Archivo de diciembre, 2016

Brindemos esta Nochevieja por los que ya no están

Mucha gente aborrece de la Navidad, y mucha de esa gente lo hace porque recuerda a los que ya no están y eso es algo que se les hace especialmente duro en estas fechas. Así que pasan de puntillas, renegando más o menos, tristes a ratos.

Tal vez no sea la manera, tal vez haya otras formas de afrontarlo mejores, formas que aprender desde que somos pequeños.

Estos días me tomé con las declaraciones del psicólogo clínico Eladio Rosique Meseguer, que explicaba que:

Paradójicamente, la Navidad puede ser el mejor momento para recordar a los seres queridos que han fallecido o que están ausentes por cualquier circunstancia. Para sobrellevar su pérdida, ha aconsejado rescatar el amor y las experiencias compartidas.

«Probablemente todos consideren que para sobrellevar el dolor hay que actuar como si no hubiese pasado nada, pero eso no funciona», advierte Rosique, quien subraya que recordar algo bonito «nos puede hacer llorar pero es una forma de hacer presente a quien no está y aprender a vivir con su recuerdo».

Incluso, aconseja hacer un brindis en honor de esa persona que falta, porque «puede ser una forma de darnos permiso para recordarle», ya que «es injusto que el legado que nos deje esa persona sea solamente dolor». Por ello, subraya que la Navidad «es un momento muy difícil para muchas personas pero también es una gran oportunidad de vivir con los demás un homenaje lleno de amor y de sentimiento de privilegio; un momento para que nuestra vida siga».

No sé cómo lo veis vosotros, tal vez resulte difícil interrumpir una cena o una comida familiar para un brindis así, que puede causar tristeza. Especialmente difícil en las familias que soterran estas cosas, que no gustan de airearlas o ver lágrimas.

Por eso yo, desde aquí, quiero esta noche recordar a los que ya no están conmigo en estas fiestas.

Brindo por mi abuela Maruja, en cuya casa celebrábamos siempre la cena de Nochebuena y la comida de Año Nuevo, con el mismo menú siempre de sopa de pescado y marisco y pollo guisado, y con partida de cartas tras los postres.

Brindo por Jose, el abuelo de mis hijos, mi suegro, generoso y discutidor, que habría disfrutado tanto viendo a sus cuatro nietos acudir a su casa la mañana de Reyes a desayunar roscón y churros y abrir los regalos. Tan pronto se fue, que ni siquiera tuvo la ocasión de conocerlos.

Brindo por mi abuela Adriana
, con su seguridad y sus uñas lacadas de rojo; por mi abuelo Pedro, que nos hizo un helado de leche de cabra en el pueblo cuyo sabor estará siempre en mi memoria; por mi tía Luisa, siempre despistada y buscando el calor del sol; por Angelines que era toda bondad y sonrisas…

Tanto en 2016, como en 2017, como en todos los años que me queden por conocer, formaréis parte de mis recuerdos.

GTRES

¿Con cuántos años dejarías a tus hijos salir por primera vez en Nochevieja? ¿Hasta qué hora?

Me lo preguntan a mí y no sé qué responder. Jaime tiene diez años, pero con su autismo no va a ser un problema que vaya a tener nunca (¡ojalá tuviera que enfrentarme a él!). Con Julia sí que acabaré viéndome en la tesitura, pero ahora solo tiene siete, así que espero que durante unos cuantos años su día preferido estas fiestas sea el de los Reyes Magos.

Lo cierto es que no hay una respuesta clara, todo va a depender mucho de distintos factores, sobre todo la madurez del adolescente y cómo y dónde es la fiesta a la que quiere ir. Pero voy a mojarme, aunque no sé qué acabará pasando. Yo creo que no me veo permitiéndolo hasta que no tenga al menos dieciséis años y siempre y cuando el plan nos parezca adecuado. Para meterse en una macrofiesta al menos hasta los dieciocho no habrá opciones, puede que ni eso.

Tampoco es que los dieciocho aseguren nada. Parece una edad mágica y no es así, como bien apunta el psicólogo y pedagogo Valentín Martínez-Otero: «no todo está asegurado en cuestión de madurez por tener 18 años», que considera fundamental para la primera salida en Nochevieja «razonar y consensuar hasta donde se pueda» con los hijos.

Me parece normal que en esa primera escapada haya muchas normas pensando en la seguridad de nuestros hijos. No solo relativas a la hora a la que volver a casa, también respecto a cómo llegar a la fiesta y cómo volver, estar localizables en todo momento, qué beber, con quién ir acompañada y si salir o no del sitio de la celebración.
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Sí, los chavales españoles beben demasiado alcohol y los adultos les damos un ejemplo de mierda

GTRES

Leo que la ministra de Sanidad plantea poner sanciones económicas a las familias que no vayan al curso de sensibilización con sus hijos si son pillados bebiendo alcohol. Algo que viene de la oleada de noticias relacionadas con comas etílicos de chavalines a los que casi ni siquiera se les puede llamar aún adolescentes.

La semana pasada, justo antes de que arrancasen las navidades la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD) lanzó una campaña de sensibilización social en la que daba datos como que más de 480.000 menores se han emborrachado el último mes y que 37.000 menores, de 14 a 18 años, beben alcohol a diario.

No sé a vosotros, pero a mí me parece terrorífico. Pero lo veía y me preguntaba. ¿Y de cuántos adultos se puede decir lo mismo? ¿Cuántos se han emborrachado al menos una vez el último mes? ¿Cuántos beben alcohol a diario? Porque también es algo terrorífico y además estamos dando un ejemplo de mierda a nuestros niños.

Lo veo constantemente a mi alrededor y desde hace años. Mientras son muy pequeños lo de beber con moderación no es algo de lo que hablemos con ellos. No nos sentamos con un niño de siete o diez años y le damos una charla sobre los peligros del alcohol. En cambio nos ven con frecuencia desde muy pequeños sentados en sobremesas interminables tomando primero vino, luego brindando, después con el pacharán o el cubata. Saliendo a tomar unas cervezas o unos vinos a mediodía o media tarde mientras ellos corretean alrededor. Protagonizando alguna ‘escapada’ sin niños en la que pimplar sin freno o recordando entre risas proezas efectuadas bajo los efectos del alcohol, por lo que les estamos transmitiendo que debe ser divertidísimo y aceptado en cuanto eres (o te sientes) adulto. Y si no lo hacemos nosotros, lo hacen otros adultos de referencia: tíos, abuelos, amigos de la familia…

Y puede parecer que esos niños están a lo suyo, que no escuchan, que no se enteran, pero yo estoy convencida de que sí, de que les cala.

Luego crecen, se plantan en la adolescencia y quieren ser mayores, independientes. El consumo de alcohol viene asociado. Y ahí tal vez les soltemos alguna charla o les pidamos que sean responsables o les exijamos que no beban o examinemos su aliento.

Ya es tarde.

No, en este país hay una cultura de tolerancia muy elevada al alcohol que no sirve precisamente para dar ejemplo. Y precisamente a los chavales como mejor se les educa es dándolo. Eso sí que sirve.

Y luego está la presión ambiental a los no bebedores a cualquier edad.

Yo apenas bebo alcohol. Probé la cerveza y el vino y no me gustaron y nunca he insistido con aquello que la primera vez no me convenció. Tal vez eso me libró también de fumar. Medio vaso de un vino blanco me dura una comida entera. En un verano pueden caer media docena de claras con limón. No más. La sidra natural sí me gusta comiendo, tradición familiar asturiana, pero tres o cuatro culines son bastantes. La ginebra y la tónica me parecen repugnantes y alguna vez he tomado ron con cola, pero una copa como mucho porque me gusta mantener la cabeza clara. Solo un par de veces en mi vida he sentido que el alcohol tomaba las riendas y no quiero repetir la experiencia. Si conduzco no bebo absolutamente nada.

Y he tenido que verme observada como un bicho raro por ser así.

Los mismos que se llevan las manos a la cabeza con los comas etílicos de niños de doce años me miran extrañados cuando paso una noche de fiesta solo con una coca cola o cuento que nunca he estado borracha. En muchas ocasiones en las que asoma la bebida me he visto animada hasta el cansancio extremo a beber por todo tipo de personas y en todo tipo de ambientes, he tenido que mojarme los labios con muchos tipos de licores para que me dejaran en paz, he tenido que explicar que no juzgo que ellos beban, que hagan lo que les dé la gana pero que me dejen tranquila, he tenido que vaciar mi copa de agua y llenarla con un vino que se ha ido por el fregadero porque «brindar con agua da mala suerte», he tenido que oír en tono de broma que soy un muermo, que no sé lo que es bueno, que no sé divertirme, que no sé apreciar lo bueno, que no se puede ser tan sano.

Con frecuencia todo eso ha pasado con niños delante, con mis niños y con sus niños.

Por suerte tengo cuarenta años y paso. No me van a empujar a beber por mucho que insistan, por mucho que el alcohol me rodee. Fue una suerte aún mayor que cuando lo oyera con dieciséis años también me resbalara.

Mi padre es igual que yo. Bebe muy poco. Yo jamás le he visto borracho, ni siquiera algo contento. Y me cuenta que nota que los médicos no le creen cuando dice que no bebe porque un hombre de su edad es raro que esquive el alcohol.

Tal vez el que yo no lo haga ahora también tenga algo que ver. Tal vez no. Pero tengo claro cómo quiero que me vean mis hijos.

A las personas con discapacidad intelectual se les examina para poder votar. ¿Por qué no a todos?

Las imágenes que veis corresponden a la prueba de actualidad que pasan los estudiantes de periodismo que quieren entrar en el periódico como becarios. Probablemente son las peores que he visto en los cuatro años largos que llevo haciéndola, son de 2013 y 2014. Contestaron chavales con más de veinte años y la mitad de la carrera de periodismo aprobada. Chicos que pueden votar sin que nadie lo cuestione. Por supuesto, personas sin discapacidad intelectual.



Me acordaba de esas pruebas cuando me he desayunado hoy con la noticia de que Mara G.C., una chica gallega de más o menos la misma edad que esos estudiantes de periodismo que tiene discapacidad intelectual y no puede votar. No puede porque se le hizo una prueba sobre su capacitación y actualidad política que suspendió.

Este miércoles el Tribunal Constitucional ha rechazado admitir a trámite su recurso de amparo, avalando al Supremo.

Procede la privación del derecho de sufragio activo a la demandada al constatarse de manera indubitada en las dos exploraciones efectuadas las notables deficiencias que presenta la demandada en tal particular faceta electora, no solo por su sustancial desconocimiento de aspectos básicos y fundamentales del sistema político y del mismo régimen electoral, sino por la constatada influeciabilidad manifiesta de la misma.

Tenemos una ley electoral vetusta que choca con la Constitución y con la Convención de Naciones Unidas sobre Discapacidad al impedir el voto a unas 100.000 personas en una situación similar a la joven gallega y que tendrá que acabar cambiando por lo civil o por lo criminal, pero es que lo de pasar un examen ya es de traca. Hacer una prueba para que las personas con discapacidad intelectual puedan votar es discriminatorio se mire por el lado que se mire. Ninguno de los otros votantes tienen que hacerlo.Asociaciones como Plena Inclusión (el antiguo CERMI) y Federación Down España  ya pusieron el grito en el cielo con razón tras el fallo del Supremo la pasada primavera.

Pues nada, hagamos ese mismo examen por el que pasó Mara a todos aquellos que quieran votar. Preguntemos a todos por quién es el alcalde de su ciudad, pidamos que nos digan tres partidos con representación en el Congreso, preguntemos el nombre de unos cuantos ministros.

Lo mismo nos llevamos una sorpresa y vemos que acaban votando cuatro gatos, lo mismo es que estamos exigiendo de nuevo  a las personas con discapacidad intelectual más que al resto.

Lo mismo es que, también en este caso, les estamos privando de uno de sus derechos fundamentales sin motivo.

#HastaSiempreLeia, la única princesa que siempre quise ser

No me interesó nunca ninguna princesa Disney cuando era pequeña. ¿Quién querría ser Aurora pudiendo ser Felipe y pelearse a caballo con zarzas y dragones? ¿Quién querría ser Cenicienta o Blancanieves y pasarse la vida limpiando? Yo no, desde luego.

Mas tarde llegó La sirenita, que ya podía haberse lanzado a dar un beso al príncipe en lugar de quedarse esperando como una pavisosa y hubiera ahorrado a todos muchos problemas. Bella luego al menos leía, pero me pilló entrando en la adolescencia y tampoco llegue nunca a entender del todo su sindrome de Estocolmo.

Dejando a Disney de lado, también teníamos a Sissi. En Televisión Española en los años ochenta  insistían en repetir las andanzas de la emperatriz austriaca. Tragedia lacrimógena que no invitaba a envidiar a la realeza.

Cuando yo era niña la única princesa que quise ser lo mismo disparaba a los soldados imperiales que pilotaba una moto como Ángel Nieto entre los árboles o que estrangulaba a un monstruo con la fuerza de sus brazos.

La única princesa por la que me habría cambiado acababa rescatando a sus rescatadores, no tenía pelos en la lengua, mandaba como un general, se pasaba por el arco del triunfo estelar las diferencias de clases y no tenía el menor problema en dar el primer paso con un hombre.

La única princesa a la que yo hubiera querido como amiga se despojó de las faldas largas a la menor oportunidad (pero se las volvía a poner cuando le daba la real gana), le gustaba y era diestra con la tecnología y la mecánica, prefería unas botas con las que correr como alma que lleva el diablo antes que unos tacones y era lista como el hambre.

Y todo eso en los años ochenta, en los que no sobraban precisamente los modelos femeninos fuertes a los que las niñas pudiéramos aferrarnos.

Detrás de aquella princesa había una mujer, una actriz de la que nunca supe mucho. Leia brilló tanto que eclipsó a Carrie Fisher. Pero sé bien que sin Carrie Fisher la princesa Leia habría sido otra muy distinta, tal vez una princesa que yo tampoco habría querido ser.

Gracias Carrie por la parte que te toca en la alquimia de Star Wars, gracias por haber sido la única princesa que me interesó, la única que molaba. Gracias por habernos regalado esa otra princesa que muchas de nuestras hijas pueden seguir descubriendo.

Cuando llamo a mi hija de siete años «princesa», estoy pensando en aquella que tú creaste.

Este viernes se estrena ‘Canta’: mejor que ‘Mascotas’, no tan buena como ‘Zootrópolis’

En mi penúltimo post os contaba las películas de animación que más me han gustado recientemente. Mis favoritas del último año son, sin duda, Kubo y las dos cuerdas mágicas y Zootrópolis (Zootopía). Pues si tuviera que elegir una, sin duda sería esa segunda, que ya he podido comprobar que resiste varios visionados sin perder frescura. Kubo solo la he visto una vez en pantalla grande y, aunque me pareció una absoluta maravilla, sé que no es para todos los niños ni para todas las sensibilidades.

Era inevitable que recordase los animales humanizados de Zootrópolis cuando veía con mis hijos en casa los tráilers de Canta la nueva producción de Illumination Entertainment, responsable de Los Minions y el éxito del verano Mascotas, que llega a los cines este fin de semana. De nuevo estábamos ante animales antropomorfos, habitantes de un mundo paralelo y muy similar al nuestro. Si la cinta de Disney reconvertía las películas de una pareja de policías muy distintos condenados a entenderse, Canta hace lo propio con los talent shows. No me hubiera extrañado encontrar a la conejita Judy entre el público del teatro del koala protagonista.

El pasado sábado tuve la oportunidad de verla con Julia y lo cierto es que la disfrutamos. Es una película muy entretenida, que ya en sus avances prometía estar repleta de personajes carismáticos y canciones (todas en inglés, eso sí, con abundancia de pop de reciente factura) y es algo que cumple.

Y respecto a los personajes, resulta complicado elegir un favorito. El cerdo admirador de Lady Gaga Gunter, la cerdita ama de casa que esconde una estrella, la puercoespín adolescente que va de dura, el gorila que no quiere ser malo, el Koala que alberga sueños que multiplican su tamaño, la lagarta de provecta edad, la elefanta tímida de voz prodigiosa… Todos son muy distintos y todos tienen su encanto.
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Pobres niños de San Ildefonso

Justo estos días nos hemos encontrado con una nueva edición de MasterChef Junior. No os voy a hablar de nuevo de la opinión que me merece ese programa que ya se ha convertido en un clásico navideño, pero con él desde luego aflora el debate de hasta qué punto conviene exponer de tal manera en la televisión a los niños, algunos muy pequeños.

Y, de repente, hoy llega un clásico televisivo navideño con niños verdaderamente veterano: el sorteo de la lotería de Navidad con los niños de San Ildefonso cantando números sin parar, dando premios, dejando caer alguna bola, cometiendo algún error, con la voz fallando a veces. Niños expuestos de una manera distinta pero semejante.

Gente buena, respetuosa, amante de los niños, se dedica, cuando los ve en la tele, a opinar sobre ellos, a bromear en ocasiones rozando la crueldad sobre sus voces, su aspecto, sus pequeñas meteduras de pata… Normal, no son locutores profesionales ni modelos. Es un humor que no se permitirían si el niño estuviera delante de ellos o si el niño fuera su niño: uno de sus hijos, uno de sus sobrinos, uno de los niños que conocen y aprecian.

Pues los niños de San Ildefonso son los niños de alguien. Y además son niños, merecedores de todo nuestro respeto, objeto de una especial protección y no el blanco fácil de burlas aún más fáciles, algo que parece el deporte nacional la mañana del 22 de diciembre para muchos.

(EFE/Ballesteros)

Probablemente se subirían por las paredes si eso que ellos mismos están diciendo se lo escucharan a otro adulto respecto a sus pequeños durante su función escolar navideña, otro clásico (no televisado) de estas fechas.

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Guillermo del Toro se acerca de nuevo a la animación infantil con ‘Trollhunters’

Guillermo del Toro es uno de esos cineastas que me gusta seguir porque, aunque no todo lo que haya hecho sea redondo ni mucho menos, todo, absolutamente todo, me resulta interesante y mucho me ha calado. Ha logrado ser autor de obras que no pasan al olvido según termina el visionado y lo único que realmente le podría echar en cara es haber participado en el guion de esa ida de cabeza élfica que es El Hobbit.

El mexicano, conocido sobre todo por El espinazo del diablo y Hellboy, me enamoró hace un par de años con la maravillosa El libro de la vida, la historia de un torero que sabía que no estaba bien matar, estéticamente distinta, culturalmente muy mexicana y de la que os hablé aquí el año pasado. Tras Zootrópolis y Kubo y las dos cuerdas mágicas, El libro de la vida es, sin duda alguna, una de las cintas infantiles que más me han gustado estos dos últimos años. Y no sólo a mí, mi hija y mis sobrinas también sucumbieron a su encanto. Una pena que pasara por España sin pena ni gloria, creo que fue una película infantil antitaurina que no se supo (o no se pudo) vender en el país europeo más taurino.

No hace mucho supe que Guillermo del Toro va a repetir en esto de hacer un producto infantil, y me alegré mucho con la noticia. Se trata en esta ocasión de una serie de animación de DreamWorks Animation TV que se llama Trollhunters.

¿No os recuerdan estos trolls un poco a ‘Hellboy’? Yo veo cierto parecido familiar.

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‘La princesa sin palabras’, un cuento para visibilizar el síndrome de Rett y lograr fondos para su investigación

La de hoy es la historia de un cuento nacido por amor. La princesa sin palabras no ha llegado al mundo tras una cuidada planificación editorial, vinculada a un plan de marketing que tiene en cuenta huecos de mercado y cuyo único objetivo es hacer caja.

Ojo, que no hay nada en contra de las estrategias editoriales, los planes de marketing y generar ingresos, sobre todo si el producto es bueno. Pero no, La princesa sin palabras no tiene nada que ver con todo eso.

Este cuento nace del amor de Laura por su hija Marta, nace del amor de Marta por la vida, y nace del amor de Cruz por su amiga de la infancia y por la niña que tuvo, de la misma edad que la suya y afectada por el síndrome de Rett, la verdadera princesa sin palabras.

«Laura y yo somos amigas desde pequeñas. He tratado estar a su lado  desde sus primeras sospechas y apoyarla en todo lo que fueran necesario. Además, inculcando a mi hija Olivia (que es de la misma edad que Marta) que Marta es una niña como las demás y también quieren jugar con ella, dentro de sus limitaciones. De ahí, la idea de escribir un cuento para los niños como Olivia, para que entiendan lo que le pasa a Marta», me explica Cruz Cantalapiedra, periodista.

Es un amor peleón además. Un amor traducido en cuento que persigue visibilizar el síndrome de Rett, que se conozcan las necesidades de las personas (niñas en su mayoría) que lO tienen y conseguir fondos para que se investigue.

Y yo, que tengo a mi propio príncipe sin palabras, aunque no por una enfermedad sino por una condición, que es el autismo, quiero ayudar un poco recomendándolo desde este blog.

Es un cuento muy sencillo, de pequeño formato, que presenta a Marta, pone en valor sus fortalezas y explica lo que es el síndrome de Rett. Es apto para niños muy pequeños, que lo entenderán sin problemas, y es un libro luminoso, de los que abren los ojos y el corazón.

Marta es una princesa a la que el malvado brujo Rett le robó, entre otras cosas, las palabras. Pero ella sigue siendo una niña como las demás, a la que le gusta que le lean cuentos, bañarse en la piscina y montar a caballo. Sin embargo, hay una cosa que le hace inmensamente feliz: que los demás niños le hagan caso.

Os dejo un fragmento en el que Cruz habla del cuento en su blog Entre Madres.

Como amiga, siempre he intentado estar allí donde pudiera aportar mi granito de arena, comprando calendarios, pulseras o entradas para conciertos solidarios… pero quería ir más allá. De mis muchas conversaciones con Laura sobre Marta y el Rett, se me había quedado grabado su deseo: que se conozca la enfermedad y que los niños comprendan qué es lo que le pasa a Marta, no se asusten y tengan un ratito para dedicarle y sacarle una sonrisa. Así lo he hecho con mi hija, que la considera como una amiga más (el otro día me preguntaba que si Marta ya hablaba y a mí se me desgarraba el corazón, pero le contesté que todavía no, pero lo hará. Por eso estamos luchando todos contra el malvado brujo Rett).
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¿Es Rogue One una película para ir con niños? ¿A partir de qué edad?

Recuerdo perfectamente el momento en el que las películas clásicas de Star Wars me deslumbraron. No tenía ni diez años, eran los ochenta, y mis padres acababan de comprarse un reproductor VHS. Los viernes tocaba visita casi obligada al único videoclub de la ciudad, que era enorme y que lleva muchísimo tiempo cerrado como podéis imaginar. Allí mis padres elegían una o dos películas mientras yo seleccionaba una infantil. Nuestra primera relación con un sistema de televisión a demanda algo arcaico. La única alternativa era tragarse lo que emitieran en los únicos dos canales que había disponibles. Y, ojo, aquello tenía algo bueno: todas las películas de vaqueros y todos los clásicos que tanto disfruté siendo una cría porque eran lentejas.

La película no está recomendada a menores de 7 años.


Pero me voy del tema. La cosa es que una noche de fin de semana me adentré por vez primera desde el sofá de mi salón y en una pantalla que ahora parecería ridículamente pequeña en las aventuras galácticas de Han Solo, Leia y Luke Skywalker. Siempre pensé en lo mucho que me hubiera gustado verlas de niña en cine, que claro que tiene una magia especial. Por eso he acudido a ver en pantalla grande todas las nuevas entregas, y seguiré haciéndolo pese a que de algunas salí horrorizada. Por eso me gusta llevar a mi hija al cine a verlas.

Este sábado dejamos a Jaime con su abuela, que a él el cine no le interesa, y acudimos con Julia a ver Rogue One. Igual que lo hicimos hace un año para ver el Episodio VII, una película que disfrutó mucho con un personaje femenino que le encantó.

Fuimos confiados en que a sus siete años ha visto mucha película compleja para su edad con éxito y que conoce bien el universo StarWars. Como nosotros debía haber muchos padres, porque abundaban los niños, bastantes disfrazados y algunos más pequeños.
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