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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Músicos contra natura

Dicen amar la Naturaleza, pero en realidad actúan contra ella. ¿Me pueden explicar qué tiene de ecológico organizar un macroconcierto para 10.000 personas en el corazón de la Sierra de Gredos, en un pueblo de 500 habitantes? Pues ahí lo tienen un año más en Hoyos del Espino (Ávila), esta vez una docena de espléndidos artistas en un lugar equivocado. Capitaneados por los incombustibles Miguel Ríos, Ana Belén y los Burning, ‘Músicos en la Naturaleza 2009’ quiere llevar el próximo 11 de julio la buena música a un Parque Regional protegido, a una zona de extrema sensibilidad ecológica, al último lugar donde un espectáculo de masas debería celebrarse.

Lo llaman la noche verde, pero el único verde que se verá esa noche, bajo miles de vatios de luz y sonido, será el de las botellas de cerveza.

Sin embargo, los organizadores lo presentan como una muestra más de su compromiso de responsabilidad social con el medio ambiente, una actividad de defensa y “puesta en valor” de nuestro patrimonio natural. Bienvenidos a la moda del “todo es compatible”, queridos hijos del rock and roll.

La elección del lugar no es casual. Trece años después de la declaración de Gredos como espacio natural protegido, la Junta de Castilla y León todavía no ha aprobado un Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) que, con toda seguridad, prohibiría este tipo de festivales. Aunque tampoco importa demasiado, pues la actual ley regional del ruido debería impedir la celebración de un concierto que superará unos niveles sonoros por encima del máximo fijado de 95 decibelios, pero no lo hará.

¿Ecológico? Piensen en el despilfarro de combustible del público para acudir a tan apartado rincón, el consumo desmedido de electricidad, la salvaje acumulación de basuras, el peligro de incendios, el gasto nunca hecho público que costará tal evento a las arcas públicas.

Frente a tan gigantesco despropósito publicitario de un gobierno regional que pretende urbanizar Picos de Europa y hasta Numancia, no hay dinero para educación ambiental, ni para la protección de animales y plantas amenazadas, ni para detener la destrucción de los hábitats más vulnerables.

Conciertos en playas, en bosques, en montañas, en cuevas, en catedrales. Dice el refrán: “Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa”, pero eso ya no sirve. Ahora sólo interesa el más difícil todavía. El márketing. La imagen. Gastar mucho dinero en lo superfluo y ahorrarlo en lo verdaderamente importante. Quizá por eso el próximo concierto lo hagan en el circo (glacial) de Gredos, y llevarán hasta leones.

Cabra montés: amor a testarazos

Hace frío pero la sangre está muy caliente. El viento gélido de las altas cumbres nos trae estos días los golpes secos, violentos, de imponentes testarazos retumbando en el aire. Todavía no han concluido los ciervos el prodigio de su berrea cuando, con la llegada de noviembre, en las sierras españolas comienza otro espectáculo aún más impresionante, el celo de la cabra montés (Capra pyrenaica).

En Sierra Nevada, Maestrazgo, Ronda, Sierra Morena e incluso en la cada vez más masificada sierra madrileña de La Pedriza, pueden verse ya a los grandes machos dándose cabezazos inmisericordes, tratando de lograr los favores de alguna hembra con la que establecer coyunda.

La conservación de este emblemático endemismo, joya exclusiva de la Península Ibérica, tiene en los cazadores una doble historia de culpa y mérito. Ávidos de sus colosales cuernas, fueron ellos los que la sometieron durante siglos a una incansable persecución, llevándola al borde de una extinción que acabó con las razas pirenaica y gallega, mientras dejaba tan sólo un macho y siete hembras en Gredos.

Pero también fueron los cazadores los que pusieron en marcha las primeras reservas de caza, embriones de nuestros parques naturales, donde una acertada gestión cinegética las ha permitido hacerse habituales de nuestras serranías, superando los 50.000 ejemplares.

Contrario como sabéis a los amigos del rifle, personalmente prefiero disfrutar de estas exhibiciones de la naturaleza con unos prismáticos antes que ensangrentarme las manos. Buscar a las cabras en las solanas de las pedrizas, al calor del sol mañanero. Y en la distancia, sin molestarlas, contemplar las salvajes competiciones de los machos para hacerse con el mayor número posible de hembras. Largas peleas para lograr fugaces cópulas de apenas dos o tres segundos, seguro de supervivencia de tan extraordinario animal.

Todos fuimos atentos espectadores de estas luchas en la pequeña pantalla de la mano de Félix Rodríguez de la Fuente. Gracias a su labor y a la de tantos otros, hoy este espectáculo es cada día más habitual. Disfrutemos pues de él. Merece la pena.