Archivo de octubre, 2016

Pobreza energética, una lacra vergonzante en un sistema injusto

Por Sergio de Otto – Periodista especializado en energía

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Hoy, lunes 17 de noviembre, es el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza Energética, un problema ignorado hasta hace pocos años pero que ha aflorado especialmente en nuestro país como un síntoma más del insostenible, en tantos aspectos, y también en el social, sistema energético. Hablamos hoy de pobreza energética porque durante los años de la recesión (de esa crisis de la que no hemos salido las personas pese a las cifras macroeconómicas) la necesidad básica que se ha convertido en más inaccesible para millones de hogares en los que se han reducido los ingresos ha sido el acceso a la energía, especialmente al suministro eléctrico.

Efectivamente, en estos casi dos lustros de descenso de la renta de los hogares lo que más subido ha sido el recibo de la luz, muy por encima del coste de la vivienda o la alimentación, entre otras necesidades básicas. Además de este frío, pero tan real, análisis estadístico de evolución de costes e ingresos hay otras muchas causas que nos permiten hablar específicamente de pobreza energética. La principal es, sin duda, la ineficiencia energética de nuestro parque de viviendas en las que la ausencia de las mínimas condiciones de aislamiento son uno más de los efectos de décadas y décadas de construcción ignorando los criterios ambientales.

En el documento de la Fundación Renovables, “Ciudades con futuro”, se afirma que “del parque de viviendas existente en España (26 millones) el 60% al menos no se realizó bajo normas de construcción y de diseño acordes con planteamientos de racionalidad energética y de actuación en relación al clima, sino más bien bajo la ausencia de criterios de minimización de pérdidas motivados por mala construcción/diseño (selección de materiales, cerramientos acristalados mal orientados y de tamaño no lógico, aislantes insuficientes, puentes térmicos…)”. Unas condiciones que afectan especialmente a los más vulnerables, familias en paro, ancianos que viven solos, etcétera.

Los datos que viene ofreciendo -con un gran esfuerzo digno de elogio- en sus estudios la Asociación de Ciencias Ambientales (ACA) sobre la pobreza energética son escalofriantes. Más de cinco millones de ciudadanos no pueden calentar adecuadamente sus hogares en invierno; en 2014 la mortalidad adicional de invierno promedio en España fue de 24.000 muertes por lo que más de 7.000 fallecimientos prematuros estarían asociados a la pobreza energética, mientras que 4.000 personas murieron al año en accidentes de tráfico en el periodo 1996 – 2014.

Pero este gravísimo problema de nuestra sociedad tiene otro enfoque. Mientras que, según el estudio de ACA, “dos millones seiscientos mil ciudadanos (6,9% de la población) dedican más del 15% de sus ingresos familiares al pago de las facturas energéticas” las cinco grandes compañías eléctricas han mantenido sus insólitos beneficios en torno a los seis mil millones de euros anuales, con un margen que dobla el de sus colegas europeos. Una ofensa que se agranda con la existencia de un ineficaz, injusto y obsoleto bono social.

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El día después

Por Juan Castro – Gil – Abogado y Secretario de ANPIER

Las pasadas semanas, después de ver el espectáculo que cierta agrupación política dio autoacuchillándose a sí misma “como si no hubiera un mañana”, dejando con tembleque a un segmento político de la población, que en algún momento llegó a ser mayoritario en nuestro país, me vino a la memoria una secuencia de aquella película de principios de los 80 que nos había dejado sobrecogidos a todos: “El día después”.

Para los más jovenzuelos que no la recuerden, ni tengan ánimo de ver lo mal que le ha pasado el tiempo por encima, transcurría el telefilme durante unos días antes y unos días después del inicio de una supuesta tercera guerra mundial, en la cual, el despipote nuclear nos acercaba a la aniquilación total de unos y otros.

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El día después del desastre, una vez fallecidos el 90% de la población mundial y con el otro 10% metido en túneles de los que no podrían salir hasta que muriesen de cáncer, un grupo de desgraciados se preguntaba: “Pero, ¿quién ha ganado? ¿Nosotros verdad?”.

Triste realidad es que la codicia de unos pocos no permita ver el camino del desastre.

En España contemplamos atónitos como nuestro gobierno en funciones no quiere ni oír hablar de ratificar el Acuerdo de París contra el cambio climático, al que ya se ha sumado hasta la Unión Europea, porque de alguna manera tiene que seguir dando cancha a aquellos codiciosos que les parece mejor pegar una tajada monumental a la ciudadanía cerrando acuerdos multimillonarios de compra de gas argelino, o manteniendo a dos o tres empresarios del carbón en su cúspide de oro, bajo mantras de que las cuencas mineras no pueden vivir de otra forma, prolongando plantas y cementerios nucleares por los siglos de los siglos, mientras se prohíbe y penaliza a toda aquel osado perroflauta que quiera defender la energía verde.

¿Tan limitada es su visión de la realidad que esta gente no es consciente de que ese camino está llevándose por delante el futuro de sus hijos? ¿Realmente creen que la herencia que les dejan, no les va a pasar factura? Cuánto tiempo pasará hasta que alguno de ellos, devorado por la contaminación que asola silenciosamente su ciudad, vuelva a decir: Hemos  ganado, ¿verdad?

Mitos sobre la importación de electricidad en España

Carlos Bravo – Coordinador del Secretariado técnico de Alianza Mar Blava

Hace unos días, en una entrevista que me hicieron en un periódico extremeño sobre la necesidad o no de construir un Almacén Temporal Individualizado de combustible gastado en la central nuclear de Almaraz, el periodista me preguntó si sería posible cerrar esa central en 2020 (cuando acaba su actual permiso de explotación) teniendo en cuenta que “España es un país que tiene que importar mucha electricidad del extranjero”.

Evidentemente le dije que eso no era verdad, que es uno de esos falsos mitos sobre la electricidad que han logrado arraigar en la opinión pública española, fruto de las mentiras interesadas difundidas intensamente durante años por el lobby de la industria nuclear, entre otros.

Una mentira que, lamentablemente, unas veces deliberadamente y otras por pura desinformación, se ha repetido hasta la saciedad, sobre todo en momentos de mayor debate energético acerca del cierre o la continuidad de tal o cual central nuclear.

Lo que sí es cierto es que España es, desde hace muchos años, exportadora neta de electricidad. En conjunto, vendemos más electricidad a nuestros vecinos que la que les compramos. Sólo hace falta ir a los datos oficiales de Red Eléctrica de España (REE) para comprobarlo.

Los datos disponibles más recientes de un año completo, los del informe “El sistema eléctrico español 2015” de Red Eléctrica Española, nos muestran que ese año se exportaron 11.725 GWh y se importaron 11.578 GWh, de modo que el saldo neto de intercambios internacionales de electricidad fue exportador y ascendió a 147 GWh (gigavatios-hora). Es decir, en 2015 exportamos más electricidad que la que tuvimos que importar, al igual que sucede desde 2006. De los últimos 10 años, el 2012 fue el año en que tuvimos el saldo neto exportador más alto (11.187 GWh) y este 2015 el más bajo.

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REE, informe 2015

España está conectada eléctricamente con Portugal, Marruecos, Andorra y con Francia. Además, a través de las interconexiones existentes entre nuestro sistema eléctrico y el de Francia, intercambiamos electricidad con diversos países europeos (incluida Francia, claro está).

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Energía y competitividad

Por Mª Concepción Cánovas del Castillo – Experta en energías renovables

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Bajo el mismo paraguas de preservar la  competitividad de nuestra economía  y por ende la defensa de nuestros puestos de trabajo, se han venido acogiendo posicionamientos energéticos tan  dispares  como los del actual equipo de Gobierno en funciones de mantener el mix de generación existente  y dejar para un medio y largo plazo una política activa a favor de la penetración de renovables, bajo la premisa de que todavía quedan años de investigación  para que estas tecnologías sean competitivas; a posicionamientos como  los  que promueve  la Fundación Renovables junto con otros amplios  colectivos sociales, que entienden que es obligación de todos nosotros aprovechar la tecnología renovable bajo parámetros de rentabilidad, lo que unido a una  mayor racionalidad y electrificación de nuestra demanda energética  se traducirá, además de en una mejora medioambiental,  en un efecto positivo para nuestra economía y en un claro desarrollador de puestos de trabajo.

¿Cómo es posible que posturas tan dispares se amparen bajo este paraguas común de la competitividad?, la postura que eufemísticamente podríamos llamar “negacionista”, más allá  de mantener el estatus quo  el máximo tiempo que sea posible, parece no percibir que competitividad y sostenibilidad hoy en día van de la mano y que no necesariamente cuanto más sostenible es una tecnología es más cara. Prueba de ellos es  que la eólica ya es la tecnología más barata para producir electricidad en Europa como acaba de publicar Bloomberg New Energy Finance; y que  las increíbles reducciones de costes que están experimentando las tecnologías renovables han  llevado a reconocer  al propio  secretario de Energía de Estados Unidos , Ernest Moniz , que aunque la revolución de la energía limpia es demasiado a menudo algo que uno piensa que podría venir dentro de 10 o 20 años, el mensaje que lanza  es que “miren a su alrededor, está sucediendo ahora”.  Estas palabras no pueden menos que producirnos envidia por la capacidad que demuestran de  mantener un espíritu abierto sobre lo que pasa a nuestro alrededor , sin ideas preconcebidas que impidan dar los pasos en la dirección adecuada.

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La transición energética: herramienta de paz

Por Hugo Morán – Exdiputado

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Más de cien empresas de fracking se han declarado en quiebra en Estados Unidos en los últimos dos años. La caída encadenada de los precios del crudo desde 2014 hasta dejar el precio de referencia del barril por debajo de los cincuenta dólares, hace inviable la rentabilidad de los yacimientos de hidrocarburos no convencionales. Sus costes de explotación no pueden competir con los de las técnicas tradicionales en ese rango de precios de venta.

No resulta sencillo analizar las razones últimas que sustentan las decisiones estratégicas de las grandes corporaciones y de los gobiernos, cuando uno cuenta con poco más que mecanismos puramente intuitivos para encajar los datos. Por tanto no es fácil adivinar si la apuesta norteamericana por el fracking tenía como objetivo alcanzar la autosuficiencia de suministro de petróleo, o si por el contrario se trataba de provocar un hundimiento de los precios por la vía de la sobreoferta en el mercado para minorar los costes de la dependencia exterior; estaríamos en todo caso ante una nueva vía para condicionar los flujos del mercado, alternativa a la bélica pero de consecuencias igualmente imprevisibles e incontrolables.

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Nueve datos contundentes para demostrar a tu cuñado que las renovables son baratas

Por Sergio de Otto – Periodista especializado en energía

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En 2015 el Sector de las Energías Renovables aportó al Producto Interior Bruto (PIB) 8.256 millones de euros, registró una aportación fiscal neta de 1.090 millones, contribuyó positivamente a mejorar la balanza comercial española en 2.511 millones, invirtió 230 millones en I+D+i, generó ahorros en el mercado eléctrico por valor de 4.180 millones, evitó importaciones energéticas por 2.353 millones, generó ahorros en derechos de emisión por 309 millones y empleó a 75.475 trabajadores.” Así concluye el prólogo del Estudio del Impacto Macroeconómico de las Energías Renovables en España que la semana pasada presentó APPA (Asociación de Productores de Energías Renovables) por octavo año consecutivo.

Pues no hay nada más que decir. Estas cifras, como tantas otras que figuran en las 160 páginas del informe, son definitivas, son incontestables (ya se hubieran encargado algunos de desmentirlas si hubiera la más mínima debilidad), son los suficientemente elocuentes como para callar la boca de tanto “enterado” como hay en este país que repite el eslogan de “las renovables son caras” sin tener en la cabeza una solo dato sobre potencia y producción, una cifra sobre costes o inversiones, o que ignora los impactos ambientales y retornos sociales de cada tecnología. Como resumen de ese contundente trabajo (tan contundente como silenciado en algunos medios) aquí tienes nueve datos para que también calles la boca a tu cuñado la próxima vez que se haga el importante con tal falacia:

1.-  La aportación total del Sector de las Energías Renovables al PIB en 2015 fue de 8.256 millones de euros (un 0,76% del mismo). Sí, las energías convencionales aportan más pero ¿con qué retornos socioeconómicos? Vamos a verlo.

2.- La balanza comercial del Sector volvió a registrar un saldo positivo, por valor de 2.511 millones en 2015. La cifra se debe a que las renovables realizaron exportaciones por valor de 2.783 millones de euros y solo 273 M€ de importaciones. Casi lo mismo que las convencionales. ¿A cuántas decenas de miles de millones de euros asciende la factura del petróleo, gas, carbón y uranio enriquecido que importamos?

3.- El Sector de las Energías Renovables volvió a ser contribuidor fiscal neto a la economía española. La diferencia entre los impuestos pagados y las subvenciones recibidas en el pasado año fue de 1.090, pues las empresas de renovables aportaron 1.097 millones de euros y recibieron solamente 7 millones en subvenciones. Sí, unas cosas son las primas y otra las subvenciones, estos 7 M€ hay que compararlos con los cientos de millones que recibe el carbón o las centrales de gas por no producir.

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Aportaciones del autoconsumo fotovoltaico a la sostenibilidad urbana

Por Mariano Sidrach de Cardona – Catedrático de la Universidad de Málaga

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Fuente: Flickr/Edmund Tse

Mucho se ha hablado ya del papel que tiene que jugar el autoconsumo fotovoltaico en el necesario cambio de modelo energético que tenemos que realizar.

Vivimos en una sociedad fuertemente dependiente de los combustibles fósiles. Este consumo de energía hace que cada vez sea más difícil respirar aire puro, sobre todo para los habitantes de las ciudades. Por ello, plantearnos un modelo de ciudad más sostenible pasa inevitablemente por reducir el consumo de combustibles fósiles en las mismas. En ciudades como Málaga, donde las viviendas no suelen tener calefacción debido a las bondades de su climatología, casi la totalidad de las emisiones contaminantes son debidas a la movilidad y el transporte. La pregunta pertinente es, por tanto, cómo podemos reducir las emisiones. Para contestar a esta pregunta hay que hacer algunos números para saber dónde y para qué se consume energía en las ciudades, y seguiré con el ejemplo de Málaga.

Si calculamos el consumo energético total de la ciudad de Málaga por sectores, en las mismas unidades de energía, y tenemos en cuenta el número de habitantes de la ciudad, nos encontramos que cada malagueño gasta 22 kWh/día (datos del año 2013). ¿Cómo se distribuye este consumo?

En electricidad 7.0 kWh/día y en combustibles fósiles 15.0 kWh/día, de los cuales 13.7 kWh/día se deben al transporte y movilidad. Del consumo total de electricidad, 3.6 kWh/día corresponden a consumo residencial y el resto a servicios y administración pública.

Cabe destacar que el 89 % de todo el consumo energético residencial es eléctrico y el resto es gas natural y GLP (butano y propano, para entendernos).

En resumen, consumimos mucha energía, en mi opinión demasiada, y la mayor parte de nuestro consumo energético tiene que ver con el consumo in situ de combustibles fósiles. No son de extrañar los problemas de contaminación que padecemos. Evidentemente, este consumo tiene mucho que ver tanto con cómo está configurada la ciudad como con nuestros hábitos y necesidades.

Si quisiéramos cubrir todo el consumo eléctrico de la ciudad de Málaga con sistemas fotovoltaicos, un sencillo cálculo nos dice que sería necesario instalar 1000 MWp, y ocuparíamos un área que supone el 14.4 % del área total urbanizada del municipio de Málaga. Muchos de estos sistemas podrían ser instalados en generación distribuida mediante sistemas de autoconsumo, ocupando tejados y terrazas disponibles. No parece una tarea imposible y crearíamos muchos puestos de trabajo en esta tarea. Una gran cantidad de esta energía se consumiría directamente de los sistemas fotovoltaicos.

De esta forma, tendríamos disponible esta energía eléctrica, que ahora viene de la red, para la carga de vehículos eléctricos, con lo que sí tendríamos una disminución sustancial de las emisiones contaminantes. De acuerdo con los datos actuales, un tercio de los automóviles podrían ser eléctricos sin aumentar el consumo energético actual de la ciudad.

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El suicidio del sector eléctrico

Por Fernando Ferrando – Vicepresidente de la Fundación Renovables

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Del análisis de la realidad energética de los últimos años, definida por el incremento de los precios finalistas de la energía y por la existencia de un compromiso cada vez más fuerte con el medio ambiente y con la sostenibilidad, y de su proyección futura, se puede concluir la necesidad de un cambio profundo en nuestro modelo energético. Ahora bien, el cambio de modelo de suministro no se producirá como consecuencia del liderazgo empresarial del sector eléctrico actual sino más bien por la voluntad social de romper un modelo de suministro que no responde a las necesidades ni a las expectativas depositadas en él.

Las razones que avalan esta premisa hay que buscarlas en una doble dirección: la incapacidad manifiesta y voluntaria de las empresas del sector y la disponibilidad de herramientas para que el consumidor se convierta en un elemento activo y no pasivo.

En todos los preámbulos de la legislación vigente y en la mayoría de informes y artículos que podemos leer, se parte de la base de que el sistema actual ha evolucionado hacia un modelo de mercado liberalizado, calificativo que nos incita a pensar que ya es suficiente para certificar su adecuado funcionamiento.

La realidad no puede ser más contradictoria porque si el modelo es de mercado y liberalizado ¿cómo se explica que cuando la demanda de electricidad baja y la oferta se incrementa el precio suba?

La principal razón de este sinsentido es que ha primado más, dentro de la estructura accionarial y ejecutiva del sector eléctrico, el mantenimiento de la rentabilidad del capital que la prestación de un servicio público.

La exigencia de tasas de rentabilidad sobre el capital invertido de más de 2 dígitos (entre el 12 y el 15%) en todos los proyectos que los fondos de inversión, especialmente activos en la caza de oportunidades en la actualidad, y que también exigen los accionistas a las nuevas iniciativas, lleva implícito que los costes de la electricidad seguirán subiendo. Por supuesto, para mantener el estatus cuentan con la necesaria aquiescencia y colaboración de los poderes públicos, más interesados en satisfacer la voluntad económica y empresarial que las necesidades de quien los eligió para ejercer sus funciones.

El sector eléctrico actual ha tenido y tiene la capacidad para liderar un cambio en el modelo energético actual pero su cada vez más deteriorada reputación y su necesidad de mantener una estructura operativa no sostenible hace que la sociedad los vea más como los agentes causantes del encarecimiento de la energía que como los agentes sobre los que se debe construir el futuro.

Si por otro lado analizamos los avances tanto en las tecnologías de información y comunicación como en las tecnologías comercialmente disponibles para generar energía eléctrica y cubrir nuestras necesidades con eficiencia, podemos observar que ya es posible hacerlo no solo con la mitad de energía, sino que ésta, además, puede ser producida, en un alto porcentaje, con fuentes de energía renovables y desde los lugares de consumo.

Esta situación, obviamente, pone en riesgo el modelo actual centralizado y de oferta porque supondría continuar con la reducción de la actividad de muchas de las centrales que hasta ahora funcionan para cubrir nuestras necesidades, causa original de que el sistema empresarial actual intente retrasar la aparición de nuevas formas de abastecimiento de energía más baratas y más respetuosas con el medio ambiente como son las energías renovables, o incluso descalifique iniciativas como las anunciadas por algunos ayuntamientos que pretenden asumir la cobertura de suministros que actualmente el sistema realiza satisfactoriamente.

El modelo energético del futuro va a seguir necesitando empresas que se encarguen de la gestión de los excedentes y del suministro de la energía no cubierta por los sistemas de generación del consumidor, pero su configuración deberá estar más cercana a la prestación de servicios finalistas que a la oferta actual de venta de energía exclusivamente.

La sociedad tiene la palabra para exigir y adoptar nuevos modelos de cobertura de sus necesidades energéticas partiendo tanto de una realidad tecnológica y económica ya disponible, como de la aparición de nuevas empresas que están cubriendo las oportunidades que el sistema tradicional no está asumiendo en la oferta de energía y en la prestación de servicios. Hay que hacer una especial mención a los primeros pasos que la economía colaborativa está dando también en materia energética y que permitirá que las relaciones de intercambio entre consumidores sean una realidad en el futuro cercano.

Las empresas del sector eléctrico deben adaptar su modelo de negocio, asumiendo la pérdida del poder hegemónico que ahora tienen con el control de toda la oferta de  energía que demandamos como consumidores.

Retrasar la llegada del nuevo modelo por parte del sector tradicional supone mantener la rentabilidad a corto plazo, pero también supone quemar la credibilidad necesaria para asumir los retos del futuro.

Es cuestión de elegir y me temo que la mayoría ya han apostado por el corto plazo o lo que es lo mismo por el suicidio.

 

 

La UE nos da una sorpresa agradable: la ratificación conjunta del Acuerdo de París.

Por Laura Martín Murillo – Directora de la Fundación Renovables

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Cumbre del Clima (ARCHIVO)

El viernes la UE acordó la ratificación en grupo del Acuerdo de París y aunque esta decisión se venía impulsando en las últimas semanas, no ha dejado de ser una sorpresa agradable.

Me parece siempre que las lecturas sobre el acuerdo de París de cambio climático del año pasado se han movido en general entre la realidad y el deseo: la realidad de unos resultados poco ambiciosos y el deseo de que el acuerdo internacional impulse por fin en los gobiernos el compromiso de actuar sobre un desafío planetario que está modificando nuestro mundo a una velocidad impensable hace solo algunas décadas y cuyos impactos van a ser devastadores.

Aunque parezcan contradictorias, ambas lecturas son necesarias, la que nos recuerda que con lo que hay hoy encima de la mesa en compromisos por parte de los países no hay suficiente, ni de cerca, para salvarnos de un calentamiento peligroso y la que, poniendo un pie en el acuerdo de París, quiere dejar de mirar atrás y comenzar la marcha firme hacia la descarbonización de nuestras economías.

El proceso de ratificación

Para avanzar el acuerdo tiene que entrar en vigor cuanto antes y para eso tienen que estar ratificado por 55 paises que sumen el 55% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Hasta el viernes, 61 países habían firmado el acuerdo, pero representaban solo un 48% de las emisiones de efecto invernadero.

Lo cierto es que si lo comparamos con otros procesos, la ratificación de este acuerdo se está produciendo de una manera rápida en muchas regiones del mundo. Las razones son varias, una de las principales es el temor a que las elecciones en Estados Unidos lleven a Trump al poder. El que puede ser el peor presidente nunca imaginado cuenta entre sus numerosos defectos con ser negacionista climático. Si Trump gana, puede ser que le resultase más difícil bajarse de un acuerdo que ya está en vigor, por lo que los países están acelerando su consecución. Y hay también por supuesto otras razones: que por fin China se ha decidido a liderar, que los signos de la catástrofe que se nos avecina son más alarmantes cada día y que los compromisos no son lo suficientemente ambiciosos para que en los países se genere mucha oposición interna a la ratificación. En cualquier caso el proceso hasta el viernes iba como un rayo, pero sin Europa.

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