La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

César Manrique nos enseñó a emocionarnos con el paisaje

Francisco Galante, catedrático de Historia del Arte, durante la entrevista.

Francisco Galante es de esas pocas personas en el mundo que no tienen teléfono móvil. Ni lo quiere ni lo necesita. Catedrático de Historia del Arte en las universidades de La Laguna y Lovaina, vive a caballo entre ambas ciudades tan radicalmente diferentes sin necesidad de estar hiperconectado. Miembro del consejo asesor de la Fundación César Manrique, artista al que conoció, frecuentó, admiró y estudia, ha heredado del creador lanzaroteño su fascinación por el paisaje.

César Manrique habría cumplido el pasado 24 de abril 98 años. Quiso la fatalidad que muriera en un accidente de tráfico en 1992, en la rotonda de entrada a la sede de la fundación que lleva su nombre, inaugurada apenas seis meses antes. Fue el gran valedor del paisaje de Lanzarote, al que encumbró en su sencillez volcánica a la categoría de obra de arte. Gracias a una sensibilidad militante logró preservar un territorio único, que a su muerte ha empezado a deteriorarse a una velocidad de vértigo, la impuesta por los especuladores a los que la personalidad arrolladora de Manrique había logrado frenar durante décadas.

Conozco bien a Francisco Galante, con quien me une una relación de amistad. Fue director de mi tesis doctoral y hemos trabajado juntos en varios proyectos relacionados con la historia y el urbanismo de Canarias, pero sobre todo le admiro por el cariño con el que acoge a sus alumnos.

Entre otras muchas fascinaciones comunes nos une un amor casi reverencial hacia la isla de Fuerteventura, donde aprovechando que hace unos días tomamos café juntos, saqué la grabadora y de nuestra conversación pausada surgió esta entrevista.

¿Qué aprendió de esa mirada tan especial que tenía César Manrique con el paisaje?

La relación que mantuve con César Manrique fue estrecha, cercana. Yo no sé si aprendí a contemplar el paisaje a través de su mirada. Las miradas son siempre personales. Lo que sí aprendí de él es a emocionarme con elementos aparentemente insignificantes del paisaje. Por ejemplo, parar el coche cuando íbamos juntos y disfrutar de una simple margarita que estaba al borde de la carretera. Disfrutar cuando los obreros estaban colocando las piedras en el jardín de cactus, debajo de una cascada, con el sonido del agua; estando Manrique durante más de una hora moviendo piedras hasta que lograba el sonido perfecto. Escuchar y disfrutar de los sonidos de la atmósfera, del silencio, los sonidos del propio paisaje.

Sin quererlo Manrique ni yo pretenderlo acabé comprendiendo su mirada. Aunque la mía no tenga nada que ver con la suya pues Manrique era un artista y yo no lo soy.

Mantiene usted que el paisaje es arte y el arte paisaje. Dos conceptos que diariamente nos empeñamos en destruir.

El ser humano por definición es un ser ambiguo. Capaz de crear cosas maravillosas y al mismo tiempo de destruirse a sí mismo. La existencia vital del hombre no se entiende sin el paisaje. En muchas culturas ha sabido relacionarse con él, especialmente en las llamadas culturas no civilizadas. Pero la civilización, el hecho de entender el progreso como el desarrollo en muchos aspectos de la vida, ha llevado el turismo a lugares donde se ha resentido esa aportación extraordinaria con la pérdida de la identidad. Y eso ha pasado sobre todo con las culturas mediterráneas, donde no hay una sensibilidad entre el hombre y el paisaje. Ocurrió a partir de los años 60, cuando se entendió muy mal lo que era el progreso, el desarrollismo, y todo el litoral español fue modificado, especialmente en Canarias.

No hablo solo de la arquitectura, que es impersonal a excepción de raros ejemplos, sino de un desarraigo entre el ser humano y ese paisaje tan bellísimo que poseíamos. Por ejemplo el paisaje del sur de Fuerteventura, de las dunas de Gran Canaria, del valle de La Orotava. Todo eso ha sido degradado con ese afán que tenemos de apropiarnos de todo aquello que no nos pertenece, incluido el paisaje, atrapando con nuestros tentáculos espacios como el mar. Eso ha ocurrido, por ejemplo, en Santa Cruz de Tenerife con la avenida marítima, ocupando espacios impropios para construir puertos, aparcamientos e incluso estructuras que no se sabe muy bien para qué se han construido. Hormigones dentro del mar. Y cuando el mar se rebela, le echamos la culpa al mar.

¿Por qué las antiguas intervenciones hechas en el paisaje por personas sin cultura ni medios tenían una sensibilidad exquisita y las actuales resultan la mayoría de las veces un auténtico disparate?

Yo creo que la necesidad hace al hombre. Desde tiempos remotos ha sabido tener una relación muy estrecha con el paisaje, ha sabido construir en el paisaje, aprovecharse de la propia naturaleza para subsistir ante situaciones económicas adversas. Pero los de ahora son tiempos de superflua abundancia, de supuesta felicidad pues el ser humano no es feliz, deambula buscando espacios, y en esos nuevos espacios se ahoga. Porque ha creado unos espacios inútiles para desarrollar su propia felicidad.

¿Puede ser feliz una persona de Santa Cruz de Tenerife que se dirige a La Laguna, cuando tiene que atravesar una autovía transitada, cuando ve montañas edificadas o vaciadas, cuando un centro comercial cerca de la Universidad se ha convertido en el parque insular de la isla, cuando la gente acude allí con sus familias no a comprar sino a disfrutar? Yo pienso que es un problema educacional.

En un país mediterráneo como el nuestro la cultura no se ha valorado nunca. La educación ha ocupado siempre un lugar irrelevante en el bienestar social. Países que sólo están preocupados por tener propiedades, enriquecerse rápidamente, ocupar cargos políticos, especular con el suelo urbano para beneficio particular.

¿Hemos perdido esa naturalidad de disfrutar de la lluvia, del viento, del silencio? ¿Nos estamos encerrando en una burbuja de hormigón?

Vivimos en una sociedad llena de ruidos donde parece que estamos acompañados, pero ésa es la mayor soledad que puede existir. El ruido entorpece la meditación y la percepción de la realidad. Yo no estoy abogando por una evasión de la realidad, quiero estar presente en este mundo. Pero insisto de nuevo, todo se explica por esa falta de educación. La buena educación no solo está en la lectura de libros sino en conocer el territorio, en amar el lugar, en amar una simple montaña o una piedra, en reconocer que el mar es profundo, infinito y tiene muchos colores. Que estamos rodeados por una naturaleza maravillosa.

Yo que vivo una parte del año fuera añoro Canarias. Y me da pena. Me da pena que se esté destruyendo por la avaricia no solo de las clases dirigentes, sino por la avaricia en la que también nosotros nos enredamos. Estamos perdiendo nuestra identidad. Edificios impersonales, vacíos, estúpidos, no nos puede hacer felices. Nos crean problemas personales, problemas psicológicos, problemas de convivencia.

No hay otra solución que replantearnos nuestro sistema educativo, que no lo hay, nuestro sistema de justicia social, que no lo hay, y nuestro sistema sanitario, que tampoco lo hay. Los tres pilares básicos de las sociedades democráticas. Los que hablan de una sociedad del bienestar, o no saben lo que eso significa o quieren engañarnos.

¿Y cuando nos dicen: Es el progreso, estúpido?

Son estúpidos ellos y estúpidos quienes los creen.

Si te ha gustado esta entrada quizá te interesen estas otras:

4 comentarios

  1. Dice ser Chirrigundo

    Es una lástima lo que leo, que su legado se esté deteriorando a gran velocidad…
    Como peninsular, creo que Lanzarote (lo poco que he podido conocer) posee ciertas características naturales que permiten disfrutar con sólo observar el paisaje, a quien recorre la isla.
    Sobran edificios y otras construcciones.

    28 abril 2017 | 12:56

  2. Dice ser Antonio Carlos

    Siento decirlo, pero al día de hoy, y después de algunas décadas del «accidente», hay algo que no me «cuadra» en que se tratara de un simple accidente.

    Como mencionas en el artículo:
    El ser humano por definición es un ser ambiguo. Capaz de crear cosas maravillosas y al mismo tiempo de destruirse a sí mismo.

    29 abril 2017 | 14:44

  3. Dice ser El arrui está siendo exterminado.

    El arrui está siendo exterminado en Sierra Espuña gracias a la Ley para acabar con ellos que potenciaron entre otros la Seo Bird Life y Ecologistas en Acción y todos los voceros ecologistas apesebraos y ultrasubvenionados sin decir ni mu.
    No te da vergüenza Cesar Javier Palacios estar callado ante tamaño exterminio y genocio?
    Hay gente que ni conoce la vergúenza ni la conocerá.
    Vas a obsequiarnos con algún escrito o te vas a callar?
    Donde están los grupos ecologistas y animalistas?
    VERGÚENZA!!!

    http://revistajaraysedal.es/documental-exterminio-del-arrui-espana/

    30 abril 2017 | 13:52

  4. Dice ser mindfulness

    Me gusta mucho la obra de Manrique creo que le da mucha vida a la isla

    04 mayo 2017 | 22:59

Los comentarios están cerrados.