Archivo de septiembre, 2017

Demasiados niños afrontan la vuelta al cole sin maestros #colesvacíos #sinprofes

El pasado año mi hija no tenía tutor cuando comenzó segundo de Primaria. La tutora que tenía adjudicada estaba de baja por maternidad y tenía que llegar un maestro interino. Tardó un buen puñado de días, pero al final acabó llegando una persona para cubrir el expediente, una persona desmotivada probablemente por su situación de interinidad constante, que no encajaba con el trabajo por proyectos del centro y que demostró no ser capaz de conocer a los niños y sus necesidades.

El primer año que mi hijo estuvo en Infantil pasó lo mismo, por suerte la maestra que le acompañó era maravillosa, una persona y una profesional excelente que abandonó entre lágrimas a los niños que había hecho suyos y que confió que haya logrado una plaza en un buen colegio y no siga peregrinando como interina perdiendo la ilusión y el buen hacer.

Lo cierto es que en la Comunidad de Madrid (imagino que en otras también) muchos niños van a comenzar estos días el curso escolar y no tendrán tutor o alguno de los maestros que les corresponden. Los niños empiezan a partir de este jueves, pero los llamamientos a interinos comenzarán a partir del 11 de septiembre.

GTRES


Es decir, que los niños y sus familias habrán preparado la vuelta al cole de la que hablamos tanto los medios estos días y se encontrarán con colegios que no están preparados. Irán con ilusión a conocer a su maestro, y no tendrán ninguno. A su pesar, porque la culpa en este caso es la Administración y cómo gestiona todo este asunto.

La gran mayoría de estas bajas se conocen de sobra y con tiempo suficiente como para poner medidas a tiempo y que no nos contaremos en esta situación.

Para que os hagáis una idea de la incidencia que tiene, en el colegio de mi hija que es únicamente de dos lineas, este curso faltan dos tutores en primaria, el apoyo de Infantil, un maestro de audición y lenguaje, uno de educación física y dos personas que completen dos reducciones de jornada.

Y los dos años anteriores fueron peores.

Si queremos una enseñanza de calidad no podemos permitir que los colegios públicos empiecen el curso sin profesores, haciendo un híbrido entre malabares y nace de bolillos para tener medio atendidos a todos los niños que resultan afectados sobrecarganado en ocasiones a otros maestros y perdiendo tiempo necesario para la mañana en otras.

Necesitamos colegios con maestros desde el primer día. Por nuestros niños,muero también por nuestros profesores.

Es una petición lógica, ¿no os parece?
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Nunca celebres alejarte de lo diferente (#estamosconvosotros, con los alumnos con autismo)

Estos días ha sido noticia la alegría y el alborozo, comprobadas mediante capturas filtradas de un grupo de Whatsapp, de varios padres que presionaron para lograr la expulsión de un chico con Asperger de un colegio argentino.

Lo contó este martes mi compañera Claudia Morán en el blog Goldman Sach is not an aftershave.

Que haya padres que hayan presionado para que se vaya un niño con autismo o con cualquier otro tipo afectación cuya conducta era disruptiva en clase no es ninguna novedad, sucede también en España y en algún caso incluso acaba llegando a los medios.

Tampoco lo es que esos padres se hayan alegrado cuando ese compañero de sus hijos que era diferente se haya marchado. Lo más novedoso del caso argentino y lo que ha propiciado que haya trascendido tanto son esos pantallazos de regocijo.

Siempre se trata de casos complejos que hay que tratar con prudencia porque no conocemos muchos detalles, pero alegrarse del fracaso de un niño es de miserables.

Bien es cierto que lo que mas nos encontramos los niños y las familias que intentamos la vía de la inclusión por parte de otras familias es la indiferencia, que estemos sin estar.

Jaime estuvo casi tres años en un aula TGD de un centro público, estuvo en la vía inclusiva casi tres años. Tres años en los que no hubo ningún problema de comportamiento, ninguna agresión, porque tiene un carácter muy dulce. Tres años en los que participé activamente en las actividades del colegio, me disfracé en Carnaval con los niños para que Jaime participara de mi mano, me ofrecí para llevar las cuentas de la cooperativa escolar un año, no me salté una reunión, iba a llevar y a recoger a Jaime al colegio con frecuencia (el primer año siempre)… En todo ese tiempo Jaime no recibió nunca una invitación a un cumpleaños. No sé si había un grupo de WhatsApp en el colegio, porque nunca me invitaron a uno.

Yo era la madre diferente del niño diferente. El niño que pasaba varias horas a diario con sus compañeros pero que era el niño con autismo, el que probablemente acabaría desapareciendo. Se asumía desde el principio, aunque fuera de manera inconsciente.

Solo recuerdo a dos madres, con las que me alegra seguir cruzándome por mi ciudad, que estuvieron genuinamente interesadas por entender lo que le pasaba a Jaime, que preguntaban sin miedo, que lo consideraban compañero de sus hijos igual que cualquier otro.

Cuando Julia entró en Infantil yo casi no pisé el colegio. Tenía a otro hijo en otro centro a treinta kilómetros de distancia y con los mismos horarios de entrada y salida. Al poco estábamos abrumados de invitaciones de cumpleaños, en un par de grupos de WhatsApp, quedando con otros padres y enviando postales en verano.

Muchos chavales con autismo y sus familias estamos sin estar del todo hasta que es el centro escolar el que invite a la marcha de ese niño, que se vaya a la vía especial o a otro colegio en el que pueda estar mejor atendido. Cuando la orientadora me dijo al final de Infantil que la evolución de Jaime no permitía que siguiera por la vía inclusiva y que era mejor que se fuera a Especial, que en ese colegio al que al año siguiente iría su hermana no podía seguir, no hubo ninguna despedida emotiva, simplemente nos fuimos y nadie nos echó de menos.

Y que queréis que os diga, me parece mucho más grave que sean profesionales de la enseñanza y del ámbito educativo de la Administración los que hagan fracasar la inclusión de un niño a que lo hagan los padres. Si no hay recursos en el centro, hay que pelear por tenerlos y no acostumbrarse a un desfile constante de niños a los que no se les ha podido dar una respuesta adecuada. La inclusión de un niño solo sucede si curricularmente es capaz de avanzar y si además no genera conflictos en casa. Capacidad y conducta. Si no se dan esos dos aspectos, la vía Especial y excluyente llegará tarde o temprano.

Si la culpa es la falta de recursos, me niego a entrar en el juego de crear guerras entre padres. Tampoco a presionar aún más a maestros que hacen lo que pueden sobrepasados por la carencia de medios.

No es la primera vez que os digo que al que hay que mirar es al que está arriba con la cartera.Hay demasiados niños con escasos apoyos dando bandazos, niños que pierden derechos para los que no hay marcha atrás, que perderán la oportunidad de mejorar, vivir integrados y felices. Un coste inaceptable. Y la culpa es del dinero, siempre es el maldito dinero que hay a carretadas para muchas otras cosas pero no para ofrecer educación de calidad a nuestros hijos, tengan necesidades especiales (los que están en una situación más vulnerable) o no. Y no tiene visos de mejorar.

Volviendo al caso de Argentina. Os dejo con la reflexión, que comparto, de Álvaro Girón Martín, maestro y licenciado en psicopedagogía, que se describe como «involucrado y cada día más sorprendido con el autismo y el Asperger».

NUNCA CELEBRES ALEJARTE DE LO DIFERENTE

Todos queremos lo mejor para nuestros alumnos/as, todos queremos lo mejor para nuestros hijos/as y repito TODOS lo queremos, creo que eso está bastante claro. Quizá el problema esté en la realidad que cada uno tenemos sobre qué es lo mejor o qué es lo peor.

Hace unos días saltó una noticia en Argentina en la que un niño con Síndrome de Asperger había sido expulsado de su colegio como consecuencia de su comportamiento (no es relevante si buen o mal comportamiento). Nos enteramos de ello a través de unas capturas de pantalla, de uno de esos famosos grupos de Whatsapp de padres/madres en las que podíamos ver como el resto de familiares celebraba, festejaba o se alegraba de la noticia (en el fondo querían lo mejor para sus hijos/as)

Hemos encontrado a lo largo de estos días detractores y defensores de esas familias que se alegraban de la expulsión del chico, esto pasa siempre, opinamos de todo sin saber de casi nada y eso puede ser muy peligroso.

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La hora del patio: ¿Territorio con o sin ley?

Yo acudí a un colegio al que solo íbamos niñas. Eran otros tiempos en los que no se daban cuenta de que el colegio debe prepararnos para salir al mundo, y el mundo está integrado por hombres y mujeres. En fin, la cuestión es que solo había niñas en el colegio y también, claro está, en el patio a la hora del recreo. Las monjas y las profesoras (con frecuencia monjas y profesoras al tiempo), nos dejaban a nuestro libre albedrío ese ratito. Ellas, porque no había tampoco hombres enseñando, se dedicaban a sus asuntos. Esos asuntos a veces las llevaban a cruzarse el patio, pero de camino a sus cosas. En alguna ocasión recuerdo que nos fichaban a las alumnas mayores para ir al patio de los parvulitos a vigilar, soltando de forma irresponsable demasiada responsabilidad sobre los hombros de niñas de catorce o quince años.

Estar a nuestro libre albedrío significaba que nos tomábamos nuestra merienda y, cuando éramos más pequeñas, jugábamos a lo que se nos ocurría. Hasta los doce o trece años todavía había carreras por el patio sin que nos importara ir con la falda al viento y saltábamos a la comba o a la goma que nos habíamos traído de casa. Tal vez mirábamos e intercambiábamos cromos. A partir de esa edad se acababa el correr y el deporte favorito era la charla.

Había una cancha en la que podríamos haber jugado al baloncesto, al balonmano, al voley… pero era muy raro que nos diera por practicar algún deporte de balón. Tampoco se nos animaba ni se nos facilitaba con qué hacerlo. Lo del fútbol era inconcebible. Las chicas no jugaban a eso.

Ahora apenas hay colegios que no sean mixtos, afortunadamente, pero sigue habiendo un gran número de centros en los que el patio sigue siendo un espacio en el que los niños hacen lo que les da la gana, mientras se encuentre dentro de la legalidad vigente y las normas de convivencia del cole en cuestión.

Eso se traduce en muchos casos en lo que muchos padres me consta que llaman «la dictadura del fútbol»: patios copados de puntapiés al balón que no permiten otros juegos y actividades, niños y niñas a los que no se la da bien y quieren participar relegados a ser porteros y árbitros, niños y niñas que pasan del fútbol (o que pasan de cualquier actividad física) dedicados a actividades sedentarias de forma prematura.

(GTRES)


Sé que el momento del patio tiene que ser un momento de libertad para el niño, de diversión, de actividades no controladas, pero cada vez hay más colegios que intentan encontrar el equilibrio entre esa necesidad de los niños y esa función de la hora del recreo estructurando actividades, imponiendo algunas restricciones, haciendo propuestas de juegos no dirigidos…

Colegios que limitan el fútbol a dos días por semana, que piden a sus alumnos que sus padres y abuelos les hablen de juegos tradicionales para jugarlos en el recreo, que tiran de viejas bicicletas y patines para que haya un día sobre ruedas, que reservan una zona del patio a juegos tranquilos para que los que quieran leer o jugar a juegos de mesa puedan hacerlo cómodamente… Hay muchas iniciativas, y yo me inclino a valorar positivamente a los colegios que apuestan por considerar el patio como una oportunidad para educar y no como un territorio sin ley, unos minutos para echarse un cigarrito junto a la tapia (detesto ver a maestros fumando al alcance de la vista de sus alumnos, aunque ese es otro tema) y que los niños hagan lo que les de la gana.

¿Y vosotros?

(GTRES)

‘Atípico’, las luces y sombras de la serie de Netflix protagonizada por el autismo

Varias personas me han preguntado a lo largo las últimas semanas mi opinión sobre Atípico, la serie de Netflix en la que seguimos las andanzas de un joven dentro del espectro autista, en lo más alto de espectro. No se menciona el síndrome de Asperger en ningún momento, pero probablemente ahí se encuadre.

No ha sido hasta ahora que he podido verla entera y que puedo dar respuesta a esa cuestión que me ha llegado formulada de dos maneras:  ¿representa bien el autismo? y ¿te ha gustado?.

Voy a contestar primero a la segunda pregunta, a la fácil. Sí que me ha gustado y más adelante expondré los principales motivos.

Respecto a si creo que representa bien el autismo: no, no me lo parece. Representa bien a Sam, que tiene autismo. Pero Sam no se parece en nada a mi hijo, que también lo tiene, absolutamente en nada. El autismo se manifiesta en Sam de una manera completamente distinta a como lo hace en Jaime (o en Laura, David, Pedro o Bruno).

Sam quiere tener una novia, va al instituto y saca buenas notas, también trabaja, habla con total corrección y un exceso de literalidad, se mueve con una autonomía envidiable, es muy rígido, adora todo lo relacionado con los polos y la fauna que en ella habita, casi carece de sonrisa social, le cuesta tolerar determinado tipo de contacto físico, los ambientes sobrecargados de estímulos le superan, es incapaz de comprender las complejidades sociales y ha tenido algunos comportamientos agresivos y autolesivos en el pasado.

Jaime no sabe lo que es una novia, es perverbal, apenas tiene unas pocas aproximaciones a palabras, va a un colegio específico con otros niños con autismo, tiene que ir de nuestra mano por la calle  y necesita nuestra ayuda para casi todo (vestirse, lavarse los dientes…), nunca ha perdido la sonrisa social, adora el contacto y el agua, no suele tener problemas para ir a sitios con mucho estímulos, es tan flexible como pueda serlo cualquiera, jamás se ha autolesionado y no ha tenido comportamientos agresivos.

Está claro que los niños como Jaime dan menos juego a los guionistas.

Ver la serie no va a ayudar a que los espectadores que desconocen por completo lo que es el autismo, entiendan lo que es. Van a entender únicamente a Sam, y tal vez así un poco lo que es tener Asperger o autismo de muy, muy alto funcionamiento (Sam parece un compendio de cómo se es si se tiene esos diagnósticos) de una forma muy estereotipada, pero no a Pedro, a Laura, a David, a Bruno o a Jaime.

La serie de Robia Rashid podría haber mostrado más rostros, más manifestaciones del autismo en diferentes chavales con personalidades, gustos y circunstancias familiares distintas, pero solo aparece Dam (y muy brevemente otro chico muy similar a él. Hay una mención de una madre de un grupo de apoyo a esa otra realidad: su hijo adolescente ha logrado decir por primer vez una frase con tres palabras. Nada más.

Es imposible acercarse a explicar lo que es el espectro del autismo si no se intenta algo muy coral. Atípico no es el caso. Sam es incluso demasiado típico si se miran los criterios diagnósticos y descripciones de los chicos con Asperger. Porque incluso si observamos solo a los diagnosticados de Asperger, también entre ellos llegan a ser tan distintos como la noche y el día. Eso no se ve. En la producción de Netflix

El espectro es tan diverso como un pequeño universo. Y luego está el hecho de que las personas son más que su diagnóstico.

El peligro de dar una visión estereotipada de algo tan complejo y variado como es el espectro autista, con tantas manifestaciones, es que se corre el riesgo de que una mayoría crean que el autismo es eso, que crean conocer cómo son todas las personas con autismo viendo a Sam.

Pero también hay muchas luces en Atípico (tal vez debería haber hecho una lista de pros y contras, como le gusta hacer a Sam en la serie) que quiero destacar y que hacen que su visionado merezca la pena.

Se nota que han querido hacer bien las cosas. No es un documental y no tiene que serlo, pero se ve que se han documentado, que han mimado el producto, que entienden y defienden la inclusión, que saben que las personas con autismo son empáticas.

Es valiente y de agradecer que tenga como protagonista, como hilo conductor, a una persona con autismo. No es algo que abunde en la televisión o en el cine. Ojalá hubiera más ficciones que incluyeran a un protagonista o un rol importante dentro del espectro con esas ganas de hacerlo bien.

Es también valiente y muy de agradecer que muestren a su protagonista como un adolescente que quiere una novia y sexo. Las personas con autismo no son seres asexuados. Las personas con una discapacidad, la que sea, no lo son. Uno de los tabúes modernos.

Apunta aspectos que invitan a la reflexión, como la necesidad de encontrar tiempo para la pareja y para uno mismo cuando se tiene un hijo con autismo,  que no se puede vivir para el autismo, que no hay que cargar a los hermanos con responsabilidades que les corten las alas, que decir la verdad sobre el diagnóstico facilita las cosas aunque se entienda que no se quiera ir con la etiqueta siempre por delante, hasta qué punto son importantes y en qué circunstancias  las palabras que usamos…

Y todo eso en una ficción amena, con dos veteranos más que solventes como Jennifer Jason Leigh y Michael Rapaport como padres que buscan su lugar en la familia, una carismática Brigette Lundy-Paine como madura hermana pequeña y estrella del atletismo descubriendo lo que es el primer amor, Jenna Boyd de peculiar novia caída del cielo, Amy Okuda de terapeuta voluntariosa e imperfecta, Nik Dodani de excéntrico amigo y colega y Keir Gilchrist defendiendo correctamente a Sam.


Una ficción que exagera, que busca ser didáctica entre toques de humor y que a veces caricaturiza , juraría que a conciencia (la madre sale muy mal parada en ese sentido). Una ficción que juega con las reglas del último año y baile del instituto, y que te lleva a lo largo de sus ocho capítulos de menos de media hora cada uno en un suspiro.

Para terminar os traslado las preguntas que me hicieron a mí: ¿La habéis visto? ¿Os ha gustado? ¿Creéis que representa bien el autismo?