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Matan 4.700 ballenas para comprobar que están delgadas

La comunidad científica internacional está estos días tan horrorizada como dividida. La culpa la tiene un estudio científico japonés publicado en la Polar Biology, la revista más prestigiosa del mundo en investigaciones sobre ecosistemas polares.

El reciente trabajo de cuatro japoneses y un noruego sugiere que, en aguas subantárticas, las ballenas Minke (Balaenoptera bonaerensis) han perdido un 9% de su grasa corporal en 18 años debido a la escasez del krill, probablemente por efecto del cambio climático. Como recoge el periódico Público, la historia no tendría mucho mayor interés si no fuera por que «para evitar errores estadísticos» se han cazado 2.890 ballenas macho adultas y 1.814 hembras preñadas. 4.700 ballenas cazadas de forma supuestamente legal (interés científico, aseguran) para comprobar que los pobres animales están cada vez más delgados por falta de comida.

La caza de ballenas está prohibida en el mundo desde hace 23 años «salvo para fines científicos». Son precisamente este tipo de estudios los fines científicos que justifican la matanza ballenera japonesa, miles de ejemplares todos los años de cuya carne luego dan cuenta los más caros restaurantes nipones a precios de crimen contra la Humanidad.

Lo lógico hubiera sido que los referees o censores científicos encargados de supervisar el trabajo para Polar Biology lo hubieran rechazado de plano por inmoral. Pero para muchos especialistas, hacer Ciencia, con mayúsculas, está por encima de cualquier limitación ética.

Y no me creo, como aseguran sus autores, que esta investigación vaya a ser fundamental para garantizar la supervivencia de la especie. Las Minke no están ahora en peligro de extinción desde que se acordó la moratoria de su caza pero, si les dejamos a los balleneros, lo estará en poco tiempo, al margen de que con esta matanza hayamos obtenido «con escaso margen de error» evidencia científica de que el calentamiento global puede perjudicar a las ballenas.

¿Qué os parece que elegirían los pobres animales si les dejáramos? ¿Sacrificarse por la ciencia o adelgazar? En mi caso lo tengo claro, antes en los huesos que en sushi.

Sobre estas líneas, imagen distribuida por el gobierno australiano donde se ve cómo un ballenero japonés captura a una hembra Minke y su cría en el Océano Ártico, dentro de su supuesto programa de pesca científica.

Esculturas gigantes con esqueletos de ballenas

Hace ahora ocho años, un gigantesco rorcual común (Balaenoptera physalud) apareció muerto en Majanicho, un pequeño asentamiento de pescadores en el norte de Fuerteventura.

Se trataba de una hembra de 19 metros de longitud y un peso estimado de 15.000 kilos. Murió tras enredarse accidentalmente con un cabo de más de 300 metros de longitud. Enrollada en su boca, la cuerda le impidió alimentarse con normalidad, muriendo de hambre. Cuando el cadáver arribó a las costas majoreras, aún mostraba en su piel las dentelladas de tiburones y orcas que intentaron aprovechar parte de sus despojos.

No olvidaré nunca la imagen de ese inmenso animal de piel blanquecina arrumbado sobre la negra piedra volcánica, contra el que las olas chocaban como una roca más.

Hasta entonces todos los cetáceos varados eran trasladados al vertedero y enterrados allí. En esa ocasión el Cabildo de Fuerteventura aceptó la propuesta de los especialistas de convertirlo en una descomunal escultura. Enterrado para facilitar la limpieza natural de sus huesos, durante dos años los insectos hicieron la mayor parte del trabajo. Posteriormente, gracias a la habilidad de los técnicos de Canarias Conservación, su formidable osamenta ha quedado expuesta al aire libre en el Museo de la Sal, integrada en un paisaje marino que le pertenece por derecho propio.

La iniciativa ha tenido éxito y sólo en Fuerteventura ya está prevista la realización de una original Senda de los Cetáceos, a la que se suman el esqueleto de un cachalote de 15 metros en Morro Jable y de un zifio de Cuvier en el Centro de Interpretación del Faro de Jandía.

También en la vecina isla de Tenerife, donde el pasado 18 de julio la Fundación Global Nature inauguró otra de estas inmensas esculturas de la naturaleza en la localidad de Los Silos.

Nunca será lo mismo que ver a las ballenas nadando libres por el mar, pero al menos en esqueleto nos servirán para recordarnos su gran belleza y la permanente amenaza en la que nos hemos convertido.