El Blog Solidario El Blog Solidario

Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Archivo de la categoría ‘Sin categoría’

«Déjame tu pasaporte y todo irá bien, te prometo que vivirás como una reina»

Beatriz Garlaschi. Cruz Roja Española. Belgrado-Atenas. Enero 2018

  • Chantajes, cambio de identidad, secuestro, malos tratos, violaciones, matrimonios forzados, tráfico de órganos o asesinato, son solo algunos de los patrones que se repiten en los millones de casos de trata de personas en todo el mundo.
  • Resulta un tanto anacrónico tener que hablar de esclavitud en el siglo XXI, pero la realidad es que la trata de seres humanos, responde a una versión moderna de esclavitud, reconocida como tal por Naciones Unidas.
  • “La trata” es un problema difícil de identificar en sus primeras fases, que puede afectar a cualquiera y puede darse en cualquier país.
  • Esta crónica cuenta cómo, en Serbia, la Cruz Roja se ha convertido en un referente en la prevención de trata de personas, a través de un proyecto en el que colabora Cruz Roja Española desde el año 2011, una experiencia que puede trasladarse a otros países de Europa.

En Belgrado, las mañanas son ya bastante frías en este mes del año, pero hay multitud de gente caminando hacia el trabajo en las calles del centro. En los parques, deambulan grupos de hombres, cabizbajos, con las manos metidas en los bolsillos. Algunos de ellos son mercaderes modernos, traficantes, que se citan en los lugares públicos y abiertos para discutir sobre los precios de viajes y personas migrantes; prometen una agradable bienvenida a Europa: con la llegada todo será fácil, encontrarán a sus seres queridos y serán felices para siempre.

Entre las mafias que actúan como agencias de viaje para las personas migrantes y los traficantes de personas, hay diferencias, pero se trata solo de una delgada línea que se cruza con frecuencia.

La historia sobre Ana Doula (nombre ficticio), es una de esas historias que te dejan paralizada: Ana era una niña bosnia de 17 años, cuando un familiar convenció a sus padres para llevarla a algún lugar de la Ex-Yugoslavia, prometiéndoles una vida mejor para ella. Esta fue una mala decisión de unos padres con poca información, que solo querían lo mejor para su hija; pero Ana se fue para no volver jamás con ellos, y se convirtió en una esclava sexual, obligada a perpetrar robos, a captar a otras víctimas y a consumir drogas que pagaba con sus horas de esclavitud.

Aunque era triste pegar a otras chicas, había que hacerlo, para sobrevivir, estaba muy perdida, pero en los días en los que le encargaban salir y “hacer negocios”, se sentía grandiosa e importante.

Pasados algunos años de cautiverio, los captores de Ana fueron identificados y encarcelados, se había convertido en una adulta, y tuvo una segunda oportunidad: intentó rehabilitarse y recuperar cierta normalidad; quiso ayudar a otras chicas a ser conscientes de los escurridizos trucos de los traficantes. Pero al final, no fue posible escapar de su pasado; las secuelas psicológicas fueron en su caso más profundas que las huellas físicas que había en su cuerpo. Volvió a enfrentarse con las amenazas de otros traficantes, hasta que entró de nuevo en el bucle del mercado de seres humanos. Hoy, si está viva, tendrá unos 35 años.

Esta es la imagen principal del proyecto de prevención de trata de personas de la Cruz Roja de Serbia, y simboliza a personas tratadas como objetos, privadas de dignidad, de libertad, y de su condición humana. La figura parece humana, pero en realidad, su humanidad se ha convertido en un objeto. La brecha en la cabeza simboliza las secuelas psicológicas de la trata.

La trata puede estar al lado de casa

A muchos padres, madres y docentes de nuestro país, el término esclavitud les puede sonar a problema ajeno y lejano, pero se trata de una situación que puede afectar a cualquiera, y en la que si se invierten recursos y esfuerzos,  (no en atemorizar, sino en educar) se puede hacer bastante para prevenir.

“La trata”, aunque suene a asunto peligroso y oscuro, es un tema de conversación en Serbia, país en el que la Cruz Roja tiene una reconocida experiencia por su trabajo de prevención, gracias a su proyecto “Contra la  trata de personas”, en el que colabora Cruz Roja Española desde el año 2011. Jelena Anjelic, es la coordinadora del proyecto, y para ella, la trata “es un problema relativamente escondido, porque se habla de ello, y se trata de una situación compleja que tiene muchas capas. Los jóvenes saben que existe, pero no son conscientes de que podrían tener el problema en casa, teniendo en cuenta que muchos de ellos quieren salir de Serbia para buscar mejores oportunidades”.

España está a la cabeza en la lista de países demandantes de prostitución, según Naciones Unidas, por lo que somos parte del problema también por ese lado. Pero, es sin embargo en los países de tránsito de personas migrantes hacia la Unión Europea, (y sobre todo en Macedonia, Montenegro, Serbia o Hungría) donde existe un fuerte foco de personas víctimas de trata, debido en parte a la llegada de personas migrantes y refugiadas procedentes de la misma Europa, de Asia o África, sobre todo de menores que viajan a Europa solos.

La situación de los niños y niñas que viajan solos es de lo más desgarrador que puede ver un trabajador del ámbito social

Las mafias han abierto los ojos y los bolsillos ante la llegada de tanta “mercancía”  fácil de menores migrantes no acompañados durante los dos últimos años. A veces, caer en estas redes surge de la pura necesidad por sobrevivir, y los menores solos se dejan llevar por las falsas promesas, en un país cuyo nombre a veces desconocen, que no es el suyo y donde ellos no son de nadie (hasta que un desconocido se encarga de ponerles un dueño, un nombre falso y unas cadenas).

Salimos de Belgrado y después de un recorrido de unos 100 kilómetros  hacia el Oeste por la autopista A3, en dirección a Zagreb, llegamos a Sid, una ciudad de unos 14.000 habitantes, que se encuentra a tan solo tres kilómetros de la frontera con Croacia, donde todavía hay calles sin asfaltar y el barro que han dejado las lluvias acentúa el color gris de los edificios. Cruz Roja da de comer aquí  a 350 personas sin recursos cada día, y trabaja también en el centro de acogida de migrantes y solicitantes de asilo.

En Serbia, el problema de la trata tiene su versión doméstica y la de la inmigración. Por un lado, en la escuela infantil los horarios cambian cada semana, lo que hace muy difícil la logística familiar. Al final, muchos se quedan solos en casa. Y por otro lado, “el problema es que muchos jóvenes quieren irse de Serbia y no están informados, o no saben a quién acudir”, cuenta Vanja Stevanovic, una voluntaria de Cruz Roja de Sid que dedica gran parte de su día a capacitar a niños y niñas para que no caigan en las redes de los traficantes: “En nuestro país, cualquiera puede ser víctima de trata. El problema es que muchos jóvenes quieren irse de Serbia y no están informados o no saben a quién acudir. Nos asusta mucho, porque piensan que es fácil llegar a la Unión Europea. El año pasado se identificaron solo 55 casos, pero se sabe que hay muchos más”, añade.

Sid, Sombor y Subotica son tres de las ciudades fronterizas de Serbia que recibieron un mayor número de personas migrantes a principios de 2016. Los voluntarios de la Cruz Roja de Sid, expertos en trata de personas, han vivido todo tipo de casos, sobre todo después de que la ciudad se convirtiera en la última parada antes de la Unión Europea. Han conocido a familias que enviaban a sus hijos solos a Europa desde Afganistán o Irán. Las mafias les decían que el gobierno europeo pagaría por su reunificación, y así han viajado algunos niños solos hasta aquí, gracias al lavado de cerebro que los traficantes hacen a las familias.

La Cruz Roja Serbia imparte diariamente sesiones para prevenir la trata de personas, es una actividad que se realiza en todo el país y que comienza en la infancia con juegos adaptados a su edad. En la adolescencia, los mensajes son más contundentes, como la imagen que aparece en la pantalla del taller y que simboliza personas privadas de su dignidad humana y de libertad, a causa de la trata.

Una fórmula de Cruz Roja para aliviar el sufrimiento

La Cruz Roja de Serbia trabaja para proteger los derechos humanos,  convertida en una organización referente sobre trata de personas en el país, y en un reclamo muy atractivo para el voluntariado universitario, interesado en la prevención de trata de personas.

Vesna Milenovic, Secretaria General de la Cruz Roja de Serbia, sabe que el “peer to peer” (educación entre iguales) es un buen método,  y comenta que está “convencida de que la educación entre pares es el camino a seguir.  Ahora mismo, con la llegada de inmigrantes, el problema es aún mayor y estamos trabajando contrarreloj para prevenir que se den casos de trata de personas entre los menores no acompañados”.

Las formas de captación de personas en el mercado de la explotación son cada vez más “originales” y en Internet se libra otra batalla contra la trata. Por eso la Cruz Roja de Serbia trabaja también en un proyecto conjunto con Wikipedia en el que una selección de voluntarios, debidamente capacitados, está autorizada para publicar en nombre de Cruz Roja el contenido disponible sobre prevención de trata en esta plataforma para que sea accesible a todo el mundo.

En un día cualquiera que podría ser hoy, en un lugar de Europa fuera del espacio Schengen, una niña de 17 años entrega su pasaporte a un conocido durante un esperanzador viaje por carretera que le cambiará la vida. Confía en él, pues es el hijo de una prima de su madre, el chico tiene un coche y un look impecables. Antes de iniciar el viaje, el chico se muestra contento porque, le dice a la chica, “eres la mujer de mi vida, y te voy a hacer muy feliz…; déjame tu pasaporte”.

Historias de falsas promesas como ésta las cuenta el cortometraje The Observers, realizado por la organización UNITAS-Serbia. Estamos en Belgrado, la ruta por los caminos de la trata en Serbia termina curiosamente en el Festival de Cine serbo-japonés de la capital. El film es un recorrido por el lado más salvaje y aterrador de la vida de las personas víctimas de trata.

Vojin Milosavgevic, estudiante de medicina y voluntario de la Cruz Roja Serbia del proyecto contra la trata, en el Festival de Cine Serbo-japonés de Serbia, entes de la proyección de la película The Observers.

Escuecen los ojos cuando lees “trata de personas”, y nos resulta insoportable, inaceptable y psicológicamente difícil de digerir que esta lacra exista.  Pero lo cierto es que millones de personas en el mundo soportan sufrimientos parecidos a los de Ana Doula o a los de la joven de la película The Observers. Según la ONU, existen alrededor de 21 millones de personas explotadas, laboral o sexualmente, en un mercado inhumano que ya mueve mayores dividendos que el narcotráfico.

Tamara Vicanovic, estudiante de la facultad de Ciencia Política de Belgrado y voluntaria del proyecto de la Cruz Roja de Serbia, dice que para ella, “trabajar como voluntaria para prevenir la trata de personas es una forma de vivir”, y que está “segura de que en el futuro habrá una nueva generación más informada que la nuestra sobre la trata de seres humanos, ese es nuestro objetivo”.

Jóvenes sensibilizadas contra la trata a través del proyecto de Cruz Roja Serbia, en una de las aulas del Instituto de Enseñanza Secundaria de Sid (Serbia). Este centro participa muy activamente en campañas y aportando voluntarios y voluntarias al proyecto. Se trata de chicos y chicas que con un alto porcentaje de seguridad, ya no están en riesgo de caer en las redes de traficantes.

Batangafo: «Lo único que le queda a toda esa gente es su propia vida»

Por Natacha Buhler, responsable de comunicación de MSF en RCA

Desde finales de julio de 2017, los combates entre las facciones ex-Seleka y anti-balaka han vuelven a incendiar el norte de la República Centroafricana. Miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus refugios en Batangafo y alrededores, en donde estaban instalados desde la crisis en 2013-2014. Muchos de ellos han buscado protección en el complejo hospitalario administrado por MSF.

«Estoy cansada de correr. Mientras se siga oyendo el zumbido de los disparos, me quedaré en el hospital». Esther tiene 30 años y vive en una cabaña hecha con ramas. Junto a ella están su hija y su hermano menor. La cabaña está justo detrás del edificio en el que se encuentra el quirófano de nuestro hospital en Batangafo. El 29 de julio de este año, tras el enésimo estallido de violencia entre las facciones de la antigua coalición Seleka y la anti-Balaka, Esther y unas 16.000 personas más, buscaron refugio en este lugar.

Esther Ngaindiro, de 30 años, vive en el hospital de Batangafo desde el brote de violencia del 29 de julio. Antes, vivía en el emplazamiento de Baga para desplazados internos, donde algunos de sus familiares fueron asesinados durante los enfrentamientos. Ahora está en el hospital con su hija y otros miembros de su familia. Su madre decidió quedarse en Baga, ya que cree que si ella si Esther se separan, habrá más opciones de que alguna de las dos sobreviva para cuidar de la familia © Natacha Buhler/MSF

Los «acontecimientos», como se conoce aquí la violencia que devastó el país en 2013 y 2014, todavía están presentes en la mente de todo el mundo. No todos los que huyeron de Batangafo en 2013 regresaron cuando pasó la gran oleada de violencia. Muchos tenían miedo de volver a sus casas y por eso unas 23.000 personas decidieron quedarse durante todo este tiempo en los campos de desplazados de la zona.

Sin embargo, si algo tengo comprobado en el tiempo que llevo aquí, es que en este país la violencia se ceba de manera especialmente cruel con los más débiles.  Aquellos que ya habían perdido todo en el pasado, vieron en julio cómo sus precarias cabañas quedaban completamente calcinadas, lo cual les llevó a tener que huir una vez más.

«No sé por qué pelean. Cualquier motivo parece ser suficiente para comenzar a luchar de nuevo; para aprovechar la oportunidad de saquearlo todo y dejarnos sin lo poco que tenemos. En los enfrentamientos de julio, algunos de mis familiares fueron asesinados y todas mis pertenencias fueron destruidas o robadas», continúa Esther, que, como tantos otros, llevaba en uno de estos campos desde hacía tres años.

Hoy, Esther está en el hospital junto con miles de personas, con la esperanza puesta en que este lugar pueda brindarles un mínimo de seguridad. Y ojalá pudiéramos dársela, pero a día de hoy, por desgracia, ni siquiera un hospital puede considerarse a salvo de los combates o de las bombas. Lo que sí vemos es que la cantidad de personas desplazadas que acoge el recinto varía de acuerdo con la evolución del conflicto. A veces somos más y otras veces somos bastantes menos.

Desde que estallara la violencia en Batangafo, algunas personas que habían buscado un refugio intentaron volver a casa cuando la situación se calmó. Pero se vieron forzadas a refugiarse de nuevo en el hospital cuando la violencia resurgió a principios de septiembre © Natacha Buhler/MSF

Tras los incidentes de julio, la violencia continuó en Batangafo durante los meses de agosto y septiembre de este año, hasta que los ex-Seleka y anti-Balaka firmaron un nuevo alto el fuego. Luego, en octubre, surgió un nuevo grupo de «autodefensa» con las mismas ganas de pelear que todos los demás. Fue fundado en un pueblo situado no muy lejos de aquí y allí es donde ahora se están librando los combates; más allá del río que separa la ciudad de la comunidad vecina, Saragba. Muchos de los que llegan al hospital huyendo de allí lo hacen sin absolutamente nada. Y casi todos nos hablan de aldeas totalmente quemadas y de cuerpos sin sepultar.  La violencia aquí no cesa.

«Mi madre se quedó en el campo de desplazados. Me dijo que era mejor si nos separábamos, porque si algo le sucedía a una de nosotras, entonces la otra podría cuidar de la familia», comenta Esther. «La temporada de lluvias fue dura, las lonas que usamos no nos resguardaban de la lluvia. Pasamos muchas noches de pie, apretujados los unos contra los otros. Se ha acabado la temporada y todavía seguimos aquí. No hay nada que hacer. Antes, me dedicaba un poco al comercio. Pero hace ya mucho que se nos acabó el dinero».

Aunque refugiarse en el hospital de Batangafo puede ser la opción más fiable en términos de seguridad, también contiene riesgos ocultos como el contagio de enfermedades. Un hospital es esencialmente un sitio donde tratar a personas enfermas © Natacha Buhler/MSF

Hay poco que celebrar cuando pensamos en cómo será el futuro en Batangafo. Esther, como muchos, dice que espera que vuelva a reinar la paz para poder comenzar a ganar dinero y poder cuidar de su familia. Su mayor anhelo es el de enviar a su hija a la escuela. Pero no se acaba de creer que eso sea algo que pueda llegar a suceder algún día. «Para que haya paz, no puede haber hombres armados», dice mirando al suelo. “Pero aquí los hombres no están dispuestos a dejar la violencia de lado”.

 

Médicos Sin Fronteras (MSF) ha prestado apoyo al hospital de Batangafo desde 2006, brindando atención médica gratuita a la población de la ciudad y de sus alrededores. La organización también ha establecido redes de trabajadores comunitarios en los cinco ejes fuera de la ciudad, de modo que el tratamiento para la malaria y para la diarrea siempre está accesible para la mayor parte de la población sin tener que desplazarse hasta el hospital. En la carretera de Ouogo, donde actualmente se libran los combates, solo dos trabajadores de 16 lograron llegar al hospital para reabastecerse del suministro de medicamentos paras sus respectivas zonas. La inseguridad también impide que el equipo de MSF acceda a aquellos lugares donde se libran los combates. La mayor parte de la población que vive allí ha huido al bosque o al campo, donde no tienen acceso a la atención médica, mientras que los puestos de salud en las aldeas han sido saqueados, destruidos o abandonados.Los trabajadores sanitarios también son víctimas del conflicto y, como todos los demás, se vieron obligados a huir para tratar de poner a salvo sus vidas.

MSF lleva trabajando en la República Centroafricana desde 1997 y hoy brinda asistencia médica a las poblaciones de Bria, Bambari, Alindao, Batangafo, Kabo, Bossangoa, Boguila, Paoua, Carnot, Zemio y Bangui. En 2016, la organización atendió un millón de consultas médicas, vacunó a 500.000 niños contra diversas enfermedades, realizó 9.000 intervenciones quirúrgicas y ayudó en el parto de 21.000 bebés en el país. Sin embargo, desde comienzos del año, con la intensificación del conflicto armado, la organización ha tenido que adaptar cuatro de sus 16 proyectos para responder a las necesidades más  urgentes de las personas directamente afectadas por el conflicto.

El mayor miedo de una madre rohingya

Esta historia cuenta la desgarradora realidad a la que se enfrentan miles de madres rohingyas refugiadas.

Por Charlotte Glennie, de UNICEF Australia, desde Cox’s Bazar

Cada día surgen nuevos horrores en la situación que afrontan los refugiados rohingyas en los campos de Cox’s Bazar. Esta es una emergencia de proporciones inmensas. Lo demuestra el sufrimiento de niños como Anamul, de nueve meses. Su madre, Nuraasha, de 20 años, le ha llevado a una de las tiendas médicas instaladas por UNICEF y el gobierno de Bangladesh. Allí van a vacunarle contra el sarampión y la rubeola, ya que las enfermedades infecciosas amenazan a esta vasta comunidad de refugiados recién llegados, y los trabajadores sanitarios se apresuran para vacunar a 150.000 niños lo más rápido posible.

El mayor miedo de una madre rohingya

Nuraasha y Anamul, antes de ser trasladados a la clínica donde el bebé recibirá tratamiento contra la desnutrición /© UNICEF Australia/Matthew Smeal

Pero cuando madre e hijo llegan, se hace patente que Anamul tiene necesidades más urgentes. El bebé y su madre, embarazada de seis meses, son llevados rápidamente al experto nutricional que UNICEF y sus aliados han llevado al campo para identificar los casos de desnutrición infantil más graves.

Sin duda, Anamul es uno de ellos.

Cuando el experto mide el diminuto perímetro del brazo de Anamul, el resultado es un siete. Cualquier cifra por debajo del 12 se traduce en que el niño sufre desnutrición. Pero los números más bajos significan que está en riesgo inmediato de muerte a menos que reciba tratamiento inmediatamente. Este bebé hambriento tiene todos los síntomas de desnutrición extrema: sus sienes están hundidas, no tiene masa muscular en la parte superior del brazo, sus pequeñas costillas sobresalen del cuerpo.

Llevamos rápidamente a Nuraasha y su precioso hijo a la clínica, donde llegan muchos de estos niños.

Mientras espera, comparte con nosotros parte de su terrible historia, como la de tantos otros refugiados rohingyas.

“Hace una semana que llegué a Bangladesh”, me cuenta. “Mi marido está aquí pero está enfermo, tiene fiebre. Al llegar me alojé en un sitio, pero me obligaron a ir a otro, y después a otro, y a otro”.

Huyendo de la violencia, Nuraasha llegó a Bangladesh sin nada. Alguien le dio algo de comida, pero se le está terminando. Le pregunto cómo está alimentando a su bebé. “Tengo un poco de leche y arroz frito. Le alimento con eso poco a poco. Mezclo el arroz con la leche”.

UNICEF estima que hay entre 3.000 y 4.000 niños con desnutrición severa y aguda entre los que han llegado a Bangladesh desde el 25 de agosto. Necesitan tratamiento o probablemente morirán.

Estamos haciendo lo que podemos para llegar a todos ellos, pero las zonas en las que la gente se queda de manera temporal son remotas y de difícil acceso. Los campos son caóticos. Muchos refugiados pasan fugazmente, se mueven de asentamiento en asentamiento buscando ayuda desesperadamente. Es una carrera contra el reloj.

Anamul es enviado a una clínica local donde recibirá tratamiento y se le hará seguimiento. UNICEF está trabajando para proporcionar a los niños más gravemente desnutridos tratamiento terapéutico vital.

Pero necesitamos más recursos para responder de manera adecuada a esta crisis, y si no los logramos esta situación se convertirá probablemente en una catástrofe, peor aún, una catástrofe que a afectará al menos a 240.000 niños rohingyas.

Huracán Irma: la isla de Barbuda se queda vacía

Por el equipo de UNICEF en Barbuda

Sasha Lewis, bajo un baño de rayos de sol, está a bordo de la embarcación que la llevará a ella y a otros habitantes de la devastada isla de Barbuda a la relativa seguridad que les ofrece la cercana Antigua.

Esta embarcación, Excellee, es normalmente un agradable barco que transporta a turistas que buscan una experiencia tropical en el popular punto turístico conocido por sus legendarias arenas rosas. Pero en los dos últimos días se han convertido en un transportador vital en el que los vecinos abandonan la isla, que se ha llevado la peor parte del huracán Irma.

Huracán Irma: la isla de Barbuda se queda vacía

Una escuela de Anguila, destrozada tras el paso del huracán Irma /© UNICEF/UN0120020

La devastación es total. Cuando acabó el pasado viernes, más de dos tercios de los 1.500 habitantes de este país habían realizado este viaje de una hora a Antigua, donde esperan empezar el proceso de recuperar sus vidas y la normalidad.
La urgencia es grande. El huracán José, que ha seguido casi el mismo camino que Irma, ya tiene a Barbuda en su mira.

El gobierno ya ha declarado el estado de emergencia y ha instado a los habitantes de la isla a abandonarla de manera voluntaria. Pero salir no es fácil cuando el único aeropuerto ha sufrido daños y está cerrado. Unas cuantas embarcaciones han respondido a la llamada y el puerto es un animado escenario desde el que los residentes, con los niños, los enfermos y los mayores primero, tratan de irse.

Sasha, de 23 años y embarazada de siete meses de su primer hijo, no contempla la perspectiva de enfrentarse a José en Barbuda, donde el 95% de las casas han sido dañadas o destruidas.

“Mi familia está en Antigua”, nos cuenta mientras espera su turno para embarcar. “No dejo nada atrás. Ni casa, ni nada…todo lo que alguna vez he tenido, todo, se ha ido. No tengo nada, ni siquiera ropa”.

Para Sasha los recuerdos de Irma son aún más dolorosos. Vio cómo su amiga Tevelle perdía a Charles, su hijo de dos años. El viento destrozó su casa, a dos puertas de la de Sasha.

“No sé por lo que está pasando mi amiga, pero lo siento tanto por ella…ese bebé era como mi propio hijo, voy a echarle de menos”, lamenta.

Barbuda es uno de los países donde UNICEF está trabajando con la agencia regional de gestión de desastres, los gobiernos y otros aliados internacionales para garantizar que la población recibe la ayuda que necesita.

“Nuestro objetivo es llegar a los niños estén donde estén, sobre todo a los que más nos necesitan”, afirma el representante de UNICEF para la zona del Caribe oriental, Khin Sandi-Lwin.

UNICEF está proporcionando a las familias desplazadas en Barbuda, Anguilla, las Islas Vírgenes y las Islas Turcas y Caicos, tiendas de campaña, tabletas para purificar el agua y kits de higiene, además de otros productos como lonas de plástico, mantas y contenedores de agua potable para paliar las secuelas que ha dejado a su paso el huracán Irma.

Cómo un hospital de Kirguistán le plantó cara a la mortalidad infantil

Por Sven G. Simonsen, UNICEF en Kirguistán

Este bebé que has visto…”. El doctor Shavkat Tadjibaev señala la sala de reanimación que acaba de mostrarnos. “Hace tres años, no habría vivido. Pero ahora está tranquilo, está respirando. Podemos decir que se está recuperando”.

El doctor Shavkat Tadjibaev es pediatra en el hospital infantil territorial Kara-Suu, en el sur de la provincia de Osh, Kirguistán. Este hospital da servicio a una población mayoritariamente de la etnia Uzbek. Kara-Suu fue uno de los distritos más afectados por el conflicto étnico que sufrió el país en 2010.

El médico nos relata una historia muy personal. Es también la historia de cómo, en poco tiempo, la atención a niños gravemente enfermos ha mejorado considerablemente.

Un comienzo dramático

La historia empieza de forma más dramática, un día de primavera de 2013. Tadjibaev estaba de guardia cuando un bebé de cuatro meses, enfermo de diarrea, cayó en coma. El personal no tenía medios para ayudarle y no podía ser trasladado al hospital provincial, que estaba a tan solo veinte minutos.

El niño se moría, y lo único que podía hacer yo era observar su estado”, lamenta el médico.

El bebé de 4 meses pudo ser trasladado en ambulancia al hospital de Osh /©UNICEF Kyrgyzstan/2017/Cholpon Imanalieva

Sin embargo, justo ese día el Ministro de Sanidad y dos experimentados médicos que representaban a UNICEF estaban visitando el hospital. Ellos contactaron con el hospital provincial, que envió una ambulancia totalmente equipada. El niño pudo ser tratado en Osh. “Cuando le visité al día siguiente estaba consciente y sonreía”.

Lo que ocurrió al día siguiente fue solo el comienzo de algo mucho más grande. Porque ese incidente reveló las deficiencias del hospital en la atención a niños gravemente enfermos, que cada año causaban muchas muertes que se podían haber prevenido. Hasta hace pocos años, la situación en Kara-Suu era “muy mala”, en palabras de Gulmira Kalbaeva, la directora del hospital, que empezó a trabajar allí hace siete años. “La tasa de mortalidad era muy alta. Cada año veíamos morir a más de 40 niños. La mitad moría de neumonía”.

UNICEF toma la iniciativa

Las causas eran variadas: falta de equipamiento, falta de formación, procedimientos erróneos y una deficiente cooperación entre hospitales. Cada causa se abordó a través de una serie de iniciativas de UNICEF, financiadas por el gobierno de Japón.

El incidente puso de manifiesto la falta de protocolos para dar respuesta a emergencias médicas. Las consecuencias podían ser terribles.

“A veces era un caos. Los médicos no se entendían unos a otros, cada uno proponía su propio tratamiento”.

UNICEF, con el Ministerio de Sanidad, inició un proceso para formular por primera vez protocolos nacionales sobre reanimación infantil en cuatro de las afecciones más comunes. Han sido aprobados recientemente.

“Los protocolos aportan mecanismos claros, lo cual nos hace ahorrar tiempo. Ahora solo tenemos en reanimación a la mitad de niños que solíamos tener, porque respondemos de manera más adecuada a cada caso”, explica Tadjibaev.

En paralelo, UNICEF inició una amplia formación a médicos de reanimación infantil y otro personal de los hospitales de todo el país. En 2015 la organización llevó a un equipo de especialistas de Lituania para impartir formación de soporte vital pediátrico avanzado. Una evaluación posterior ha demostrado que quienes recibieron esta formación obtienen resultados un 30% mejores que los que no. Por eso el soporte vital ha entrado en el programa académico de formación pediátrica postgrado.

Todo el personal del Kara-Suu ha realizado ya varias formaciones para mejorar. “Nos gusta el método de los formadores de UNICEF”, asegura Kalbaeva. “Son formaciones prácticas, van a lo importante, y además luego hay visitas de supervisión para asegurarse de que lo estamos poniendo en práctica. Además, hay una cosa muy importante, y es que forman a la vez a médicos y enfermeras, para enseñarnos a trabajar juntos como equipo. Antes, las enfermeras no podían ayudar a un niño en una emergencia, tenían miedo y no sabían cómo actuar. Pero ahora pueden intervenir si el médico no está”.

Mejora de los equipamientos

También la mejora en los equipamientos ha permitido mejorar la respuesta. Hasta hace poco, la sala de reanimación del hospital estaba desprovista de equipos operativos. Ahora hay tres camas con material vital. De hecho, Kara-Suu es uno de los 34 hospitales del país que han recibido por parte de UNICEF máquinas CPAP, que ayudan a respirar a los niños de una manera no intrusiva.

Finalmente, UNICEF ha contribuido a preparar protocolos para la derivación de niños gravemente enfermos, para garantizar que los traslados sean en ambulancias adecuadamente equipadas, que no haya retrasos y que los mejores hospitales estén preparados para recibir al paciente.

Hasta hace tres años, cada año entre 15 y 20 niños morían mientras eran trasladados en taxi de las localidades de Kara-Suu al hospital provincial de Osh. En 2013, de los 27 niños derivados a Osh desde los centros de salud locales o llevados por sus familias, 19 murieron por el camino o durante las tres primeras horas de hospitalización. Hoy, con un traslado en ambulancia y con un sistema de derivación que funciona, esto puede ocurrir quizás una vez al año.

Por fin duermo bien por las noches

La tasa de mortalidad es muy baja en el hospital de Kara-Suu: mientras que hace siete años cada año morían 20-25 niños por neumonía, en 2015 eran cinco y en 2016 fueron solo dos.

Cómo un hospital de Kirguistán le plantó cara a la mortalidad infantil

El doctor Shavkat Tadjibaev, frente a una de las tres camas del área de reanimación equipadas con soporte vital /©UNICEF Kyrgyzstan/2017/Sven G. Simonsen

El niño con el que Tadjibaev empezaban nuestra conversación tenía neumonía. Su pronóstico es bueno, y desde luego mucho mejor que lo que habría sido hace unos pocos años.

Cuando le pregunto qué supone todo esto para él personalmente, el doctor Tadjibaev me responde: “Antes, cuando un niño moría, sentía que no le había salvado incluso aunque podría haberlo hecho. Ese es un sentimiento con el que es muy muy difícil vivir. Pero ahora puedo dormir bien por la noches”.

Cómo está cambiado la vida de los mayores el primer sistema público de pensiones de África del Este en imágenes

Por Ben small, Coordinador del Área de Comunicación e Incidencia de HelpAge International.

En abril 2016, Zanzíbar fue el primer lugar de África del Este en ofrecer a las personas mayores una pensión pública. Desde entonces, cada persona de 70 años o más recibe 20,000 chelines tanzanos (9€) al mes. Es una cantidad modesta de dinero, pero en una isla donde muy pocas personas hacen contribuciones formales para tener una pensión de jubilación, este dinero tiene un gran poder ya que ha llegado a transformar la vida de las personas mayores beneficiarias de la pensión pública.

Viajar a Zanzíbar y ver cómo una cantidad tan pequeña de dinero ha cambiado la vida de las personas mayores, su actitud y su modo de ver la vida me ha demostrado que debemos seguir abogando por implementar un sistema público de pensiones en todos los países en vías de desarrollo. Kombo Mohamed, Ernestina Felix, Cassim Juma Vuai o Mambo Huwiss Mambo son solamente algunos de los mayores de Zanzíbar que han compartido conmigo sus vivencias y experiencias después de empezar a recibir la pensión mensual.

1. Kombo Mohamed, 72 años, ha sido la primera persona en Stone Town, en el casco histórico de la ciudad de Zanzíbar, que ha recibido una pensión del estado de 20,000 chelines tanzanos (9€) al mes. “Toda mi familia se beneficia de mi pensión”, me explica. “Puedo pagar los estudios de mi hija y el transporte a la escuela y hemos mejorado nuestra alimentación al poder comprar más frutas y verduras”.

2. Personas mayores en Welezo, un distrito de Stone Town, se reúnen por la mañana para recoger la pensión.

3. Pensionistas esperando en la cola para recibir su pago mensual en una escuela local.

4. Ernestina Felix tiene 88 años, es viuda y vive con su hija menor y sus tres nietos, y ha sido la primera mujer en recibir la pensión.

5. La familia de Ernestina la cuida muy bien ya que ha trabajado toda su vida –ha sido empleada doméstica hasta que ha cumplido 81 años– y no quiere ser una carga para su familia. Con la pensión, ha abierto un pequeño negocio de venta de zumos y vende una botella por 1,500 chelines.

6. Cassim Juma Vuai, 71 años, ayuda a un cliente en su tienda del pueblo de Uroa, Zanzíbar. Cassim ha trabajado como limpiador hasta cumplir los 60 años y luchaba para sobrevivir con una pensión de 40,000 chelines al mes. Cuando se introdujo el sistema social de pensiones, sus ingresos incrementaron con un 50%, lo que le permitió que abriera una tienda alimentaria donde vende productos básicos como harina o aceite.

7. Cassim, regalando mangos a los niños en su tienda, relata: “He decidido abrir una tienda porque no requiere mucha energía ya que estoy sentado todo el día esperando a que vengan los clientes”.

8. Fatima Mohamed, 70 años, recoge su pensión en una escuela local de Stone Town.

9. Fátima fue abandonada por su esposo y relata: “Antes de tener la pensión, mi vida era muy difícil porque no tenía ningún recurso para mantenerme”.

10. Fátima alimenta a un pollo. Ahora tiene un pequeño negocio vendiendo tomates, cacahuetes y otros pequeños productos. Cada mes, gasta la mitad de su pensión en comida para la casa y la otra mitad la invierte en su negocio.

11. Mambo Huwiss Mambo, 75 años, pescador del pueblo Chwaka, explica: “En un mes menos productivo, el dinero de la pensión es muy importante porque puedo comprar comida”.

12. El pago mensual le ha permitido a Asherjuma Ama comprar estos libros para la escuela de su nieto. Relata que jabón será la primera cosa que comprará cuando reciba la siguiente pensión.

13. Para Kombo, la pensión significa que tiene más dinero para poder comprar mangos como los que tiene en el bol. Como profesor de química jubilado, recibe también una pensión del Ministerio de Educación. La pensión estatal es muy útil en los meses cuando va muy justo de dinero. “Es una gran ayuda para los otros mayores que tienen su propio negocio o construyen sus casas poco a poco”, cuenta Kombo.

14. Los beneficios de los que disfruta este pensionista en Zanzíbar pueden ser los mismos en toda Tanzania. El socio de HelpAge Tanzania, Age International, sigue trabajando con el gobierno nacional para desarrollar un sistema estatal de pensiones para todo el país.



Fotos:
Kate Holt, Age International/HelpAge International

El poder de las vacunas

Por Belén Ruiz-Ocaña, desde UNICEF en Cuba

Analía no lo sabe, pero el pinchazo que acaba de causarle un gran berrinche la protege contra tres enfermedades. Hasta que la vacuna ha llegado a su brazo, ha recorrido un largo camino en el que cada paso es fundamental: desde que UNICEF adquiere la vacuna hasta que las enfermeras se la ponen a Analía en un policlínico de La Habana, Cuba, hay que garantizar que la cadena de frío no se rompe, y que la dosis llega en perfectas condiciones.

En el centro donde conozco a Analía y a su madre, Gretel, 160 niños son vacunados cada año. En este barrio la cobertura de vacunación en 2016 llegó al 100%. En todo el país, anualmente se distribuyen 4,8 millones de dosis de 12 tipos de vacunas para prevenir 13 enfermedades. Desde 1962 se han erradicado seis enfermedades, se han eliminado distintas complicaciones y se han reducido las tasas de morbilidad.

El poder de las vacunas

Analía, antes de recibir la vacuna que la protege contra tres enfermedades/ © UNICEF

Los números demuestran el poder de las vacunas, que cada año salvan entre 2 y 3 millones de vidas. El año pasado UNICEF adquirió 2.500 millones de dosis de vacunas, que llegaron a casi la mitad de niños menores de 5 años en todo el mundo. Solo en Cuba, UNICEF adquiere 70.000 dosis de la vacuna PRS (para prevenir la parotiditis, rubeola y sarampión), lo cual supone el 60% de las que se necesitan en todo el país.

Gracias a la aportación de UNICEF y su trabajo junto con la OMS, la Alianza Mundial para Vacunas e Inmunización, la Fundación Bill y Melinda Gates y otros aliados, se han logrado grandes éxitos como la reducción en un 85% y 83%, respectivamente, del número de niños menores de 5 años fallecidos debido al sarampión y al tétanos neonatal. Las vacunas han posibilitado la reducción en un 47% de las muertes por neumonía y un 57% de las causadas por la diarrea. Y sin embargo, el reto hoy es llegar a los 19,5 millones de niños que todavía hoy no reciben la vacuna que podría salvar su vida.

Por eso, cuando termina la Semana Mundial de la Vacunación, la sonrisa de Analía solo un rato después de recibir su dosis de la vacuna PRS nos recuerda una vez más el gran poder de las vacunas.

Cinco lecciones de vida que nos dan las personas mayores de Eslovenia

Por Beth Howgate, Asistente de Campañas de HelpAge International.

© HelpAge International

Hace dos semanas, estuve en Eslovenia para reunirme con dos de los socios de campañas de HelpAge. Durante este viaje, he tenido la oportunidad de conocer varias personas mayores en diferentes contextos.

Muy a menudo, pensamos que las personas mayores son un grupo de personas homogéneo, que generalmente tienen arrugas y de pelo canoso. Sin embargo, los mayores que he conocido venían de un grupo diverso, y cada uno tenía una historia única y fascinante. Todos querían ser escuchados, incluidos en la sociedad y valorados, cosas que no deberían cambiar con la edad. He aprendido mucho gracias a sus conversaciones, pero estas lecciones no eran las lecciones solo para las personas mayores, sino eran lecciones de vida.

Aquí comparto cinco de ellas:

  1. SAL Y SÉ ACTIVO

La primera lección que aprendí fue que hay que ser siempre activo, reunirte con tus amigos y aprovechar del aire libre. Para todos nosotros, pero especialmente, para las personas mayores que pueden ser más expuestas a experimentar soledad y depresión, mantenerse activo es imprescindible. Al salir, estás conectando permanentemente con la naturaleza.

© HelpAge International

2. SOY EL DUEÑO DE MI VIDA

He conocido a Milica, mujer mayor que vive en el pequeño pueblo pesquero Izola. Ella me dijo que ella es la dueña de su vida, y entendí perfectamente lo que me quiso transmitir. Nuestro tiempo es totalmente de nosotros y somos libres de hacer lo que queramos con él; por tanto, no debería ser definido por las expectativas de la sociedad sobre lo qué es la edad, al contrario, debería ser definido por nuestras propias expectativas.

3. SER CURIOSO ES IMPORTANTE

Muchos de los mayores con los que he hablado me dijeron que es muy importante que a medida que envejeces, mantengas tu curiosidad e interés por aspectos desconocidos. ¿Qué aporta esto? Ellos me explicaron que, si siguen aprendiendo nuevas cosas y adquiriendo nuevos conocimientos, se sientes jóvenes. Este es el primer paso para ser incluido totalmente a la sociedad como persona mayor. Esto nos revela que la curiosidad no es necesariamente una cuestión que prevalece en la juventud, sino que además es muy importante en la tercera edad.

4. NO TE ENFOQUES EXCLUSIVAMENTE EN TU CARRERA

Milan, un hombre mayor de Eslovenia que escribe periódicamente canciones de amor para su esposa ya que dice que “se ve mejor en las canciones”, me ha dicho: “el amor es lo que cuenta, no la edad –ama lo que de te guste y haz que eso te fascine”. Nevenka, ex–periodista y editora de diferentes periódicos, me explicó algo muy parecido, y es que deberíamos de ir al trabajo con entusiasmo. Pero ella también me dijo que no deberíamos enfocarnos solamente en nuestra carrera ya que una vez que te jubiles, te puedes sentir perdido y encontrar dificultades en hacerte una red social. Deberíamos construir estas redes a lo largo de nuestras vidas y encontrar amigos fuera del ámbito laboral también. Esto puede parecer algo obvio, pero muchos de nosotros nos sentimos culpables por dedicar demasiado tiempo y poner demasiada energía en nuestro trabajo y no tanto en nuestras vidas afuera de la oficina.

5. LOS MAYORES NO SON SOLO UN RECURSO

Muy importante, los mayores no son solo un recurso para aprender sobre el pasado, ellos tienen mucho que enseñarnos tanto sobre el presente como sobre el futuro. Al igual que los jóvenes, muchos de los mayores hablan hoy en día sobre política, tecnología, esquiar o desear aprende otro idioma.

Como sociedad, parece que estamos obsesionados con la palabra “viejo” y con el paso del tiempo nos sentimos culpables de tener miedo al añadir otra vela en la tarta de cumpleaños. Hemos creado sentimientos de miedo al pensar que viviremos muchos años cuando muchas personas mayores se sienten muy orgullosas de las vidas que han llevado y continuarán llevando. No les importa decirle a la gente su edad. A fin de cuentas, hacerse mayor es un privilegio y una conquista para la humanidad. “La vida es demasiado hermosa para nosotros para que no la vivamos como se debe”, me dice Milica.

Mis abuelos son mis padres: la generación perdida de Myanmar

Por Chris Roles, director de Age International. Coordina las relaciones con HelpAge Internationaly Age Reino Unido y responsable del área de incidencia, fundraising y acción humanitaria.

En el estado Karen, una provincia rural del este de Myanmar (Burma), hay muy poco trabajo. Desesperados, los habitantes de este pueblo viajan a buscar trabajo al país vecino, Tailandia. Mi objetivo al visitar el estado de Karen ha sido ver el impacto que está migración masiva ha tenido sobre los niños que han sido abandonados y sobre los abuelos que se han quedado como responsables de criar y educar a estos niños.

Como muchos muchachos de 17 años, Yar Yar ama el fútbol. Él es el capitán del equipo de fútbol local, apodado Chelsea por el afecto que Yar Yar tiene al equipo británico. Ellos juegan partidos periódicamente con Man U, los rivales del pueblo. Yar Yar ha nacido sin piernas y sin un brazo. Cuando juega futbol, él utiliza su único brazo para apoyarse mientras que lanza la pelota con la cadera.

“Mi abuela me transportaba en la espalda hasta que crecí y ya no pudo”, cuenta Yar Yar.

Yar Yar es criado en un pequeño pueblo del estado Karen, Myanmar por sus abuelos, Naung y Kalay que tienen 64 años. Yar Yar me cuenta que sus padres han tenido que emigrar a Tailandia para encontrar trabajo, dejándole a él y a sus dos hermanos bajo la responsabilidad de sus abuelos.

Según un informe del censo de 2014, el 20% de la población del estado Karen trabaja y vive en el extranjero, sobre todo en Tailandia, país con el cual Myanmar se avecina. El Estado Karen tiene también las tasas de alfabetización más bajas del país y más altas tasas de paro.

ASUMIR UNA RESPONSABILIDAD MUY GRANDE

Yar Yar sueña con llegar a ser un futbolista profesional o trabajar con los ordenadores para ganarse la vida. Ambas carreras parecen muy poco probables ya que el pueblo de Yar Yar se encuentra muy lejos de la escuela más cercana del estado. A pesar de los mejores esfuerzos hechos por sus abuelos, Yar Yar no ha podido ir a clases desde hace años.

“Mi abuela me transportaba a la escuela en la espalda hasta que crecí y ya no pude ir más. No había nadie que me pudiera llevar a la escuela”, nos explica Yar Yar.

«¿Qué pasará cuando nosotros muramos? ¿Cuándo seamos demasiado viejos?» Son las preguntas que el abuelo Kalay me dirige después de que haya terminado el breve encuentro con su nieto. Kalay y su esposa, Naung, llevan casados 42 años. Ellos cuidan de Yar Yar y de sus dos hermanas. Una de ellas, Win, es sorda y tiene problemas de aprendizaje. Cuidando y criando a tres nietos –de los cuales, dos con discapacidades –es una responsabilidad muy grande para cualquier persona y aún más para dos personas mayores como Naung y Kalay.

“Me preocupa mucho la situación de mi nieta mayor por culpa de su discapacidad”, nos relata el abuelo Kalay. “Ahora, que estamos aquí con ella, podemos hacernos cargo de Win. ¿Pero qué pasará cuando nosotros muramos? Me preocupa mucho quién se hará cargo de ella entonces”.

“Ellos no pueden enviarnos dinero a nosotros aquí”, relata Naung.

Naung y Kalay son agricultores de oficio; han cultivado y han criado animales en su pequeño pueblo durante décadas. No tienen ningún tipo de pensión y obtienen muy pocos ingresos con su trabajo.

Lee el resto de la entrada »

La silenciosa crisis del este de Camerún

Asentamiento de refugiados en la región Este de Camerún. UNICEF/A.Brecher

Asentamiento de refugiados en la región Este de Camerún. UNICEF/A.Brecher

Después de la guerra civil, 260.000 refugiados centroafricanos encontraron asilo en su vecino Camerún. De ellos el 62% son niños, que viven en condiciones verdaderamente precarias en asentamientos de refugiados o en comunidades de acogida. Más de 88.000 niños siguen sin poder ir al colegio. Debido a la grave falta de financiación, es imposible actualmente para UNICEF y sus aliados dar una respuesta que asegure que ningún niño queda atrás.

“No soy feliz en casa. No quería casarme, no quería tener un bebé. Quería ir al colegio. Con 13 años se es demasiado joven para ser una adulta”.

Kulsumi intenta sonreír, pero sus ojos están llenos de esa tristeza que ningún niños debería sentir jamás. Estamos en Tongo Gandima, un pequeño pueblo de la región este de Camerún, a cien kilómetros de la frontera con la República Centroafricana (RCA), el país del que huyó en 2014 cuando la violencia llegó a su pueblo.

“A mis padres les asesinaron delante de mí”, recuerda Kulsumi. “A mi hermano mayor también, al final hui sola. Seguí a un pastor, cuando se puso a dormir lo hice yo también. Por la mañana nos marchamos. Nunca he vuelto”.

Después de unas semanas de camino llegó a Camerún. Primero vivió en el asentamiento de refugiados de Gado. Después cuando encontró una familia de acogida, se mudó al pueblo de Tongo Gandima.

“Ahí es cuando las cosas fueron mal. Mi familia de acogida no tenía dinero para mandarme al colegio. Me casaron con un chico mayor que yo. No quería, pero no tenía otra opción. Ahora soy la madre de un bebé de 4 meses. Quiero a mi hijo, pero a veces siento que me han robado mi infancia”.

Kulsumi con su hijo. Foto: UNICEF/A.Brecher

Kulsumi con su hijo. Foto: UNICEF/A.Brecher

Kulsumi es una de las miles de niñas con historias desgarradoras similares. Un matrimonio temprano es el destino de más de la mitad de las chicas jóvenes que viven en una de estas dos regiones afectadas por la crisis: la región Este y Adamawa. Los padres prefieren no enviar a sus hijos al colegio para que puedan ayudar en casa en el trabajo del campo, y entregan a sus hijas para casarlas.

Cuando una niña llega a la pubertad, se la aparta del colegio”, explica Sylvie Ndoume, una directora de colegio del pueblo de Gado. “Hace 10 años que trabajo aquí y en todo este tiempo he visto solo a una niña llegar a noveno. Aquí el precio de una niña es un pack de cervezas y una gallina, que se le da al padre. Y ahí se acaba la historia”.

Desde el principio de la crisis, el Ministerio de Educación, UNICEF y sus aliados han llevado a cabo campañas públicas a gran escala para convencer a los padres de que envíen a sus hijos al colegio. Pero de los 250 pueblos a los que iba dirigida solo se ha llegado hasta el momento a 59, debido a una falta de recursos que obstaculiza seriamente los esfuerzos que se realizan para que los niños vuelvan al colegio. Este año, la sección de educación de UNICEF solo ha recibido el 20% de la financiación necesaria para las crisis de las regiones de Adamawa y del Este.

Niños frente a espacios de aprendizaje construidos por UNICEF y sus aliados en asentamientos de refugiados en las regiones Este y Adamawa de Camerún. Foto: UNICEF/A.Brecher

Niños frente a espacios de aprendizaje construidos por UNICEF y sus aliados, en asentamientos de refugiados en las regiones Este y Adamawa de Camerún. Foto: UNICEF/A.Brecher

“Hoy en día hay 88.000 niños que no pueden ir al colegio. ¿Qué tipo de futuro les espera?” se preguntaba Felicite Tchibindat, representante de UNICEF en Camerún. “Solo el 12% de los niños iban al colegio en la RCA. Con nuestras intervenciones, hemos conseguido aumentar esta cifra hasta el 30%, pero sigue sin ser suficiente. Cuando los niños no están en el colegio, su capacidad para alcanzar su pleno potencial desaparece”.

Leila es la madre de seis niños. Escapó de la RCA en lo que recuerda como la peor noche de toda su vida. “Disparaban por todas partes”, recuerda. “Asesinaron a todos mis vecinos. Milagrosamente conseguí llegar con mis hijos al asentamiento de refugiados de Gado, pero sigo sin noticias de mi marido”.

Aunque consiguió que cuatro de sus hijos accediesen a la escuela, los dos pequeños Amadou, de 3 años y Hissen de 4, tienen que quedarse en casa todo el día. No hay actividades para los niños de su edad.

“Mis hijos han visto la guerra, a la gente morir, han escuchado el ruido de las armas. Sé que no están bien. Están muy callados, y a veces se ponen a llorar sin motivo. ¿Qué les pasará cuando tengan que ir al colegio?”

En 2016 UNICEF consiguió dar apoyo psicosocial a través de ONG aliadas a 15.000 niños, pero se estima que otros 75.000 niños necesitan este tipo de apoyo para recuperarse de sus horribles experiencias durante el conflicto.

Más de 200 alumnos en una sola clase. No es una imagen inusual en el este de Camerún Photo: UNICEF/A.Brecher

Más de 200 alumnos en una sola clase. No es una imagen inusual en el este de Camerún Photo: UNICEF/A.Brecher

Este estatus quo conduce a una “tormenta perfecta” que pone en peligro el futuro de miles de niños. La ausencia de servicios de protección significa que estos niños no se pueden recuperar como debieran de su sufrimiento. Cuando llegan al colegio se enfrentan a condiciones muy duras por falta de profesores e infraestructuras. No es inusual encontrarse en el este de Camerún con 250 alumnos para un solo profesor. Además es frecuente que dejen de ir a la escuela cuando llegan a la edad en la que pueden trabajar con sus padres o casarse.

“La situación es extremadamente difícil, pero no irreversible”, añadía Felicite Tchibindat. “Podemos convertirla en una oportunidad para que los padres puedan ofrecer una vida mejor a sus hijos. Pido a la comunidad internacional que no se olvide de estos niños. Esta no puede convertirse en una crisis silenciosa. Todavía estamos a tiempo de actuar, pero si no lo hacemos ahora mismo, deberemos hacer frente a consecuencias mucho peores en el futuro”.

Alexandre Brecher, especialista en comunicación de UNICEF Camerún