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Batangafo: «Lo único que le queda a toda esa gente es su propia vida»

Por Natacha Buhler, responsable de comunicación de MSF en RCA

Desde finales de julio de 2017, los combates entre las facciones ex-Seleka y anti-balaka han vuelven a incendiar el norte de la República Centroafricana. Miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus refugios en Batangafo y alrededores, en donde estaban instalados desde la crisis en 2013-2014. Muchos de ellos han buscado protección en el complejo hospitalario administrado por MSF.

«Estoy cansada de correr. Mientras se siga oyendo el zumbido de los disparos, me quedaré en el hospital». Esther tiene 30 años y vive en una cabaña hecha con ramas. Junto a ella están su hija y su hermano menor. La cabaña está justo detrás del edificio en el que se encuentra el quirófano de nuestro hospital en Batangafo. El 29 de julio de este año, tras el enésimo estallido de violencia entre las facciones de la antigua coalición Seleka y la anti-Balaka, Esther y unas 16.000 personas más, buscaron refugio en este lugar.

Esther Ngaindiro, de 30 años, vive en el hospital de Batangafo desde el brote de violencia del 29 de julio. Antes, vivía en el emplazamiento de Baga para desplazados internos, donde algunos de sus familiares fueron asesinados durante los enfrentamientos. Ahora está en el hospital con su hija y otros miembros de su familia. Su madre decidió quedarse en Baga, ya que cree que si ella si Esther se separan, habrá más opciones de que alguna de las dos sobreviva para cuidar de la familia © Natacha Buhler/MSF

Los «acontecimientos», como se conoce aquí la violencia que devastó el país en 2013 y 2014, todavía están presentes en la mente de todo el mundo. No todos los que huyeron de Batangafo en 2013 regresaron cuando pasó la gran oleada de violencia. Muchos tenían miedo de volver a sus casas y por eso unas 23.000 personas decidieron quedarse durante todo este tiempo en los campos de desplazados de la zona.

Sin embargo, si algo tengo comprobado en el tiempo que llevo aquí, es que en este país la violencia se ceba de manera especialmente cruel con los más débiles.  Aquellos que ya habían perdido todo en el pasado, vieron en julio cómo sus precarias cabañas quedaban completamente calcinadas, lo cual les llevó a tener que huir una vez más.

«No sé por qué pelean. Cualquier motivo parece ser suficiente para comenzar a luchar de nuevo; para aprovechar la oportunidad de saquearlo todo y dejarnos sin lo poco que tenemos. En los enfrentamientos de julio, algunos de mis familiares fueron asesinados y todas mis pertenencias fueron destruidas o robadas», continúa Esther, que, como tantos otros, llevaba en uno de estos campos desde hacía tres años.

Hoy, Esther está en el hospital junto con miles de personas, con la esperanza puesta en que este lugar pueda brindarles un mínimo de seguridad. Y ojalá pudiéramos dársela, pero a día de hoy, por desgracia, ni siquiera un hospital puede considerarse a salvo de los combates o de las bombas. Lo que sí vemos es que la cantidad de personas desplazadas que acoge el recinto varía de acuerdo con la evolución del conflicto. A veces somos más y otras veces somos bastantes menos.

Desde que estallara la violencia en Batangafo, algunas personas que habían buscado un refugio intentaron volver a casa cuando la situación se calmó. Pero se vieron forzadas a refugiarse de nuevo en el hospital cuando la violencia resurgió a principios de septiembre © Natacha Buhler/MSF

Tras los incidentes de julio, la violencia continuó en Batangafo durante los meses de agosto y septiembre de este año, hasta que los ex-Seleka y anti-Balaka firmaron un nuevo alto el fuego. Luego, en octubre, surgió un nuevo grupo de «autodefensa» con las mismas ganas de pelear que todos los demás. Fue fundado en un pueblo situado no muy lejos de aquí y allí es donde ahora se están librando los combates; más allá del río que separa la ciudad de la comunidad vecina, Saragba. Muchos de los que llegan al hospital huyendo de allí lo hacen sin absolutamente nada. Y casi todos nos hablan de aldeas totalmente quemadas y de cuerpos sin sepultar.  La violencia aquí no cesa.

«Mi madre se quedó en el campo de desplazados. Me dijo que era mejor si nos separábamos, porque si algo le sucedía a una de nosotras, entonces la otra podría cuidar de la familia», comenta Esther. «La temporada de lluvias fue dura, las lonas que usamos no nos resguardaban de la lluvia. Pasamos muchas noches de pie, apretujados los unos contra los otros. Se ha acabado la temporada y todavía seguimos aquí. No hay nada que hacer. Antes, me dedicaba un poco al comercio. Pero hace ya mucho que se nos acabó el dinero».

Aunque refugiarse en el hospital de Batangafo puede ser la opción más fiable en términos de seguridad, también contiene riesgos ocultos como el contagio de enfermedades. Un hospital es esencialmente un sitio donde tratar a personas enfermas © Natacha Buhler/MSF

Hay poco que celebrar cuando pensamos en cómo será el futuro en Batangafo. Esther, como muchos, dice que espera que vuelva a reinar la paz para poder comenzar a ganar dinero y poder cuidar de su familia. Su mayor anhelo es el de enviar a su hija a la escuela. Pero no se acaba de creer que eso sea algo que pueda llegar a suceder algún día. «Para que haya paz, no puede haber hombres armados», dice mirando al suelo. “Pero aquí los hombres no están dispuestos a dejar la violencia de lado”.

 

Médicos Sin Fronteras (MSF) ha prestado apoyo al hospital de Batangafo desde 2006, brindando atención médica gratuita a la población de la ciudad y de sus alrededores. La organización también ha establecido redes de trabajadores comunitarios en los cinco ejes fuera de la ciudad, de modo que el tratamiento para la malaria y para la diarrea siempre está accesible para la mayor parte de la población sin tener que desplazarse hasta el hospital. En la carretera de Ouogo, donde actualmente se libran los combates, solo dos trabajadores de 16 lograron llegar al hospital para reabastecerse del suministro de medicamentos paras sus respectivas zonas. La inseguridad también impide que el equipo de MSF acceda a aquellos lugares donde se libran los combates. La mayor parte de la población que vive allí ha huido al bosque o al campo, donde no tienen acceso a la atención médica, mientras que los puestos de salud en las aldeas han sido saqueados, destruidos o abandonados.Los trabajadores sanitarios también son víctimas del conflicto y, como todos los demás, se vieron obligados a huir para tratar de poner a salvo sus vidas.

MSF lleva trabajando en la República Centroafricana desde 1997 y hoy brinda asistencia médica a las poblaciones de Bria, Bambari, Alindao, Batangafo, Kabo, Bossangoa, Boguila, Paoua, Carnot, Zemio y Bangui. En 2016, la organización atendió un millón de consultas médicas, vacunó a 500.000 niños contra diversas enfermedades, realizó 9.000 intervenciones quirúrgicas y ayudó en el parto de 21.000 bebés en el país. Sin embargo, desde comienzos del año, con la intensificación del conflicto armado, la organización ha tenido que adaptar cuatro de sus 16 proyectos para responder a las necesidades más  urgentes de las personas directamente afectadas por el conflicto.