Ideas muy extendidas sobre el coronavirus, pero incorrectas (1): el mercado de Wuhan y los murciélagos

No, esta serie que comienzo hoy no va de esos grandes bulos: que el coronavirus no existe y es un montaje de nosequién, que pretenden inocularnos una falsa vacuna con un chip o algo para nosequé, que las mascarillas no sirven para nada y que matan, nosequé sobre el 5G que no me ha merecido la pena ni leer qué es… O, cómo no, que el virus fue creado en un laboratorio (de China o de Trump, conspiranoia adaptativa al gusto de cada cual).

Estas fantasías son muy difíciles de erradicar, dado que, por decirlo de algún modo, es una confrontación de cerebro contra tripas: es casi imposible convencer con datos y argumentos racionales a quien no basa su creencia en datos ni argumentos racionales, sino en sesgos ideológicos, corazonadas, manías y obsesiones.

Pero lejos de estos mundos imaginarios, existe otro terreno mucho más cercano y real, y por tanto más resbaladizo, donde es fácil quedar atrapado incluso si uno sigue la información corriente sobre la COVID-19. Son ideas difundidas al comienzo de la pandemia y posteriormente refutadas por la ciencia, pero cuya refutación ha calado menos que la idea inicial; son datos conocidos por los científicos pero que, por algún motivo –a menudo porque no aparecen en notas de prensa–, han sido mayoritariamente ignorados por los medios; son casos del teléfono roto, en los que una idea se ha contado mal y ha llevado a un malentendido; son, incluso, mensajes transmitidos por ciertos gobernantes a quienes les interesa colocar políticas o por empresas comerciales a quienes les interesa colocar productos, y que en algún caso son medias verdades, pero que en algún otro son pura ficción.

Aquí traigo, en varias entregas, un lote de algunas de esas ideas incorrectas. Algunas quizá ya resulten sabidas para algunos, pero es posible que alguna sorprenda a casi todos. Empezamos por el origen del coronavirus:

El brote del coronavirus surgió en un mercado de Wuhan: refutado hace meses

Es curioso que aquello que se planteó como una simple sospecha, y muy pronto pasó a ser una simple sospecha refutada por los estudios científicos, en cambio ha permanecido en la mente de muchos como si fuera un dato cierto. No, el brote del coronavirus SARS-CoV-2 no comenzó en un mercado de Wuhan. Tal vez no empezó en Wuhan. Ni siquiera existe la seguridad absoluta de que surgiera en China.

Wuhan, enero de 2020. Imagen de SISTEMA 12 / Wikipedia.

Wuhan, enero de 2020. Imagen de SISTEMA 12 / Wikipedia.

En un primer momento el origen en el mercado de Wuhan se manejó como una hipótesis, al descubrirse varios casos ligados a él. Pero esta idea quedó rebatida muy pronto: el 24 de enero –hablamos de un mes y medio antes del confinamiento en España, cuando el virus aún ni siquiera tenía nombre definitivo– un estudio publicado en The Lancet describía los primeros 41 casos confirmados de la infección en Wuhan. Trece de esos 41 casos, incluyendo el más temprano de todos ellos, no tenían ninguna relación con el mercado.

La revista Science comentaba entonces que estos datos cuestionaban seriamente la hipótesis de que el virus saltó a los humanos en el mercado de Wuhan. Dado que aquel primer paciente descrito enfermó el 1 de diciembre, y sumando el periodo de incubación, el especialista en enfermedades infecciosas Daniel Lucey, de la Universidad de Georgetown, estimaba que el virus llevaba circulando al menos desde noviembre, si no antes, y que posiblemente lo hizo en distintos lugares de Wuhan y tal vez fuera de la ciudad antes de detectarse que se trataba de un nuevo virus. Según Lucey, el mercado contribuyó a alimentar el brote, pero no lo inició: «El virus entró en el mercado antes de salir del mercado», dijo.

Posteriormente, nuevos datos vinieron a enterrar definitivamente la hipótesis del mercado. Ya a mediados de marzo, una investigación del gobierno chino identificó a una persona de 55 años de la provincia de Hubei como el primer paciente conocido. Esta persona se habría infectado hacia el 17 de noviembre, una fecha que aproximadamente concordaba con la estimación de los estudios genéticos sobre el momento en que el virus habría saltado a los humanos.

Después las cosas se complicaron aún más, cuando al menos en tres países, España, Italia y Brasil, se describieron presuntos indicios de la presencia del nuevo coronavirus en aguas residuales muchos meses antes de los primeros casos detectados en China. Estos resultados hay que tomarlos con extrema prudencia, sobre todo cuando aparecen en preprints no publicados. Pero no sería la primera vez que el origen de un virus acaba trazándose a un lugar diferente y a un tiempo anterior a lo que su identificación inicial sugería: el coronavirus del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS) fue detectado por primera vez en Arabia Saudí en junio de 2012, pero estudios posteriores mostraron que un brote surgido dos meses antes en Jordania se debió al mismo virus.

Esto aún no ha ocurrido para el SARS-CoV-2, pero existen indicios de que ya circulaba fuera de China antes de lo sospechado. La primera muerte descrita en Europa fue la de un turista chino de Hubei el 15 de febrero. Pero en abril se descubrió que el 6 de febrero había muerto en EEUU con infección del coronavirus una mujer que no había viajado al extranjero, revelando que en enero el virus ya estaba corriendo libremente con transmisión comunitaria al otro lado del mundo sin ser detectado.

Aún no es descartable que el virus surgiera en otro país antes de identificarse por primera vez en China. A diario fallecen de neumonía en todo el mundo infinidad de personas de edad avanzada y con problemas previos de salud, sin que los antibióticos logren salvarlas y sin que se determine una causa precisa; es cuando se detecta un clúster de casos similares, sobre todo si se trata de personas jóvenes y sanas, cuando pueden saltar las alarmas. Esto es lo que sucedió en China en diciembre de 2019. Pero dado que no ha podido localizarse un «paciente cero», el origen del brote aún es una cuestión abierta.

El virus saltó a los humanos desde los murciélagos: malentendido, nunca fue así

No se conoce el dónde, pero tampoco el cómo. Los estudios iniciales sobre la procedencia del coronavirus sugerían un posible origen en los murciélagos, lo que ha llevado a muchas personas a creer que fueron estos animales los que transmitieron el virus a los humanos. Pero esta es una interpretación errónea del mensaje; no era esto lo que decía ningún estudio, como tampoco que fueran los pangolines los responsables del spillover, el salto a los humanos.

Uno de los argumentos de las teorías conspiracionistas es que «en todos estos meses» ya debería haberse descubierto el origen del virus. Pero parece haber un desconocimiento de lo sumamente complicado que es esto, sobre todo cuando no se conoce dónde surgió el primer brote. Tomemos como ejemplo el SARS-1, el coronavirus emparentado con el actual que se detectó en 2002. En aquel caso, y dado que los primeros contagios estaban claramente relacionados con el comercio de animales vivos en el mercado de Guangdong, rápidamente se pudo encontrar el virus en civetas y perros mapache. Pero incluso con aquella ventaja inicial, rastrear el origen del virus fue infinitamente más complicado: tuvieron que pasar 15 años para que llegara a confirmarse la fuente original en los murciélagos.

Sin embargo, hay que aclarar qué significa este «origen». En el caso del SARS-1, se encontraron todos los bloques genéticos del virus en aquellos murciélagos. Para el SARS-CoV-2 se supone que compartió un antepasado común con los coronavirus hallados en murciélagos de herradura del género Rhinolophus de la provincia china de Yunan, a más de mil kilómetros de Wuhan. Pero como me contaba recientemente Juan Emilio Echevarría, jefe de la Unidad de Aislamiento y Detección de Virus del Laboratorio de Referencia e Investigación en Enfermedades Víricas Inmunoprevenibles del Centro Nacional de Microbiología en el Instituto de Salud Carlos III, decir que el origen del SARS-CoV-2 está en los murciélagos es «una afirmación tan ambigua como confusa; viene a ser lo mismo que decir que los orígenes del asesino de la baraja están en África», ya que el Homo sapiens surgió allí.

Pero, prosigue Echevarría, para los coronavirus humanos «no existe evidencia alguna de que [los murciélagos] sean sus reservorios naturales, ni mucho menos de que sean los que han transmitido estas enfermedades a los humanos; de hecho, no se ha documentado ninguna transmisión de un coronavirus de un murciélago a un humano».

Resumiendo, se sabe que probablemente el virus actual tuvo sus ancestros evolutivos en los murciélagos, hace aproximadamente medio siglo, de acuerdo a los estudios genéticos. Pero desde ahí hasta su salto a los humanos se abre un gran espacio en blanco. En los pangolines se descubrió un coronavirus que se parece más al SARS-CoV-2 que los de murciélagos en la proteína que sirve al virus para invadir las células, pero que en conjunto es algo más diferente. Por lo tanto, tampoco el coronavirus del pangolín es el SARS-CoV-2.

Así pues, habrá que seguir esperando, pero es lo de la aguja en el pajar: en el caso de los murciélagos, existen más de 1.400 especies; son el 20% de todos los mamíferos conocidos. Y en ellos se han descubierto ya casi 11.000 tipos de virus distintos; 3.800 de ellos son coronavirus.

En cuanto a localizar la especie concreta desde la cual el virus saltó a los humanos, es como intentar encontrar una aguja en un pajar sin saber siquiera en cuál de los miles de pajares posibles está escondida la aguja. No solo se requiere mucha investigación –que el expresidente Donald Trump ha obstaculizado cancelando un gran proyecto científico de colaboración con China sobre coronavirus de murciélagos, un «stop the count» a la ciencia para que no le estropeara su versión–, sino también una buena dosis de suerte. Quizá algún día llegue a descubrirse el origen del SARS-CoV-2. O tal vez nunca lo sepamos.

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