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Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Entradas etiquetadas como ‘terremoto’

Noche de guardia

Por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Mi noche de guardia en el hospital comenzó muy «animada». Llegaron tres pacientes en estado grave al mismo tiempo. Tras estabilizarles, los médicos deciden que hay que trasladar a dos de ellos a otro de los hospitales de MSF en Puerto Príncipe.

 Me pongo manos a la obra para preparar las ambulancias, para asegurarme de que estén equipadas con oxígeno y todo el material necesario para su traslado. En cada ambulancia viajarán además una enfermera y un camillero. Según van saliendo de quirófano, los pacientes son trasladados a la ambulancia y el vehículo sale de inmediato hacia el hospital donde pasarán el post-operatorio.

La calma vuelve hacia las dos de la mañana. Pero cuando estoy a punto de acostarme, me asomo al patio del hospital desde el piso superior, y veo llegar a un hombre andando, con la cabeza envuelta en trapos ensangrentados. Las enfermeras le atienden enseguida y, al ver lo calmadas que están, asumo que su estado no debe de ser muy grave y me acuesto.

Pero no pasan ni tres minutos antes de escuchar pasos rápidos que suben las escaleras. El hombre al que acabo de ver ha recibido dos machetazos, uno en la cabeza y el otro en un brazo. Necesita neurocirugía urgente. Como antes, le estabilizamos y le enviamos de inmediato al otro hospital, donde están los especialistas que pueden operarle.

Al día siguiente, nos informan de que ha salvado el brazo (temíamos que tuvieran que amputarle), y que se recupera bien de sus heridas en la cabeza. Me siento aliviado.

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Foto: estabilización de un paciente con herida de bala en el Centro de Rehabilitación de MSF en Pacot, Puerto Príncipe (© Guillaume Le Duc/MSF, abril de 2010).

Recuerdos del terremoto

Por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras) 

 Ahora que se cumplen seis meses del terremoto que devastó Puerto Príncipe y varias ciudades de sus alrededores, me viene a la memoria una conversación que mantuve hace pocos días.

En casa, antes de cenar, me siento a hablar con los guardas. Me enseñan a jugar a las cartas, a hablar ‘créole’. Me cuentan también lo que pasa en los barrios donde viven y, así, intento hacerme una idea de lo que ocurre en la sociedad en la que estamos inmersos.

En la conversación, el recuerdo del momento del terremoto surge con facilidad: Francky se encontraba en Grand Goave el 12 de enero. Toda su familia estaba en su casa de Carrefour, un barrio de Puerto Príncipe, a más de 30 kilómetros. Las sacudidas le hicieron caer al suelo al menos cuatro veces: se levantaba para volver a caer.

Me cuenta que cuando la tierra dejo de temblar, intentó llamar a su mujer, sin éxito, y no se lo pensó ni un momento: echó a andar. Anduvo y anduvo durante más de siete horas, encontrando a su paso «casas caídas, muertos y gente herida durante todo el trayecto». Pero me dice, como justificándose: «¿Sabes? Yo no estaba cansado». Y termina: «cuando me vieron llegar, todos se pusieron muy contentos».

Destine tiene 24 años y es el encargado del almacén médico. Me dice que no está bien, que sufre, porque no ve ningún futuro en su vida. Cuando llegó a su casa el día 12, encontró a su abuelo muerto. Hasta hoy no ha podido encontrar el cuerpo de su novia, que sigue entre los escombros. Él estudiaba Economía en una escuela universitaria pero también la escuela desapareció en el mismo minuto, con todo lo demás.

Dice que, con la situación actual, no consigue imaginarse ningún futuro. Y para rematar, el otro día, al volver del hospital, asaltaron a punta de pistola el autobús en el que iba y le quitaron todo lo que llevaba.

Al poco me explica que, trabajando con MSF, va ahorrando un poquito y con eso se quiere ir a estudiar a Santo Domingo y terminar su carrera allí en una buena escuela. Le contesto que me es imposible imaginar hasta qué punto su vida estos últimos meses ha podido ser difícil. Le digo que le admiro porque, a pesar de todo, peleó por conseguir un trabajo con nosotros, y, aunque a ratos le veo triste, no ha habido un sólo día en que le haya visto abatido en el trabajo. Y que si le entiendo bien, tiene la intención de seguir peleando por sus estudios y por lo que venga después. Me mira primero un poco raro, le brillan un poquito los ojos y ahora sí, me sonríe.

Gudu gudu

Por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras)

El otro día, mientras estaba en el taller, lo sentí. El mismo murmullo de la tierra y, durante un par de segundos, la misma vibración se repitió. Esta vez, la conexión entre mis sentidos y mis músculos fue inmediata, y sin duda batí mi récord de salto de longitud para alejarme lo más rápido posible del edificio.

Pero en realidad no era nada, y también eso lo supe al mismo tiempo que mi cuerpo reaccionaba.

Cuando aterricé y miré a mi alrededor, vi que todo el personal del hospital se había juntado con los pacientes alrededor de las tiendas. Los niños miraban con grandes ojos silenciosos y preocupados, y todo el mundo repetía la misma palabra con una risa nerviosa: «gudu gudu».

Es la palabra que se han inventado en Haití para desdramatizar un poco el tema de los temblores. Pero aunque el alivio de constatar que no había pasado nada liberaba algunas risas, el drama de los recuerdos se veía en muchos ojos, y algunos temblaban del susto.

A la mañana siguiente, Venante llega a la lavandería con el pelo cambiado, todo hueco y rizado. Cuando la veo le digo… «¿Gudu gudu?». Y todas las lavanderas se ríen, esta vez con ganas.

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Foto: Edificio destruido por el terremoto del 12 de enero en Puerto Príncipe (© Michael Goldfarb/MSF)

Cherubin: hierros, guitarra y tormenta

Por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras) 

Cherubin tiene una fijación externa en el brazo izquierdo. Desde que nuestro administrador le trajo una guitarra no la ha soltado ni un momento. La toca sin que los hierros en su brazo le molesten. La guitarra le trae recuerdos, que le torturan, de una vida anterior.

Y Cherubin se pasea todo el día con la mente en otro lado, intranquilo. Cuando los medicamentos no le tranquilizan, va gritando, de un lado a otro, contra aquel que un día le robó o le timó. Cuando me ve y me reconoce, se para y me dice que le quite la fijación, que le hace daño, pero nunca espera mi respuesta, y sigue andando y gritándole en voz alta a sus fantasmas.

Cherubin tiene algo que hace que su fragilidad provoque afecto a su alrededor. Los demás pacientes le han tomado cariño. Cuando los gritos duran toda la noche nadie protesta y simplemente el guarda me dice, por la mañana, que Cherubin ha pasado la noche intranquilo, que habrá que hacer algo.

Le ha tomado afecto a nuestra enfermera y ella tiene poderes mágicos sobre él. En general, cuando ella llega, Cherubin la escucha y se tranquiliza, acepta los medicamentos y las inyecciones.

Una de las noches en que estábamos los dos de guardia, Cherubin no estaba bien. Las inyecciones no le habían calmado, y lo que habría dormido a tres elefantes no le hacía ni parpadear. Gritaba y se paseaba intranquilo por todo el hospital. A medianoche, cuando ya desesperé, le tomé por el brazo y le dije: «ven, ven a descansar». Me siguió dócil hasta su tienda. Y se durmió casi en mis brazos. Poco después yo mismo me tumbé en mi colchón. A los veinte minutos me despertaron sus gritos en mitad del patio.

Tormenta

Desde el balcón de mi habitación veo la tormenta vespertina arreciar, y pienso en toda la gente que la soporta debajo de los plásticos, viendo correr el agua y el barro alrededor, y esperando que hoy los elementos no se enfurezcan demasiado, y rezando para que ni sus cosas ni sus vidas se vayan con la corriente.

Por la mañana el sol brillará como todos los días, y la tormenta parecerá sólo una pesadilla, una pesadilla más, como cualquier otro día.

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Foto superior: Pacientes en recuperación en el hospital Delmas 30 de MSF en Puerto Príncipe (© Brigitte Guerber-Cahuzac/MSF)

Foto inferior: Grafiti en las calles de Puerto Príncipe (© William Martin/MSF)

¿Quién puede pensar en mañana?

Pino González, coordinadora de Médicos del Mundo en Haití

Regreso a Haití después de unos días en España. Vuelvo con ganas, motivada y sintiendo aún el calor que me han transmitido mi familia, mis amigos y mis compañeros y compañeras de Médicos del Mundo. A todos y todas quiero agradecerles el cariño y apoyo que me brindan. La última tarde en Las Palmas, mientras tomaba el último té, tuve una conversación muy enriquecedora con Emma, Konte y Maila. Comentaba Konte que, a menudo, nos preocupamos por algo y nos metemos en una espiral de angustia que nos impide ver más allá y, sobre todo, nos impide ser felices. Esto lo hilábamos con la diferencia entre nuestras culturas en cuanto al tiempo y el hacer planes. A Konte le sigue resultando una locura el que ya estemos pensando en los acontecimientos que llegarán en unos días, semanas, meses…cuando, comenta, deberíamos tratar de centrarnos en el hoy, en estar bien ahora, en ser optimistas, positivos, felices.

Como nos recuerdan esas típicas y predecibles presentaciones power point que circulan por la red, nos pasamos la vida posponiendo el momento preciso para ser felices, para simplemente vivir. Ese carpe diem que aprendimos estudiando literatura cuando adolescentes dicta el paso de millones de personas que no hacen planes, no sólo porque no han crecido con esa filosofía de vida, sino porque en determinados contextos, demasiados contextos…por desgracia, es francamente imposible. Entonces pienso ¿por desgracia o por la perpetua impasividad de tantas generaciones como ha conocido ‘la era moderna de la humanidad’?

Campamento de desplazados Delmas 33 en Puerto Príncipe

Hoy visité con Irene, nuestra psicóloga y Elsa, presidenta de la asociación haitiana JADERH, los campamentos de Delmas 33 en los que desarrollamos el proyecto de atención psicosocial, gracias a su buen trabajo y al de los voluntarios y voluntarias de su asociación.

A pesar de haber trabajado aquí desde el inicio de esta catástrofe he de reconocer que me impactó el ver cómo cada vez parece más claro que la basura y los chamizos de plástico y palos seguirán siendo la estampa cotidiana de este Puerto Príncipe que se ha convertido en una enorme ‘bidón ville’ donde la vida indigna de miles de personas se me antoja absolutamente desesperanzada. El panorama: un canal que lleva el agua de lluvia con toneladas de basura acumulada, cerdos y cabras que beben y comen de ella, niños que juegan saltando de un lado al otro, cometas hechas con bolsas de plástico y dos palos cruzados enredadas en el tendido eléctrico…

Vertedero a orillas de los campamentos de desplazados en Puerto de Príncipe

Los líderes comunitarios nos cuentan cuáles son sus necesidades principales. “Bueno, pues, tal vez unas sillas más y unos plásticos para este espacio que hemos arreglado como escuela”. Nos explican ante lo que llaman ‘la escuela’: una esquina del campamento bajo un plástico, sillas que traen los propios niños y tres tablones de madera fijados con clavos en la pared y en los que se puede leer “31 de Mayo, Dios es la respuesta” seguido de un ejercicio de lengua.

Escuela improvisada en el campamento de desplazados

En unos instantes pasamos de tener la camiseta empapada de sudor a estar caladas a causa de la lluvia que nos sorprende viendo el último campamento. Este parecía de primera división, hasta en la fatalidad hay niveles. Cada familia cuenta con una tienda grande, colocadas en orden, sin demasiada basura en el terreno, incluso una llamaba la atención porque tenía dos macetas dando cobijo a la típica puerta de entrada con cremallera. En cuanto empezó a llover salieron cuatro niños y jugaban saltando en los charcos, dejándose mojar por el chorro de agua que caía por las tiendas, no paraban de reír…y las de esta tarde me parecieron que eran las imágenes que reflejan la realidad del pueblo haitiano, fuerte ante la adversidad, superviviente desde que nace. Ante esta imagen, amigo Konte, quién puede pensar en mañana, ¿verdad? Ahora, a esperar a que deje de llover, pensarán los cientos de mujeres y hombres que se refugian cubriéndose con lo que pueden en sus puestos ambulantes. Luego, a ver si vendo lo suficiente para llevar que comer a casa, esta noche, a ver si no me roban los plásticos bajo los que duermo, mañana…«si Dios quiere», como repiten cada vez, será otro día.

Como nos recuerdan esas típicas y predecibles presentaciones power point que circulan por la red, nos pasamos la vida posponiendo el momento preciso para ser felices, para simplemente vivir. Ese carpe diem que aprendimos estudiando literatura cuando adolescentes dicta el paso de millones de personas que no hacen planes, no sólo porque no han crecido con esa filosofía de vida, sino porque en determinados contextos, demasiados contextos…por desgracia, es francamente imposible. Entonces pienso ¿por desgracia o por la perpetua impasividad de tantas generaciones como ha conocido ‘la era moderna de la humanidad’?
Hoy visité con Irene, nuestra psicóloga y Elsa, presidenta de la asociación haitiana JADERH, los campamentos de Delmas 33

Una normalidad imposible

Pino González, coordinadora de Médicos del Mundo en Haití

El pasado lunes 12 se cumplieron 3 meses del terremoto. Haitianas y haitianos celebraron distintos funerales, como distintas son las religiones que practican. En Haití hay adventistas, católicos, evangelistas, testigos de Jehová, seguidores de la Iglesia Wesleyen… La noche nos ofreció un cielo completamente estrellado y hay quien decía que era el agradecimiento por las exequias. Previamente, en Semana Santa, pudimos ver alguna procesión más o menos parecida a las que tienen lugar en España. Sin embargo, las más interesantes son las denominadas ‘Rara’ o ‘Gaga’, que consisten en algo de carácter mucho más festivo/lúdico…Grupos de gente joven ataviada con ropas de colores alegres marchan recorriendo las calles al ritmo de la música de tambores y tubas.

Tres meses después, muchas personas siguen dependiendo de la ayuda para subsistir y esto unido a la lluvia, que cuando aparece inunda todo con su presencia, y las réplicas, tres o cuatro por semana, hace que la vida se les ponga, aún más, cuesta arriba.

El día aquí empieza temprano, con un ir y venir de gente a pie, en bici, en moto…A esa estampa ya se han unido las niñas y niños que hace 2 semanas volvieron a la escuela con sus mochilas y coloridos uniformes: verde y amarillo, rojo y blanco, azul…Aún hay padres y madres que tienen miedo de enviar a sus hijos al colegio por si la tierra volviese a temblar. Con este escenario de dependencia, vida en tiendas, réplicas, electricidad a ratos y ahora también los problemas de abastecimiento de combustible, volver a la normalidad es realmente difícil.

En este contexto estamos implementando un proyecto de salud sexual y reproductiva, cuya línea de trabajo más importante es la atención a la salud materno-infantil en primaria y hospital. En los seis dispensarios de la región vamos avanzando con pie firme. Algunos de ellos están en la montaña y el paisaje del camino es precioso.

Nuestro equipo sanitario local, compuesto por dos médicos: Narcis y Judette, y tres enfermeras: Patricia, Edna y Joseph, realiza en ellos la atención sanitaria a las mujeres embarazadas y los niños. Además, participan en el programa de formación que desarrollamos dos días a la semana y trabajan temas de educación para la salud con la población que acude a los dispensarios. Estos días Magüé, nuestro coordinado médico para los dispensarios, diseñó unos materiales que tomarán forma de flip-chart (cuadernos enormes con los que mostrar en imágenes los mensajes que queremos dar, por una cara, y por la otra, el texto de lo que debemos decir, a medida que pasamos la página).

En el hospital, una vez reactivada la maternidad tras los trabajos de limpieza, rehabilitación y logística de equipamiento, materiales y medicamentos, y la incorporación del personal haitiano, son nuestros compañeros y compañeras de Médicos del Mundo Bélgica quienes continuarán con el apoyo a la atención al parto y la hospitalización materna. Nosotros nos centraremos ahora en reactivar y apoyar la neonatología, pediatría y las consultas pre-natal y de planificación familiar. De esta forma, la atención materno-infantil estará cubierta y podremos, entre todos, prestar un servicio en términos de calidad y eficacia para estos colectivos, que una vez más, siguen siendo los más vulnerables.

La brigada médica cubana que trabaja en Haití hace diez años tratando de reforzar las capacidades del sistema nacional de salud, está estos días realizando un estudio en Petit Goave, pues en otros pueblos cercanos la lluvia está trayendo consigo un aumento considerable de los casos de malaria. Ya han puesto en marcha medidas de prevención y hace un momento veíamos pasar por nuestra calle un camión que fumigaba con permetrina a diestro y siniestro, a fin de acabar con buena parte de los mosquitos que, especialmente en esta época del año, están por todas. Hace días, su ‘brigada artística’ nos sorprendía en el hospital con un grupo de payasos, zancudos, bailarines…que al ritmo de sus tambores y trompetas alegraban el día a los pacientes y viandantes.

Haití, tres meses de réplicas

Pino González, coordinadora de Médicos del Mundo en Haití

Antes del 12 de enero de 2010, la población de Haití ya se encontraba en una situación muy difícil. Más de la mitad de los haitianos y haitianas vivían por debajo de la pobreza y la esperanza media de vida al nacer era de apenas 57 años. El país era muy vulnerable a los huracanes y padecía un grave problema de desforestación.

El lunes se cumplen tres meses del terremoto que devastó Haití causando 227.000 muertes, más de 300.000 heridos y destruyendo una infraestructura que ya era precaria antes del seísmo. Más de 105.000 viviendas se vinieron abajo y 200.000 sufrieron daños de consideración y 1,2 millones de personas perdieron sus hogares. Más de medio millón de personas han abandonado la capital de Puerto Príncipe y las zonas colindantes hacia otras regiones del país.

Durante estos tres meses se han venido sucediendo continuas réplicas. Una de las más fuertes la sentimos el pasado 28 de marzo cuando la tierra volvió a temblar poniéndonos el corazón a 100. Eran las 2:35 de la madrugada y estábamos aún en el porche charlando y escuchando música. Además de sentir el suelo moverse bajo nuestros pies, la magnitud (fue de 5 grados, aproximadamente) provocó tal movimiento que se oía una especie de rugido provocado por las distintas estructuras de la vivienda.

Enseguida nos levantamos y salimos. Quienes dormían se levantaron de un brinco y se vinieron también afuera. Luego, comentamos la sensación que nos provocó, calmamos los miedos y tras otro rato de conversación nos fuimos a dormir.

En este último mes se han producido tres réplicas en Petit Goâve, la más fuerte hace más de tres semanas. Eran las 5:38 de la mañana me pilló durmiendo profundamente en la tienda. Me desperté sintiendo un bamboleo parecido al de un tren cuando toma una curva a toda velocidad. Aquel también sonó.

Hemos aprendido a convivir con estos mini-terremotos y, afortunadamente, no están afectando al desarrollo del proyecto ni han causado daños en la zona en la que trabajamos. En la Maternidad del Hospital de Notre Dame de Petit Goave poco a poco vamos estabilizando nuestro apoyo al personal haitiano que ya trabajaba en ella. Las condiciones son bien distintas a las que había antes del terremoto, pues la destrucción de parte del hospital hace que hoy en día sólo podamos usar un pequeño edificio que hemos acondicionado como sala de partos y como farmacia-almacén.

La consulta pre-natal, la hospitalización y post-parto los albergamos en cuatro grandes tiendas de campaña colocadas sobre tarimas de cemento con sus canalizaciones para la lluvia.

En la farmacia de la sede, de la cual abastecemos los 6 dispensarios rurales en los que trabajamos, hay una foto enmarcada que desde el primer día me llama la atención y que me trae a la mente la canción de R.E.M. Man on the moon. Se trata de una instantánea del momento en que el hombre pisó la luna y entonces pienso en el dinero que cuesta la investigación espacial y lo lejos – literalmente- que queda de los problemas cotidianos de tantas personas que, aquí abajo en la tierra, siguen sin tener si quiera techo y comida.

Mapa de los sonidos de Haití

Pino González, coordinadora de Médicos del Mundo en Haití

Vuelvo a Haití, como coordinadora médica del equipo de Médicos del Mundo que planifica ya proyectos a medio plazo para apoyar al país en su recuperación.

Mi puesto está entre Puerto Príncipe y Petit Goave a 70 kilómetros al oeste de la capital. Estuve en Haití en la primera fase de la emergencia. Durante las primeras cuatro semanas tras el seísmo estuvimos centrados en la atención en los campamentos de desplazados donde viven más de 400.000 personas que han perdido sus hogares en Puerto Príncipe. Ahora, tratamos de volver a poner en marcha el precario sistema de salud que ya padecía carencias antes del seísmo.

Hace unos días inauguramos, de la mejor manera posible, la maternidad del Hospital de Petit Goave. Asistimos al primer parto: Una niña que, para nosotros, representa el nacimiento del servicio así que el cortar su cordón umbilical nos ha parecido la mejor metáfora para inaugurar un edificio que sufrió importantes daños a causa del terremoto.

El regreso a Haití nos ha vuelto a mostrar la desolación que ha dejado el terremoto. Para los haitianos y haitianas, la casa fue la primera de una larga lista de pérdidas. A ella le siguieron familiares y seres queridos, autonomía e independencia a causa de las heridas sufridas en muchos otros casos…

Un gran reto en esta fase de trabajo supone el hacer partícipe a las autoridades sanitarias locales, compartir la toma de decisiones, pues debemos hacer que ocupen su lugar, y no hablamos de espacio físico. Es de todos sabido que partimos de la base, previa al terremoto, de un sistema de salud débil así que la tarea no es sencilla.

Parece que hubiese estado fuera de aquí mucho más de diez días. La banda sonora de la bienvenida corre a cargo de los motores (de helicópteros, coches, motos y generadores eléctricos) y el volver a dormir en una caseta verde con mi saco, debajo de los árboles de atrás, es casi como el reencuentro con mi espacio personal dentro de esta vorágine. En él leo un rato o escucho música antes de dormir y me despierto con la salida del sol, amenizada por los gallos y los cánticos religiosos de las vecinas. Sí, esto va de sonidos. Uno muy peculiar es la mezcla de lenguas y acentos en los lugares de trabajo de las ONG inglés, francés, castellano, creole…

De camino a Petit Goave comentaba con Magalie Vairetto, mi compañera logista, cuánto le llaman la atención las frases de las coloridas guaguas, pura filosofía muchas veces. “Debes pasar por el pasillo del fracaso para llegar al salón del éxito”.

El regreso me hace recordar el videoclip Lovers in Japan de Coldplay, en el que el grupo se ve a sí mismo en una tele, cuya imagen a su vez se ve proyectada en otra y en otra…. Es frecuente escuchar a cooperantes que dicen “en mi vida normal esto, en mi vida normal lo otro…”. Es como si al venir a terreno atravesásemos un telón y entrásemos en otra esfera que nada que tiene que ver con la nuestra. No hablo de metafísica ni de viajes astrales ayudados por el avión de Iberia 😉 si no de la sensación permanente de estar en un mundo y una vida completamente distintos. Otro escenario, otro color, otro rol, pero la reflexión continua a la que nos arroja esta creciente e injusta desigualdad.

Haití: Diario fugaz (3)

Por Ricardo Rodríguez Cid (médico, equipo de emergencias de MSF en Puerto Príncipe)

Seguimos viajando entre el caos circulatorio, el polvo y los claxon y, al fondo, vimos como siempre a los cascos azules apostados en muchas esquinas. En mitad del atasco, era increíble comprobar cómo el resto de los vehículos trataban de dejarnos libre el camino, pues después de casi 20 años trabajando en el país, la gente identifica perfectamente nuestros coches. Para los haitianos, MSF es símbolo de asistencia sanitaria y en muchos lugares del país somos los únicos médicos que la población ha conocido en su vida.

Avanzamos tortuosamente por la ciudad y atrás quedaron los restos del centro histórico. Ahí a lo lejos también quedaron Cité Soleil y el hospital Choscal, mientras nos dirigíamos hacia una de las áreas más despejadas de Puerto Príncipe, donde en un gran terreno que antes se usaba para jugar al fútbol, habíamos levantado un gran hospital inflable en muy pocos días.

De repente me acordé de la réplica del día 20, cuando tuvimos que evacuar Choscal y hacíamos malabarismos para mantener en pie las pocas estructuras de ladrillo que aún funcionaban: una sala de logística, otra de urgencias y los quirófanos.

El resto de las estructuras hubo que montarlas de manera improvisada fuera y los pacientes quedaron ubicados en tiendas, en lo que antes eran los jardines del hospital. Estaban hacinados y temerosos, pero aliviados al ver que la estructura no se les había caído encima esta vez…

Comenzamos la búsqueda del responsable de logística, nerviosos por poder llevar a cabo el traslado cuanto antes, por conocer a qué hora llegaría el helicóptero y si ya traería a los pacientes, impacientes por saber en qué condiciones estarían…

En los momentos de confusión sentíamos aflorar la tensión contenida de los días precedentes. Estábamos más susceptibles, pero por fin llegaba el helicóptero con los pacientes dentro y nos abrazamos a todo el mundo, incluso a aquellos compañeros a los que no habíamos visto antes. A todos nos unía lo vivido y el deseo y la motivación de sacar adelante esta misión; tal vez una de las de mayor envergadura de la historia de MSF.

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Foto 1: Imagen de las calles de Puerto Príncipe (© Julie Rémy)

Foto 2: Quirófano improvisado en el interior de un contenedor (© Benoit Finck/MSF)

Foto 3: Personal de MSF en el hospital de Choscal (© Julie Rémy)

Haití: Diario fugaz (2)

Por Ricardo Rodríguez Cid (médico, equipo de emergencias de MSF en Puerto Príncipe)

Me despertaron diciéndome que adelantaba un día mi regreso, pues debíamos trasladar en helicóptero urgentemente a la República Dominicana a dos pacientes muy graves.

Con apenas tiempo suficiente para recoger las escasas cosas personales que me había llevado, y con el corazón encogido por dejar atrás Haití, a los pacientes y a tantos sentimientos y recuerdos que formarían parte de mi equipaje y de mi persona el resto de mi vida, salí corriendo hacia uno de nuestros vehículos.

Nos dirigimos rápidamente hacia el lugar donde aterrizaría el helicóptero en uno de nuestros viejos Land Cruiser. Al volante estaba Víctor, un compañero haitiano al que conocía bien, pues habíamos trabajado juntos varias veces durante los últimos días.

Una vez más, al cruzar la ciudad, se repitieron las mismas imágenes, y de nuevo afloraron los mismos sentimientos de rabia ante la sinrazón de ver una ciudad desmoronada, que ha arrastrado con ella cientos de miles de vidas y reventado la existencia de miles y miles de personas más.

Para muchos todo ha terminado, otros tendrán que vivir con secuelas físicas y psicológicas el resto de sus vidas, pero la lucha por salir adelante que tiene esta gente es algo que me resulta demasiado difícil de expresar.

El impacto del terremoto ha sido brutal y sus consecuencias son palpables y lo seguirán siendo durante mucho tiempo, mucho más del que nadie desearía. Y por mucho que cruzáramos la ciudad para ir a trabajar a los hospitales, para trasladar heridos o para evacuarlos, no nos acostumbrábamos a las imágenes que se clavaban en nuestras retinas y en nuestros corazones.

Los mínimos indicios de recuperación del país, como ir viendo que desaparecían los cadáveres que estaban en las calles los primeros días, se unían al desorden en las colas de reparto, a la soledad de quienes esperaban junto a un montón de escombros porque allí yacían sepultados los restos de los que más querían, sus recuerdos y su pasado.

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Foto superior: Descarga de un helicóptero de MSF.

Foto inferior: Un psicólogo de MSF escucha a una paciente en el hospital.

Ambas © Julie Rémy