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¿Por qué estamos aquí?

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

Si habéis leído recientemente algo en las noticias sobre el problemas o violencia en este nuevo país que es Sudán del Sur, seguro que no se mencionaba ningún lugar cercano a Raja, desde donde os escribo. Los enfrentamientos entre las diferentes tribus por el robo de ganado en Jonglei y la continua violencia en torno a Abyei y en el sur de Kordofán, sumados a los nuevos combates en la frontera (ahora internacional) que separa Sudán de Sudán del Sur, nos recuerdan que la independencia obtenida el pasado 9 de julio no ha supuesto el fin de décadas de violencia y luchas.

Algunas de las consecuencias de estos años de violencia, migraciones forzadas, y la incapacidad de la población para vivir una vida normal se encuentran en las contundentes estadísticas relativas al nivel de salud de la nueva nación, que os resumiré en estas pocas líneas, con datos que podéis encontrar en los informes de varias agencias de Naciones Unidas:

  • tres de cada cuatro personas no tienen acceso a atención sanitaria básica,
  • la malaria es hiperendémica, siendo la causa de más del 40% de todas consultas sanitarias,
  • una de cada siete mujeres embarazadas morirá,
  • una muchacha de 15 años tiene más probabilidades de morir de parto que de terminar la escuela,
  • sólo el 6,4% de la población tiene unas condiciones de saneamiento adecuadas.

A este listado hay que añadirle el coste de la guerra, que se estima en dos millones de muertos, cuatro millones de desplazados y un millón de refugiados. Y esto es sólo Sudan del Sur. Estas cifras no tienen nada que ver con Darfur. Es horrible. Resulta difícil hacerse una idea. Pensando en el futuro, uno se da cuenta de lo mucho que queda por hacer en este país. ¿Por dónde empezar? ¿Quién debería hacerlo y cómo? ¿Cuál es el papel de Médicos Sin Fronteras?

Como ya he mencionado, en Raja no nos encontramos cerca del actual foco de violencia, a diferencia de otros equipos de MSF que sí lo están, hasta el punto de haber registrado asaltos en nuestras clínicas. Pero ¿significa eso que en Raja no estamos respondiendo a una grave emergencia? O por el contrario, ¿demuestran las estadísticas expuestas más arriba que sí lo estamos haciendo? ¿Debería acaso ocupar nuestro lugar una organización más orientada al desarrollo? ¿O la simple falta de infraestructuras justifica nuestra intervención en Raja?

MSF es una organización médico-humanitaria que, permitidme que cite la Carta Magna de la organización, “aporta su ayuda a las poblaciones en situación precaria, a las víctimas de catástrofes de origen natural o humano, de conflictos armados, sin discriminación de raza, sexo, religión, filosofía o política”. Es por tanto una organización emergencista y nuestras actividades, orientadas a preservar la vida y aliviar el sufrimiento de personas en periodos de crisis, tiene poco que ver con el denodado esfuerzo de las organizaciones especializadas en desarrollo y cooperación que luchan por construir e implantar nuevos modelos de desarrollo.

Es cierto que lo que estamos viendo aquí es una población en situación precaria que, de otro modo, tendría un acceso mucho más limitado a la atención médica. Las últimas semanas hemos sido testigos de una explosión de malaria que ha colapsado la sala de pediatría. Hay muchas vidas en la cuerda floja. Pero, ¿no justificaría esto que abriésemos proyectos en muchos otros lugares? ¿Qué ocurrirá si nos vamos de Raja?

Una cosa que me gusta de MSF es el constante debate interno sobre quiénes somos, qué deberíamos hacer y cómo llevarlo a cabo. Por lo que las preguntas anteriores están abiertas. No nos falta autocrítica ni introspección organizativa.

Por ejemplo, mi misión anterior en Zambia fue un proyecto de prevención del cólera. Tras responder año tras año a brotes de cólera en los barrios marginales de Lusaka, se decidió emprender una acción preventiva que consistía en gran medida en clorar pozos sucios o superficiales y lanzar una campaña de educación para fomentar la higiene, para después intentar que el gobierno y otros actores siguiesen dichas recomendaciones.

¿Por qué tratar los síntomas y no la causa? Parece lógico, pero lo cierto es que hubo mucho debate interno alrededor del proyecto en su conjunto así como sobre qué actividades deberían llevarse a cabo. Aunque en ocasiones es frustrante, encontré que era saludable discutir y contrastar nuestras propuestas de acción con la filosofía de la organización.

Mientras tanto, en Sudán del Sur, las cosas todavía están en el aire. La situación es tranquila en nuestra zona, pero en estos momentos la lista de lugares que no lo están es larga. La realidad ha mejorado mucho pero es todavía precaria. Raja, con una población de 26.000 personas, está formada en un 90% por retornados, según la información de que disponemos. ¡Un 90%! Esto significa que sólo un 10% de la población local se quedó durante los peores años de violencia.

Me pregunto cómo debía ser esta ciudad con únicamente 2.600 habitantes. Cuesta imaginarlo. Quizás de la misma forma como cuesta imaginarnos el hecho de no estar aquí y de no tratar a las mujeres y niños que necesitan ayuda urgente.

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Foto superior: Desplazados instalados en refugios improvisados en la aldea de Juong, en el estado de Warrap, en Sudán del Sur. Los bombardeos y la violencia en la disputada región fronteriza de Abyei forzaron la huida de 100.000 personas a mediados del pasado mes de mayo (© Gaël Turine/VU).

Foto inferior: Vista aérea de la clínica de Médicos Sin Fronteras en Pieri, Sudán del Sur, saqueada y parcialmente incendiada durante los ataques en la zona el pasado 18 de agosto (© MSF).

Hablemos de Gadzi

Por Óscar Sánchez-Rey (República Centroafricana, MSF)

Abrir un proyecto es algo para lo que en este trabajo siempre hay voluntarios. Hay mucho que hacer, poco tiempo y las condiciones de vida al inicio son difíciles. Pero los resultados visibles casi inmediatamente compensan los esfuerzos realizados. Sobre todo si hablamos de lugares como Gadzi, donde simple y llanamente no hay ni una estructura de salud que funcione.

Gadzi es el proyecto que abrimos el pasado mayo en el suroeste de la República Centroafricana. Es parte de nuestra estrategia en la región para reducir la mortalidad infantil, sobre todo en época de lluvias, cuando el mosquito anofeles, transmisor de la malaria, se multiplica a sus anchas favorecido por la humedad y las buenas temperaturas.

En Gadzi, sobrevivir a la malaria es una cuestión de suerte, o tal vez de fortaleza genética. El parásito es especialmente mortal en las etapas más tiernas de la vida. Lo bueno de comenzar un proyecto en un sitio como este es que enseguida podemos administrar un tratamiento simple y muy eficaz para esta y otras enfermedades, como las infecciones respiratorias o las diarreas. Tratamientos que suponen la diferencia entre la vida y la muerte para muchos pequeños pacientes.

Abrimos el proyecto en dos fases, primero la base de Djomo y después la de Gontikiri. Yo tuve la gran suerte de estar en el primer mes de intervención. Tuvimos mucho trabajo que hacer, pero como no había nada, todo lo que comenzamos a hacer era pertinente y necesario. La prioridad era establecer una base y poner en marcha los mínimos en el hospital. La población empezó a llegar antes que nos diera tiempo a estar plenamente operativos. La presión asistencial nos hizo trabajar a buen ritmo desde el principio.

El pueblo de Gontikiri, además, es un lugar especialmente aislado entre lo ya aislado de esta provincia. Os contaba en otra entrega que sólo hay un coche que pasa una vez por semana. El camión, que también mencionaba y del que esta vez os dejo una foto, era el primer vehículo cargado con suministros para abrir el proyecto.

El camino era mucho peor de lo esperado. En el primer viaje el camión se quedo atascado toda la noche y tuvimos que ir a rescatarlo la mañana siguiente. De hecho, la gente de Gontikiri no dijo que hacía al menos diez años que no pasaba ningún camión por la zona…

 

También podéis ver el centro de salud tal y como lo encontramos. Imposible comenzar a trabajar allí. Los primeros pacientes fueron hospitalizados en tiendas de campaña. Ya no está así, la rehabilitación ha avanzado mucho y que todo ha mejorado bastante, y el equipo que sigue trabajando en Gontikiri tiene cada vez más pacientes.

Desgraciadamente, trabajar en lugares aislados también tiene su parte frustrante: el saber que no podemos llegar a todo, que todavía hay enfermedades y casos quirúrgicos que no podemos tratar, y que los escasos centros de referencia están muy, muy lejos, de nuestra zona de trabajo. De todas formas, al final del día el trabajo bien hecho siempre inclina la balanza personal hacia el lado positivo.

Desde Boda,

Óscar

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Fotos: © Óscar Sánchez-Rey