España creía estar preparada al 100% para contener una epidemia: por qué el mundo sucumbe al coronavirus

Hace tiempo, mucho antes de que todo esto comenzara, recuerdo que una newsletter de un medio científico llevaba un artículo titulado «La gran pandemia de nuestro tiempo», o algo parecido. Uno, que fue investigador en inmunología, trata de mantenerse al día sobre todo lo nuevo relativo a enfermedades infecciosas. Así que pinché en el titular. Resultó que el artículo hablaba de la obesidad.

No se trata de desdeñar el papel de la obesidad como factor de riesgo de enfermedades, que lo es. Pero hablar de la obesidad como pandemia no solo es técnicamente incorrecto, algo impropio de un medio científico, sino que ahora, frente a lo que estamos padeciendo, casi parecería un mal chiste, si no fuera porque no estamos para chistes.

(Nota aclaratoria: «pandemia» es un término reservado para las enfermedades infecciosas. Nada impide utilizarlo en sentido metafórico, como cuando se dice que «fulano ha provocado un terremoto con sus declaraciones». Pero llamar pandemia a cualquier cosa que nos apetezca confunde y no ayuda. Y por otra parte, la obesidad es un factor de riesgo, no una causa de muerte, excepto quizá para casos como el de la mujer obesa de Pensilvania que mató a su novio sentándose sobre él. Por más veces que se repita hasta el hartazgo «la obesidad mata a X millones de personas«, no, la obesidad no mata. Facilita que otras cosas maten).

La anécdota ilustra una realidad alarmante. El mundo (rico) suele estar hoy inmensamente preocupado por la obesidad, el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, el alzhéimer… Pero ha olvidado las enfermedades infecciosas. Suele citarse el ejemplo de William Stewart, que fue cirujano general de EEUU y que en 1967 dijo: «Es hora de cerrar el libro de las enfermedades infecciosas, y de declarar ganada la guerra contra las pestes».

El problema es que, en realidad, Stewart jamás dijo tal cosa, como demostró un estudio en 2013, por lo que al pobre doctor se le ha colgado un injusto sambenito por algo que nunca dijo. Pero sí es cierto que, como reconocían los propios autores de aquel estudio absolutorio, la frase falsamente atribuida a Stewart refleja una forma de pensar y una tendencia entre muchos de sus contemporáneos, y desde entonces largamente instalada en nuestra sociedad.

Y eso es lo que nos ha llevado a este desastre.

Por mucho que pueda criticarse la actuación frente al coronavirus SARS-CoV-2 de la COVID-19 por parte de tal o cual gobierno, nacional o autonómico, propio o extranjero, las críticas a un bando de la trinchera y al otro que tanto están proliferando en estos días simplemente nacen de un interés político partidista-guerrillero. No aportan absolutamente nada útil. Porque lo único cierto es que, en realidad, nadie ha sabido qué hacer ante esta crisis. Y si nadie ha sabido qué hacer ante esta crisis es porque nadie tenía buenos planes sobre qué hacer ante esta crisis. Y si nadie tenía buenos planes sobre qué hacer ante esta crisis es porque nadie esperaba esta crisis. Y si nadie esperaba esta crisis es porque nadie creyó a quienes llevan años avisando de esta crisis.

Desinfección en Bilbao por el coronavirus de COVID-19. Imagen de Eusko Jaurlaritza / Wikipedia.

Desinfección en Bilbao por el coronavirus de COVID-19. Imagen de Eusko Jaurlaritza / Wikipedia.

Esta semana, el magnate de la prensa Juan Luis Cebrián escribía en su periódico El País un artículo titulado “Un cataclismo previsto”, con este subtítulo: “Las principales instituciones mundiales denunciaron hace meses que un brote de enfermedad a gran escala era una perspectiva tan alarmante como realista y alertaron de que ningún Gobierno estaba preparado”.

Cebrián se refería sin duda, aunque no lo detallaba, a un informe titulado “A World at Risk” (Un mundo en riesgo), publicado en septiembre de 2019 por el Global Preparedness Monitoring Board (GPMB) –un organismo de la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial– y que advertía de la amenaza de una pandemia por un posible nuevo patógeno respiratorio altamente contagioso que podría matar a millones de personas, y de que los gobiernos del mundo no estaban preparados para ello.

Ahora bien, ¿escribió algo Cebrián sobre dicho informe cuando este se publicó, en septiembre, en aquellos tiempos en que la vida era normal? Cebrián tiene una silla en Davos, el lugar donde se cocinan las decisiones del planeta, además de ser una de las personas más influyentes en nuestro país. ¿No podía haber llevado aquel informe a la atención de los líderes mundiales antes, cuando habría servido de algo? Porque ser profeta del pasado es muy fácil. De hecho, es una ocupación tan desvalorizada que ahora los tenemos a millones en Twitter.

Pero el informe citado por Cebrián es solo uno más de una larga cadena de voces de expertos y de organismos científicos y sanitarios que durante años han advertido del riesgo de una gran pandemia que pondría el mundo patas arriba. Escojo solo tres ejemplos de mi propio archivo de tiempos ya relativamente lejanos, pre-COVID-19:

En 2007, hace 13 años, cuando el peligro era la muy letal gripe aviar H5N1, escribí esto:

A tenor de la expansión de este virus y a juicio de la Organización Mundial de la Salud, “el mundo está más cerca que nunca de otra pandemia desde 1968”, año en que acaeció la última del siglo XX. Los autores del presente estudio confían en que los nuevos datos contribuyan a la lucha contra “la inevitable pandemia que puede matar a decenas de millones”.

En 2015, hace cinco años, con ocasión del brote del coronavirus del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS) en Corea del Sur, escribí esto:

Ya son muchos los expertos que advierten de que, en materia de nuevas enfermedades infecciosas, es prioritario que los esfuerzos, la financiación y los protocolos clínicos se adecúen en tiempo y forma a lo que aún no ha llegado, pero sin duda llegará.

La última de las voces advirtiendo sobre el hielo delgado que pisamos ha sido la de Bill Gates. En la cuarta cumbre anual sobre filantropía celebrada este mes por la revista Forbes, el cofundador de Microsoft participó en un coloquio sobre las lecciones aprendidas de la crisis del ébola. En opinión de Gates, la próxima epidemia de este virus no nos sorprenderá sin preparación, pero no podemos decir lo mismo de futuras pandemias causadas por otros patógenos de más fácil contagio. Y advertía: “Lo que con más probabilidad puede matar a diez millones de personas en los próximos 30 años es una epidemia”. “La filantropía no es lo suficientemente grande para ocuparse de todo el problema. El gobierno debe asumir el papel dominante”, demandaba Gates. Y lo cierto es que ya son demasiados avisos como para seguir ignorándolos.

Y en 2016 hablé de otro de esos estudios que nos habían advertido:

La fundación sueca Global Challenges Foundation y el Global Priorities Project de la Universidad de Oxford acaban de publicar su informe anual Riesgos Catastróficos Globales 2016, que analiza las amenazas debidas a «eventos o procesos que podrían llevar a la muerte de aproximadamente una décima parte de la población mundial, o que tengan un impacto comparable». Al frente de estos riesgos se encuentran los únicos que históricamente han alcanzado este nivel de letalidad: las pandemias.

Son solo tres ejemplos de cómo a innumerables expertos se les ha secado la boca durante años alertando de que esto iba a llegar, y de que no estábamos preparados. También durante años, todos los que nos dedicamos a comunicar la ciencia hemos hecho de altavoz de esas demandas, pero por desgracia sin los miles de vatios de sonido de un Cebrián. Bien, aquello sobre lo que se lleva años advirtiendo por fin ha llegado. ¿Y quién estaba preparado?

Corea del Sur.

Durante estos días se ha hablado mucho de cómo este país asiático ha conseguido, al menos por el momento, contener la epidemia de COVID-19 sin recurrir a medidas drásticas de confinamiento de la población. Pero no se ha contado la historia completa, ya que la realización de test masivos a la población y otras medidas más controvertidas, como el rastreo y la vigilancia de movimientos de las personas contagiadas y sus contactos, no son fruto de la improvisación, de una ocurrencia repentina. A diferencia de otros, Corea ya estaba preparada.

En 2015, cuando surgió el brote de MERS mencionado más arriba, el gobierno coreano se tomó muy en serio la preparación del país contra futuras epidemias. El Centro para el Control de Enfermedades de aquel país hizo un reanálisis completo y concienzudo de sus estrategias, y elaboró un plan detallado y exhaustivo contra futuras amenazas. Aquella preparación de ayer es el éxito de hoy.

Sin embargo, exceptuando Corea, el resto de los países han ignorado sistemáticamente las advertencias de los expertos sobre terribles pandemias inminentes. En EEUU, por ejemplo, el diario The New York Times ha revelado en estos días que en 2019 se llevó a cabo un gran proyecto gubernamental de simulación de una pandemia, llamado Crimson Contagion, y no era el primer proyecto de este tipo. Pero la preparación real de aquel país para la COVID-19 queda patente en la situación actual. Concluye el NYT: “El conocimiento y el sentido de urgencia sobre el peligro parece no haber llegado nunca a recibir la suficiente atención al más alto nivel del ejecutivo o del Congreso, dejando a la nación con fondos insuficientes, carencia de equipos y desorganización dentro y entre diversas ramas y niveles del gobierno”.

Y ¿qué hay de nuestro país? Las cifras actuales también hablan por sí solas. Pero la situación actual, se engañe quien se engañe dando vueltas en su rueda política de hámster, no se debe a lo hecho o no hecho ahora, sino a lo no hecho durante años, con gobiernos del PP y del PSOE, y autonómicos de otros colores diversos.

Y esto es lo más irónico: existe un sistema de autoevaluación de los países para la OMS sobre las capacidades del sistema nacional de salud en materia, entre otras, de vigilancia, enfermedades zoonóticas, respuesta, coordinación, laboratorios, políticas reguladoras y comunicación de riesgos. El informe de España de 2018 que, repito, es una autoevaluación del propio país, se ponía una nota de entre 80 y 100% en todo, excepto en comunicación de riesgos, con una nota del 60%.

Por ejemplo, en “mecanismos de financiación y fondos para la respuesta a tiempo a emergencias de salud pública”, España se ponía a sí misma un 80%; un 8, notable. En “función de alerta temprana: vigilancia basada en indicadores y datos”, otro 8, lo mismo que en recursos humanos. Pero en “planificación de preparación para emergencias y mecanismos de respuesta”, nos dábamos a nosotros mismos un 10. Y en “capacidad de prevención y control de infecciones”, pues otro 10, para qué menos.

En resumen: hemos vivido engañados. Y ahora nos gusta seguir engañándonos a nosotros mismos fingiendo que la situación actual es culpa del gobierno central, si somos de derechas, o del autonómico de Madrid, si somos de izquierdas.

Y ¿qué nos enseña todo esto? Nos enseña que esto no puede volver a ocurrir. Que ya es hora de que, de una vez por todas, todos los gobiernos de todos los países, en la medida de su nivel de desarrollo, comiencen a tomarse realmente en serio la preparación contra enfermedades infecciosas epidémicas. En estos días se transmite la idea de que algún día todo volverá a ser igual que antes, y se entiende que mensajes como este son necesarios ahora para reforzar la moral durante el confinamiento. Pero no puede ser así: para que algunas cosas no cambien, otras deberán cambiar para siempre, o pronto nos encontraremos con la próxima pandemia, de un virus quizá mucho más letal que el SARS-CoV-2. Mañana seguimos.

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