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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Las dos últimas primaveras «locas» dejan el campo con menos pájaros

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El tiempo está loco. Tanto como para acabar convenciendo a los más incrédulos de que eso del cambio climático al final va a ser cierto. Las dos últimas primaveras han sido un fiel reflejo de una inusual tendencia meteorológica que cada año parece más arbitraria.

Según AEMET, mayo, junio y julio de 2012 fueron meses más secos y cálidos de lo normal. Con temperaturas medias superiores en 2ºC con respecto a otros años y valores de precipitación media inferiores al 50%.  2013 ha sido justo al contrario, esos mismos meses resultaron mucho más fríos y húmedos de lo habitual, con la temperatura media en junio más baja desde 1997.

Sin embargo el verano, en contra de aquellos que pronosticaron que tal estación no existiría en 2013, y como acertadamente anunció mi compañero bloguero Emilio Rey, está siendo tan cálido y seco como siempre se le supuso al periodo estival.

Víctimas inocentes de las estaciones extremas, las aves también se comportan como excelentes bioindicadores de los altibajos climáticos. Para su desgracia, y según los resultados del programa Paser de seguimiento de aves de SEO/BirdLife, la productividad de aves comunes de 2012 y 2013 ha sido especialmente baja.

Entre las especies afectadas se encuentran nuestros pájaros más urbanos como el jilguero, el verdecillo, el verderón, el pinzón, el mirlo y el petirrojo. También las cigüeñas. En todos los casos han volado menos pollos por pareja de lo habitual.

Es la ley de naturaleza, es verdad, pero apena saber que los fríos y lluvias de la primavera han malogrado decenas de miles de puestas de esas avecillas que tanto nos gusta ver y escuchar cuando salimos al campo o paseamos por los parques y jardines. Y da todavía mucha más pena saber que la culpa en el fondo es de todos nosotros. Y de ese cambio climático provocado por la especie humana que amenaza con cambiarnos a todos, pero a peor.

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Las aves urbanas están más locas pero viven mejor

Dos recientes estudios ornitológicos han evidenciado científicamente hasta qué punto las ciudades están desquiciando a nuestros involuntarios vecinos alados, en principio para bien.

El primero [Serins respond to anthropogenic noise by increasing vocal activity] se fija en el verdecillo (Serinus serinus), un pequeño pájaro emparentado con los canarios y con quienes comparte su afición-obsesión por el canto. Infatigables en sus bellísimos trinos, a pesar de sus orígenes mediterráneos han sido capaces de colonizar poco a poco los paisajes más humanizados del centro y norte de Europa gracias a una enorme plasticidad que tan sólo exige arbolado disperso. Pero tienen un problema. Las ciudades son tan ruidosas que les resulta muy complicado escucharse bien unos a otros. Incapaces de competir en volumen, se han adaptado a la contaminación sonora dedicando más tiempo a cantar que sus hermanos campestres.

Lo más asombroso es la flexibilidad detectada, pues cambian rápidamente las pautas canoras en función de la variación del nivel de ruido entre días laborables y fines de semana. Como resultado, el verdecillo es la quinta especie aviar más abundante de España, según estudios de SEO/BirdLife, aunque sus poblaciones camperas están acusando un preocupante declive relacionado con la degradación de los ambientes agrícolas.

El otro trabajo [Exploring or avoiding novel food resources? The novelty conflict in an invasive bird]  incide en la relación entre ciudades y especies invasoras, aquellas aves exóticas escapadas de cautividad y que han logrado hacerse tan habituales como nuestros gorriones. Según este estudio, la falta de depredadores favorece las aptitudes innovadoras de las aves de ciudad y, por consiguiente, su tendencia a comportarse de manera más inteligente que las de otros ambientes al ser menos prudentes. Ello explica que los pájaros urbanitas sean más avispados que los salvajes, y que esa peculiaridad les vaya muy bien. Porque en la naturaleza, o te adaptas o mueres.

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