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Una nueva búsqueda de señales alienígenas no encuentra nada

En 2015, el magnate ruso-israelí Yuri Milner puso 100 millones de dólares encima de la mesa para tratar de dar respuesta a una pregunta que el ser humano lleva décadas, tal vez siglos, planteándose: ¿hay alguien más ahí fuera?

O deberíamos decir que Milner intentaba de una vez por todas encontrar la respuesta afirmativa a la pregunta, ya que no existe modo real de someter la cuestión a una prueba empírica; no es posible demostrar que la respuesta es «no». Por lo tanto, existía el riesgo muy palpable de que los 100 millones se fueran por el sumidero sin ofrecer un solo resultado que nos acercara ni un poco a una respuesta.

Pero lo cierto es que la apuesta de Milner tenía cierto sentido. Cuando en 1993 un senador demócrata de EEUU dijo que la temporada de caza de marcianos había acabado, y logró que se cerrara el grifo de los fondos públicos a los programas SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), cundió la sensación de que aún faltaba mucho por hacer, incluso teniendo en cuenta que no se había encontrado nada en 33 años de búsqueda. Y muchos continuaban pensando que la pregunta en cuestión era una a la que merecía la pena intentar responder.

Aquella suspensión de la financiación pública no terminó con los programas SETI, pero los relegó a la supervivencia basada en fondos privados y donaciones. Los investigadores dedicados a estas tareas prosiguieron con sus búsquedas, pero tanto ellos como sus institutos debieron pisar el freno para acomodar su esfuerzo a los compromisos adquiridos con los financiadores públicos de perseguir objetivos científicos más realistas.

Con su chorro de millones, Milner rellenaba ese agujero que había quedado abierto. El programa Breakthrough Listen se convertía en la búsqueda más extensa jamás emprendida de lo que ahora se llaman tecnofirmas, señales de radio u ópticas –láser– de otros sistemas estelares que pudieran revelar un origen inteligente. Rastrear un millón de las estrellas más próximas a la nuestra, el centro de la galaxia, todo el plano galáctico e incluso 100 galaxias cercanas, no garantizaría un resultado positivo, ni permitiría descartar la existencia de otras civilizaciones si no se encontraba nada. Pero, desde luego, nadie podría decir que no se ha intentado lo suficiente.

El observatorio Parkes, en Australia. Imagen de CSIRO / Wikipedia.

El observatorio Parkes, en Australia. Imagen de CSIRO / Wikipedia.

Como ya conté aquí, en junio de 2019 los investigadores del Breakthrough Listen publicaron los resultados de una primera búsqueda en 1.327 estrellas cercanas, a una distancia máxima de 160 años luz. Los resultados fueron negativos. Entonces los responsables de esta escucha cósmica, realizada desde los radiotelescopios de Green Bank en EEUU y Parkes en Australia, dijeron que habían obtenido el mayor volumen de datos jamás reunido en búsquedas SETI, equivalente a 1.600 años de música en streaming.

Ahora, el Breakthrough Listen ha publicado una nueva tanda de datos, correspondiente al centro de la Vía Láctea y a la zona de tránsito de la Tierra. Esto último significa lo siguiente: los buscadores de exoplanetas, planetas en otros sistemas estelares, encuentran muchos de ellos por la técnica del tránsito; cuando desde nuestra posición un planeta pasa por delante de su estrella, el brillo de esta se atenúa ligeramente, como un minieclipse. Analizando estos datos, los científicos pueden no solo detectar la existencia del planeta, sino además deducir algunas de sus características, incluyendo la posibilidad de que su distancia a la estrella permita la existencia de agua líquida. Del mismo modo, los potenciales observadores en otros mundos lejanos situados en una posición favorable podrían registrar el paso de nuestro planeta por delante del Sol y deducir que aquí puede existir agua líquida. La última búsqueda de Breakthrough Listen ha analizado 20 de esas estrellas.

Pero no hay suspense: de nuevo, todos los resultados han sido negativos. Según ha explicado el investigador principal del proyecto, Andrew Siemion, del Centro de Investigación SETI de la Universidad de Berkeley, en los 2 petabytes de datos obtenidos –uno en la entrega anterior y el segundo ahora– no se ha encontrado nada que a primera vista sugiera una señal de radio u óptica de origen inteligente, si bien aún falta un análisis más detallado.

Según Siemion, había un motivo especulativo para rastrear el centro de la galaxia: «Es allí donde una civilización avanzada podría cosechar de algún modo la energía del agujero negro supermasivo en el centro de la Vía Láctea para dar señales de su existencia». En este caso, además de Green Bank y Parkes, ha participado en la búsqueda el Automated Planet Finder, un telescopio óptico de la Universidad de Berkeley.

En estas búsquedas, los investigadores comienzan apuntando a una estrella y recogiendo las señales que emite, que pudieran proceder de emisores con una potencia similar a los que tenemos en la Tierra –como el radiotelescopio de Arecibo en Puerto Rico, desde el cual se envió un mensaje al espacio en 1974–, y diferenciándolas de las obtenidas de su entorno. Luego se descartan las interferencias procedentes de nuestra propia Tierra. Después de eso, quedaron cuatro señales que finalmente se explicaron por el paso de satélites terrestres sobre la antena.

Pero los resultados negativos no deberían desanimar a los entusiastas de la idea de un universo poblado por infinidad de civilizaciones. Como suelen decir los investigadores, si el universo es un océano, aún solo hemos explorado una bañera. Una muestra de lo improbable que es encontrar un mensaje de las estrellas, aunque todas esas presuntas civilizaciones existieran, es esta imagen creada por The Planetary Society.

Imagen de la Vía Láctea, mostrando en una ampliación la burbuja de 200 años luz que hasta ahora han cubierto las emisiones terrestres de radio. Imagen de Adam Grossman / Nick Risinger / The Planetary Society.

Ilustración de la Vía Láctea, mostrando en una ampliación la burbuja de 200 años luz que hasta ahora han cubierto las emisiones terrestres de radio. Imagen de Adam Grossman / Nick Risinger / The Planetary Society.

Lo que se ve en ella, el punto azul, es la distancia de la Tierra a la que han llegado hasta ahora nuestras señales de radio. Desde que el ser humano inventó la radio ha pasado algo más de un siglo, por lo que nuestras emisiones han alcanzado solo una burbuja de unos 200 años luz de diámetro. Si la cifra puede parecer grande, en la imagen se comprueba lo ridícula que resulta en realidad. Cualquier civilización que hoy observara nuestro planeta desde fuera de ese punto azul no tendría la más remota idea de que estamos aquí. Aún más, el primer mensaje enviado con el propósito concreto de darnos a conocer fue el de Arecibo en 1974.

Por último, y por si acaso, los investigadores de Milner también han rastreado el cometa interestelar 2I/Borisov, como antes se hizo con la roca ’Oumuamua, también de origen interestelar. La idea en este caso es comprobar la posibilidad, por muy remota que sea, de que los objetos que nos visitan desde fuera del Sistema Solar pudieran haber sido enviados-manipulados-fabricados por alguna inteligencia alienígena. Pero tampoco en este caso se ha encontrado nada inusual.

En fin, este no es el fin; los científicos del Breakthrough Listen continuarán mirando y escuchando el cielo durante al menos otros cinco años más, y a la iniciativa van uniéndose nuevos telescopios. Aún queda mucho océano por delante.

Sin señales de vida alienígena inteligente en 1.327 estrellas cercanas

Hasta 1960 tenía sentido pensar que el universo podía estar lleno de gente; entendiendo por «gente» otros seres con los cuales pudiéramos llegar a comunicarnos de igual a igual. Aquel año fue cuando por primera vez se apuntó una antena hacia el cielo en busca de señales procedentes de otras estrellas. Era como encender la radio por primera vez. Y bien podría haber ocurrido que, al hacerlo, de repente el aparato se hubiera llenado de emisiones alienígenas cuya existencia hasta entonces nos era desconocida.

Sin embargo, no fue esto lo que sucedió, sino todo lo contrario. Aparte de una o dos señales cuya naturaleza no se ha logrado determinar, pero que no han vuelto a repetirse, en 59 años de búsqueda no se ha detectado absolutamente nada que sugiera un origen artificial. De las grandes expectativas de los primeros tiempos, con sus historias de ovnis y sus ficciones alienígenas, se ha pasado a lo que ahora se llama el Gran Silencio: no se recibe nada. No se capta nada. El universo está callado como una tumba. Como si estuviéramos solos. Entonces, ¿por qué cuesta tanto aceptar que simplemente tal vez lo estemos?

El observatorio Parkes, en Australia. Imagen de CSIRO / Wikipedia.

El observatorio Parkes, en Australia. Imagen de CSIRO / Wikipedia.

Posiblemente, el hecho de que una gran parte de la población siga creyendo en un universo lleno de gente se deba en parte a que, en esta cuestión, las malas noticias no suelen divulgarse demasiado. Cada vez que se descubre un exoplaneta «habitable» se le da hueco hasta en los telediarios, incluso si, como he explicado recientemente (aquí, aquí y aquí), a estas alturas ya debería considerarse incorrecto y engañoso llamar «habitable» a un planeta solo porque sus temperaturas previstas toleren la existencia de agua líquida; hasta ahora no se conoce ni un solo planeta que realmente pueda considerarse tan habitable como el nuestro.

Y por el contrario, no suelen contarse las investigaciones cuyos resultados son negativos, aquellas que siguen extinguiendo la esperanza de encontrar a alguien más en el universo. Por ejemplo, cada vez que se anuncia uno de estos nuevos exoplanetas «habitables», los investigadores dedicados a los proyectos SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre, en inglés) suelen orientar sus antenas hacia ellos en busca de alguna posible señal de radio. Y hasta ahora, en todos estos casos los resultados han sido negativos.

Quizá estas noticias negativas deberían divulgarse más para que la visión pseudocientífica no cunda tanto entre la población. La pseudociencia de los aliens y los ovnis no es de las que matan, como sí lo hacen otras; pero puede abrir el camino a las que sí lo hacen. Armar el pensamiento contra las pseudociencias, todas, puede ser una vía para evitar las que sí son potencialmente muy dañinas.

Aquí viene una de esas noticias sobre la vida en el universo que no se contará en los telediarios: el mayor rastreo de la historia en busca de señales con un posible origen inteligente ha inspeccionado hasta ahora 1.327 estrellas cercanas. Y se ha cerrado con las manos vacías: no se ha encontrado absolutamente nada.

La investigación es obra de Breakthrough Listen, una de las ramas de las Iniciativas Breakthrough, el programa fundado por el millonario israelí-ruso Yuri Milner. Desde que hace décadas EEUU suspendió la financiación pública de los proyectos SETI, estos rastreos de señales alienígenas inteligentes se sostienen exclusivamente con fondos privados. Con el fin de dar a estas búsquedas un buen empujón que por fin consiguiera acercarnos a una hipotética civilización extraterrestre, en 2015 Milner –con el apoyo del fallecido Stephen Hawking– destinó 100 millones de dólares a emprender un extenso rastreo.

Esta campaña del Breakthrough Listen, que emplea los radiotelescopios de Green Bank en EEUU y de Parkes en Australia, tiene como objetivo inspeccionar un total de 1.702 estrellas cercanas hasta una distancia máxima de 160 años luz, lo cual debería ser suficiente para detectar alguna señal de origen inteligente, si existiera. Después de tres años de observaciones, el proyecto publica ahora los datos recogidos de una parte sustancial de esta muestra, 1.327 estrellas. Según han contado los responsables, esto supone el mayor conjunto de datos en la historia de los proyectos SETI.

El observatorio Green Bank, en Virginia Occidental (EEUU). Imagen de Jiuguang Wang / Flickr / CC.

El observatorio Green Bank, en Virginia Occidental (EEUU). Imagen de Jiuguang Wang / Flickr / CC.

Pero en ninguna parte de este inmenso volumen de datos, que los responsables del proyecto equiparan a 1.600 años de música en streaming, ha aparecido nada que sugiera un origen inteligente. «Hemos examinado miles de horas de observaciones de estrellas cercanas a través de miles de millones de canales de frecuencias», dice el director del proyecto en el observatorio Parkes, Danny Price. «No hemos encontrado ninguna prueba de señales artificiales externas a la Tierra, pero esto no significa que no haya vida inteligente ahí fuera; puede que aún no hayamos mirado en el lugar correcto, o que no hayamos profundizado lo suficiente para detectar señales débiles».

En cualquier caso, el Breakthrough Listen no solo no se rinde, sino que en los próximos años va a intensificar sus esfuerzos. Con la participación de otros observatorios como el MeerKAT de Sudáfrica, se propone rastrear un millón de estrellas cercanas, todo el plano de nuestra galaxia y otras 100 galaxias próximas, no solo en la banda de radio, sino también en el espectro óptico para buscar posibles señales de láser, además de utilizar sistemas de inteligencia artificial para examinar cualquier tipo de fenómeno astrofísico que no sea fácilmente explicable por causas naturales.

Esperemos que de todo esto surja algo. De no ser así, no solamente habría que recordar aquella cita de Carl Sagan en Contact, «¡cuánto espacio desperdiciado!», por no hablar de los 100 millones de Milner; sino que además pocas dudas cabrían ya de que sería conveniente abrir la puerta grande de las pseudociencias a la creencia en la vida alienígena inteligente.

El objeto interestelar ‘Oumuamua no parece ser una nave alienígena

Si algún día un destructor imperial decidiera dejarse caer por nuestro Sistema Solar, ¿cómo lo reconoceríamos?

En primer lugar, los telescopios descubrirían un objeto inédito en la pantalla del firmamento. Las observaciones permitirían estimar su tamaño, pero sin la suficiente resolución como para poder determinar su aspecto detallado. Después, los cálculos mostrarían que su trayectoria y velocidad no se corresponden con las de un objeto en órbita alrededor del Sol o de otro cuerpo del sistema, lo que sugeriría que no se trata de un asteroide al uso. Tampoco se detectaría la coma típica de los cometas, e incluso tal vez los datos indicarían que su forma no es la habitual más o menos redondeada de un asteroide, sino una más extraña; por ejemplo, fina y alargada.

Así es precisamente la historia que arrancó el 19 de octubre de 2017, cuando el telescopio Pan-STARRS 1 de Hawái descubrió un objeto que pronto se reveló como algo fuera de lo común. Reuniendo las observaciones de otros telescopios, los astrónomos concluyeron que estaban ante el primer objeto interestelar jamás confirmado, un viajero procedente de fuera del Sistema Solar que casualmente atraviesa nuestro vecindario cósmico.

Para su nominación formal se inauguró una nueva categoría de objetos designados con la letra I, de «interestelar»: 1I/2017 U1. Para su nombre común se recurrió a la lengua hawaiana: ‘Oumuamua viene a significar algo así como «el primer mensajero de la lejanía». Los detalles se publicaron en la revista Nature en diciembre de 2017. Respecto a su extraña forma alargada, los investigadores escribían: «Ningún objeto conocido en el Sistema Solar tiene dimensiones tan extremas».

A la izquierda, ilustración de 'Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

A la izquierda, ilustración de ‘Oumuamua (ESO/M. Kornmesser). A la derecha, destructor imperial de Star Wars (20th Century Fox).

La historia tiene un ilustre precedente en la ficción. Más o menos de este mismo modo comenzaba Cita con Rama, publicada por Arthur C. Clarke en 1973. En la novela, lo que inicialmente se detectaba como un asteroide resultaba ser una nave alienígena de forma cilíndrica. Con estos antecedentes, ¿cómo no pensar en la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser en realidad un objeto de fabricación artificial?

Esta posibilidad movilizó a los investigadores que trabajan en proyectos SETI, siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. En diciembre de 2017 el proyecto Breakthrough Listen, liderado por el magnate ruso Yuri Milner, anunció que se disponía a utilizar el observatorio de Green Bank, el lugar donde comenzó la exploración SETI en 1960, para tratar de captar alguna señal de radio procedente de ‘Oumuamua. Así lo anunciaban:

Los investigadores que trabajan en el transporte espacial a larga distancia han sugerido previamente que una forma de aguja o de cigarro es la arquitectura más probable para una nave interestelar, ya que minimizaría la fricción y el daño debido al gas y el polvo interestelar. Aunque un origen natural es lo más probable, actualmente no hay consenso sobre cuál puede ser ese origen, y Breakthrough Listen está bien posicionado para explorar la posibilidad de que ‘Oumuamua pudiera ser un artefacto.

Pero como era de temer, el rastreo terminó con las manos vacías. En enero los investigadores de Breakthrough Listen comunicaron sus conclusiones: si ‘Oumuamua emitía alguna señal de radio, debía ser con una potencia inferior a 0,08 vatios, lo cual sería 3.000 veces más débil que la emisión de la sonda de la NASA Dawn, como ejemplo elegido.

Pese a los resultados negativos del Breakthrough Listen, el Instituto SETI, en California, emprendió su propia búsqueda utilizando su instalación dedicada, la matriz de telescopios Allen. Los investigadores del SETI se apoyaban además en un intrigante estudio publicado el mes pasado por dos astrofísicos de Harvard, según el cual ‘Oumamua podía ser un objeto artificial. De acuerdo con los autores, la ligera aceleración inesperada del presunto asteroide sugería que podía tratarse de una nave impulsada por una vela solar. Los científicos aventuraban también que la trayectoria de ‘Oumuamua es demasiado rara para ser un objeto errante, y que en cambio se explicaría más fácilmente si alguien lo hubiera enviado intencionadamente a nuestro Sistema Solar.

Pero una vez más, la realidad ha pinchado el globo: esta semana el Instituto SETI ha informado del fracaso en la búsqueda de señales de radio. Según ha declarado Gerry Harp, el director del estudio: «No hemos encontrado tales emisiones, a pesar de una búsqueda muy sensible. Aunque nuestras observaciones no descartan de forma concluyente un origen no natural para ‘Oumuamua, son datos importantes de cara a evaluar su posible composición». El estudio completo se publicará el próximo febrero.

Por el momento, la cita con Rama deberá seguir esperando.

El ser humano no busca vida extraterrestre. Parte 3: pero algo está cambiando

El pasado mayo, el Congreso de EEUU aprobó un proyecto de ley de presupuestos que recomendaba a la NASA destinar 10 millones de dólares en los próximos dos años para «buscar firmas tecnológicas como transmisiones de radio para cumplir el objetivo de la NASA de investigar el origen de la vida, su evolución, distribución y futuro en el universo». Traducido, significa que por primera vez desde hace 26 años la búsqueda de inteligencia extraterrestre, lo que se conoce como SETI, podría recibir el apoyo de fondos públicos.

Según comentan en internet quienes entienden cómo funciona esta maquinaria burocrática en EEUU (o esta maquinaria burocrática en general), esto no significa aún que haya un cheque de 10 millones de dólares esperando a que la NASA lo recoja para comenzar a buscar civilizaciones alienígenas; la propuesta debe pasar por un proceso con varios puntos de control, en alguno de los cuales podría desviarse hacia el camino de la papelera.

Un fotograma de la película 2010: Odisea dos (1984) mostrando la evolución de la vida en Europa, la luna de Júpiter. Imagen de MGM / UA.

Un fotograma de la película 2010: Odisea dos (1984) mostrando la evolución de la vida en Europa, la luna de Júpiter. Imagen de MGM / UA.

Pero es un signo de que algo puede estar cambiando. Desde 1993, cuando un senador demócrata logró desmantelar el programa SETI de la NASA proclamando que se había acabado la temporada de caza de marcianos, los científicos que siguen convencidos de que haberlos, haylos, han seguido pegando la oreja al espacio sin desfallecer, sacando el dinero de debajo de las piedras para mantener vivos sus proyectos. Y en los últimos años han encontrado de repente unos aliados inesperados: los multimillonarios de internet.

Personajes como Elon Musk, Jeff Bezos, Paul Allen o Yuri Milner, todos ellos millonarios gracias a sus negocios tecnológicos, han irrumpido con más o menos ímpetu en el que solía ser el terreno de las agencias espaciales públicas y las instituciones de investigación, promoviendo y financiando ese tipo de ideas que antes ni siquiera se llevaban a la discusión por considerarse ilusorias, alocadas, peliculeras, casi infantiles. ¿Fundar una colonia en Marte? ¿Enviar un coche al espacio? ¿Mandar una flotilla de robots a la estrella más próxima?

El dinero manda, y cuando el ruso Milner pone 100 millones de dólares encima de la mesa con los que comprar horas de radiotelescopio para escuchar señales alienígenas, su proyecto Breakthrough Listen no solo se convierte en el programa SETI mejor financiado, sino que al mismo tiempo también contribuye a dar un empujón al resto de proyectos en marcha. Y con ello, a hacer estas investigaciones más presentes en los medios. Y con ello, a que el público sepa que existe un renovado interés en encontrar de una vez por todas a nuestros vecinos galácticos, si existen. Y con ello, a que los políticos empiecen a darse cuenta de que no quieren quedarse atrás.

Pero no todo el mérito es cosa de Milner y sus compañeros de golf. Frente a las anteriores reticencias de los científicos de verse de algún modo manchados por el estigma de los hombrecitos verdes, se diría también, aunque es una impresión personal, que cada vez son más los investigadores que han decidido abrir de nuevo esa oscura y polvorienta cripta de la vida extraterrestre para ver qué hay dentro.

Así, las ideas frescas y audaces crecen: el SETI óptico, que busca posibles señales láser en lugar de ondas de radio; el uso de algoritmos de Inteligencia Artificial para rastrear las estrellas; el intento de identificar firmas biológicas en las atmósferas de los exoplanetas lejanos o de llegar a deducir la existencia de una cubierta vegetal. La comunidad científica reúne a muchas de las mentes más brillantes de esta roca mojada. Y cuando se ponen a pensar, saltan chispas.

Ante todo este empuje de una nueva ciencia de búsqueda de vida alienígena, la primera respuesta de la NASA no se ha hecho esperar: en septiembre la agencia celebraba en Houston una reunión sobre firmas tecnológicas (Technosignatures Workshop), dedicada a debatir las perspectivas sobre posibles señales que puedan detectarse desde la Tierra y que puedan revelar la presencia de civilizaciones alienígenas. La idea es ampliar el enfoque clásico de los proyectos SETI, dedicados a la búsqueda de señales de radio u ópticas, para incluir también otros posibles signos de tecnologías avanzadas, como la construcción de enormes estructuras para cosechar la luz de las estrellas (lo que se conoce como esferas de Dyson) o incluso la existencia de exoplanetas con atmósferas contaminadas por la actividad tecnológica industrial.

Pero aquí no acaba este soplo de aires nuevos. Como ya conté aquí recientemente, en julio un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EEUU instaba a la NASA a revisar sus políticas de protección planetaria, esa directriz que evita enviar misiones espaciales a lugares del Sistema Solar donde podría haber vida, por miedo a contaminarla con microbios terrestres agazapados en las sondas. Lo cual implica que por fin alguien se está dando cuenta de que, con políticas de protección planetaria tan estrictas, es imposible estudiar la presencia de vida en nuestro vecindario cósmico.

Ilustración artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

Ilustración artística de la superficie del exoplaneta TRAPPIST-1f. Imagen de NASA / JPL-Caltech.

La última y magnífica noticia ha saltado esta semana: un nuevo informe de las Academias, encargado por la NASA a petición del Congreso, insta a la agencia espacial de EEUU a «expandir la búsqueda de vida en el universo y hacer de la astrobiología una parte integral de sus misiones». El organismo que aglutina toda la ciencia de EEUU pide a la NASA que «incorpore el campo de la astrobiología en todas las fases de futuras misiones de exploración», reconociendo que hasta ahora las misiones espaciales, incluso aquellas que incluyen objetivos astrobiológicos, «han tendido a estar más fuertemente definidos por perspectivas geológicas que por estrategias orientadas a la astrobiología».

Para ello, el informe recomienda tanto la búsqueda de firmas biológicas que puedan delatar formas de vida «similares a las terrestres», como también la investigación de «vida potencial que difiera de la vida como la conocemos», y que todo ello se aborde mediante la detección in situ, es decir, sondas espaciales equipadas con tecnologías de detección de vida en entornos como el subsuelo de Marte o los océanos en varias lunas del Sistema Solar.

Por otra parte, el informe recomienda también la puesta a punto de tecnologías que faciliten la investigación de la posible existencia de vida en lugares lejanos del universo a los que no se puede acceder con sondas espaciales, es decir, exoplanetas detectados mediante telescopios terrestres y orbitales.

Evidentemente, todo esto no va a llenar de astrobiología las misiones de la NASA de la noche a la mañana. Las agencias espaciales trabajan con planificaciones a plazos muy largos, y ya está bien definido y en marcha lo que va a ejecutarse en los próximos años, por lo que el cambio, si lo hay, será lento. Pero al menos parece un firme propósito para que la astrobiología deje por fin de ser el patito feo de las misiones espaciales. Y para que por fin podamos decir que el ser humano sí busca vida alienígena. La haya o no.

Sin rastro de vida inteligente en más de 6.000 estrellas

Será curioso saber qué artículo despierta mayor interés, si el que publiqué ayer, sugiriendo que la búsqueda de signos de vida extraterrestre pronto podría dar frutos, o este de hoy. Las buenas noticias y las malas tienden a atraerse como los polos opuestos, en sentido puramente electromagnético (nunca he creído en esa aplicación metafórica a los seres humanos; o al menos en mi caso, no funciona así).

El sistema triple Alfa Centauri: A, B y Proxima (señalada en rojo). Imagen de Wikipedia.

El sistema triple Alfa Centauri: A, B y Proxima (señalada en rojo). Imagen de Wikipedia.

La mala noticia de hoy es que dos proyectos de búsqueda de señales de vida inteligente, uno en 5.600 estrellas y otro en 692, han concluido con las manos vacías. Nada por aquí, nada por allá. Y les aseguro que no me alegro de ello, pero es otro apoyo más a la hipótesis de que la vida no es un fenómeno común en el universo.

El primero de los proyectos es obra de dos investigadores de la Universidad de California en Berkeley. Nathaniel Tellis y Geoffrey Marcy han emprendido lo que se conoce como SETI óptico; es decir, búsqueda de inteligencia extraterrestre (cuyas iniciales en inglés forman el acrónimo SETI), pero no en forma de señales de radio, sino de pulsos de luz visible.

La idea inspiradora, puramente especulativa, es que una civilización lo suficientemente avanzada podría emplear el láser como un medio de comunicación a grandes distancias, y uno de estos pulsos que cayera en nuestra dirección podría detectarse como un chispazo de luz distinguible del brillo de la estrella.

Los dos investigadores han aplicado un algoritmo a un exhaustivo conjunto de datos recogidos por el telescopio Keck de Hawái entre 2004 y 2016, correspondientes a 5.600 estrellas de la Vía Láctea distribuidas por todo el cielo, en su mayoría hasta una distancia de unos 326 años luz, y de un amplio rango de edades, desde menos de 200 millones de años hasta casi 10.000 millones de años. Para cada estrella, han buscado posibles chispazos en casi todo el espectro de luz visible (todos los colores) y en un radio de hasta decenas de unidades astronómicas (una unidad astronómica, UA, es la distancia media de la Tierra al Sol).

Después de todo ello, esta es la conclusión de los investigadores en su estudio, que se publicará próximamente en la revista The Astronomical Journal: «No hemos encontrado emisiones láser procedentes de las regiones planetarias en torno a ninguna de las 5.600 estrellas». Según los datos actuales disponibles, Tellis y Marcy calculan que este conjunto de estrellas debería albergar unos 2.000 planetas templados de tamaño similar a la Tierra, así que los resultados no son nada alentadores.

El segundo proyecto es el Breakthrough Listen, una de las Iniciativas Breakthrough del programa SETI fundado en 2015 por el físico y magnate ruso Yuri Milner, y que cuenta con la participación del Centro SETI de la Universidad de California en Berkeley. Breakthrough ha celebrado esta semana en la Universidad de Stanford su segunda conferencia anual, donde se han discutido cuestiones como el potencial para la existencia de vida en algunos mundos recientemente descubiertos, por ejemplo Proxima b, el sistema TRAPPIST-1 o el recién llegado LHS 1140b, del que hablé ayer. También se debatió sobre el Breakthrough Starshot, el proyecto de Milner de enviar una flota de minúsculas sondas al sistema Alfa Centauri.

En la conferencia Breakthrough se han presentado las conclusiones del primer año de Listen. El director del SETI en Berkeley, Andrew Siemion, expuso los resultados de la escucha de posibles señales de radio de origen inteligente en 692 estrellas con el radiotelescopio de Green Bank, una instalación histórica para el SETI, ubicada en Virginia Occidental. De todas las señales captadas, los investigadores seleccionaron 11 como las más significativas. Pero el veredicto es claro, o más bien oscuro: «se considera improbable que alguna de estas señales tenga un origen artificial, pero la búsqueda continúa», han declarado los responsables del proyecto.

En resumen, seguimos en blanco, solos y sin compañía. Por supuesto, hay recurso al viejo aforismo: la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Como no podía ser de otra manera, Tellis reconoció a la revista The Atlantic que el hecho de no haber detectado comunicaciones láser no significa que esas 5.600 estrellas estén desprovistas de vida. «Cada una de esas estrellas podría tener un Nueva York, un París o un Londres, y no tendríamos ni idea», dijo. De hecho, nosotros no enviamos comunicaciones por láser al espacio; si alguien nos estudiara desde allí empleando la misma técnica, no encontraría ningún rastro de nuestra presencia.

Pero no olvidemos que el aforismo es de por sí discutible cuando sirve para encubrir una llamada a la ignorancia. Por poner un ejemplo tan ridículo como claro, es indefendible alegar que la ausencia de pruebas de que hay un dragón invisible en la habitación no prueba que el dragón invisible no esté presente, por mucho que uno desee creer en los dragones invisibles. La vida es muy común en el estanque de mi jardín. Si tomo una simple gota al azar, encuentro al primer vistazo esta diminuta maravilla:

Alga verde microscópica Scenedesmus. Imagen de J. Y., tomada acercando la cámara del móvil al ocular de un microscopio.

Alga verde microscópica Scenedesmus. Imagen de J. Y., tomada acercando la cámara del móvil al ocular de un microscopio.

Que, por cierto, es una alga verde Scenedesmus, una clorofícea colonial que suele formar grupos de cuatro u ocho células, llamados cenobios. Pero en el estanque del universo, ninguna gota de las muchas analizadas hasta ahora de una manera u otra ha revelado absolutamente nada. ¿Es la vida realmente tan común en el universo?