Yo acudí a un colegio al que solo íbamos niñas. Eran otros tiempos en los que no se daban cuenta de que el colegio debe prepararnos para salir al mundo, y el mundo está integrado por hombres y mujeres. En fin, la cuestión es que solo había niñas en el colegio y también, claro está, en el patio a la hora del recreo. Las monjas y las profesoras (con frecuencia monjas y profesoras al tiempo), nos dejaban a nuestro libre albedrío ese ratito. Ellas, porque no había tampoco hombres enseñando, se dedicaban a sus asuntos. Esos asuntos a veces las llevaban a cruzarse el patio, pero de camino a sus cosas. En alguna ocasión recuerdo que nos fichaban a las alumnas mayores para ir al patio de los parvulitos a vigilar, soltando de forma irresponsable demasiada responsabilidad sobre los hombros de niñas de catorce o quince años.
Estar a nuestro libre albedrío significaba que nos tomábamos nuestra merienda y, cuando éramos más pequeñas, jugábamos a lo que se nos ocurría. Hasta los doce o trece años todavía había carreras por el patio sin que nos importara ir con la falda al viento y saltábamos a la comba o a la goma que nos habíamos traído de casa. Tal vez mirábamos e intercambiábamos cromos. A partir de esa edad se acababa el correr y el deporte favorito era la charla.
Había una cancha en la que podríamos haber jugado al baloncesto, al balonmano, al voley… pero era muy raro que nos diera por practicar algún deporte de balón. Tampoco se nos animaba ni se nos facilitaba con qué hacerlo. Lo del fútbol era inconcebible. Las chicas no jugaban a eso.
Ahora apenas hay colegios que no sean mixtos, afortunadamente, pero sigue habiendo un gran número de centros en los que el patio sigue siendo un espacio en el que los niños hacen lo que les da la gana, mientras se encuentre dentro de la legalidad vigente y las normas de convivencia del cole en cuestión.
Eso se traduce en muchos casos en lo que muchos padres me consta que llaman «la dictadura del fútbol»: patios copados de puntapiés al balón que no permiten otros juegos y actividades, niños y niñas a los que no se la da bien y quieren participar relegados a ser porteros y árbitros, niños y niñas que pasan del fútbol (o que pasan de cualquier actividad física) dedicados a actividades sedentarias de forma prematura.
Sé que el momento del patio tiene que ser un momento de libertad para el niño, de diversión, de actividades no controladas, pero cada vez hay más colegios que intentan encontrar el equilibrio entre esa necesidad de los niños y esa función de la hora del recreo estructurando actividades, imponiendo algunas restricciones, haciendo propuestas de juegos no dirigidos…
Colegios que limitan el fútbol a dos días por semana, que piden a sus alumnos que sus padres y abuelos les hablen de juegos tradicionales para jugarlos en el recreo, que tiran de viejas bicicletas y patines para que haya un día sobre ruedas, que reservan una zona del patio a juegos tranquilos para que los que quieran leer o jugar a juegos de mesa puedan hacerlo cómodamente… Hay muchas iniciativas, y yo me inclino a valorar positivamente a los colegios que apuestan por considerar el patio como una oportunidad para educar y no como un territorio sin ley, unos minutos para echarse un cigarrito junto a la tapia (detesto ver a maestros fumando al alcance de la vista de sus alumnos, aunque ese es otro tema) y que los niños hagan lo que les de la gana.
¿Y vosotros?