Por Hugo Morán – Exdiputado
Más de cien empresas de fracking se han declarado en quiebra en Estados Unidos en los últimos dos años. La caída encadenada de los precios del crudo desde 2014 hasta dejar el precio de referencia del barril por debajo de los cincuenta dólares, hace inviable la rentabilidad de los yacimientos de hidrocarburos no convencionales. Sus costes de explotación no pueden competir con los de las técnicas tradicionales en ese rango de precios de venta.
No resulta sencillo analizar las razones últimas que sustentan las decisiones estratégicas de las grandes corporaciones y de los gobiernos, cuando uno cuenta con poco más que mecanismos puramente intuitivos para encajar los datos. Por tanto no es fácil adivinar si la apuesta norteamericana por el fracking tenía como objetivo alcanzar la autosuficiencia de suministro de petróleo, o si por el contrario se trataba de provocar un hundimiento de los precios por la vía de la sobreoferta en el mercado para minorar los costes de la dependencia exterior; estaríamos en todo caso ante una nueva vía para condicionar los flujos del mercado, alternativa a la bélica pero de consecuencias igualmente imprevisibles e incontrolables.
La caída del precio del petróleo arrastró en efecto dominó a la del resto de materias primas, desestabilizando a todos los países productores, al tiempo que aliviaba de forma sustancial la presión sobre los compradores, inmersos en una larga crisis que había estallado ya allá por 2008. Ahora la acumulación de suspensiones de pagos de las petroleras, en un negocio altamente bancarizado, amenaza con dejar en mantillas el agujero de las subprime.
Tras una tormentosa negociación la OPEP ha decidido, por primera vez tras ocho años de política de incrementos de producción, reducir la extracción de crudo en unos setecientos mil barriles a fin de relajar la presión de la oferta y con ello empujar los precios al alza. Queda por saber lo que decidirán los países productores ajenos a la Organización, principalmente Rusia, o hasta dónde estará dispuesta Arabia Saudí a arriesgar su liderazgo estratégico mediante una subida de precios que pudiese colocar de nuevo al fracking en el tablero.
La inmensa mayoría de países ha sido históricamente mera espectadora de estos movimientos en el tablero de la energía. Nos hemos acostumbrado a convivir con crisis recurrentes cuyos efectos llegaban a Occidente sólo en su vertiente económica, como si la convulsión permanente en Oriente Próximo y Oriente Medio y la guerra fuese el destino natural de esa parte de la humanidad condenada por su geografía. Y es la disponibilidad de energía la que decide, en buena medida, las oportunidades de desarrollo de unas naciones en detrimento de otras.
La disputa por las fuentes de energía ha sido el origen de muchos de los más sangrientos conflictos que el Planeta ha sufrido, y no parece que pueda ponerse fin a esta maldición sin romper antes con la crudo-dependencia. La cuasi-ubicuidad de las fuentes renovables, así como su disponibilidad ilimitada, hace que se nos presenten como una oportunidad de pacificación digna de ser tenida en cuenta; ojalá no la desperdiciemos.
La caída de los precios del petróleo no es efecto de un exceso de oferta, si no de un hundimiento de la demanda. Parece lo mismo, pero no lo es: es mucho más grave.
11 octubre 2016 | 10:38