Los viejos rockeros nunca mueren, pero ¿los jóvenes sí?

Si son aficionados a la música, seguro que habrán oído hablar del llamado Club de los 27, nombre sardónico con el que se conoce a una lista de músicos que tienen en común el hecho de haber muerto a los 27 años. Los casos más conocidos son los de Kurt Cobain, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Brian Jones y, más recientemente, Amy Winehouse. Pero existen otros muchos; en España tenemos el caso de Cecilia, y mi favorito personal es D. Boon, cantante y guitarrista de los Minutemen, una de las bandas más influyentes en la historia del punk a pesar de su corta historia.

Graffiti dedicado al Club de los 27 en Tel Aviv (Israel). Imagen de Wikipedia / Psychology Forever.

Graffiti dedicado al Club de los 27 en Tel Aviv (Israel). Imagen de Wikipedia / Psychology Forever.

Obviamente, a nadie se le escapa (o debería escapársele) que la abrumadora mayoría de los músicos mueren a otras edades. Pero para mí fue una sorpresa descubrir que hay quienes realmente creen en la existencia de una especie de maldición o destino o lo que sea que amenaza a los músicos a esa edad concreta, y que algunos incluso relacionan con nosequé mojiganga de Saturno.

Descubrí todo esto precisamente a raíz de un estudio publicado en 2011 por estadísticos de Alemania y Australia en la revista British Medical Journal (BMJ), que desmontaba la idea de que mueren más músicos a los 27 años, cuando yo ignoraba que en serio hubiese alguna idea que desmontar. Claro que el estudio se publicó en la edición de Navidad de esta revista, que cada año reúne estudios reales, pero digamos que festivos.

En aquella ocasión, los autores del estudio recopilaron los casos de 1.046 músicos con algún álbum en el número uno de las listas británicas entre 1956 y 2007. En el 7% que habían muerto durante ese período, los investigadores no encontraron más fallecimientos a los 27 años. Un análisis más amplio publicado en 2014 por la psicóloga musical de la Universidad de Sídney (Australia) Dianna Theadora Kenny, que recopiló una lista de más de 11.000 músicos muertos de 1950 a 2010, descubrió que la edad a la que más músicos mueren no es ni mucho menos los 27 años, sino los 56, aunque sus nombres en general resuenen menos que los del famoso Club. Un ejemplo conocido de muerte a esta edad fue Johnny Ramone.

Johnny Ramone (a la izquierda), tocando con los Ramones en 1976. Imagen de Wikipedia / Plismo.

Johnny Ramone (a la izquierda), tocando con los Ramones en 1976. Imagen de Wikipedia / Plismo.

Sin embargo, agregando las edades de las muertes por décadas, el estudio de BMJ sí descubría que los músicos tienen entre el doble y el triple de posibilidades de morir en la veintena o la treintena que la población general. Suele decirse que los viejos rockeros nunca mueren, y desde luego algunos parecen inmortales, como el caso de Ozzy Osbourne que conté aquí hace unos días. Pero según los datos de aquel estudio, esa vieja sentencia de «vive rápido, muere joven» es algo más que un eslogan.

A la misma conclusión llegaba el año pasado un nuevo estudio elaborado por Kenny, que ha continuado indagando en la necrología musical. En este caso y con la colaboración del experto en riesgos Anthony Asher, la psicóloga aumentó la muestra de músicos muertos a más de 13.000 e incluyó además otros datos relativos a aspectos como la causa de la muerte o el género musical. «Los resultados muestran que los músicos populares tienen una esperanza de vida más corta que la población general», escribían Kenny y Asher. «Los resultados muestran un exceso de mortalidad por muerte violenta (suicidio, homicidio, muerte accidental, incluyendo muertes en vehículos y sobredosis de drogas) y enfermedad hepática para cada grupo de edad estudiado», añadían.

En este caso, los investigadores encontraron que la franja de edad más fatal para los músicos era la más temprana, por debajo de los 25 años, reduciéndose después progresivamente el exceso de mortalidad. Es decir, explico: mueren más músicos que no músicos por debajo de los 25 años. Pero a lo largo de todas las franjas de edad, la tasa de mortalidad de los músicos duplica la del resto de la población. Si uno echa un vistazo a la tabla de las edades de las muertes desde los años 50 hasta ahora, descubre que algo apenas ha variado: la edad promedio de fallecimiento de los músicos se ha mantenido siempre en torno a los 50 años.

Un hallazgo interesante del estudio de Kenny y Asher es que las causas de las muertes en exceso tienden a ser distintas según el género musical. Los suicidios y la ruina hepática predominan en el country, el metal y el rock, mientras que los homicidios son superiores a los normales en 6 de los 14 géneros estudiados, pero sobre todo en el hip hop y el rap. Las muertes accidentales superan a la media de la población en el country, folk, jazz, metal, pop, punk y rock.

En todos los géneros musicales, incluyendo el gospel y el R&B, hay más muertes violentas y menos muertes naturales que en la población general. Si quieren saber qué género musical se lleva la palma de las muertes violentas, no es el metal, ni el punk, ni el hip hop, sino el country. Y si quieren saber cuál destaca sobre los demás en suicidios, en este caso sí, es el metal.

El sueco Per Ohlin, conocido como Dead, cantante del grupo de black metal noruego Mayhem (segundo por la izquierda), quería estar muerto; enterraba su ropa antes de actuar para asemejarse más a un cadáver. Se suicidó en 1991. Imagen de Wikipedia / Mayhem.

El sueco Per Ohlin, conocido como Dead, cantante del grupo de black metal noruego Mayhem (segundo por la izquierda), quería estar muerto; enterraba su ropa antes de actuar para asemejarse más a un cadáver. Se suicidó en 1991. Imagen de Wikipedia / Mayhem.

Curioso, ¿no? Un vistazo ligero al estudio de Kenny y Asher le serviría a cualquiera para defender esa idea extendida, que ya he comentado aquí, de que el rock se asocia al riesgo, la delincuencia, la violencia y las muertes trágicas. Datos para sostenerlo, los hay. Pero no tan deprisa: para interpretar correctamente esos datos, hay que situarlos en su contexto.

En primer lugar, el estudio compara las cifras de los músicos con las de la población general, pero no –porque no era su propósito– con las de alguna otra población que comparta esos rasgos específicos diferenciadores de los músicos, como la fama y el dinero a edades tempranas. Un ejemplo interesante para comparar sería el mundo del cine. Y a riesgo de equivocarme, tal vez los datos también le darían a cualquiera buenos argumentos para defender que el cine destroza las vidas de quienes participan en él.

En segundo lugar, fijémonos en que el estudio incluye todos los géneros de la música popular. Aunque los autores han tenido que agruparlos en 14 para no multiplicar las categorías y tener volúmenes de datos comparables, no olvidemos que en ellos se incluyen también géneros como el folk, el jazz, la polka, la balada, la música tribal y la música cristiana. Y aunque el 90% de los músicos incluidos en el estudio son estadounidenses, no perdamos de vista que este espectro musical lo cubre todo, también a Isabel Pantoja o el Despacito. Así que cualquiera que desee blandir estas conclusiones para atacar al rock, que sepa que también se aplican al folk, el jazz, la polka, la balada, la música tribal y la música cristiana.

Claro que todo lo contado aquí se aplica exclusivamente a los músicos, no a quienes escuchan su música. Pero ¿qué hay de los fans? ¿También imitan a sus ídolos en estas vidas al límite? El próximo día se lo cuento.

1 comentario

  1. Dice ser la música es expresión, creación, lenitivo, revolcón, apaciguamiento...

    También podría ser que la gente que hace un determinado tipo de música escucha del mismo modo otro tipo de música. Si la música se acepta como vector para desarrollar un determinado tipo de conducta, la variabilidad en el tipo de músicas que se crean o se escuchan también habrán de tenerse en cuenta, con lo cual al final va a resultar imposible mantener un diagnóstico caua-efecto sobre el efecto concreto de un concreto tipo de música sobre el individuo.
    Habría que investigar los efectos reales que provoca un determinado tipo de sonidos en el cerebro y relacionar esa mayor actividad de determinadas neuronas o chispazos en determinada zona cerebral con procesos concretos emotivo-cognitivos, si bien habría que ver también cuál es el estado previo de ese cerebro. Colocar ratones en un espacio cerrado, y ponerles música por ver el resultado tampoco ayudaría mucho, pero sería interesante de algún modo, auqneu ni idea.
    La música es obra creada, recibida… El emisor y el receptor, tal vez se escuche un determinado tipo de música por alguna razón y no sea el motivo, sino un complemento más a esa personalidad. Npi, o sea, ni pajolera idea.

    16 diciembre 2017 | 14:12

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