Por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras)
Mi noche de guardia en el hospital comenzó muy «animada». Llegaron tres pacientes en estado grave al mismo tiempo. Tras estabilizarles, los médicos deciden que hay que trasladar a dos de ellos a otro de los hospitales de MSF en Puerto Príncipe.
Me pongo manos a la obra para preparar las ambulancias, para asegurarme de que estén equipadas con oxígeno y todo el material necesario para su traslado. En cada ambulancia viajarán además una enfermera y un camillero. Según van saliendo de quirófano, los pacientes son trasladados a la ambulancia y el vehículo sale de inmediato hacia el hospital donde pasarán el post-operatorio.
La calma vuelve hacia las dos de la mañana. Pero cuando estoy a punto de acostarme, me asomo al patio del hospital desde el piso superior, y veo llegar a un hombre andando, con la cabeza envuelta en trapos ensangrentados. Las enfermeras le atienden enseguida y, al ver lo calmadas que están, asumo que su estado no debe de ser muy grave y me acuesto.
Pero no pasan ni tres minutos antes de escuchar pasos rápidos que suben las escaleras. El hombre al que acabo de ver ha recibido dos machetazos, uno en la cabeza y el otro en un brazo. Necesita neurocirugía urgente. Como antes, le estabilizamos y le enviamos de inmediato al otro hospital, donde están los especialistas que pueden operarle.
Al día siguiente, nos informan de que ha salvado el brazo (temíamos que tuvieran que amputarle), y que se recupera bien de sus heridas en la cabeza. Me siento aliviado.
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Foto: estabilización de un paciente con herida de bala en el Centro de Rehabilitación de MSF en Pacot, Puerto Príncipe (© Guillaume Le Duc/MSF, abril de 2010).