maltrato y el matrimonio infantil.

Plan International trabaja en Egipto para proteger los derechos de los niños niñas refugiados sirios. Copyright Plan International v2

La ONU espera que las cifras de refugiados se mantengan en 2016 ya que “las causas que obligan a las personas a huir van a seguir existiendo”.

El mundo tiene que responder a esta crisis centrándose en la seguridad y protección de los más pequeños, ya que muchos de ellos viajan solos. Además, hay que saber responder a los traumas psicológicos que los bombardeos, la violencia y el miedo vivido en los botes han causado en los niños y niñas.

El año nuevo es una fecha en la que predomina el deseo de construir un mundo mejor. Hay muchas historias de individuos y personas que han mostrado compasión y han ayudado a los refugiados y migrantes que han llegado a Europa, un continente con una larga historia de  acogida de refugiados.

Ningún niño o niña nace con el título de refugiado o migrante. Ningún niño es ilegal. Los menores tienen el derecho de ser cuidados y protegidos. Los gobiernos tienen que centrarse en el cuidado de los que más lo necesitan y dejar a un lado las políticas y los problemas burocráticos. La policía fronteriza necesita mostrar humanidad ya que, después de todo, no somos definidos por cómo describimos a los otros, sino por cómo elegimos responderles.

 

Día Universal del Niño: que se cumpla tu sueño, pequeña Nabiha

Por Belén Ruiz-Ocaña, UNICEF en Serbia

Hoy es 20 de noviembre. Y los niños ocuparán unas líneas, tal vez incluso una página, en los periódicos; serán los protagonistas de alguna noticia en televisión; tal vez hablen de ellos en la radio. Las redes sociales les cederán un hueco entre la vorágine de mensajes que se lanzan cada día.

Porque hoy, 20 de noviembre, es el Día Universal del Niño. Una fecha en la que, desde las organizaciones que trabajamos por la infancia, recordaremos que todos los niños, sean de donde sean, estén donde estén, tienen unos derechos que deben cumplirse. Hablaremos de los millones de niños que sufren desnutrición, de los que no pueden ir a la escuela, de los que no tienen acceso a servicios sanitarios básicos, de quienes sufren la violencia.

Pero detrás de cada número, de cada cifra, hay una cara y un nombre, una historia real que merece ser contada. Como la de la pequeña Nabiha, que me mira con timidez sin decidirse a hablar conmigo.

Nos conocemos en el centro de registro de refugiados en Presevo, Serbia. Tiene una mariposa pintada en la cara, se la han dibujado en la frontera con la antigua República Yugoslava de Macedonia, tan solo unos kilómetros más atrás. Una mariposa que le hace sonreír y que le quita el miedo, aunque sea por un rato.

Tiene 12 años y es de Alepo, Siria. “Estoy bien”, nos cuenta, “pero cansada”. Salió de su país hace casi 20 días con sus padres, su hermana y su hermano. Huyen de la violencia. Son solo una familia entre los miles de refugiados que llegan a este centro cada día. Aquí pasan tan solo unas horas, el tiempo que tardan en registrarse y coger el autobús o el tren que les llevará a la próxima frontera, la que separa Serbia y Croacia. Y desde allí, un nuevo viaje en busca de un futuro mejor.

Que se cumplan tu sueño, pequeña Nabiha

Nabiha, delante de los dibujos realizados por niños en el espacio amigo de la infancia de UNICEF en Presevo, Serbia / ©UNICEF

Un futuro que Nabiha quiere encontrar en Alemania. Y allí, ¿qué te gustaría ser cuando seas mayor? “Peluquera”, y sonríe convencida. Le pregunto si no preferiría volver a su país. Su “no” es tan rotundo que sorprende, viniendo de una niña. “He visto mucha gente muerta, y muchos de mis amigos perdieron a sus padres. No había electricidad, ni comida, ni agua”. Y su mirada oscura ya no me parece la de una niña.

Su historia es parecida a la de los niños que nos rodean, casi todos ellos sirios, iraquíes y afganos. Estamos en el espacio amigo de la infancia que UNICEF ha habilitado en este centro de Presevo para que, mientras los padres realizan los trámites de registro, sus hijos puedan jugar o descansar. Ser niños de nuevo.

Casi todos llegan con lo puesto, y las organizaciones que trabajan en el centro les dan comida y otros artículos. UNICEF les da ropa de abrigo, porque aunque aquí nos cuentan que este año el invierno se está retrasando, el frío se acerca. Y todavía tienen muchos kilómetros por delante en busca de ese futuro que la guerra les impidió encontrar en su país de origen.

Por eso, en este 20 de noviembre, para mí el Día Universal del Niño tiene la cara de Nabiha y de todos los niños que, como ella, están atravesando Europa huyendo de lo que ningún niño nunca, en ningún lugar, debería vivir.

Pequeña Nabiha, ojalá se cumpla tu sueño y, dentro de unos años, seas la peluquera siria más feliz del mundo.

Un reto humanitario en Opatovac para la Cruz Roja Croata

Por Arturo Valoria, delegado de la @IFRC y de la Unidad de Comunicación en Emergencias @CRE_Emergencias

Apenas 12 días han pasado, aunque un mundo para muchos de los habitantes de la tranquila localidad de Opatovac, en el este de Croacia, a apenas diez kilómetros de la frontera serbia de Tovarnik, se viera afectada por una marea humana que ha requerido una respuesta humanitaria sin precedentes en la zona, atendida entre otros actores por la Cruz Roja Croata.

Decenas de miles de personas de origen sirio, iraquí y afgano fundamentalmente, huyendo de la miseria y la inseguridad en sus países, se vieron forzadas a cambiar su ruta natural de migración hacia los países del norte de Europa. Aunque el camino más corto hacia el norte del continente pasaba por Hungría, para alcanzarlos se vieron obligados a transitar por Serbia, Croacia y Eslovenia, país este último desde el que acceder a Alemania y aún más al norte.

Desde que la crisis de los migrantes o refugiados se desencadenara en Croacia los pasado días 16 y 17 de septiembre, cerca de 80.000 personas en muy precarias condiciones han transitado por este país balcánico, accediendo a él en su mayoría desde la vecina Serbia, con la que comparte una pequeña franja fronteriza de 259 kilómetros, de los que 150 la ocupa el cauce del célebre Danubio.

Para atender esta emergencia humanitaria en Europa, la Cruz Roja Croata lanzó en agosto el llamamiento “Ayuda para los refugiados en el sureste de Europa”, con el que recaudó más de 200.000 euros hasta el día de hoy. Pero desde que los migrantes empezaron a dirigirse a Croacia, los fondos se centraron en dar respuesta a la ayuda que requieren los migrantes.

El Gobierno croata organizó inicialmente al menos 5 centros de transición temporales de atención a los migrantes a lo largo de los pasos fronterizos de Croacia con Hungría, Eslovenia y Serbia, si bien luego se focalizó en el de Opatovac, manteniendo los demás sin desmantelarlos por si la situación empeorara.

La atención a los migrantes a su paso por el centro de Opatovac fue confiada a la Cruz Roja Croata, la cual -junto a otras organizaciones a las que coordina-, trabaja en el centro en todo momento con un dispositivo superior a los 100 voluntarios y voluntarias en rotación, llegados desde las 130 asambleas locales y 21 provinciales en que se estructura la Institución humanitaria.

En estos primeros días, la Cruz Roja Croata ha distribuido más de 110 toneladas de alimentos, incluidos para bebés, 100.000 litros de agua, alrededor de 15.000 productos de higiene y más de 20.000 chubasqueros y prendas de ropa, la mayor parte en Opatovac. Asimismo centró su atención en ofrecer apoyo psico-social, un servicio de reunificación familiar (25 personas localizadas en los primeros días) y de 20 traductores para las principales lenguas de los migrantes (árabe, hurdu y farsi).

Ropa para menores en Opatovac

A lo largo y ancho del país, los equipos móviles de la Cruz Roja Croata que circulan por los alrededores de 17 localidades (Tovarnik, Opatovac, Beli Manaster, Batina, Bapska, Cepin, Osijek, Baranjsko Petrovo Selo, Sisak, Jezevo, Kutina, Zagreb -2 localidades-, Botovo, Bregana y Harmica) próximas a los principales pasos fronterizos suman más de mil voluntarios y voluntarias, los que atienden sin descanso a aquellos migrantes que hallan en su camino.

Sin embargo, Opatovac focaliza la atención y el trabajo de la Institución humanitaria, ya que es el único espacio de descanso y transición en el que se ofrece ayuda de primera necesidad y unas horas de descanso a quienes, exhaustos en su viaje, alcanzan la frontera serbia.

Una gran mayoría de los migrantes llega en autobuses a Opatovac, a cuya entrada y a la espera de registrarse, reciben las primeras atenciones por parte del personal de Cruz Roja (alimento, fruta, agua, abrigo, un chubasquero si amenaza lluvia, cuidados básicos de la salud). En la entrada otro equipo de voluntarios también se ocupa de atender en especial a los más pequeños, a los que además de agua, les ofrecen galletas, una mochila para sus escasas pertenencias, un peluche y un poco de cariño…

Puesto de Salud de la Cruz Roja Croata en Opatovac

Pasada la zona de registro e identificación del centro, un angosto pasillo pendiente abajo zigzaguea hasta el primer bloque de tiendas de campaña, en las primeras de las cuales Cruz Roja y otras agencias ofrecen diversa ayuda a los recién llegados siempre bajo la atenta mirada de decenas de miembros de la Policía croata. En la primera de ellas, voluntarios de Cruz Roja ofrecen pan y latas en conserva con las que saciar el hambre de tantos kilómetros recorridos con el estómago vacío.

Poco más allá, en otras tiendas, miembros de Cruz Roja y las demás organizaciones disponen de ropa y sobre todo calzado, a los que muchos migrantes se acercan para cambiar al llegar con sus zapatos, deportivas o incluso chanclas, embarrados y, más que rotos, reventados por la suela y las costuras. Muchos de ellos muestran a los voluntarios de Cruz Roja sus ampollas o profundas erosiones por los roces del calzado durante el camino. Los casos más graves son tratados por personal sanitario. El agotamiento y la deshidratación con que algunos llegan al campo obliga a priorizar su atención.

En su estancia en el campo, que oscila entre las 36 y 48 horas, los migrantes aprovechan para lavarse en lavaderos estratégicamente ubicados en el campo, también salpicado de cabinas urinario individuales para hombres y mujeres. Junto a uno de esos lavaderos, en uno de las esquinas del campo, se ubica una gran carpa en la que Cruz Roja reparte comida (pan, latas de carne, pescado, paté, comida para bebés… entre los migrantes que, de forma ordenada, desfilan por las instalaciones.Distribución de alimentos en el centro de refugiados de Opatovac

En el mismo lado de acceso al campo, pero en el otro extremo, se ubica la salida, en el que los autobuses desfilan para recoger a los migrantes que de forma ordenada aguardan su turno ante otra de las tiendas gestionadas por Cruz Roja, en la que voluntarios y voluntarios croatas, gestionan lo más ágilmente posible toda petición de ayuda que reciben por parte de los recién llegados para encontrar a algún ser querido, del que se vieron forzados a separarse al cruzar la frontera por diversos motivos.

En esa carpa, apoyada por traductores, en cuestión de horas, se ve de todo; se ven muchas sonrisas por parte de los migrantes que, aliviados, sienten el apoyo que reciben por parte de voluntarios y voluntarias de la Cruz Roja Croata, pero también se ven lágrimas de algunos voluntarios y voluntarias, que no pueden reprimirlas cuando ven a los migrantes, y en particular a los niños y niñas más pequeños, pasar al lado camino del autobús, mirándoles y diciendo “thank you” con una sonrisa, teniendo que aceptar los miembros de Cruz Roja que no sabrán cómo esa gente a la que han ofrecido su tiempo, atención y cariño, acabarán su odisea.

Asistencia sanitaria a una refugiada siria

Nuestra dignidad yace en el fondo del Mediterráneo

Pablo Marco, miembro de Médicos Sin Fronteras

El escenario de la zozobra y el hundimiento de un barco de refugiados visto desde la cubierta del Dignity I, el barco de rescate de MSF que responde a la emergencia.

El escenario de la zozobra y el hundimiento de un barco de refugiados visto desde la cubierta del Dignity I, el barco de rescate de MSF que responde a la emergencia. Foto Marta Soszynska/MSF

Yo era uno de esos que se sentían orgullosos de ser europeo. Del continente que había superado sus demonios y abanderaba la promoción de la democracia, los derechos humanos y la solidaridad internacional. Era uno de esos, hasta que el otro día vi en el periódico la foto de los puntitos. ¿La habéis visto? Sí, esos puntitos que, si ampliamos la imagen, en realidad son las cabezas de centenares de personas tratando de mantenerse a flote en el Mediterráneo.

Esa imagen me atormenta por las noches. Quizás porque sé de qué huían esas personas. He visitado los hospitales en Siria, las salas llenas de cuerpos despedazados por las explosiones de los barriles bomba. He hablado con las familias iraquíes que huían de las atrocidades del Estado Islámico. He recorrido los pueblos calcinados por las milicias en Darfur y he visto a los niños morir por desnutrición o epidemias. Claro que huyen, ¿quién no lo haría? Esos puntitos de la foto habían recorrido miles de kilómetros en busca de un sueño, un lugar seguro donde poder criar a sus hijos, en Europa, la tierra de la democracia y los derechos humanos. Pero su viaje terminó en el fondo del mar, víctimas de los cálculos de nuestros líderes políticos.

Después de la decisión de la Unión Europea (UE) tras el fin de Mare Nostrum, la operación de rescate en el Mediterráneo sostenida por Italia, de instaurar Tritón, una misión de vigilancia con menos fondos y con un área operacional limitada a las costas italianas, todos sabíamos que miles de personas estaban siendo condenadas a morir ahogadas si continuaban en su empeño de llegar a Europa.

Médicos Sin Fronteras decidió entonces fletar tres barcos para asistir a personas en riesgo de naufragio frente a las costas de Libia. Desde que empezó la operación a principios de mayo hemos rescatados a más de 15.500 personas. Desgraciadamente, más de 2.500 personas han fallecido en estas aguas durante lo que llevamos de año. Cuando rescatamos a un grupo de náufragos, les mostramos en un mapa dónde están, y les explicamos a qué puerto vamos a llevarles, y cuáles son sus derechos una vez desembarquen.

Tripulación del Dignity I, el barco de salvamento de MSF, rescatan a supervivientes del naufragio del pasado 5 de agosto donde más de 200 personas podrían haber perdido la vida. Foto Marta Soszynska/MSF.

Tripulación del Dignity I, el barco de salvamento de MSF, rescatan a supervivientes del naufragio del pasado 5 de agosto donde más de 200 personas podrían haber perdido la vida. Foto Marta Soszynska/MSF.

Pero, ¿quién se atreverá a decirles toda la verdad? ¿Qué le diríamos?: “Ahmed, vienes de Siria, ¿verdad? Me imagino que huyes del horror de los bombardeos, la violencia que no cesa, las torturas, los recuerdos de tus amigos que murieron, la miseria, la desesperanza. Con tu mujer y tus hijos, cruzaste la frontera con Turquía, donde te acogieron con los brazos abiertos. Os ofrecieron un techo, salud y educación gratuita, y libertad para quedaros cuánto tiempo necesitáis. A ti y a otros dos millones de sirios refugiados en el país. Pero Turquía no puede brindar trabajo a todos y decidiste arriesgarte y venir a Europa. Volasteis a Argelia y os pusisteis en manos de un traficante que os llevó hasta Libia. Allí os subió a una chalupa atestada de gente y os lanzó al mar. Lo que no sabías, Ahmed, es que tu destino era morir ahogado, junto con tu mujer y tus hijos, porque la Unión Europea llegó a la conclusión de que rescatarte alimenta el efecto llamada. Mientras Líbano, Jordania y Turquía acogen a cuatro millones de sirios, los europeos ni siquiera nos pusimos de acuerdo sobre cómo acoger a los primeros cuarenta mil. Así que teníais que morir ahogados, Ahmed, para que los siguientes se lo pensaran dos veces antes de venir. Habéis tenido la suerte de que los chalados de Médicos Sin Fronteras decidieran fletar tres barcos y lanzarse a la mar, con más corazón que cabeza, para sacar gente del agua. A ti te hemos salvado, Ahmed, pero a muchos otros no pudimos”.

El fondo del Mediterráneo está poblado por miles cadáveres de hombres, mujeres y niños, que yacen junto con los principios e ideales europeos de los que me sentía orgulloso.

Hace unos meses, propuse bautizar con el nombre de “Europa” a uno de los barcos de MSF. Finalmente decidimos llamarlo “Dignity”. Mejor así, “Europa” debería ser el nombre del barco insignia de la flota que nuestros gobiernos ojalá envíen pronto para acabar con el horror del Mediterráneo. La flota que jubile al “Dignity”, y que recupere la decencia de nuestros países. Y no solo eso. Necesitamos que los líderes europeos, en vez de azuzar el miedo hablando de plagas de inmigrantes, tengan el coraje de explicar la verdad a nuestros ciudadanos. Que les digan que los que se están ahogando en la costa libia, y los que molemos a palos en la frontera de Macedonia, son familias que huyen de horrores que ni siquiera podemos imaginar, y que necesitan nuestra ayuda. Que nos recuerden que la solidaridad no se mide solo por el dinero que donamos a las ONG. Que la auténtica solidaridad es la del que abre la puerta de su casa para acoger al vecino en apuros. Que tenemos el deber de acoger a una parte de los que huyen de las guerras y la miseria. Entonces volveré a sentirme orgulloso de ser europeo.

 

Este post forma parte del Concurso de Post Solidarios que la Fundación Mutua Madrileña ha puesto en marcha con motivo de los III Premios al Voluntariado Universitario.

 

“Quiero estudiar y devolver la paz a mi país”

Anna tiene 21 años y es de Eritrea. Llegó al puerto siciliano de Pozzalo en un barco desde Libia.
Anna tiene 21 años y es de Eritrea. Llegó al puerto siciliano de Pozzalo en un barco desde Libia.

Anna, 21 años, dejó Eritrea, pero un día está decidida a volver

Por María Carla Giugliano, periodista de Médicos Sin Fronteras en Italia

La primera vez que Anna trató de salir Eritrea todavía era una niña. Fue arrestada y encarcelada. En la prisión fue atada y golpeada. Tras su liberación, Anna comenzó a elaborar el plan perfecto para salir del país. «Escapar de Eritrea no es ninguna broma«, afirma. «Quienes tratan de huir corren el riesgo de ser ejecutados

Anna tenía solo 16 años cuando logró cruzar la frontera a la vecina Etiopía. Permaneció allí cinco años con la esperanza de obtener el permiso para reunirse con su madre en Israel, pero sus solicitudes fueron reiteradamente rechazadas. Finalmente decidió salir de allí para embarcarse en el largo y peligroso viaje a Europa.

La parte del trayecto más difícil, cuenta Anna, tuvo lugar en Sudán. Tras caminar durante 13 horas sin parar, consiguió subir a una camioneta estilo ranchera, donde ya iban otras 25 personas. Sentía las piernas como si las tuviera paralizadas, recuerda. En el desierto, traficantes interceptaron el vehículo, les obligaron a desnudarse en busca de dinero. Los traficantes les robaron todo lo que tenían valor, incluso dejaron a algunas personas sin zapatos.

Anna se aferra firmemente a un ejemplar de la Biblia mientras habla. No llora, pero sus ojos se humedecen con lágrimas contenidas. «Tenía miedo», cuenta. «No sabía si lo lograría. Recé mucho porque confiaba en Dios».

En Jartum, la capital sudanesa, Anna coincidió con algunas personas que conocía y junto a ellas viajó a Libia. En la costa libia consiguió subirse en un barco de madera junto con a otras 300 personas. Apenas unas horas después de salir, el motor del barco se incendió. Los pasajeros lograron apagar las llamas, pero el motor había quedado inutilizado. Uno de los pasajeros llamó a los servicios de rescate de emergencia, que llegaron nueve horas más tarde y los trasladaron a Pozzallo, Sicilia.

Anna se encuentra en el centro de recepción de Pozzallo. Como la mayoría de los eritreos que están allí, sabe algunas palabras en italiano, aunque es gracias al mediador cultural de Médicos Sin Fronteras (MSF), Negash, que Anna puede contar su historia en su tigriña natal.

Nagash de Eritrea, es mediador cultural en MSF. En la foto está hablando con algunas jóvenes de Eritrea dentro de Centro de Recepción en Pozzallo, Italia.
Nagash de Eritrea, es mediador cultural en MSF. En la foto está hablando con algunas jóvenes de Eritrea dentro de Centro de Recepción en Pozzallo, Italia.

«Estoy viva y tengo mucha fe en Dios”, afirma Anna. «No sé a dónde voy a ir, tal vez vaya a Bélgica o quizás a Inglaterra, pero sí sé lo que quiero hacer: quiero estudiar Políticas. Quiero trabajar para devolver algún día la paz a mi país. Tengo un profundo deseo de volver a Eritrea«.

Médicos Sin Fronteras en Sicilia

Anna es una de las más de 66.000 personas que han cruzado el Mediterráneo para llegar a Italia entre enero y junio de 2015. El año pasado, más 170.000 migrantes, refugiados y solicitantes de asilo alcanzaron las costas italianas.

Muchas de las personas rescatadas de embarcaciones hacinadas y que carecen de las condiciones para realizar una travesía como la del Mediterráneo central son trasladadas a Sicilia. En el puerto de Pozzallo, en la provincia meridional de Ragusa, los migrantes son recibidos en el muelle por un equipo médico de Médicos Sin Fronteras (MSF) junto al personal del Ministerio de Sanidad italiano. El equipo de MSF – formado por médicos, enfermeras y mediadores culturales – realiza una exploración y reconocimiento a los recién llegados y proporciona asistencia médica a quienes lo requieren tanto en las  primeras horas tras desembarcar como durante su estancia en el centro de recepción inicial.

En 2014, los equipos de MSF en Italia llevaron a cabo 2.595 exámenes médicos y 700 valoraciones de salud mental. Durante los primeros meses de 2015, el operativo de MSF ha efectuado 4.862 reconocimientos.

En el centro secundario de recepción en la provincia de Ragusa, donde los migrantes esperan los resultados de sus solicitudes de asilo, dos psicólogos del equipo de salud mental de MSF proporcionan apoyo psicológico. Aquellas personas en las que se detectan problemas de salud mental más graves son referidas a un psiquiatra. En lo que llevamos de año, estos equipos han pasado consulta a 169 pacientes y facilitado apoyo en materia de salud mental a 76. Casi el 40% de ellos presentaba trastorno por estrés postraumático.

Dibujo realizado por Ahmad de Siria, niño de 10, con la ayuda del personal de MSF en el Centro de Recepción en Pozzallo. MSF trabaja dentro del centro respondiendo a las necesidades médicas y humanitarias de los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo político.
Dibujo realizado por Ahmad de Siria, niño de 10, con la ayuda del personal de MSF en el Centro de Recepción en Pozzallo. MSF trabaja dentro del centro respondiendo a las necesidades médicas y humanitarias de los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo político.

 

Desplazados en Yemen: en huida constante

Por Cecilie Nilsen, enfermera de Médicos Sin Fronteras en Yemen

Me encuentro al noroeste de Yemen, no lejos de la frontera con Arabia Saudí. La población civil vive una crítica; los ataques aéreos son continuos y miles de desplazados se mueven por el país en busca de refugio y seguridad. Aunque es difícil saber el número exacto de desplazados se estima en más de un millón el número de personas que han tenido que abandonar sus hogares desde que empezó el conflicto. Y cada día hay más.

Dos familias de 23 miembros que viven juntas en una pequeña tienda de campaña en Khamer, Yemen. Las dos familias huyeron de sus casas en Sada hace dos semanas. Los padres de las dos familias cuentan que sus condiciones empeoran cuando llueve.  Fotografía: Malak Shaher/MSF
Dos familias de 23 miembros que viven juntas en una pequeña tienda de campaña en Khamer, Yemen. Las dos familias huyeron de sus casas en Sada hace dos semanas. Los padres de las dos familias cuentan que sus condiciones empeoran cuando llueve. Fotografía: Malak Shaher/MSF

Algunos han huido a casas de familiares y conocidos, otros viven en tiendas de campaña, mientras que la mayoría, los más vulnerables, viven a cielo abierto. Los bombardeos son aleatorios y, cada día, varían las zonas donde se producen los ataques. Por eso, muchos desplazados se ven obligados a estar en continuo movimiento, en una huida constante.

Un día tratamos a un hombre y a dos de sus hijos. El padre tenía heridas leves, pero su hijo, de unos nueve años, sufría quemaduras en la cara y en la garganta. Cuando llegó estaba inconsciente. Su hermana, de seis años, padecía graves lesiones en la mano y el brazo, heridas que, probablemente, obligarían a amputárselo. Aunque el padre llegó en un estado de gran desconcierto y confusión fue capaz de contarnos que nueve de sus hijos habían muerto tras sufrir un bombardeo la ciudad en que vivían. Solo él y dos de sus niños habían sobrevivido.

Desde Médicos Sin Fronteras (MSF) nos aseguramos de que los desplazados que están en cuatro campos de refugiados tengan agua suficiente. También distribuimos kits de higiene, utensilios de cocina y colchones. Operamos una clínica de emergencia abierta las 24 horas del día y estamos realizando el seguimiento de la situación alimentaria y sanitaria. Contamos con una ambulancia que recoge a los heridos y los traslada hasta nuestro centro de salud donde son estabilizados en primera instancia y luego son transferidos a hospitales.

En la sala de urgencias asistimos entre 100 y 150 personas cada día. Atendemos todo tipo de pacientes, desde personas con lesiones muy graves a enfermos crónicos que no tienen acceso a medicamentos para tratar su patología. Es el caso de los pacientes con diabetes que no tienen acceso a algo tan básico y vital para ellos como la insulina.

 

Niños y personas del distrito de Khamer van a  buscar agua, ya que la escasez de combustible ha provocado que los camiones de agua no sean capaces de llevar de agua hasta la región.  Fotografía: Malak Shaher/MSF
Niños y personas del distrito de Khamer van a buscar agua, ya que la escasez de combustible ha provocado que los camiones de agua no sean capaces de llevar de agua hasta la región. Fotografía: Malak Shaher/MSF

Desde marzo, el acceso a la ayuda humanitaria y a bienes que resultan esenciales como combustible, agua y fármacos está siendo extremadamente limitado. Entrar en Yemen ya es muy complicado y la distribución de artículos de primera necesidad dentro del país resulta una carrera de obstáculos que hace imposible que éstos lleguen a todas las zonas donde se requieren.  Además estamos viendo un número creciente de personas traumatizadas, tanto niños como adultos. Tratamos de centrarnos en su salud mental, a pesar de que esto no es fácil en un contexto como el del conflicto yemení.

Me integro en un equipo médico de diez personas, cinco trabajadores de enfermería y cinco médicos. Todos mis colegas médicos son de Yemen. Junto a ellos trabajamos tanto en esta emergencia como en la atención a personas refugiadas con las que llevamos cabo actividades de promoción de la salud y en la detección de casos de desnutrición infantil. En esta zona podemos ver, por lo general, bastantes niños con desnutrición y creemos que la situación empeorará en el futuro.  Me impresiona trabajar con compañeros yemeníes. La mayoría proceden de la capital, Saná, ciudad que recibe el martilleo constante de las bombas y en la que se producen víctimas a diario. Mis colegas viven en un constante temor por sus seres queridos, y muchos de los miembros de su familia están viviendo como refugiados en su propio país. Sin embargo, siguen luchando día y noche para que la gente en esta parte del país tenga acceso a una atención médica esencial.

Los días en los que las temperaturas se mantienen por debajo de 38 o 40 grados nos alegramos. La situación es extrema y es inevitable pensar en los desplazados que viven en condiciones lamentables. En mi caso estaré trabajando en el país durante poco tiempo; sin embargo, estas personas saben que su futuro va a ser muy duro y lo va a ser durante mucho tiempo.

Un futuro incierto para los niños y niñas huérfanos de Burundi

* Por Alice Rwema, Plan Internacional Ruanda

Beza, niña nuérfana de Burundi, en el campo de refugiados de Mahama en Ruanda.

Beza, niña nuérfana de Burundi, en el campo de refugiados de Mahama en Ruanda.

Quiero ser enfermera, dice con una voz insegura, inclinando la cabeza. Con lágrimas en los ojos, mira hacia arriba y añade: “pero primero quiero que todos mis hermanos vayan al colegio”.

Beza, de 15 años, es una joven huérfana que abandonó Burundi hace dos meses por el estallido de violencia que comenzó hace semanas en el país al acercarse las elecciones. Estaba en primero de educación secundaria cuando huyó de su país y ahora vive en el campo de refugiados de Mahama, cuidando de sus dos hermanos pequeños.

Caminamos durante 12 horas cuando cruzamos Ruanda.  A mi hermano pequeño se le hincharon las piernas y eso nos hizo ir más despacio. Hacíamos turnos para llevarlo a nuestra espalda. Sólo teníamos 2.000 francos burundeses (1,5 dólares)”, explica.

La vida no fue fácil cuando llegamos al centro de recepción de refugiados de Bugesera y era muy complicado conseguir comida. Les realojaron en el campo de refugiados de Mahama una semana después, donde ahora viven más de 26.000 refugiados burundeses, de los más de 31.000 que hay en Ruanda.

Aquí la vida es más fácil porque podemos conseguir comida con más facilidad. Hay agua cerca y podemos coger leña, aunque yo no puedo cortarla. Me ayudan mis vecinos y mis hermanos”, añade Beza.

La organización de defensa de los derechos de la infancia Plan Internacional organiza actividades de ocio y juego para ayudar a los niños y niñas refugiados a relacionarse y aprender juntos, aunque Beza nunca puede ir a estas actividades porque tiene mucho trabajo. 

Por la mañana me levanto y barro, limpio la tienda, preparo gachas, cocino la comida y después me doy un baño y sirvo la comida a mis hermanos. A veces me ayudan a ir a por agua. Me gustaría ir a jugar, pero es que no tengo tiempo. Mis hermanos a veces van”, dice.

Plan Internacional trabaja con ACNUR identificando a los niños y niñas que llegan sin acompañantes o son separados de sus padres. Ya se han identificado 1.195 en el campo de Mahama y los centros de recepción de Bugesera y Nyanza. Al menos 258 se han reunificado con sus padres, cuidadores temporales o  familiares.

Encontrar cuidadores temporales es todavía un reto en el campo de refugiaos de Mahama, aunque Beza y sus hermanos sí que han encontrado uno.

Nos ayuda un montón, nos da de su leña cuando se nos acaba la nuestra, nos da otro tipo de comida cuando nos cansamos de comer maíz y judías. Casi siempre me ayuda con las tareas de la casa. Estoy contenta”.

Los cuidadores temporales hacen visitas periódicas a los niños y niñas no acompañados para evaluar su situación en informar a Plan Internacional. Muchas veces son los cuidadores quienes saben si los niños y niñas necesitan comida, atención sanitaria, ropa y a veces son capaces de resolver pequeños conflictos que surgen entre los niños y niñas que viven juntos en la misma tienda.

Para los que no tienen cuidadores temporales, Plan Internacional ha asignado movilizadores comunitarios de refugiados que los visitan regularmente para comprobar su estado.

Necesito crema para la piel y la ropa que traje no es suficiente. No tengo tiempo de jugar y conocer a otros niños y niñas. A veces me siento sola”, cuenta Beza, enumerando los retos a los que se enfrenta.

No estoy esperando a mis padres, soy huérfana y mi futuro aquí es incierto. No sé si podré volver al colegio alguna vez, tengo que cuidar de mis hermanos”.

Plan Internacional ayuda a los niños no acompañados y separados de sus padres asegurando que reciben los cuidados y la protección adecuada a sus necesidades específicas y que prima su interés superior. Esto se lleva a cabo a través de identificaciones, documentación, seguimiento y reunificación familiar, consiguiendo cuidados y apoyo interno o alternativo, manejando los casos de conflictos, haciendo visitas de seguimiento y dando apoyo psicosocial cuando es necesario. Plan Internacional también atiende a los niños y niñas no acompañados en el acceso a servicios básicos como el registro, la distribución de comida y otros materiales y atención sanitaria.

“Me gusta que el personal de Plan Internacional venga a visitarnos y cuando estoy triste voy a verlos para que me aconsejen”, dice Beza.

Desde el 31 de marzo de 2015, Plan Internacional Ruanda ha recibido un llegada masiva de refugiados burundeses que huyen de la violencia desatada en su país por las elecciones presidenciales y los conflictos provocados por un grupo armado que apoya al partido en el gobierno.

El Gobierno de Ruanda ha establecido tres centros de recepción de refugiados en Bugesera (provincia oriental), Nyanza (provincia meridional) y Rusizi (provincia occidental). El 22 de abril se abría un nuevo campo de refugiados en el distrito de Kirehe, provincia oriental, para dar alojamiento al creciente número de refugiados. De los más de 31.000 refugiados en Ruanda a 10 de junio de 2015, más de 15.700 son niños y niñas.

SUDÁN DEL SUR: atendiendo a los pacientes junto a la línea de fuego

Por Siobhan O’Malley, enfermera especializada en obstetricia de Médicos Sin Fronteras.

Poco más de un año después del comienzo del conflicto en Sudán del Sur, la situación humanitaria sigue siendo extremadamente complicada. La enfermera especializada en obstetricia Siobhan O’Malley proporcionó asistencia sanitaria tanto en Malakal como en Bentiu, las principales ciudades afectadas por los combates. A través de su relato, nos explica cómo se trabaja en primera línea del frente, prestando atención médica de manera neutral e imparcial a los más necesitados.

Siobhan O'Malley, enfermera especializada en obstetricia de MSF. Fotografía Anna Surinyach/MSF
Siobhan O’Malley, enfermera especializada en obstetricia de MSF. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Situada en el Estado del Alto Nilo, Malakal es una de las mayores ciudades del Sudán del Sur. Cuando llegué en febrero de 2014, hace ahora un año, el conflicto ya había empezado y había advertencias de que la ciudad pronto sería invadida por las fuerzas de la oposición.

En cuanto dieron el aviso de que en breve se iban a producir combates, empezamos a ver riadas de gente corriendo hacia el recinto de Naciones Unidas (ONU) en busca de seguridad. Era espeluznante. Recuerdo ver a una mujer que huía sin llevar nada consigo, sólo a su bebé entre los brazos. Los días siguientes fueron tensos, escuchábamos disparos en la distancia y temíamos que ocurriera algo gordo.

Las fuerzas de la oposición atacaron en el medio de la noche. Unos días antes nos habíamos visto obligados a abandonar nuestra base en la ciudad y a entrar en el recinto de la ONU para protegernos. Recuerdo que estaba durmiendo en una tienda de campaña junto con otros miembros del equipo cuando el coordinador del proyecto nos despertó y nos dijo que nos preparáramos, que algo grave estaba pasando.

La ciudad de Sudán del Sur, Malakal, fue atacada el 18 de febrero de  2014. Los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas opositoras obligaron a miles de personas a abandonar sus casas, hacia otros lugares o hacia los campos de refugiados de Naciones Unidas.  Alrededor de 21.000 personas llegaron a este campo. Fotografía Anna Surinyach/MSF
La ciudad de Sudán del Sur, Malakal, fue atacada el 18 de febrero de 2014. Los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas opositoras obligaron a miles de personas a abandonar sus casas, hacia otros lugares o hacia los campos de refugiados de Naciones Unidas.
Alrededor de 21.000 personas llegaron a este campo. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Las barreras internas situadas alrededor de nuestra base (situada también dentro del terreno que ocupa la ONU, pero fuera del recinto en el que se alojan ellos) estaban destrozadas, puesto que muchas de las personas que estaban huyendo habían tratado de acercarse lo máximo posible a nuestras instalaciones en busca de una mayor protección. Con los ojos muy abiertos, en tensión y en silencio, cientos de mujeres y niños estaban acurrucados en la oscuridad bajo los árboles y junto a nuestra tienda.

Entonces, la tierra empezó a temblar. Las bombas comenzaron a caer cerca del complejo. El ruido era ensordecedor. Corrimos hacia los búnkeres; en realidad seis contenedores de transporte reforzados con sacos de arena. Las mujeres y los niños corrían con nosotros. Nos metimos dentro. Estábamos hacinados y hacía muchísimo calor. Recuerdo que permanecimos sentados allí durante horas, tratando de escuchar lo que estaba pasando fuera.

Pasadas algunas horas, se nos informó del gran número de heridos que había y abandonamos el búnker para ir hacia el hospital. Nos hicimos paso como pudimos entre la multitud. El olor a quemado era insoportable, la ceniza caía desde el cielo y había torres de humo negro en el horizonte.

A través de la ventana del coche vi a una niña aterrorizada, de unos 12 años de edad. Tenía la mirada perdida y llena de rabia y balanceaba un machete para tratar de protegerse de cualquiera que se le acercara.

Esa noche en el hospital tratamos a centenares de heridos de bala y de machete y a multitud de personas con diversos tipos de traumatismos.

Con los suministros a punto de agotarse fui atendiendo paciente a paciente. Me pasé los meses restantes de mi misión centrada en tratar a heridos de guerra. Nada que ver con la idea que tenía cuando acepté lo que todos creíamos que sería un trabajo en una maternidad de Sudán del Sur. Y sin embargo, siento que ayudé a que miles de personas que no tenían más ayuda que la nuestra para que pudieran salir adelante. Lo que más rabia me da es que, cuando algo así ocurre, hay otras necesidades básicas, como por ejemplo la atención de partos complicados, que se quedan irremediablemente en un segundo plano. Y os aseguro que en Malakal la gente necesita de cualquier tipo de atención médica y humanitaria que podamos proporcionarles.

El Hospital de Malakal fue atacado por un grupo de hombres armados. Cuando el equipo de MSF volvió al hospital se encontró 11 cadáveres.  Algunos de sus pacientes fueron disparados en sus camas. Fotografía Anna Surinyach/MSF
El Hospital de Malakal fue atacado por un grupo de hombres armados. Cuando el equipo de MSF volvió al hospital se encontró 11 cadáveres. Algunos de sus pacientes fueron disparados en sus camas. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Hakim y el frío de los niños de Siria

Por Michael Sheen, UNICEF.

Hakim, de 3 años, en la tienda de campaña donde vive desde hace 2 años.

Hakim, de 3 años, en la tienda de campaña donde vive desde hace 2 años.

Hakim sólo tiene tres años, pero ha presenciado cosas que aterrarían a la mayoría de los adultos. Se acurruca en el regazo de su madre mientras charlamos en una de las tiendas improvisadas del asentamiento que visitamos.

Hakim se acurruca con su madre y su hermana menor en su tienda de campaña en el campamento de Domiz, en Irak.

Hakim se acurruca con su madre y su hermana menor en su tienda de campaña en el campamento de Domiz, en Irak.

Su familia huyó de su hogar en Siria a causa de los combates. Su madre Fatema nos explica que podían escuchar las explosiones a cada rato y que vio multitud de asesinatos en plena calle mientras huían. No querían abandonar su casa, pero igual que muchas otras familias, se vieron obligados a hacerlo para salvar sus vidas.

Tuvieron que caminar durante horas a través de la frontera hasta que llegaron al campamento de refugiados de Domiz en Irak, donde una tienda de campaña se convirtió en su nuevo hogar. La tienda ha sido lo único que ha visto Hakim en los últimos dos años.

Hakim con su familia y vecinos.

Hakim con su familia y vecinos.

Ahora, a medida que el invierno se recrudece, a él y a su familia les toca afrontar una nueva amenaza, una de la que no pueden volver a escapar: el frío. Fatema nos cuenta que apenas tiene suficientes prendas de abrigo para proteger a Hakim y a su hermana Amira del intenso frío.

Desde UNICEF hemos podido proporcionar ropa de abrigo a la familia para tratar de que Hakim y Amira afronten el invierno de la forma más segura y cálida posible. Pero las temperaturas siguen bajando cada día y miles de familias como las de Hakim se enfrentan cada noche a la amenaza de unas horas gélidas en tiendas de campaña frágiles e improvisadas.

Los niños no deben ser nunca las víctimas de la guerra, sin embargo, más de 7 millones de niños en Siria y la región están en peligro a causa del conflicto en su país.

Las bajas temperaturas que castigan Oriente Medio están multiplicando su sufrimiento.

  • Créditos de las imágenes: © UNICEF/UKLA2014-04871/Schermbrucker