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Día de la Malaria: Bahati, con la suerte de su lado

Por Chris Bird (Médicos Sin Fronteras, República Democrática del Congo)

Cuando se pone el sol y las crestas de las montañas de Mitumba adquieren una tonalidad azulada, puede verse una hilera de madres sentadas en un banco de madera delante del puesto de las enfermeras en la tienda de pediatría. Los niños postrados en su regazo acaban de ser admitidos. Están demasiado débiles para protestar siquiera contra las enfermeras que llevan linternas frontales para poder encontrar mejor la vena en la que colocarles el suero.

Estos niños tienen malaria severa, una mezcla de signos y síntomas, resultados de laboratorio (si es que los hay) e infección con un tipo de parásito de la malaria, el Plasmodium falciparum. Una vez que el parásito falciparum, como si de un taladro se tratase, ha entrado en el organismo a través de la probóscide de una hembra hambrienta de sangre del mosquito anofeles, se reproduce con gran rapidez y, como una microscópica bola de demolición, aplasta los glóbulos rojos, dejando a los niños sin aliento, con anemia severa, y se pega a los vasos sanguíneos del cerebro, causando ataques epilépticos, el coma y la muerte.

El tiempo lo es todo: retrasar el tratamiento multiplicará de forma descontrolada los parásitos, y el niño llegará a un punto de no retorno. Lejuif, la enfermera de guardia, y yo empezamos con el niño que parece más enfermo, un pequeño de 18 meses llamado Bahati. Sus pies están fríos, lo que indica que se encuentra en estado de shock. No responde cuando le frotamos enérgicamente el pecho, está en coma y respira agitadamente: padece un síndrome respiratorio agudo grave. Su hemoglobina, la medida de cuánto oxígeno pueden transportar sus glóbulos rojos, es muy baja. Necesita una transfusión de sangre inmediatamente.

Le trasladamos a toda prisa bajo las estrellas, desde la tienda al edificio de una planta en el que se encuentra la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). La unidad dispone de un concentrador de oxígeno, que utilizamos para ayudarle a respirar mientras le colocamos el suero, le damos medicamentos antipalúdicos y le preparamos para una transfusión.

Las familias tienen que donar sangre si un niño necesita una transfusión. La madre de Bahati ha venido andando desde la ciudad de Misisi, rica en yacimientos de oro, a 15 kilómetros de distancia, sin la compañía de su pareja. Como está embarazada, no puede donar sangre. Y en el congelador no hay sangre del grupo sanguíneo del pequeño.

Wilondja, enfermera también, regresa a la tienda de pediatría y persuade a otra de las madres para que done sangre. También empezamos a administrarle antibióticos pues no tenemos otra forma de descartar que padezca meningitis o alguna infección sanguínea, lo cual es posible porque Bahati ha sido sometido hace poco a una práctica tradicional consistente en extirpar la campanilla.

La voluntad política y los fondos para comprar mosquiteras, insecticida y medicamentos tanto para curar la enfermedad como para controlar su transmisión han salvado muchas vidas en el África subsahariana. Por ahora, no existe ninguna vacuna lo suficientemente prometedora en el horizonte.

La experiencia en este distrito de salud congoleño, Kimbi-Lulenge, parece confirmar el último Informe Mundial sobre Malaria de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de 2011, que afirma que en República Democrática del Congo los casos van en aumento, desafiando la tendencia mundial, y contra todo pronóstico.

Médicos Sin Fronteras trató un 15% más de pacientes con malaria en Kivu Sur durante los primeros dos meses de 2012, en relación a 2011. Sin embargo el nuevo proyecto de Kimbi también se ajustaría a la evaluación de la OMS según la cual el hecho de que la atención médica llegue a una población remota (más remota incluso por culpa del conflicto) conlleva un mayor registro de casos.

En la más establecida intervención de MSF en la ciudad de Baraka, a orillas del lago Tanganyika, la proporción de menores de 5 años con malaria severa en enero y febrero de este año llegó al 9,3%. En Kimbi, al 25 por ciento. La diferencia se debe probablemente a un adecuado acceso a la atención médica, ya que gran parte de la población de los alrededores de Baraka tiene a su alcance centros de atención primaria de salud con stocks fiables de antipalúdicos.

Por el contrario, en Kimbi, una zona remota en la que comenzamos a trabajar el pasado octubre, MSF ha tenido que superar complejas dificultades de aprovisionamiento. Pero ya estamos apoyando centros de salud como el de Misisi, para que los niños como Bahati puedan conseguir tratamiento más cerca de sus casas antes de caer tan enfermos. También hemos empezado a utilizar el artesunato inyectable, un antipalúdico mejor que la vieja quinina; de hecho, Kimbi es uno de los primeros proyectos del África subsahariana en los que lo estamos usando.

Tras dos días de tormentoso tratamiento y un coma con ataques epilépticos periódicos, Bahati, que en suahili significa “suerte”, con la ayuda de su nombre y de la atención del personal de enfermería en la UCI provisional, ha conseguido reponerse. Pero miles de niños morirán este año de malaria en RDC, de una enfermedad que es prevenible y curable.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Foto 1: Una niña con malaria severa ingresada en el hospital de Mweso, en Kivu Norte. Junto a ella, su hermano pequeño, que no está enfermo. República Democrática del Congo, noviembre de 2011. (© Raghu Venugopal).

Foto 2: Los equipos de MSF se desplazan a las zonas más remotas de RDC para responder a brotes de malaria. República Democrática del Congo, marzo de 2012. (© Gijs Van Gassen).

Foto 3: El test de diagnóstico SD Bioline permite determinar con rapidez y de una forma sencilla si una persona tiene malaria. Con una sola gota de sangre, el test identifica una proteína específica asociada a la presencia del parásito falciparum. Los test con dos barras indican la presencia de la proteína, es decir que la persona padece malaria. Sobre los tests se registran los nombres de los pacientes y la hora en que se tomó la muestra. República Democrática del Congo, marzo de 2012 (© Gijs Van Gassen).