Tras pasar casi un mes en Hong Kong, viviendo en casa de unos amigos, conviviendo con los hongkoneses, pateándome todos sus rincones, regreso a España absolutamente sobrecogido.
La capital financiera del planeta, uno de los principales motores de la economía global, es la versión exagerada y derrochona de nuestro mundo. Siete millones de habitantes apiñados en un estrecho espacio donde se encuentran las mayores densidades de población del planeta, superior a los 40.426 habitantes por kilómetro cuadrado, volcados en el trabajo que les brinda la versión más salvaje del capitalismo.
Donde no se recicla ni el papel, pero te ponen fuertes multas si lo depositas erróneamente en uno de los escasos contenedores de reciclaje instalados como adorno en las calles más turísticas.
Donde el aire acondicionado es imprescindible para vivir dadas las altísimas y húmedas temperaturas, un aire que sale a bocanadas heladas por las puertas siempre abiertas de los comercios, pues cerrarlas es síntoma de pobreza.
Donde los rascacielos son inmensos vampiros energéticos, a los que todas las noches se convierte en gigantescas esculturas de coloridos neones por el único interés de asombrar al visitante con el poderío de sus dólares. Un espectáculo estético que ellos pagan gustosos, ajenos a la diaria liberación de toneladas de CO2 a la atmósfera que tal capricho supone.
Donde las calles han sido arrinconadas por las autopistas, sustituidas por pasadizos comerciales elevados que comunican a los grandes edificios entre sí por medio de una maraña de pasillos incólumes abarrotados de tiendas de marca.
¿Un mundo feliz? ¿Es ése el modelo de nuestro desarrollo?
También tiene aspectos positivos, no todo es malo. Por ejemplo, su modelo urbanístico de construir en vertical y sobre terrenos ganados al mar ha permitido preservar los valiosos bosques húmedos de sus montañas, auténticas selvas tropicales, lugares increíblemente bellos para los amantes del senderismo a tan sólo cinco minutos de la gran ciudad.
Gracias a su red de espacios protegidos, el 40 por ciento de todo su territorio es parque natural. Paraíso de 3.100 especies de plantas, 54 de mamíferos, 450 de aves, por no hablar de sus espectaculares insectos, con las mariposas y las libélulas a la cabeza.
Y sólo en un lugar así es posible ver, como yo tuve la ocasión, a un espléndido pigargo oriental (Haliaeetus leucogaster) volando en compañía de su pollo del año sobre una playa abarrotada de turistas, que tienen prohibido pasar a la islita de enfrente donde la gran rapaz cría todos los años.
Y sus parques públicos, aunque escasos, son de los más hermosos que haya visto nunca.
¿En conclusión? Hong Kong es un ejemplo más de nuestra psicótica sociedad, cada vez más alejada de la realidad, más paradójica y contradictoria. Pero me temo amigos que ése es el futuro. Habrá que irse acostumbrado.
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Os dejo unas fotografías sobre esta increíble ciudad que sin duda son más explícitas que mis palabras.