Las seis mentiras sobre la investigadora china y su proclama del virus artificial

Tenía intención de no hablar de esto aquí. Porque, aunque pensemos que la relevancia de un tema determina el espacio y el tiempo que se le dedican en los medios, en realidad a menudo sucede lo contrario: el espacio y el tiempo que se le dedican es lo que determina su relevancia. Y para no caer en tal vicio, a este tema ya le he dedicado el espacio y el tiempo que realmente merece: unos pocos tweets.

Pero ocurre que, por desgracia, este tema ha suscitado más interés y atención que la mayoría de las informaciones reales y veraces sobre el coronavirus. Y si bien sería un propósito vano tratar de convencer a quienes ya han decidido vivir en una realidad alternativa, en cambio observo cómo personas aparentemente sensatas y juiciosas han caído en alguna de las trampas tendidas por esta señora y por quien la presenta: es una eminente viróloga pero no ha demostrado lo que afirma, todavía es una hipótesis sin pruebas, pero algo habrá cuando está amenazada de muerte por el gobierno chino, y blablablá… Caer en estos engaños es comprensible; a todos nos ocurre cuando se trata de una cuestión técnica que no conocemos en profundidad. Y por eso traigo esto hoy aquí.

Me refiero, naturalmente, a la investigadora china Li-Meng Yan y a su aparición en un programa de televisión defendiendo su falacia de que el coronavirus SARS-CoV-2 fue creado por el ser humano, como arma biológica o como lo que sea. Y obsérvese que no hablo de error, sino de falacia. O sea, «engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien». Li-Meng Yan no está equivocada; miente, aun a costa de dañar a otros.

No se trata aquí de recordar los argumentos por los que se sabe con certeza –una de las no muy abundantes certidumbres de la pandemia– que el nuevo coronavirus es un producto de la naturaleza, porque la respuesta a las afirmaciones de esta señora en ese terreno ya es caso cerrado desde hace un mes. Ahora la batalla no se libra en el campo del argumento científico, sino en el de la honestidad profesional.

Creo que el mejor modo de explicarlo es repasar una por una las seis mentiras contenidas en la idea que parece haber calado en muchas personas, según lo oído estos días: «una eminente viróloga china experta en COVID-19 publica un estudio científico afirmando que el virus fue creado en un laboratorio, aunque aún no ha aportado pruebas».

Bien, nada de esto es cierto.

Ilustración del coronavirus SARS-CoV-2. Imagen de CDC/ Alissa Eckert, MS; Dan Higgins, MAM / Wikipedia.

Ilustración del coronavirus SARS-CoV-2. Imagen de CDC/ Alissa Eckert, MS; Dan Higgins, MAM / Wikipedia.

Primera mentira: ¿»eminente»?

Por supuesto que cada uno puede tener de cada cual el juicio que le apetezca, y dado que el de «eminencia» no es un tratamiento oficial, salvo quizá para los cardenales de la Iglesia, a nadie se le puede impedir que esta señora le parezca una eminencia. Pero un científico al que bien se le puede considerar eminente suele ser una persona con una dilatada carrera, gran prestigio entre sus colegas y una larga lista de publicaciones. Por citar un ejemplo, Marc Lipsitch, epidemiólogo de Harvard y una de las voces más autorizadas en esta pandemia, cuenta con 384 estudios publicados. Una cifra muy superior a un centenar es habitual entre los investigadores experimentados de gran reputación.

Nada de ello se aplica a esta señora. En las bases de datos de publicaciones científicas figura un total de estudios claramente atribuibles a ella de… cinco (y otros dos dudosos, firmados por alguien con el mismo nombre pero en un campo y una institución no relacionados). De ellos, en dos aparece como primera autora (quien hace el trabajo con sus propias manos) y en otros dos como segunda autora (quien colabora en el trabajo de otra persona). Ninguno como última autora, que es quien dirige el trabajo. En resumen, la trayectoria publicada de esta mujer es la de una investigadora principiante.

Segunda mentira: no es viróloga

Como en el caso de la eminencia, ella y quienes la presentan podrán definirla como les parezca, pero se supone que un virólogo es una persona con un doctorado en esta materia o al menos una probada y sólida experiencia en ella (no es raro que los científicos deriven con el tiempo hacia otro campo diferente del de su doctorado). Esta señora no tiene ni una cosa ni la otra: hizo su doctorado en oftalmología y sus dos únicos estudios como primera autora tratan sobre inmunología. Lo único que la relaciona con la virología son los dos estudios que firma como segunda autora. Ni generosamente consideraría nadie que esto es suficiente para presentarse como viróloga.

Por cierto: por haber aclarado en Twitter que esta señora no es viróloga, sino oftalmóloga, hubo quien me acusó de intentar descalificarla. Pero describir lo que alguien es y aclarar lo que no es solamente es una descalificación si previamente se ha tratado de calificar a esa persona como lo que no es. Lo cual suele conocerse como impostura.

Tercera mentira: no es experta en COVID-19

El valor de los expertos parece que ha decaído bastante a lo largo de esta pandemia, cuando continuamente se presenta como tales a quienes no pueden justificarlo por su trayectoria. Y esta investigadora es un buen ejemplo: la única experiencia relevante que la vincula con la COVID-19 son dos estudios firmados como segunda autora.

Cuarta mentira: no ha publicado su estudio

El manuscrito no se ha publicado en ninguna revista científica, lo que requeriría una revisión por pares y una aprobación. La investigadora lo ha colgado en un servidor de internet de libre uso.

Quinta mentira: no es un estudio científico

A pesar de que el manuscrito, que se sepa, no ha sido enviado a ninguna revista científica para su revisión, sí ha sido analizado profundamente y en detalle por varios expertos, gracias a que instituciones de prestigio como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y la Universidad Johns Hopkins mantienen servicios de revisión de los preprints (estudios aún no publicados) que aparecen online con el fin de controlar la calidad de la información que se está difundiendo sobre la COVID-19. También algunos científicos expertos a título personal han valorado el manuscrito, o bien en sus redes sociales (como aquí), o bien a través de reportajes publicados en medios solventes (aquí).

Todas las valoraciones coinciden. En Twitter ya detallé textualmente algunos de los comentarios más destacados de estos revisores, todos ellos científicos y virólogos eminentes, incluyendo a Robert Gallo, el codescubridor del VIH, quien calificó las proclamas del estudio como “espurias y fraudulentas”. Como resumen, todos vienen a coincidir en que el manuscrito de la investigadora china no puede considerarse un estudio científico, que traspasa la frontera de la pseudociencia, que gran parte de él es simple disparate camuflado con jerga técnica, que elige a dedo algunos datos que le interesan e ignora otros, y que sus conclusiones no están en absoluto fundamentadas.

En concreto, el consenso de los revisores del MIT dice que el manuscrito contiene “serios fallos y errores en los métodos y los datos”, y que “las proclamas son a veces infundadas y no se sostienen en los datos y los métodos usados”. Pero aún más, y aquí llegamos a la parte más grave, la que delata la deshonestidad de la autora: los revisores del MIT califican el manuscrito como “difamatorio, gravemente negligente y éticamente dudoso”, por lo que explico a continuación.

Sexta mentira: no es una “hipótesis” a la espera de pruebas

No es solamente que la investigadora no haya aportado pruebas de sus alegaciones; es que, de hecho, estas ya venían refutadas por estudios científicos previos reales y legítimos, publicados antes de este esperpento. Entonces, ¿qué hace la autora con dichos estudios? En algunos casos, los ignora. Pero en otros, y esto es mucho más grave, acusa a sus autores de haber mentido y publicado datos falsos. Para esta señora, dichos estudios son, escribe en su documento, “altamente sospechosos y probablemente fraudulentos”. “Estas invenciones no servirían a otro propósito que engañar a la comunidad científica y al público en general para ocultar la verdadera identidad del SARS-CoV-2”. Y aquí es donde la autora del estudio deja de ser una inexperta equivocada para cruzar la frontera hacia la deshonra profesional.

De hecho, señala el MIT, “hubo un consenso general de que las proclamas del estudio se explican mejor por posibles motivaciones políticas que por integridad científica. Los pares revisores llegaron a esta opinión común de forma independiente, reforzando la credibilidad de la revisión por pares”.

Pero ¿cuáles son esas motivaciones políticas? Están estrechamente relacionadas con la única verdad contenida en la frase del comienzo, y es que Li-Meng Yan es china.

En los estudios es costumbre obligada que los autores detallen su filiación, a qué institución pertenecen. Li-Meng Yan huyó de su país a EEUU, y allí no ha sido acogida por ninguna universidad o centro de investigación. La filiación que figura en su manuscrito es la de quien ha financiado su estudio, Rule Of Law Society & Rule of Law Foundation. Pero ¿qué es Rule of Law?

Se trata de una organización fundada por el magnate inmobiliario chino Guo Wengui, huido a EEUU en 2014 bajo acusaciones de corrupción, y por el estadounidense Steve Bannon, ideólogo y estratega de Donald Trump hasta 2017, implicado en el escándalo de Cambridge Analytica y actualmente a la espera de juicio por fraude financiero. Guo y Bannon mantienen una campaña, a través de la web G News y otros medios, dedicada a apoyar las acusaciones de Trump contra el gobierno chino de haber creado el coronavirus como arma biológica.

Y así, todo se entiende.

Por último, queda un aspecto por comentar. Y es que nada de lo expuesto aquí es noticia de última hora ni revelación reciente, sino ya agua pasada: la investigadora puso su manuscrito en internet a mediados de septiembre (recientemente acaba de difundir una segunda parte, pero es más de lo mismo). Ese mismo mes, el documento fue analizado por los expertos. Es decir: la valoración unánime de los revisores sobre el manuscrito de la investigadora y las conexiones políticas de dicho trabajo eran de sobra conocidas antes del programa de televisión en el que la ahora exinvestigadora trataba de regresar a los titulares, una vez que los comentarios sobre ella habían decaído semanas antes en los medios.

Ahora bien, ¿se explicó todo esto en ese programa de televisión?

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