No sabemos de dónde salió el coronavirus, y quizá nunca lo sepamos

Los libros de historia del futuro hablarán sobre el origen del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la pandemia de COVID-19 de 2019-202?, la mayor catástrofe epidémica infecciosa desde la de la gripe de 1918. Pero ¿qué contarán esos libros?

Es posible que cuenten que jamás llegamos a conocer el origen del virus. Lo raro sería lo contrario: aunque se sabe que la gran mayoría de los patógenos emergentes son de origen zoonótico (saltan azarosamente desde animales a humanos), en la mayor parte de los casos se desconoce cómo, cuándo, dónde y desde qué especie se produjo esta invasión. Ciertas voces mal informadas, o deliberadamente sesgadas, o ambas cosas, suelen comparar el caso actual con el del SARS-1 en 2002 y el del MERS en 2012, cuyos orígenes sí son conocidos (al menos el del SARS-1, no exactamente el del MERS, como voy a explicar).

Pero si se citan estos dos casos concretos es precisamente porque las excepciones a la regla son minoritarias. En el primero, el coronavirus del Síndrome Respiratorio Agudo Grave, hoy llamado SARS-1, el clúster inicial de pacientes estaba bien localizado en Guangdong, China; casi la mitad de los afectados eran vendedores de comida o de animales en un mercado concreto. Los primeros test encontraron el virus en las civetas que se vendían en el mercado. En el caso del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio, los primeros infectados eran tratantes de camellos; poco después se descubrieron anticuerpos contra el virus en el 100% de los camellos testados.

Pero cuidado: quienes de esto concluyen que el origen del SARS-1 y el MERS se zanjó en unos meses, o están mal informados, o están mintiendo. Encontrar en una especie diferente a la humana el mismo virus que se está propagando entre los humanos no prueba que dicha especie sea el origen de la zoonosis; puede ser que el salto se haya producido en sentido contrario.

Solo analizando la evolución de los genomas del virus a lo largo del tiempo, trazando mapas genéticos cronológicos y encontrando los «eslabones perdidos» anteriores en el tiempo y coherentes en el espacio puede esclarecerse el origen real de un virus; es una combinación de investigación científica y trabajo detectivesco hasta llegar a delinear un modelo sin fisuras, inequívocamente plausible (del plausible inglés, dado que su traducción española no es del todo equivalente).

Y en el caso del SARS-1 esto no fue cuestión de meses. Sino de 15 años. Quince años de investigaciones, hasta que se encontraron en un murciélago todos los bloques genéticos que, junto con los mapas evolutivos, dibujaban un recorrido claro del virus desde estos animales a los humanos. En cuanto al virus del MERS, se encontró en murciélagos, y en algunos de estos animales se hallaron coronavirus relacionados. Pero lo cierto es que aún no se ha localizado la especie concreta en la que pudo surgir el virus humano ni se ha podido determinar con exactitud cuándo se produjo la zoonosis.

Mercado de Huanan, en Wuhan. Imagen de Skoleopgave1 / Wikipedia.

Mercado de Huanan, en Wuhan. Imagen de Skoleopgave1 / Wikipedia.

En el caso del SARS-2, causante de la COVID-19, se encontró un primer clúster en el mercado de Huanan, en Wuhan. Pero posteriormente se describieron casos anteriores a este primer clúster que no tenían ninguna relación con el mercado, e incluso existen posibles indicios, no suficientemente contrastados, de que el virus pudo estar presente en otros lugares del mundo antes que en Wuhan. Se encontró el virus en muestras ambientales del mercado de Huanan, lo cual era esperable, pero no así en ninguno de los animales allí testados. El virus se ha encontrado en numerosos gatos de Wuhan; pero según lo ya dicho, esto no prueba nada, como tampoco el hecho de que el virus infecte fácilmente a otras especies como hurones, visones o hámsters. Se han encontrado virus estrechamente emparentados en murciélagos; pero no todos los bloques genéticos que expliquen su camino evolutivo hasta los humanos. Todo esto es, por el momento, un puzle imposible de resolver. No existe un modelo plausible. Quizá se acabe llegando a él, o quizá no.

Hasta aquí, lo anterior nos lleva a dos ideas. Primera, quienes encuentran escandalosamente sospechoso que casi en un año y medio aún no se haya descubierto el origen del virus no saben de qué están hablando. O si saben de qué están hablando, no están contando la verdad. Segunda, y por supuesto dando por descontada la opacidad de las fuentes oficiales chinas y las innegables trabas que han puesto en el camino de los investigadores empeñados en desvelar el origen del virus, lo que el público parece desconocer es que la mayor parte de la información científica publicada sobre el origen del virus, sobre todo en los primeros momentos, procede de científicos chinos. Y estos datos, como vemos, no demuestran sin fisuras un origen azaroso del brote, como se supone que le interesaría presentar a la oficialidad china.

Es más, cuando el director del Centro de Control de Enfermedades de China, Gao Fu, anunció públicamente en mayo de 2020 que las muestras tomadas de animales de Huanan habían sido todas negativas, y que el mercado actuó como sede de un evento inicial de supercontagio, pero que no fue el foco original del virus, realmente desperdició una ocasión inmejorable para declarar justo todo lo contrario: que se había encontrado el virus en animales del mercado, que por tanto el foco inicial fue el mercado, origen natural, caso cerrado.

Pero si ya es científicamente difícil determinar el origen de un virus, aún lo es más cuando ya es imposible despolitizar lo extremadamente politizado. Por supuesto que las investigaciones deben continuar durante los años que sea preciso. Los científicos deben pronunciarse claramente a favor de la necesidad de impulsar estas investigaciones, como ya están haciendo. Los políticos y los organismos deben apoyar y financiar estas investigaciones, como algunos están haciendo, otros no tanto.

El problema es que a estas alturas es imposible desvincular lo que debería ser puramente un empeño científico de sus motivaciones políticas. Cuando los científicos piden públicamente más investigaciones para esclarecer el origen del virus, lo único que están dejando de manifiesto es que aún no hay pruebas para demostrar al cien por cien una zoonosis natural y azarosa ni para descartar al cien por cien la intervención de un laboratorio. Y que deben seguir buscándose. Esta es hasta ahora la única intersección que puede extraerse de las distintas visiones de los científicos.

Sin embargo, ningún científico experto con experiencia relevante en este campo, repito, ninguno, afirma que el virus escapó de un laboratorio. Todos admiten que no existen pruebas para descatarlo por completo, porque no existen. Algunos sospechan que pudo ser así. Y unos pocos lo dicen. Varios de estos últimos, algunos de ellos científicos muy reputados, han declarado que en respuesta a sus artículos, ya sean estudios científicos o piezas de opinión en los medios, han recibido solo llamadas de periodistas de medios ultraconservadores, a quienes en muchos casos les han negado la entrevista porque, claramente, no habían entendido nada. Algunos científicos que sí defienden abiertamente la hipótesis de la zoonosis natural han declarado haber recibido ataques verbales en las redes sociales e incluso amenazas de agresión sexual, como es el caso de Angela Rasmussen.

Por contra, algunos científicos que se muestran más críticos con quienes dan casi por cierta la hipótesis de la zoonosis natural declaran haber recibido acusaciones de conspiranoia o de pertenencia a QAnon (una teoría de la conspiración ultraderechista surgida en EEUU). Que yo sepa, ninguno de esos científicos relevantes ha defendido claramente el escape del virus de un laboratorio; solo piden más investigaciones, por lo que es injusto acusarles de conspiracionismo. En cambio, sí son bastante numerosas las intervenciones de autoproclamados expertos, sin experiencia relevante alguna, o de opinadores profesionales que apoyan ya sea de forma más velada o más directa la hipótesis de que el virus escapó de un laboratorio, hipótesis sin la menor prueba. Estos sí puede decirse, lo crean ellos o no, les guste o no, que con la ciencia actual en la mano están rozando el conspiracionismo, la desinformación y el bulo.

En fin, la cuestión sobre el origen del virus de la COVID-19 es uno de esos guadianas de la pandemia que aparecen y desaparecen periódicamente, sobre todo con la ocasional publicación de algún artículo al cual, y a cuyos autores, fuentes no expertas a veces les otorgan más relevancia de la que realmente tienen. Mañana hablaremos de alguno de estos casos recientes.

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