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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El planeta camina hacia los 10.000 millones de habitantes

Dos interesantes aplicaciones informáticas permiten jugar con las cifras del disparatado crecimiento de nuestra especie. La primera está alojada en la página de la BBC y se titula El mundo en siete mil millones. La otra es igualmente impresionante: 7.000 millones y tú.

Gracias a ellas sé que cuando yo nací hice el número 3.272.716.412 de los que en ese instante vivíamos en el planeta. Ahora somos más del doble. Desde mi llegada han nacido 6.084.489.564 personas y han muerto 2.306.614.829, con lo que en el momento de escribir estas líneas somos ya 7.050.584.237 habitantes. Y seguimos creciendo sin parar.

Empezamos el siglo XX siendo poco más de 1.000 millones, pero ya éramos 6.000 millones en el año 2000 y se espera que el siglo XXI acabará con algo más de 10.000 millones. Mientras lees esta columna ya han nacido 350 personas más. Nuestro planeta gana así 1.000 millones de personas cada 14 años.

¿Habrá comida y vida digna (casa, trabajo, dinero, vacaciones) para todos? Parece complicado.

Es verdad que últimamente el crecimiento se ha moderado, pero seguimos sin saber cuál es el límite poblacional de la Tierra. Porque como advirtió Ban Ki-moon cuando nació el niño 7.000 millones (niña, filipina), “a más población, mayor presión sobre la tierra, la energía, la comida y el agua”.

Por esta razón, si hay ahora mismo un negocio con futuro es el del acaparamiento de tierras. Millones de hectáreas han pasado en los últimos años a manos de inversores sin escrúpulos, ávidos de recursos. Sólo en África, los últimos megaproyectos tienen una extensión superior a los 67 millones de hectáreas, la superficie conjunta de Italia y Alemania. Agrocombustibles, agua, alimentos, pastos,… todo vale para especular con el hambre. Y cada vez valdrá más, pues cada vez tendremos más hambre.

¿Queréis saber mi opinión sobre todo esto? Pues ya con permiso de la nueva revisión del diccionario de la Real Academia de la Lengua, tan sólo se me ocurre una reflexión: Acojona.

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Petróleo manchado de sangre

Concluye hoy en Madrid el 19 Congreso Mundial del Petróleo. Más de 4.000 delegados de todos los países productores del oro negro (salvo Iraq), así como representantes de las principales multinacionales petroleras, se han reunido bajo el tema de la sostenibilidad medioambiental.

Es una cuestión de imagen. En realidad son el lobby más poderoso del planeta, símbolo de explotación de los pueblos y del expolio de la Naturaleza, de contaminar paraísos, de controlar gobiernos, de estar en las trastiendas y en las vanguardias de una gran parte de las guerras que asolan el mundo…

Pero los necesitamos. Sin el petróleo no podemos avanzar, y sin desarrollo nuestra dependiente economía mundial se hunde. O al menos eso nos juran nuestros dirigentes.

Así que preferimos seguir hacia adelante, hacia el abismo consumista, ajenos a la sangre y corrupción que destila cada litro de esa gasolina que gastamos diariamente en nuestro coche a mayor gloria del confort. Cada vez más caro, cada vez más solicitado, cada vez más especulativo.

Al final el petróleo se va a acabar, pero nos da lo mismo. El imperio capitalista se hunde mientras nosotros seguimos tocando el violín.

Reflexión primera:

Hace unos años estuve en la selva ecuatoriana, en la región de Pastaza. Acompañaba a un grupo de misioneros católicos, con el obispo a la cabeza, empeñados en adentrarse en los rincones más apartados del Amazonas.

No llevaban crucifijos ni hacían proselitismo. Tan sólo trataban desesperante de contactar con los indígenas antes de que lo hicieran los representantes de las petroleras. Esos hombres al servicio de las poderosas multinacionales compraban con dólares y alcohol voluntades a una velocidad casi tan rápida como sus gigantescas excavadoras abrían descomunales pistas a través de los últimos bosques vírgenes del planeta.

Los misioneros hacían reuniones en aldeas remotas, desde donde sus emisarios se extendían luego por la selva llevando la mala noticia: las petroleras estaban a punto de llegar. De nada valdrían cerbatanas y flechas. O se preparaban para resistir todos juntos, o perderían sus tierras, sus casas, sus culturas. Creo que no han logrado pararles.

Reflexión segunda:

Este invierno estuve en el Sáhara Occidental. Tanto en Smara como en El Aaiun, e incluso más al norte, en Tan Tan, me encontré los mismos puestos clandestinos de venta de combustible. El gasoil, menos peligroso que la gasolina, venía del Mauritania y de más al sur, seguramente Nigeria, y cruzaba el desierto en todo tipo de vehículos de carga, también en dromedarios. Todo el mundo trafica allí con una fuente de energía sin la que ya no pueden vivir.

Reflexión tercera:

Donde yo vivo, la isla de Fuerteventura (Islas Canarias), vivimos del petróleo. Todo el agua, tanto para beber como para regar, proviene de desaladoras marinas alimentadas con energía eléctrica. Toda la energía eléctrica proviene de centrales térmicas alimentadas con gasoil, que derrochamos con alegría en hoteles y centros comerciales donde el aire acondicionado funciona las 24 horas del día, los 365 días del año. El día en que, por guerras o desastres naturales, no lleguen puntuales los petroleros al puerto, todos nos tendremos que ir.

Constatación:

Tres grandes petroleras (Exxon Mobil, RD/Shell y BP) controlan una cuota de mercado del 50% de la producción internacional de petróleo. En 2005 alcanzaban unas ventas cercanas al billón de dólares y empleaban a más de 300.000 personas. Su capacidad de presión política y económica es tan absoluta como global.

Conclusión:

Mientras sigamos dependiendo del crudo, lo llevamos crudo.

Gasolinera ilegal en el Sáhara. La dependencia energética en los países pobres les empobrece aún más.