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“Los suministros médicos están cubiertos con la sangre de los que arriesgaron sus vidas para llegar hasta aquí”

A., médico sirio y director de uno de los ocho hospitales de campaña apoyados por MSF al norte de Homs

En el norte de Homs, MSF da apoyo a todos los centros médicos de la zona; un total de 8 hospitales de campaña y 3 consultas médicas.

En esta zona, cerca de 350.000 personas han vivido sitiadas durante más de un año. Los barriles bomba y los enfrentamientos son su realidad cotidiana, su día a día.

Además, existe una importante escasez de agua, de electricidad y de suministro de alimentos básicos. MSF es la única organización internacional que apoya a las redes de médicos sirios en el norte de Homs, proporcionando aproximadamente el 50 % de las medicinas y de los suministros que estas redes e instalaciones necesitan.

Hoy en día, debido a las enormes necesidades existentes y a que apenas reciben ningún otro tipo de apoyo, MSF está tratando de ampliar su asistencia para llegar a cubrir el 80% de las necesidades que algunos de estos hospitales tendrán en los próximos meses.

El doctor A. es el director de un hospital de campaña con un alto valor estratégico y que está situado en Al Houleh, en el norte de Homs, un área con aproximadamente 90.000 personas que viven en estado de sitio.

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Lo llamamos masacre en mayo de 2012, cuando un centenar de personas, la mayoría de ellos mujeres y niños, murieron en una sola tarde. Fue un día terrible, pero las cosas siguen empeorando en Al Houleh. En las noticias lo llaman “bombardeo intermitente”, pero la verdad es que los ataques apenas se detienen. Hay momentos en los que se trata de artillería pesada y otros en los que son armas ligeras, pero las detonaciones nunca cesan.

Hemos creado este hospital de campaña desde de cero. Proporcionamos atención de emergencia y también una serie de servicios que incluyen la atención primaria y la cirugía. Tenemos sólo unas pocas camas, y están siempre ocupadas.

En enero contabilizamos 50 ataques con barriles bombas en una sola semana. Los hospitales de campaña que están en la zona donde el conflicto está más activo luchan para hacer frente al elevado número de heridos. Teniendo en cuenta que los suministros son muy limitados y que apenas queda personal médico en la zona, en el fondo están haciendo mucho más de lo que pueden. En los pueblos todo el mundo se conoce, y aun así, debido al estado en el que quedan algunos cuerpos después de los ataques, muchas veces tenemos dificultades para saber quiénes son las víctimas. Realizamos muchas cirugías y demasiadas amputaciones.

Hoy en día, en todo Al Houleh sólo contamos con un cirujano general y un cirujano ortopédico. Entre ambos tienen que cubrir las necesidades médicas de una población de más de 90.000 personas.

Nuestra prioridad ahora mismo está en tratar de conseguir los medicamentos y el material que necesitamos para realizar cirugías y atender las emergencias. Luchamos cada día para obtener lo básico, como por ejemplo gasas, pero también ponemos todos nuestro esfuerzos en tratar de conseguir otros suministros mucho más difíciles de localizar; por ejemplo los anestésicos. Además, tenemos muchos pacientes que padecen enfermedades crónicas, niños con infecciones respiratorias y madres embarazadas que necesitan seguimiento médico. Nadie tiene dinero para ir al médico o para comprar medicamentos. Ahora mismo la gente de esta región se encuentra en un estado de pobreza verdaderamente crítico.

La ciudad de Al Houleh está rodeada. Los puestos de control no dejan que entre nada; a veces ni siquiera permiten la entrada de un pedazo de pan.

Llegar hasta el norte de Homs con suministros ya es de por sí muy difícil, pero entrar en Al Houleh es imposible. Geográficamente es un valle, pero estamos rodeados de montañas y de puestos de control; en realidad, esto es como una isla poblada por 90.000 personas que se encuentran viviendo bajo un asedio aún más intenso que el que hay en el norte de Homs. De hecho, han pasado tres años desde que esta región dejó de ser accesible en coche a través de carreteras regulares.

Tanto si se trata de un alimento, como si lo que intentas es transportar medicinas o combustibles, sólo podemos ir caminando a través de un camino lleno de barro al que sólo se puede acceder a pie, en burro, o utilizando pequeños botes para cruzar el lago Houleh.

Lo llamamos el camino de la muerte, porque hay francotiradores desperdigados por todas partes. Y vemos que todos los suministros (y personas) que nos llegan hasta aquí, están cubiertos de la sangre de cientos de personas anónimas que han arriesgado sus vidas para traerlos hasta aquí.

 Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Gracias al apoyo de MSF al menos recibimos algunos medicamentos que cubren más de la mitad de nuestras necesidades, pero todavía seguimos teniendo muchas rupturas de stock.

Es imposible que podamos almacenar las medicinas; estamos permanentemente consumiéndolas. Y en cualquier caso, es complicado almacenar medicamentos cuando sólo podemos permitirnos, para no exponernos aún más, transportar una sola caja cada vez que atravesamos el camino.

Mucha gente está bebiendo agua contaminada y llega al hospital con infecciones. Hace tiempo Al Houleh era conocida por sus cultivos y por la calidad de sus productos agrícolas. Ahora es demasiado peligroso salir al campo y cosechar la tierra. Los alimentos básicos que están disponibles en el mercado son demasiado caros para la mayoría. La gente viene al hospital enferma a causa de beber agua en malas condiciones y una baja nutrición.

Hay días en los que sólo tenemos 2 horas de electricidad, y semanas en las que estamos totalmente a oscuras. Por suerte, nuestro hospital funciona a través de generadores. Contamos con las dos únicas camas neonatales que están disponibles en toda la región, y a veces nos vemos obligados a poner a dos bebés en una única cama. Médicamente, esto es inaceptable, pero no tenemos otra opción.

El hospital en el que estoy trabajando ha sido bombardeado en tres ocasiones. La última vez fue hace siete meses. Los aviones de combate volaban bajo y sus ataques iban dirigidos claramente hacia el hospital. No había posibilidad alguna de que estuvieran equivocándose en lo que hacían. Sus disparos fueron certeros: golpearon la construcción que estaba justo al lado de la que yo me encontraba y dos personas murieron. Es por ese motivo que nuestros departamentos médicos están distribuidos en diferentes edificios; así evitamos perder todas nuestras instalaciones en un mismo bombardeo.

No paramos ni un instante; vemos pacientes día y noche. Los días son muy largos, y la idea de tener tiempo para otra cosa que no sea trabajar es un sueño lejano, pero cuando puedo, trato de pasar tiempo con amigos y familiares. Intento recordar que una vez, no hace tanto tiempo, vivimos buenos tiempos. Y quiero creer que eso volverá a suceder. Es lo único que puedo hacer para reunir fuerzas y poder continuar».

Cuando volvió a abrir los ojos, apenas podía creerlo:

«Las historias son muchas, y todas son desgarradoras. Nunca olvidaré a aquel hombre de 60 años cuyo corazón se había detenido. Utilizamos el material básico para reanimarlo, para ayudarle a respirar. Nuestros equipos son muy viejos. Estuvo en coma durante 2 días y medio y el equipo médico hizo turnos, también durante la noche, tratando de mantener su respiración a través de un sencillo dispositivo manual que consiste en apretar una bolsa con la que introducir aire en sus pulmones.

Cuando volvió a abrir los ojos y me preguntó por su esposa, apenas podía creerlo. No podía creer que estuviera despierto y que su cerebro funcionara. Hoy en día aquel paciente sigue vivo y reside en Al Houleh. Y estoy orgulloso de saber que eso fue posible gracias a nosotros. Yo, mientras la guerra sigue, trato de recordar historias como ésta. Estoy seguro de que cuando todo esto termine, algunos de nosotros dejaremos para siempre la medicina. Hemos visto tantas cosas tan difíciles de asimilar, que apenas nos quedan fuerzas ni ánimos para seguir adelante”.

 

Refugiados sirios. Entre la miseria y la desesperación

“Los refugiados de Siria en Egipto están viviendo una vida de miseria, desesperación y condiciones escolares desafiantes”.

  Arjimand Hussain, Coordinador de Respuesta en Emergencias de Plan Internacional.

Alejandría, Agosto de 2014Es una tarde calurosa en Alejandría. Nadia se encuentra sentada sobre la arena frente al mar Mediterráneo. “Mamá,-dice mirando a su madre- ¿regresaremos a Siria?”.Sí, por supuesto, mi niña. Muy pronto”. Responde su madre, con los ojos puestos en el mar.

Sin embargo, su madre lo sabe bien. Si el conflicto en Siria continúa, los niños y niñas como Nadia, no podrán regresar. Están abandonados a su suerte en Egipto, extrañando sus familias, hogares y escuelas.

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A menudo, Nadia señala con su dedo el mar, apuntando hacia Siria, donde dejó a su padre. Allí, en una playa parecida a la que pisa ahora, solía jugar con sus amigos. Ahora, su vida ha cambiado.

Refugiadas en Alejandría y separadas de todo lo que amaban, Nadia y su madre, comparten un piso alquilado en un popular barrio de la ciudad junto a otras doce personas, entre ellas algunos de sus antiguos vecinos sirios.

Nada asiste a una escuela pública local, en la que dice, hay demasiados alumnos. Extraña su anterior patio de recreo y reconoce algunas diferencias en los métodos de enseñanza y el plan de estudios. Prefería los de su escuela, en Siria.

Nadia y su madre, escaparon de su ciudad, al norte de Siria, huyendo de los combates. «Nadia estaba horrorizada, temblaba, lloraba y se me abrazaba con mucha fuerza», recuerda su madre.

El padre de la niña prometió reunirse con ellas una vez que llegaran a Egipto. «Todos los días espero que aparezca, pero nunca llega”,murmura la niña con voz angustiada. Su tez, pálida, deja entrever la anemia que padece. La falta de medios, provoca escasez de alimentos en la cesta de la compra.

Adaptarse a la escuela, le está costando más de lo que esperaba. La diferencia en el acento dificulta la comunicación con sus compañeros egipcios. Tampoco ha hecho amigos. Sólo tiene un deseo: volver a casa y a su  escuela, aunque quizá esas aulas hayan quedado derruidas por los combates. Al igual que otros cientos de niños y niñas refugiados, si no aumentan las ayudas, se verá obligada a dejar la escuela. Las becas escolares para la infancia más vulnerable que presta la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, se han reducido a la mitad. Hacen falta más fondos.

“Para Nadia es casi imposible entender las lecciones impartidas en la escuela a la que asiste. Se agobia al sentarse en aulas masificadas y suele decirme que se siente insegura en los baños. Están sucios y no cubren las necesidades específicas de las niñas. Está demasiado distraída y su actitud ha cambiado «, dice su madre.

Nadia es sólo una de los miles de niños y niñas sirios que se enfrentan a enormes desafíos para hacer frente a la vida de refugiados en Egipto. Ante las dificultades, algunos, se han visto obligados a renunciar a la escuela y han comenzado a trabajar para contribuir con el ingreso familiar.

Aunque el gobierno de este país ha permitido que la infancia proveniente de Siria se matricule en las escuelas públicas, su acceso se ve obstaculizado por la falta de recursos para cubrir el pago de cuotas, libros escolares o uniformes y la escasez de servicios básicos en las instituciones educativas. Además son pocos los profesores, en relación al número de alumnos, que se ha visto incrementado por los niños y niñas desplazados que se han incorporado a las aulas.

Para paliar esta situación, Plan Internacional, la organización para la que trabajo, está trabajando con cientos de niños y niñas como Nadia para favorecer su acceso a la escuela. En colaboración con otras organizaciones locales, facilitamos becas y materiales escolares, así como clases de apoyo para dar seguimiento a las lecciones impartidas y ayudar a mejorar la comprensión del acento Árabe- Egipcio. También trabajamos con los maestros de las escuelas brindando formación y apoyo con el fin de motivar la participación de niños y niñas sirios y egipcios,  promoviendo la socialización y la libertad de expresión.

A pesar de todo, aún queda mucho que hacer por las niñas como Nadia y sus familias.

Violadas durante el conflicto, ahora se venden en las calles para sobrevivir

por Jane Labous. Plan Internacional

 Recuerdo que todo comenzó en una tarde calurosa. Caminaba por la colina en el condado de Bomi, Liberia, para conocer a un grupo de mujeres cuyas vidas son testigo del horror de la guerra.

“Durante la guerra, vi a un hombre utilizar un machete para cortar el vientre de una mujer embarazada y comprobar si era un niño o una niña». Blessing miró hacia adelante, con la barbilla recta y un nervio que se hace notable en su mejilla. Cuando se da la vuelta para mirarme, sus ojos están en llamas. «Así que sí, culpo a la guerra. No es de extrañar que las cosas sean como son”.

A sus 27 años, Blessing*, es una de las cientos de mujeres y niñas adolescentes del condado de Bomi que han convertido el trabajo sexual en una manera de ganarse la vida. Estaba ahí para hacer una película con ellas, sobre sus vidas y me bastó un minuto para saber que cada una de sus historias me acompañaría durante mucho tiempo. Son historias de esas que te hacen cambiar de una manera inexplicable.

Blessing, a la derecha, tiene  27 años y mantiene a sus tres hijos a través del sexo

Blessing, a la derecha, tiene 27 años y mantiene a sus tres hijos a través del sexo

Tanto Blessing, como las otras mujeres con las que compartí esos días, eran niñas durante la guerra. La mayoría quedaron huérfanas entonces. Fueron violadas y obligadas a abandonar la escuela, razón por la cual no poseen educación ni habilidades con las que poder enfrentar el futuro. La guerra (1999-2003) dejó secuelas en cada una de sus miradas. También en las de los hombres que podrían ser sus esposos. Ellos también enfrentan un día a día cargado de traumas y desempleo. No quieren asumir relaciones ni responsabilidades. Buscan a las mujeres para tener sexo sin compromiso, las embarazan y las abandonan.

Las palabras sociedad o familia se resquebrajan para todos ellos, hombre y mujeres que vivieron las atrocidades de un conflicto. Tener que dormir con extraños por dinero cada noche tras haber sido violada es una de las peores torturas que hay. Más aún cuando eres una niña.

Pero estas mujeres son fuertes. No sólo comprenden las razones de lo que son hoy, sino que hablan con certeza de aquellas que servirán a sus hijas para no repetir la situación que ellas viven. La educación, dicen, y el emprendimiento. Enseñándoles a desarrollar habilidades podrán salir de la calle y con la formación necesaria, comenzar negocios propios. Todas comparten el mismo miedo: que sus hijas sean como ellas.

 El primer día de rodaje, nos reunimos 23 personas en la habitación de una choza con techo de zinc. Hacía mucho calor y las gotas de sudor empezaban a rodar por nuestras frentes. Las mujeres se sentaron en silencio, mirándome con ansiedad, mientras Marc (mi colega y co-director) configuraba la cámara. Había desde adolescentes de 14 años hasta mujeres jóvenes de 30, y por una fracción de segundo no estuve segura de por dónde empezar a grabar. Sin embargo, cuando realicé la primera pregunta, el silencio se rompió. Sus nombres son Kassa, Blessing, Carmen, Silver, María, Ana, Temba y  Mamawa. Me hablaron de los hombres que las habían violado, de los clientes de la calle, de los novios que las dejaron embarazadas y de los motivos que las han llevado a terminar como trabajadoras del sexo, que se resumen en poder ofrecer alimentación y educación a sus hijos.

Mamawa de 23 años tiene una hija y trabaja en las calles para mantenerla

Mamawa de 23 años tiene una hija y trabaja en las calles para mantenerla

Conforme pasaba el tiempo, las respuestas se tornaban más impactantes y aterradoras. “Mi vida es miserable”, dice Mmawa “pero qué ganas  con llorar, si nadie vendrá a ayudarte”.

Hablaban de sus pensamientos por las noches, cuando se enfrentan a alcobas que no son la suya. Piensan en sus hijos y en que si no consiguen dinero, no habrá comida mañana. Sus historias, llenas de emoción, me hacían intuir que estábamos frente a mujeres necesitadas de dar a conocer lo que está ocurriendo. Están desesperadas por recibir ayuda. “Estamos destrozadas”, repetía Kassa, “no tenemos orgullo como mujeres”.

Estas jóvenes ganan alrededor de 75 dólares liberianos (un dólar americano) por cliente, lo que significa que deben dormir con muchos hombres para pagar la comida y otros gastos básicos del día siguiente. Kassa empezó a trabajar en la calle cuando tenía 10 años. Cuando acabó la guerra, se escondía en edificios destruidos para evitar ser violada. Iba a la escuela de día y por la noche trabajaba en las calles para poder comer. Mary, de 15 años, hacía lo mismo, porque su madre no podía mantenerla. Blessing es la única que encuentra algo positivo en toda esta situación: “La única cosa que me gusta es que mis hijos pueden ir a la escuela”, dice.

Cuando regresé al hotel aquella noche, no pude dejar de pensar en ellas. Marc y yo nos sentamos en el bar en silencio durante un largo rato. Al día siguiente las entrevisté una por una, no necesitaba todas las historias, pero entendía que cada una de esas historias necesitaba ser contada.

Silver de 29 años fue violada durante la guerra y es ahora una trabajadora sexual con cuatro hijos

Silver de 29 años fue violada durante la guerra y es ahora una trabajadora sexual con cuatro hijos

Silver de 30 años, vestía una camiseta con un grito en letras doradas: no me hagas daño. Fue violada durante la guerra por cuatro hombres y quedó embarazada. A penas gesticuló cuando hablamos de lo que siente al dormir con extraños. “No me hace sentir bien, pero ¿qué más puedo hacer?”.

Carmen es más joven, tiene 20 y cuando se sentó ante mí, empezó a llorar. Sollozando, me dijo que fue violada y quedó embarazada. Puse mis manos en su espalda y le dije que no tenía que terminar la entrevista. “No por favor, quiero contarte”, dijo.

Hablamos también con los hombres. Nos dijeron que nunca habían hablado de esto antes. “Sí, nos hemos vuelto insensibles”, dice John de 31 años. Era un adolescente cuando vió como violaban y mataban a su madre. “Quiero ser capaz de estar con una mujer, cuidarla y mantenerla, pero no puedo ni conmigo mismo. No tenemos manera de hacer una vida normal”.

 Plan Internacional está poniendo en marcha un programa de formación en habilidades que de la oportunidad a adolescentes y mujeres jóvenes a adquirir habilidades vocacionales para que puedan salir de las calles y emprender negocios.

                          

*El corto Daughters of war fue mostrado en la Cumbre Global para Eliminar la Violencia Sexual en los Conflictos, celebrada  en Londres, entre el 10 y el 13 de junio.

 *Todos los nombres de las mujeres han sido cambiados para proteger su identidad.

 

Los refugiados centroafricanos se enfrentan a grandes retos en Camerún

Por Tatangang Henri -Noel

Técnico de Reducción del Riesgo de Desastres de Plan Internacional en Camerún

 

La semana pasada viajé a uno de los campamentos de Lolo, en la región este de Camerún, para evaluar la situación de los refugiados de la República Centroafricana.

Durante la visita, me conmovió ver como una multitud de niños y niñas llegaban a los campamentos acompañados de sus familias. Allí conocí a Aisha, una niña de 9 años procedente de la comunidad de Buar y que había viajado unos 400 kilómetros desde la República Centroafricana. A su llegada al campamento, las autoridades competentes la registraron a ella y a su familia. Aproveché el momento para preguntarle cómo había sido capaz de caminar una distancia tan larga, su respuesta fue: «Hemos hecho el camino a pie durante varios días  y nos refugiamos en las casas de las familias que nos encontrábamos en el camino, quienes además nos dieron comida. Una vez que llegamos cerca de la frontera fuimos trasladados al campamento».

Dadas las circunstancias en las que se encuentran miles de personas como Aisha, que se  han visto forzadas a huir de su país por el estallido de una guerra en RCA, le pregunté a la joven si todavía tenía miedo, a lo que ella respondió: “No, porque ya no tendré que ver más a esos hombres malvados que iban armados”.

Aisha comentó que no sabía cuando podría volver a casa. Desde hace un año no va a la escuela debido a la alta inseguridad. El estallido del conflicto armado provocó el cierre de gran parte de las escuelas comunitarias y la huída de todos los maestros de la zona.

Miles de niños que huyen de la violencia en la República Centro Africana llegando al  campamento de refugiados de Lolo, en la Región Este de Camerún. Muchos de ellos han caminado cientos de kilómetros con sus familias y parientes en busca de refugio

Miles de niños que huyen de la violencia en la República Centro Africana llegando al campamento de refugiados de Lolo, en la Región Este de Camerún. Muchos de ellos han caminado cientos de kilómetros con sus familias y parientes en busca de refugio

Uno de los campamentos que pude visitar tiene actualmente cerca de 6.000 refugiados, otros 7.000 están de camino y se espera su llegada en los próximos días. Además de la difícil situación de estas personas, millones más se encuentran desamparadas debido a la ayuda limitada que llega a los campamentos. Tienen necesidades fundamentales en materia de ayuda alimentaria; acceso al agua, atención sanitaria, vivienda o protección. Actualmente son pocos los organismos que prestan ayuda a los afectados por este conflicto, lo hacen principalmente las agencias de la ONU y algunas organizaciones internacionales no gubernamentales.

El gobierno está garantizando seguridad en torno a las fronteras a través de un comité de crisis con el que se pretende ofrecer apoyo a las personas refugiadas. En este sentido, el trabajo en materia de protección a la infancia y educación es muy escaso, lo cual se convierte en  un gran problema ya que los niños y niñas afectados sólo se sentirán seguros si consiguen ser agrupados en actividades que los protejan de potenciales abusos. Esto también serviría para crear espacios que ayuden a estos niños a olvidar las malas experiencias vividas.

Gran parte de los refugiados son analfabetos y no pueden expresarse en francés, la lengua oficial de la República Centroafricana. El único modo de comunicarse con ellos es a través del idioma Fulfude o de un intérprete.

Hay cerca de 2.000 niños en el campamento y se estima que en toda la región hayan 23.000 mil niños refugiados. Hay más niños y niñas que adultos y algunos ya han nacido en los campamentos. En el que visité, el personal sanitario informó de  17 nacimientos la semana pasada, situación que les preocupaba ya que carecen de materiales para dar asistencia médica. Una joven, madre de tres hijos, quien ha dado a luz recientemente comentaba: «Doy gracias a Dios porque estoy viva y puedo tener a mi bebé después de todo el sufrimiento vivido durante el camino, a pie y en transporte público. Sólo puedo dar gracias a Dios, pero por favor, ayúdanos”.

Me encontré con uno de los líderes del campamento, Djoubero Amán, quien había montado una pequeña tienda en su propia casa en RCA. Dice: «Durante un tiempo, tuve que vender algunas cosas a través de la puerta de atrás y no tenía ingresos para reponer la mercancía. Cuando la situación se volvió muy dramática me vi obligado a cerrar todo y llevarme sólo lo esencial para poder irme con mi familia y refugiarnos». Emocionado, me contó que habla francés y ayuda de forma voluntaria como intérprete cuando hace falta.

Como Amán , miles de personas de la RCA se enfrentan a muchos desafíos, viven refugiados y en suelo extranjero. Muchos de ellos se alojan en grandes salas con capacidad para unas 50 personas hasta que se proporcionen carpas individuales para cada familia u hogar. Este es un proceso lento que los deja sin privacidad durante semanas. No existe libre movilidad y las familias se enfrentan al reto de sobrevivir sin ningún ingreso,  ya que la mayoría se ha visto obligada a dejar todas sus pertenencias atrás debido al estallido de los enfrentamientos.

Plan Internacional, organización humanitaria que trabaja por la promoción y  protección de los derechos de la infancia, está movilizándose para conseguir recursos suficientes para responder a las necesidades de protección de los niños y niñas afectados, teniendo siempre en cuenta que en los campamentos son más vulnerables a sufrir abusos y otros riesgos potenciales ya que  no van a la escuela. Se están creando Espacios Amigos de la Infancia en los que especialistas y animadores infantiles trabajan con niños y niñas para ayudarles a superar las dificultades vividas, a que vuelvan a jugar y puedan retomar los estudios.

Guerra y lluvia: la doble problemática de la infancia desplazada en Sudán del Sur

Jonh Mayol, Coordinador de Plan Internacional en las comunidades de Bor
Betty Gorle, Coordinadora de Comunicación en Emergencias de Plan Internacional.

Miles de mujeres, niños y niñas desplazados en Sudán del Sur sobreviven a la intemperie y se refugian debajo de los árboles. La guerra les ha separado de sus hogares y no les deja regresar. El acceso al agua o los alimentos más básicos, es muy limitado.

El campo de refugiados de Mingkaman

El campo de refugiados de Mingkaman

El campo de refugiados de Mingkaman, situado en el estado de Lagos, acoge a un número muy elevado de personas, todos ellos son desplazados internos que -en su mayoría- llegaron desde la ciudad de Bor, situada en el estado de Jonglei. El conflicto ha provocado el desplazamiento de cerca de un millón de personas, de los cuales más de 390.000 son niños y niñas.

Debido a las necesidades extremas de la población desplazada, cualquier tipo de asistencia humanitaria es sólo una gota de agua en el océano y la situación está empeorando con la llegada de las lluvias. Las familias que viven en esta zona dependen íntegramente de la ayuda ofrecida por organizaciones como Plan Internacional, que trabaja para dar cobertura a las necesidades más básicas de la población desplazada.

La gente lo ha perdido todo durante el conflicto. Han sido testigos de sucesos horribles, que probablemente perdurarán en su mente de por vida. Muchos de ellos no quieren regresar a casa.

«Yo mismo fui víctima de la insurgencia que provocó la huida de miles de personas de Bor. Huí con mi familia hacia un lugar más seguro. Fuimos a un campamento de refugiados situado en Uganda. Hace unos días regresé. Descubrí que mi casa, los mercados y todo lo que había en la ciudad, estaba completamente destruido.»

Bor, era una ciudad con expectativas de prosperar, pero ahora está todo completamente destrozado. Es desolador y no hay nada que invite a regresar.

John Mayol con su familia.

John Mayol con su familia.

«Muchos, hemos utilizado nuestros últimos recursos para huir del conflicto armado. Algunas familias se han tenido que desplazar con el ganado a la región de Equatoria, otros se han ido hacia Awerial, en el estado de Lagos. Mi mujer y mis hijos están en un campamento de refugiados en la frontera con Uganda. Tenemos que ser fuertes porque hay que empezar desde cero.»

La temporada de lluvias suele empezar en abril y miles de personas desplazadas de Bor, podrían perder toda la cosecha. La anterior tampoco dio frutos, ya que muchos se vieron obligados a huir de la guerra dejándola atrás.

La necesidad de ayuda y asistencia humanitaria es cada vez mayor. Las lluvias ya han comenzado y al igual que está ocurriendo en los campos de desplazados de Tongping, Malakal o Bentiu, es previsible que cuando se intensifiquen en Mingkaman, se complique el acceso y la entrega de la ayuda a la población.

Por eso, en colaboración con el Programa Mundial de Alimentos, desde Plan Internacional estamos trabajando para garantizar la seguridad alimentaria de la población más vulnerable, organizando la distribución de alimentación suplementaria para mujeres embarazadas o en periodo de lactancia y para niños y niñas menores de cinco años que se encuentren en situación de malnutrición.