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Bienvenido el plan contra las pseudoterapias, pero ¿quién protegerá a los niños?

La ciencia y la medicina no son de izquierdas ni de derechas. Y por tanto, la pseudociencia y la pseudomedicina tampoco lo son. Podría hacerse un retrato simplista de los grupos anticientíficos a los dos lados del arco: la derecha milagrera y la izquierda feng-shui (como acuñó el periodista Mauricio-José Schwarz). Estos grupos existen, pero sería muy aventurado decir que son algo más que estereotipos. Lo cual no significa que los estereotipos no existan. Pero no es un carnet político lo que da la razón, ni tampoco lo que la nubla.

En algunos casos sí son factores culturales, anclados en la tradición de un pueblo. En EEUU nadie consigue limitar la tenencia de armas, a pesar de lo probadamente nocivo de la barra libre, no porque lo diga la Constitución de aquel país, sino porque lo hace el espíritu que inspiró esa Constitución. En el terreno de las pseudoterapias, países como Francia y Alemania arrastran una inercia difícil de romper: el inventor de la homeopatía, Samuel Hahnemann, era alemán; y la mayor multinacional del mundo de esta pseudoterapia fraudulenta, Boiron, es francesa.

En este país nuestro existe un consolidado tic mental de dar por bueno todo lo que se hace fuera, todo lo que viene de fuera. Y este es un argumento al que suelen agarrarse los defensores de las pseudoterapias, su estatus legal o su popularidad en otros países. Noticia fresca: no existe ninguna evidencia de que los españoles seamos menos inteligentes que los extranjeros, ni más propensos a dejarnos llevar por supersticiones, mitos o bulos.

Por lo tanto, legislar sobre las pseudoterapias no debería basarse en ninguna necesidad de mimetizarnos con nuestro entorno. Pero tampoco debería depender de qué color gobierne en cada momento.

La ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, y el ministro de Ciencia, Pedro Duque, presentando el Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias el pasado 14 de noviembre. Imagen del Ministerio de Ciencia.

La ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, y el ministro de Ciencia, Pedro Duque, presentando el Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias el pasado 14 de noviembre. Imagen del Ministerio de Ciencia.

El primer (y esperado) paso del actual gobierno contra las pseudoterapias, concretado esta semana en el anuncio de un plan de regulación, no es un producto de una ideología política, sino del hecho de que por primera vez se da la circunstancia de que los dos puestos de máxima responsabilidad gubernamental en Ciencia y Sanidad no están ocupados por filólogos, financieros o abogados inmobiliarios, sino por dos personas (Pedro Duque y María Luisa Carcedo) guiadas por un criterio que debería exigirse en estos casos, un conocimiento profundo de la ciencia y la medicina, respectivamente.

Es decir, no basta con la titulación adecuada, que es el primer requisito esencial; como suelo pregonar aquí, nadie aceptaría a alguien al frente del Ministerio de Economía que no fuera economista, o del de Justicia sin titulación en Derecho. Pero no es un secreto que existen numerosos profesionales de la Sanidad que no solo defienden las pseudoterapias, sino que las prescriben. Hace unas semanas se publicó la estrambótica noticia de que una institución denominada Ilustre Academia de Ciencias de la Salud Ramón y Cajal ha premiado a un homeópata. Lo cual resulta aún más esperpéntico teniendo en cuenta lo que Santiago Ramón y Cajal escribió sobre la homeopatía en su último libro, El mundo visto a los ochenta años:

¿No curan lo mismo hoy los homeópatas, la Christian science de Baker-Eddy y el psicoanálisis de Freud? El hombre dispone de reservas inagotables de fe en lo sobrenatural o simplemente en el absurdo.

(La Christian science era un presunto método de sanación espiritual creado por la estadounidense Mary Baker Eddy, fundadora de la Iglesia de Cristo, Científico, y muy en boga en tiempos de Ramón y Cajal; por su parte, el psicoanálisis ha recibido acusaciones de pseudociencia desde su invención.)

Pero además, al poder y el saber debe sumarse el tercer factor: querer. La voluntad de cambiar el actual estatus de las pseudoterapias no solo se enfrenta a la inercia del sistema, sino también a los numerosos intereses económicos implicados, incluyendo grandes negocios como el de la homeopatía y la penetración de sus practicantes y prescriptores en los órganos de decisión de ciertas organizaciones profesionales.

En resumen, el plan anunciado por el gobierno analizará las propuestas terapéuticas desde el único prisma posible, el de la evidencia científica, para informar a la población sobre las diferencias entre las terapias de eficacia comprobada y las que no la tienen ni se basan en pruebas científicas. Se combatirá la publicidad engañosa de las pseudoterapias, algo espinoso pero muy necesario, y tanto las pseudoterapias como sus practicantes quedarán fuera de los centros sanitarios y de las titulaciones universitarias.

En la presentación del plan el pasado miércoles, Pedro Duque resaltaba que no se trata de dirigir las creencias de cada cual, sino de que nadie elija una pseudoterapia por una falta de acceso a la información veraz. Y si alguien quiere jugar con su salud en contra del conocimiento, que lo haga bajo su propia responsabilidad, a sabiendas de que atenta contra sí mismo.

Sin embargo, este planteamiento deja una vía de agua, y es una de extrema gravedad: ¿quién protege de las pseudoterapias a aquellos que no pueden protegerse por sí mismos? La homeopatía encuentra uno de sus filones en la pediatría, y esto es algo que el enfoque del plan no contempla, como tampoco el hecho de que son los padres quienes toman la decisión de no vacunar a sus hijos. Si se trata de proteger la salud contra las pseudoterapias, la libertad de elección no puede amparar la desprotección de la infancia.

Pedro Duque, un astronauta para el despegue de la ciencia española

Imagino que quienes tenemos alguna relación con el mundo de la ciencia, incluso los que no nos adherimos a ninguna bandera, esperábamos casi como apuesta segura que el nuevo rumbo político pusiera fin a lo que ha sido en los últimos años un desmantelamiento del sistema científico español por activa y por pasiva.

Cualquiera que haya querido interesarse por ello ha podido leer en los medios que la desidia práctica del anterior gobierno con respecto a la ciencia y la tecnología no era una cuestión de apreciaciones partisanas coloreadas por sesgos ideológicos, sino una realidad que en los últimos años ha hecho retroceder a España un puesto en el ránking mundial por número de publicaciones, según datos del Journal & Country Rank de SCImago.

Y esto por citar solo un ejemplo concreto de una de las principales magnitudes que miden objetivamente el desempeño científico de un país, sin entrar siquiera en el malestar y el desánimo que han cundido entre la comunidad científica; en otros sectores, una falta de sintonía tan evidente suele hacerse muy visible a través de medidas como las huelgas generales. En ciencia los efectos de esta situación no se ven mirando por la ventana, sino que se sienten a largo plazo, y es por esto que la política cortoplacista prefiere barrerlos bajo la alfombra.

Pero además de la esperada noticia de la restauración del Ministerio de Ciencia, hoy ha sido una magnífica sorpresa la designación de Pedro Duque a su frente. El astronauta (ellos suelen decir que «ex» no se es) e ingeniero es, por primera vez en la historia de este país, una persona con sólida competencia científica al frente de un Ministerio de Ciencia. No, no me he olvidado de otras personas que asumieron el mismo cargo, y me reafirmo en lo dicho.

Pedro Duque. Imagen de GTRES.

Pedro Duque. Imagen de GTRES.

Pedro Duque cuenta, en mi opinión, con rasgos que le convierten en un ministro de ciencia ideal, tanto por lo que es como por lo que no es. Respecto a esto último, no han faltado en Twitter las opiniones (minoritarias, hasta donde he podido ver) que reprochan al nuevo presidente Pedro Sánchez el haber elegido a un técnico, y no a un fiel soldado. En este blog ya me he declarado cien por cien partidario de la tecnocracia cuando se trata de gestionar asuntos que solo una persona con la formación técnico-científica necesaria puede comprender. Los bustos parlantes no arreglan problemas, sino que se limitan a tratar de hacer ver que no existen.

Es más: hoy muchos de los países más desarrollados cuentan también con comités científicos asesores con interlocución al más alto nivel en los gobiernos, ya que hoy es imposible gobernar sin contar con aquello que los científicos tienen que decir sobre el impacto de la actividad humana en múltiples campos que a su vez tienen una influencia clave en la economía.

Pero además, el hecho de que Duque no sea un personaje político le convierte en una figura transversal, cuya gestión al frente de la ciencia española podrá ser evaluada también de forma transversal. La ciencia depende de la política y, por lo dicho, la política depende de la ciencia mucho más de lo que algunos quieren creer. Pero con independencia de las inclinaciones políticas que predominen entre los miembros del estamento científico, la política científica no puede estar sujeta a quién clava su bandera en la colina.

Otro mérito de Duque es su amplia experiencia mixta, en lo público, en lo privado, en el terreno internacional y en el ámbito interdisciplinar. Los astronautas asignados a funciones científicas en la Estación Espacial Internacional (ISS) deben tener la capacidad de actuar como aquellos naturalistas de las antiguas expediciones de exploración que sabían de todo, ya que deben manejarse con experimentos de distintas disciplinas, desde la física a la biología, tanto en su ejecución directa como en la interlocución con los investigadores responsables. Además, su carrera como creador de empresas innovadoras le convierte en un buen conocedor de cómo funciona ese torrente sanguíneo que da vida al sistema de ciencia y tecnología, el flujo desde la investigación básica a la aplicada, al desarrollo de nuevas tecnologías y a su traducción en el impulso innovador de un país.

Pero añadido a todo lo anterior, Pedro Duque es una figura de autoridad universalmente conocida y reconocida en este país, y no hay muchas personas más que cumplan este perfil. A través de su popularidad, puede actuar también hacia el gran público como canalizador de la ciencia y como concienciador de su importancia.

Por último, tampoco es un detalle irrelevante que su sector de especialización sea el aeroespacial. Se trata de una disciplina cada vez más pujante en todo el mundo y que está atravesando transformaciones con un inmenso potencial. En España su situación es ambigua: existe una base muy potente de investigadores y empresas, pero a menudo se han quejado del insuficiente apoyo en un país que ni siquiera cuenta con una agencia espacial propia.

En resumen, Pedro Duque tiene por delante un reto complicado, devolver la ciencia española al lugar del que nunca debió salir. Pero ya tiene experiencia en despegues.