Por Ida Moberg, doctora de MSF en la República Democrática del Congo
La doctora Ida Moberg concluye su primera misión con Médicos Sin Fronteras (MSF). Desde Numbi, en las montañas de la provincia de Kivu sur, al este de la República Democrática del Congo (RDC), relata en un diario de campaña el trabajo en esta zona minera donde el acceso a la salud es todo un reto para las comunidades locales.
Mulume tiene dos años. Su respiración es rápida y superficial. Tiene episodios de fiebre alta desde la noche anterior y carece de fuerzas para comer ni beber. Esa misma mañana ha sufrido convulsiones que han preocupado a su madre. Fue ella misma quién lo trajo a un pequeño centro de salud en la provincia de Ziralo, en el este de la República Democrática del Congo. Una vez allí, Mulume, muy pálido, dió positivo en el test de malaria. Un análisis de sangre confirmó que sufría anemia a causa de esta enfermedad. La enfermera del centro de salud derivó a Mulume al nuevo hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Kusisa.

Hasta la puesta en funcionamiento del nuevo hospital de Kusisa, en la imagen, muchos pacientes tenían que caminar durante horas hasta Numbi para recibir atención médica.
Ahora Mulume está acostado en una cama en la sala de urgencias del hospital de Kusisa. Mis colegas y yo efectuamos nuevos análisis de sangre. Los resultados muestran que su hemograma es tan bajo que necesita una transfusión de sangre. En previsión de eso, comenzamos el tratamiento para la malaria con artesunato intravenoso.
Afortunadamente, encontramos un donante de sangre compatible con Mulume para que podamos comenzar una transfusión. En el pasado, los pacientes en la provincia de Ziralo tenían que recorrer un largo camino para llegar a un hospital. Ahora, gracias al recién inaugurado hospital de Kusisa, Mulume puede recibir tratamiento contra la malaria y transfusión de sangre en apenas unas horas.
Cuando al día siguiente realiza la ronda de consulta con mi colega congoleño, Mulume ya se encuentra mejor. Ha desayunado algo y ha recibido tres dosis de artesunato intravenoso. Además, su conteo sanguíneo ha aumentado tras la transfusión. Cambiamos la administración del tratamiento a pastillas que deberá tomar durante los próximos tres días.
En la cama junto a Mulume está el pequeño Bahati. Tiene 6 meses de edad, pero pesa solo 3,5 kg, lo que generalmente corresponde al peso de un recién nacido. Está tan delgado que se le marcan las costillas. Su madre ha caminado durante ocho horas para llegar al hospital de Kusisa. Apenas tiene leche materna para amantar a su bebé. Tras examinar, medir y pesar a Bahati concluimos que está sufriendo una desnutrición aguda grave del tipo marasmo. Además, presenta signos de neumonía por lo que comenzamos un tratamiento con penicilina intravenosa.
Después de una semana de tratamiento contra la neumonía y la desnutrición, Bahati ya tiene más energía. Ahora me mira con firmeza y responde con una sonrisa cuando le sonrío. Ha ganado unos cientos de gramos. Tras una semana y media en Kusisa, ha subido aún más de peso y podemos darle de alta. Facilitamos a la madre paquetes de alimentos preparados ricos en nutrientes suficientes para una semana cuando tendrán que volver para una visita de seguimiento. Estos preparados contienen leche en polvo enriquecida y manteca de cacahuete y aportan los nutrientes que necesita un niño desnutrido para compensar sus deficiencias y ganar peso. Bahati lo come con buen apetito.
En República Democrática del Congo, no dices adiós cuando te marchas. Antes, cuando Bahati y su madre van a abandonar el hospital, nos tomamos las manos y decimos «tutaonana», que significa «hasta que volvamos a encontrarnos» en swahili.
Mi misión en República Democrática del Congo ha terminado y es hora de regresar a casa, a Suecia. Tras 6 meses en Numbi toca decir: ¡»Asante Sana» (muchas gracias) y «Tutaonana» (¡hasta que nos volvamos a encontrar) en el Congo!