Dos recientes estudios ornitológicos han evidenciado científicamente hasta qué punto las ciudades están desquiciando a nuestros involuntarios vecinos alados, en principio para bien.
El primero [Serins respond to anthropogenic noise by increasing vocal activity] se fija en el verdecillo (Serinus serinus), un pequeño pájaro emparentado con los canarios y con quienes comparte su afición-obsesión por el canto. Infatigables en sus bellísimos trinos, a pesar de sus orígenes mediterráneos han sido capaces de colonizar poco a poco los paisajes más humanizados del centro y norte de Europa gracias a una enorme plasticidad que tan sólo exige arbolado disperso. Pero tienen un problema. Las ciudades son tan ruidosas que les resulta muy complicado escucharse bien unos a otros. Incapaces de competir en volumen, se han adaptado a la contaminación sonora dedicando más tiempo a cantar que sus hermanos campestres.
Lo más asombroso es la flexibilidad detectada, pues cambian rápidamente las pautas canoras en función de la variación del nivel de ruido entre días laborables y fines de semana. Como resultado, el verdecillo es la quinta especie aviar más abundante de España, según estudios de SEO/BirdLife, aunque sus poblaciones camperas están acusando un preocupante declive relacionado con la degradación de los ambientes agrícolas.
El otro trabajo [Exploring or avoiding novel food resources? The novelty conflict in an invasive bird] incide en la relación entre ciudades y especies invasoras, aquellas aves exóticas escapadas de cautividad y que han logrado hacerse tan habituales como nuestros gorriones. Según este estudio, la falta de depredadores favorece las aptitudes innovadoras de las aves de ciudad y, por consiguiente, su tendencia a comportarse de manera más inteligente que las de otros ambientes al ser menos prudentes. Ello explica que los pájaros urbanitas sean más avispados que los salvajes, y que esa peculiaridad les vaya muy bien. Porque en la naturaleza, o te adaptas o mueres.
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