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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Los insecticidas contaminan los ríos de Europa

Parecen limpios, naturales, rebosantes de vida, pero están enfermos. Los ríos de Europa sufren una grave contaminación. Y la culpa no la tienen las fábricas ni los vertederos. La culpa la tiene una agricultura industrial que riega los campos de insecticidas, productos sintetizados que al final acaban en la red fluvial arrastrados por las lluvias o vertidos directamente por incorrectos manejos de los agricultores.

La tendencia futura es mucho más alarmante. Según recoge el servicio Euroalert de la Unión Europea, se espera que los ríos cada vez estén más afectados por los plaguicidas.

Los resultados de este estudio, llevado a cabo por científicos del Centro Helmholtz de Investigación sobre el Medio Ambiente (UFZ), han sido publicados en la revista Ecological Applications y demuestran cómo el uso de insecticidas para fines agrícolas puede poner en serio peligro los ríos europeos. Tras realizar comparaciones de proyecciones climáticas y cambios en el uso del suelo, los miembros del proyecto concluyeron que el uso de este tipo de sustancias podría provocar que extensas áreas entren a formar parte en los próximos años del 40% de la superficie continental donde los ríos ya no gozan de una situación ecológica óptima.

¿La razón? El cambio climático aumentará las poblaciones de insectos, estos acabarán convirtiéndose en plagas, y el empleo de insecticidas para luchar contra ellos se disparará. Se prevé que en 2090 el uso de plaguicidas se multiplique por 23 en Europa, dependiendo del grado de aumento de la temperatura y de los cambios en el uso del suelo.

Para mitigar este impacto los científicos recomiendan crear zonas de amortiguación a lo largo de los ríos. Y aunque no lo señalen, esas zonas deberían apostar por la agricultura ecológica, la única que logrará dejar de emponzoñar el campo, el agua y nuestros alimentos.

Estas reservas se convertirían así en refugio para las especies amenazadas, desde donde iniciar futuras repoblaciones una vez se lograra reducir las elevadas concentraciones actuales de insecticidas. Imprescindibles custodios de biodiversidad y salud.

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Semillas ‘blindadas’ que envenenan el campo

En los últimos 50 años el agricultor (no todos pero la mayoría) ha pasado de cuidar la tierra a envenenarla. La nave donde guarda el tractor es ahora un almacén lleno de peligrosos productos químicos de toda índole: fertilizantes, insecticidas, herbicidas,… Ponzoñas a mayor gloria de las cosechas productivas, que no cosechas rentables, pues luego el precio irrisorio recibido por ellas apenas cubre los costos de tan complejo manejo fitosanitario. Ni el de las enfermedades derivadas de unos usos inadecuados para los que nunca ha recibido más formación que la contraetiqueta de los envases.

El rociado del campo con toda clase de venenos se ha hecho habitual. Eso lo aceptamos como un mal menor de los nuevos tiempos. Pero lo que no sabíamos es que hasta las semillas con las que se siembra matan. Son las llamadas «semillas blindadas«, esos granos de trigo, maíz, avena o cebada tratados con plaguicidas para impedir el ataque de insectos y hongos. Convenientemente coloreados, somos conscientes de su peligrosidad. Pero los animales no lo saben. Y se los comen. Especialmente las aves.

Los cazadores están preocupados por los efectos de estas semillas envenenadas en las poblaciones de perdiz roja. Por ello, la Real Federación Española de Caza (RFEC) y la Oficina Nacional de la Caza (ONC) han encargado un estudio al Grupo de Toxicología de Fauna Silvestre del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC).

No os lo vais a creer, pero durante décadas se ha estando sembrando veneno en el campo sin que se hubiese analizado antes su previsible impacto en el medio ambiente. Confirmando los temores de los más pesimistas, los primeros resultados son mucho más alarmantes de lo esperado. Aplicando la dosis recomendada por el Ministerio de Medio Ambiente y Rural y Marino se producen intoxicaciones agudas de las perdices, que pierden peso, capacidad reproductora e incluso algunas llegan a morir.

El problema no es tan sólo para las perdices, con poblaciones en serio declive en toda España. Lo mismo ocurre con otras especies no cinegéticas propias de ambientes agrícolas como la avefría (Vanellus vanellus), la alondra común (Alauda arvensis), la calandria (Melanocorypha calandra) o el sisón común (Tetrax tetrax). Cada vez son menos y cada vez están más intoxicados.

Se ve venir. Al final convertiremos el campo en higienizadas parcelas de producción agrícola y ganadera, donde gobernarán a su antojo y beneficio las multinacionales químicas. O quizá ya lo hacen. Pero eso no son campos. Eso son camposantos, cementerios de biodiversidad, tristes reductos de intoxicación alimentaria.

En este enlace puedes consultar el primer informe del estudio realizado por el Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC), patrocinado por la RFEC y ONC con la colaboración de la Fundación Biodiversidad.

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