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¿Quieres mejorar tu autoestima? Empieza por el cuerpo

Una de las dimensiones clave cuando empiezo un programa de coaching es esclarecer cuál es la relación que tiene la persona consigo misma. Muchas personas a quienes acompaño no se gustan, no se perdonan y algunas se odian… Si tú estás entre ellas, Houston tenemos un problema de base. Ya puedes hacer cursos, talleres, terapia y demás, que si no das la vuelta a la relación más importante de tu vida, es decir a la que tienes contigo mismo, no hay progreso posible.

Amarse a uno mismo no es ser hedonista ni narcisista. Es sencillamente convertirse en responsable pleno de tu propia encarnación. Es tomarte en serio y honrar el pedazo del todo que se ha manifestado en tu forma.

Recuerdo una bronca monumental con mi pareja después de una cena con unos amigos durante un verano que pasé en Berlin. En plena pelea, bajé del coche dando un portazo y me fui a caminar por las calles desiertas. Al llegar a casa me di cuenta que no llevaba llaves y él no había regresado aún, así que mi cabreo y yo tuvimos que esperarle en el portal.

Es común achacar los problemas de autoestima de los occidentales a nuestra herencia cristiana. Como cristianos, creyentes o no, ya nacemos con culpa. Jesús asumiendo todos nuestros pecados se sacrificó para la humanidad y esto nos convierte en culpables, en deudores. En una lectura opuesta, es precisamente Dios quien nos absuelve y perdona de todo. Siempre. En cualquier caso el problema de la autoestima no es un problema de orientación espiritual o religiosa. Ni tan siquiera de inconsciente colectivo, aunque seguro influye. La raíz de una baja autoestima o mejor dicho de una mala relación con uno mismo tiene tres orígenes: el cuerpo, la mente y las relaciones.

(Jackson David, UNSPLASH)

Al día siguiente seguíamos enfadados. Me fui a dar una vuelta y mis piernas me llevaron a un parque. Sentía un gran rechazo hacia mi misma, rabia y culpa. Sin poder más, me tumbé en la hierba. Entonces de pronto sentí una energía que emanaba de la tierra. Mientras esta fuerza me sostenía, también neutralizaba mis remordimientos, mi culpa y mi rueda de hámster mental. Era amorosa y compasiva, no le importaba que hubieses sacado las cosas de madre, ni que fuese orgullosa y testaruda. Todo esto lo sentía mi cuerpo, mientras poco a poco me recomponía.

En la base de la autoestima está la conexión con tu cuerpo. Si estás desconectado de tu propio cuerpo – tu conexión con el todo y tu inteligencia intuitiva –  la mente toma el poder y es bien sabido que la mente es un buen siervo pero un mal amo.

Volví a casa y pude hacer las paces con mi pareja, porque ya las había hecho conmigo misma. Sin aceptar su propuesta de comer juntos, cogí la bici y me fui a uno de los mejores shawarmas del barrio de Kreuzberg. Tenía algo importante a celebrar: una nueva relación de amor incondicional conmigo misma. Y no se me ocurrió mejor forma de hacerlo que nutriendo a mi cuerpo con deliciosa comida.

Para desarrollar una buena relación contigo mismo es imprescindible empezar por el cuerpo. Pero tu cuerpo no es solamente tu cuerpo. También es el cuerpo de la tierra, el cuerpo del universo. Sin embargo para “saber” esto, tu cuerpo tiene que estar abierto y receptivo. Existen mil caminos hacia el cuerpo y también mil barreras. Entre las barreras están el ego, los traumas, el stress, la sobredosis digital, el ruido, la ausencia de espacio y tiempo…Y entre los caminos están una organización del tiempo y el espacio que faciliten hacer cosas que te gusten y te den placer, el descanso,  prácticas conscientes de ejercicio físico, alimentación, meditación, journaling o cualquier práctica realizada con consciencia, el silencio, el contacto físico, el contacto con la naturaleza por nombrar algunas.

Una buena autoestima tiene tres ejes: cuerpo, mente y relaciones. Te invito a empezar por tu cuerpo, no va a fallar.

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¿Quieres terminar el año de forma consciente? Cuatro prácticas para conseguirlo

El final de año es un momento propicio para tomar consciencia sobre el propio camino. A menudo en mi práctica de coaching me encuentro – generalizando por supuesto – con dos tipos de personas. Personas que raramente miran atrás, es decir que no tienen una actitud auto-reflexiva hacia su pasado, creen que lo pasado es pasado y no vale la pena pararse en él. Y por otro lado, personas que cargan amargamente con su pasado, lo rumían, lo analizan y se resisten a soltarlo.

Tan dañino es sobreanalizar el pasado, com el riesgo de quedarnos anclados en él como la bíblica Edith convertida en estatua de sal al girarse a contemplar la destrucción de Sodoma y Gomorra. Como inútil es no mirar nunca atrás, evitando asumir lo ocurrido y por ello abocándonos a repetir los mismos errores.

El ejercicio que te propongo sigue el camino del medio, es decir te invita a reflexionar sobre lo ocurrido, para después soltarlo, pasando página. Para realizarlo escribe donde quieras las respuestas a estas cuatro preguntas:

  • ¿Qué quieres celebrar?
  • ¿A quién estás agradecido?
  • ¿De qué debes perdonarte?
  • ¿A quién debes perdonar?

(Fauzan Ardhi, UNSPLASH)

CELEBRAR

Celebrar es fundamental. Nuestra percepción, por motivos de supervivencia está sesgada hacia lo negativo, hacia lo que no funciona. Fijarse en lo bueno, en lo positivo, en lo que hemos logrado es entrenar la mirada apreciativa, que nos conecta con la aceptación y la gratitud hacia las propias circunstancias y capacidades. La mirada apreciativa genera confianza en uno mismo y en la vida, una actitud fundamental.

AGRADECER

Sea lo que fuere que ha ocurrido durante tu año, algo es seguro: está plagado de personas y circunstancias que han contribuido a que las cosas sean geniales, funcionen o al menos a minimizar un desastre. Da las gracias. Tal vez sea el gesto más potente que realices en tu vida.

PERDONARTE

Estar vivo significa errar, meter la pata. De poco sirve autoflagelarse indefinidamente cuando hemos hecho daño o errado, no importa el tamaño de lo ocurrido. Perdonarse es una acción indispensable para amarse. Y el amor hacia uno mismo está en la base de todo desarrollo personal y especialmente de la relación con los demás. Cuanto más compasivo seas contigo mismo, más lo serás con los demás.

PERDONAR

Las ofensas pesan y cuando te empeñas en cargarlas a tus espaldas, conviertes a tu mundo en un lugar hostil. Perdonar a las personas que te han ofendido o hecho daño es vaciar la mochila psicológica de uno de los mayores pesos que puedes cargar.

Perdonar es tener la intención de perdonar. Perdonar es poner la otra mejilla en el sentido de no buscar venganza. Perdonar es abrir el corazón para seguir sintiendo y llenarse de vida. En cambio no perdonar es morir cada día un poco.

Una vez anotadas las reflexiones a las cuatro preguntas, puedes trasladarlas a la acción directa o a la acción simbólica, a través de un gesto que encarne tu intención. Si el ejercicio te costó, no te angusties. Cada acto al que te invito es un tipo de práctica que puedes entrenar. Cuanto más practiques el perdón, más fácil te será perdonar. Y lo mismo con agradecer, y celebrar.

Una vez realizado el ejercicio, olvídate de él. No hay nada más que hacer, salvo entrar al año nuevo ligero de equipaje y receptivo. Listo para la nueva gran aventura de tu vida.

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Los efectos del silencio: semillas para alinearte con la vida

Con el paso de las horas, la sombra psicológica, es decir lo inconsciente enterrado en el cuerpo continuaba a desvelarse, a modo de lo compartido en el post anterior. Dispares zonas del cuerpo despertaban con recuerdos traumáticos, pobladas de emociones de todos los colores: vergüenza, culpa, rabia, tristeza…De nuevo, el trabajo desde el mindfulness o desde el focusing – ambos usados en mis sesiones de coaching – consistía en recibir la emoción, la información, la textura y estar con ellas de forma amable para después ir a otra zona.

A medida que en mi interior se iban aflojando apegos a relaciones existentes, se reproducía una nueva fijación que parecía haber surgido de la nada. Esto es así porque al ego, no le gusta estar abierto y vacío – su muerte –  y por eso crea otra fijación, otro deseo. Porque sin apegos, sin la tensión del deseo, rechazo o ignorancia el ego no existe. Ser testigo de la rapidez con la el ego se reconfigura, ilustra bien los múltiples tropiezos y dificultades del camino de la consciencia.

Aunque al principio el lugar parecía poco relevante, con el paso de los días y bañada por el silencio interior se tejió una intimidad particular con el entorno. Ocurrió al contemplar los animales del sitio, el cachorro de labrador negro que no necesitaba palabras para ser achuchada y jugar, los pájaros, los gatos, los árboles que salpicaban el lugar y el bosque que lo circundaba. Escuchar el zumbido de las abejas, contemplar los campos labrados bajo la niebla. A medida que aumentaba la conexión con mi interior, también lo hacía la conexión con “lo exterior”.

Con los compañeros de retiro ocurría algo similar. El silencio iba tejiendo una sutil red de comunicación entre nosotros. Bastaba sentir la presencia del otro, para recibir cierta impresión sobre su estado interno y sobre de la cualidad de la conexión.

(Isaac Mitchell, UNSPLASH)

Más allá de los aprendizajes mencionados, la práctica del silencio, sea en solitario o compartido, siempre me brinda semillas. Algunas ya se revelaron, otras lo harán en su preciso momento. Semillas que al recibir atención, se convierten en formas de ser más alineadas con la vida.

El final del año es un momento maravilloso para la práctica el silencio. No hace falta que te vayas de retiro para ello, aunque si decides hacerlo valdrá la pena. Tan solo tienes que buscar espacios donde el silencio reine. Para sumergirte en el silencio necesitas soledad, cierta rutina y por supuesto olvidarte de tu yo digital. Si estás en la ciudad puedes probar en una iglesia, una biblioteca, un parque. Si la naturaleza no domesticada está cerca de ti, ése es el lugar. Cuando te encuentres en cualquiera de estos espacios date el tiempo del que puedas disponer y toma la intención de escuchar.

Tu práctica del silencio generará espacio interior. Tal vez, lo único imprescindible para vivir con plenitud.

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¿Qué esperar de un retiro de silencio?

Hoy después de un retiro de silencio de cinco días reconecto con el día a día, o más bien con el segundo a segundo, confundida, desconcertada y con altibajos emocionales.

Justo antes de irme al retiro parecía que la vida se aceleraba. Tenía el tiempo justo organizar las cosas y dejar varias sin hacer – entre otras escribir en este blog. Por esta razón, antes de empezar el retiro tuve que empezar a desprenderme. Soltar planes, dejar ir agendas. Y al hacerlo, abrazar con humildad mis limitaciones.

Al llegar al sitio me me invadía una sensación de anticipación y vértigo. Había realizado otros retiros similares pero este se me antojaba especialmente retador por el hecho de enfatizar la meditación en un lugar cerrado.

Cuando pensamos en silencio parece que tiene que ver con no hacer nada. Sin embargo, en un retiro es todo lo contrario. El retiro tiene una estructura exquisitamente diseñada, que genera una rutina. En mi caso consistía en meditación, desayuno, meditación, ejercicio, comida, descanso, meditación, charla del maestro, cena, meditación y a dormir. La estructura articula el hacer, facilitando que uno se relaje en simplemente ser y escuchar el propio interior.

(David Schultz, UNSPLASH)

Las reflexiones del maestro y sobre todo la meditación van poniendo presión en el ego. La presión facilita que afloren apegos e identificaciones conscientes e inconscientes almacenadas en el cuerpo. Por ejemplo, durante una meditación caminando, me di cuenta de que mientras caminaba estaba todo el rato mirando al punto de llegada en lugar de fijarme en el paso que estaba dando. También observé que mis piernas iban más rápido que la respiración. Al intentar que las piernas se movieran al ritmo de la respiración, surgía entonces la impaciencia, una actitud que conozco bien y que sirve de poco. Mi labor – y la de todos los participantes cada uno con su neura particular- desde el mindfulness consistía en acoger a la impaciencia con cariño, verla, sentir su textura y sobretodo, no intentar cambiarla, ni librarme de ella.

Intimar con la respiración fue tal vez uno de los mayores regalos del retiro. Durante una meditación de pie, me di cuenta que había algo forzado y controlador en mi forma de respirar. Había un esfuerzo para tomar el aire y también en el soltarlo. Cada vez me costaba más meditar. Entonces me dije, deja de intervenir y da paso simplemente a la respiración. Para ponerlo en práctica tuve que atravesar cierta resistencia. Al lograrlo algo cedió y mi estado dio un vuelco. El aire que entraba en cada respiración parecía alegrarse de ser visto por primera vez. Lo percibí como una presencia tierna y jubilosa que se ofrecía generosamente una vez y otra en cada respiración. Mi labor consistía simplemente en abrirme a ese misterioso flujo, cada vez más ligera y llena de luz.

Más en mi próximo post.

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¿El éxito te ha encerrado en una prisión? No seas tan previsible

A menudo vienen a mi práctica de coaching personas muy exitosas. Suelen ser personas de un desempeño singular, capaces de llevar una gran carga de forma efectiva en su esfera profesional y/o personal. Su entorno las celebra, las admira, les pide más de lo mismo. Sin embargo, frente a todo esto, hay algo en su interior que no va bien. Algo chirría, algo les hace sufrir y tiene que ver precisamente con su forma de ser.

Por ejemplo a Isaac le reconocen por ser confiable, le das un proyecto y puedes estar seguro que será un éxito. Estar con Fanny es diversión asegurada, es siempre un show estar con ella y anima todos allá donde va. Aina puede con todo en el trabajo, soluciona lo de su jefe y también los líos de su equipo: es imprescindible.

Lo que tienen en común estas personas es que se sienten atrapadas por el personaje que han creado. De forma consciente o inconsciente están prisioneras de su ego. Nuestro ego es siempre una prisión, pero cuando va acompañado del éxito, resulta especialmente difícil aflojar sus garras de acero. Una versión de este fenómeno elevada a la enésima potencia es el que sufren personas famosas, afectándoles su salud mental.

Esto es así porque las personas piensan: “si me ha ido bien así ¿Por qué tendría que cambiar?” Si éste es tu caso, indaga un poco y verás que debajo de este argumento de tinte práctico, residen todo tipo de miedos: miedo a defraudar, a decepcionar, a que no te quieran si te muestras tal y como eres, miedo a que te abandonen, miedo a que te echen del trabajo…

(Mahdi Dastmard, UNSPLASH)

Si conoces tu propia versión del miedo y la creencia que le subyace has dado un gran paso. Ahora toca lidiar con la creencia asociada al miedo. Vas a defraudar, ¿sí y qué? ¿Qué es lo peor que puede pasar? Crees que te van a abandonar. ¿Es cierto que te abandonarán? Te animo a preguntarlo. ¿Si hago esto o lo otro me vais a abandonar? Crees que no te querrán. Si las personas de tu entorno necesitan que seas de una forma determinada para amarte, ese amor no es incondicional, es un amor de segunda. ¿Crees que te van a echar del trabajo? Piénsalo bien. Tal vez sea verdad, tal vez no. Puede que sea a ti a quien le gustaría cambiar de trabajo. Una vez hayas examinado con lupa tus creencias, si todavía persiste el miedo, quédate con la emoción desnuda. Siéntelo, respíralo, y actúa a través de él.

Pero…¿Qué se supone que tienes que hacer?

Escucha bien: ¡NO SEAS TAN PREVISIBLE1!

Disfruta haciendo las cosas de forma distinta de como las haces normalmente. Empieza por un pequeño paso y observa. Luego otro. Y otro. Sorpréndete a ti mismo y a los otros. Sí, puede que se decepcionen, aunque no tiene porqué. Lo que es seguro es que estarás recalibrando la imagen que tienen de ti, con lo que realmente eres: un proceso inaudito. Y lo más probable es que con tu forma de actuar les des permiso a ellos para hacer lo mismo: aflojar las duras garras del ego para vivir en libertad la única vida que os ha sido dada.

Por mucho éxito que tengas, no seas tan previsible.

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(1) Eslogan de la práctica de entrenamiento mental de la tradición budista tibetana. Training in compassion. Zen teachings on the practice of Lojong. Norman Fischer.

¿Cómo gestionar el fracaso? Responsabilidad y descentramiento, lecciones de un roble

Empiezo una sesión de acompañamiento a emprendedores con la pregunta: ¿Qué quieres aprender en esta sesión? Me gusta empezar así porque pone en marcha uno de los motores más poderosos del aprendizaje: la curiosidad. La curiosidad es una fuerza que nos atraviesa y nos invita a movernos en cierta dirección. Hay algo que nos sabemos, que nos interesa y en lo que queremos ahondar: estamos entonces listos para aprender. Aprender proviene del latín apprehendere, compuesto del prefijo “ap” equivalente a cercanía y de “prehendere” que significa asir, agarrar, percibir. Cuando aprendemos, estamos agarrando una noción, un concepto, una idea de cerca.

Del grupo emergen varias preguntas: ¿Cómo superar el síndrome del impostor? ¿Cómo gestionar el fracaso? ¿Cómo priorizar? ¿Cómo discernir cuando es el momento adecuado para la acción? ¿Cómo perseverar ante las dificultades? ¿Cómo gestionar el rechazo? Las voy anotando en la pizarra magnética, mientras reviso como abordarlas.

El fracaso está por todas partes. Fracasa la paz en el conflicto Ucrania – Rusia, fracasa la humanidad frente al cambio climático, fracasa Jennifer Aniston en su deseo de ser madre, fracasa la pareja Piqué – Shakira… Más allá de lo colectivo y de lo público, como constato cada día en mi práctica de coaching, la vida está plagada de fracaso.

Para abordarlo, si en lugar de fijarnos en el resultado – fracaso o éxito – nos fijamos en lo que nos mueve a la acción, daremos con lo que nos llama. Algo nos llama a trabajar en cierto sitio, algo nos llama a asistir a tal actividad, algo nos llama a acercarnos a ciertas personas. Lo que nos llama es una versión de la misteriosa fuerza de la curiosidad. ¿Quién plantó esa pregunta en nosotros? ¿Quién nos llama hacia aquello que nos atrae? Sostén estas preguntas un momento en ti. Si escuchas con atención podrás intuir una respuesta: ¿Y si fuera la vida misma la que se expresa a través tuyo, invitándote a actuar en su nombre?

Si aceptas por un momento que estás actuando en nombre de la vida, se revelan dos aspectos que pueden guiarte: la responsabilidad y el descentramiento. Si te guías por el principio de responsabilidad, entendiendo tu vida como una parte del cosmos que despierta a su propia entidad, tomarás a tu vida suficientemente en serio. Si también te guías por el principio de descentramiento, entendiendo que tu vida no va de ti, sino que va del todo, evitarás caer en la trampa de tomarte demasiado en serio. Desde este espacio es posible relacionarse con el fracaso de forma constructiva.

(Juliet Sarmiento, UNSPLASH)

Toma por ejemplo un roble. Un roble no se amilana si sus bellotas no germinan, ni se convierten en hermosos árboles. A algunas bellotas se las comen jabalíes, algunas nunca brotarán, otras pocas sí se convertirán en árboles. El roble hace lo que es llamado a hacer sin importarle el resultado – éxito o fracaso -, y lo hace lo mejor que puede mientras vive.

Volviendo a ti, algo te llama a la acción, te enfocas en la tarea, lo haces lo mejor que puedes y fracasas. Pero no creas un drama ni te hundes con el resultado, en cambio te preguntas: ¿Qué puedo aprender de ello? Te recompones, te reorientas y vuelves a hacerlo incorporando los aprendizajes que el fracaso te brindó. Con la práctica aprenderás a fracasar – y a triunfar – igual que un majestuoso roble, lo que no es de extrañar, pues es la misma vida la que os anima a los dos.

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Muere muchas veces, es bueno para ti

Cualquier persona que lleve muchos años de pareja, sabe que no ha pasado uno sino varios divorcios. La relación como se entendía hasta cierto momento ha muerto, las partes que la formaban se han reconfigurado, y si ha habido suerte y sobretodo mucho tesón, la relación ha encontrado un nuevo comienzo.

Las relaciones mueren, porque nosotros también morimos, a lo largo de nuestras vidas, varias veces. Mejor dicho, muere nuestro ego. Esto no es malo, sino más bien es una oportunidad para liberarse de aquello que uno creía que era, creía que poseía, creía que sabía y empezar con los marcadores a cero.

Las muertes del ego son cualquier cosa menos placenteras. El sufrimiento es proporcional al apego que teníamos a aquello que creemos perder. El sufrimiento también es mayor cuanto más nos anclamos en interpretaciones, pensamientos y emociones sobre lo que pasó y porqué. Instalarnos en estos pensamientos nos mantiene atados a la muerte del ego. Entonces no morimos una vez, cuando la sacudida nos tumbó, sino que nos crucificamos permanentemente al recrear lo sucedido con la mente o proyectarlo al futuro.

Hombre de espaldas con cuchillo

(Reza Hassania, UNSPLASH)

Cuando te sientas morir porque te han echado del trabajo, tu pareja te fue infiel, no consigues sacar adelante un proyecto en el que habías invertido mil horas, muere un familiar cercano o cualquiera de estos reveses, date cuenta de cómo muere tu ego, pero tú sigues con vida.

Las emociones, los pensamientos y el resto de contenidos de tu experiencia no son tú, por mucho que te identifiques con ellos, por mucho que te hayan servido. Tú eres el espacio en el que ellos se muestran y una forma de referirse a este espacio es consciencia, lo único eterno que existe en ti. Ahora, mientras lees estas lineas date cuenta del espacio que las recibe – no el que las juzga, no el que las cuestiona, tampoco el que las comparte. Percibir este espacio es engañosamente fácil y por esta razón no le prestamos atención.

Sin embargo, en la medida en que te reconozcas en tu verdadera naturaleza, más fácil te será abrirte a la experiencia, sea cual sea el color de la misma. Tu resistencia tenderá a cero y aunque en apariencia hagas lo mismo de siempre, la cualidad de tus acciones será radicalmente distinta por que emanarán de una presencia benevolente guiada por la vida misma.

Muere – al ego – muchas veces, es bueno para ti.

 

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Por qué buscar el silencio en la jungla del ruido

Entro al AVE destino Madrid para asistir a la Gala Creadores de 20Minutos. Después de escribir dos años en el medio, me hace mucha ilusión participar y conocer un poco más a las personas que le dan vida. Con mi tipo de billete no te sirven comida. Tampoco tienes más espacio de asiento. El plus que he pagado es por dejar de tener ruido, voy en el vagón Silencio. Bendigo al genio que decidió llevar esta opción de viaje a España, muy arraigada en otros países. Mientras busco mi asiento, me parece oír a alguien que habla por teléfono…suenan mis alarmas internas. No puede ser, me acerco a mi asiento y me doy cuenta que ¡está a mi lado! Es una chica de ventipocos con look millenial de libro, mallas, converse de colores y sudadera chic. Está sumida en un juego virtual a la vez que habla con alguien al otro lado de la pantalla.

Me siento y le digo, con toda la amabilidad que puedo que en este vagón no se puede hablar por teléfono. Sin casi mirarme, asiente muy segura que si hablas bajito sí que se puede. Su tono me dice de no esforzarme. Sigue hablando como si nada. Espero al revisor y cuando llega, le explico que la chica lleva quince minutos hablando por móvil. Me dice que no pasa nada porque este no es un vagón de silencio y que me ponga la mascarilla. Le digo que sí, que este vagón es de silencio, incluso viene escrito en los reposacabezas. Varios pasajeros insisten en ello, y el señor, despertando de su despiste finalmente asiente. Entonces se dirige a la chica y le dice que está terminantemente prohibido hablar por teléfono en este vagón. La sentencia cae a plomo en el aire. Ella termina la llamada consternada y los pasajeros que estaban al tanto y yo, suspiramos aliviados.

(Stayhereforu, PEXELS)

El silencio es un bien escaso en nuestros días. Estímulos de todo tipo nos rodean y por supuesto ruido. Sin embargo el ruido no es algo natural. En la naturaleza, nuestro entorno original, el silencio reina, mientras se desenvuelven la mayoría de procesos. El ruido o silencio externos importan porque están en íntima comunicación con nuestro interior. Nuestros cuerpos no están separados del exterior, sino más bien en comunicación constante con él a través de las porosas puertas de los sentidos. Por esta razón el ruido exterior, crea ruido interior y el silencio exterior nos invita a la calma interior.

Estar constantemente expuesto a ruidos es estresante para el cerebro. De ahí nace el concepto de contaminación acústica. Aunque no queramos el cerebro se esfuerza en procesar los ruidos de forma autónoma gastando energía al hacerlo. Estudios científicos demostraron que niños que nacen y crecen en entornos cercanos a aeropuertos con ruidos de aviones constantes tienen una inteligencia inferior a la media1. Así de importante es el ruido. Así de importante es el silencio.

Con todo, lo común es rehuir el silencio. Se nos ha enseñado a estar incómodos con él, rompiéndolo a la mínima de cambio. Y así el silencio se ha convertido en un extraño indeseable para muchos. Estar con él, sube el volumen de la jaula  de pensamientos sin control en la que están inmersos y por eso lo rehuyen a través de distracciones o pasatiempos. En relación, el silencio se siente como una losa que hay que hacer añicos cuanto antes a no ser que…nuestros cuerpos pronuncien aquello que las palabras no pueden decir. Me fascina la comunicación que se da sin esfuerzo al estar con otra persona en silencio. Inténtalo. El silencio aumenta la conexión y comunica por sí solo. Si lo practicas lo suficiente contigo mismo y también con otros, descubrirás que el silencio está de tu parte. Y entonces te acompañará adonde vayas, como tu aliento o un amigo fiel.

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(1) The brain that changes itself. Stories of Personal Triumph from the Frontiers of Brain Science (2012), Norman Doidge

Cuando menos es más: ¿Qué vas a sustraer de tu vida para llenarla de sentido?

Cuando pienso en sustraer, pienso en Beatriz una compañera holandesa de residencia, durante mi tiempo de Erasmus en Módena, Italia. Para cenar a menudo comía pan. Le preguntaba, ya pero has comido pan con…? No simplemente pan. Así lo hacemos en Holanda – me decía ella. Para mí, el pan siempre iba acompañado de algo. Tomate, jamón, tortilla, queso, chocolate…¡¿pero pan sólo?!

Al considerar nuestra vida, tendemos a pensar en lo que nos falta. Si tuviera esto, entonces…sería feliz. Si hiciera tal cosa…entonces ya me podría relajar. Este razonamiento tiene dos problemas. El primero es que convierte a nuestra vida en un proyecto de finalización en el que el foco pasa a un lugar futuro donde lo importante tendrá lugar – por ejemplo cuando los hijos sean mayores, cuando termine la carrera, cuando tenga un piso de propiedad, cuando me jubile…- y el presente se convierte en un trámite irrelevante. De este modo, nuestra vida, pasa y no nos damos cuenta, mientras tratamos al presente como un invitado incómodo.

El segundo sesgo fruto de mi experiencia de coach, es que muy probablemente nuestra vida esté ya demasiado repleta, por lo que el hecho de añadir complica la situación. Tener demasiado de ciertas cosas, experiencias, relaciones, etcétera. genera una descompensación o falta de equilibrio en nuestra vida. Por ejemplo lo culturalmente aceptado de trabajar todo el tiempo y no dedicarse casi a la familia. O dedicarse de pleno a cuidar a la propia prole y olvidarse de una. Equilibrar nuestra vida a menudo tiene más que ver con dejar de hacer que con empezar a hacer, porque ¿Si no hay espacio en tu vida, como vas a llenarla de algo nuevo?

(Aditya Singh, PEXELS)

Además sustraer o eliminar cosas que no añaden valor a nuestras vidas es un paso necesario para simplificar. Una vida sencilla es una ventaja porque las complicaciones ya vienen solas de serie por el mero hecho de estar vivo.

Durante la crisis del covid algo cambió. Muchas personas reflexionaron sobre sus propias vidas y realizaron ajustes que les permitieran vivir de forma más consciente y con sentido. Sin embargo con la normalidad hemos vuelto a las andadas porque lo fácil es dejarse llevar por la fuerza cultural del más. Sin embargo, aunque sea un esfuerzo colosal, podemos elegir no ser productos de la cultura que nos rodea.

Hacerlo, es darse cuenta que una vida armoniosa y consciente se compone de espacios para ser y espacios para hacer. La práctica de sustraer actividades, cosas, relaciones,… nos inclina valientemente hacia el ser, caracterizado por las cualidades de regeneración y creatividad que a la vez alimentan cualquier acción futura. Por todo ello te pregunto:

  • ¿Qué vas a sustraer de tu vida para simplificarla?
  • ¿Qué vas a restar en tu vida para inclinar la balanza hacia el creativo y regenerativo espacio del ser?

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Por qué tienes que dejar de decir “me haces sentir” 

¿Qué diferencia hay entre decir “esto me hace sentir” y decir, “cuando esto ocurre, me siento…”? Pues toda. Son dos universos totalmente distintos, que a menudo trabajo en mi práctica de coaching.

Cuando dices “esto me hace sentir” estás dando poder a algo externo sobre ti. Al hacerlo, este algo toma el poder – aunque no lo ha pedido – y lo ejerce en tu contra. Sí es una ilusión pero las ilusiones son reales, cuando…te las crees. Y hablar con frases como “fulanito me hace sentir” es dar vida a una falsedad, que al creértela modela tu experiencia.

La cultura popular está plagada de estas fórmulas para nada inocuas y es así como sin querer empezamos a usarlas. Por ejemplo el Like a virgin de Madonna – una ya tiene una edad 😉 – cuenta con varios “Me has hecho sentir que no tengo nada que esconder” – pero también Raw Alejandro con su «Me gusta tu olor, de tu piel el color y cómo me haces sentir», en Todo de ti. En series y en películas esta fórmula también está por doquier.

¿Pero… cómo funciona? Bien pues como he dicho, primero das el poder a algo que ocurre: pierdes las llaves, o comes demasiado o vas a un sitio al que no quieres ir…o a alguien: a tu pareja, a tu compañero de trabajo, a tus hijos… por hacer o dejar de hacer algo: no recoger el cuarto, hablar demasiado, no llamarte, trabajar en exceso…Por ejemplo:

  • “Me haces sentir triste al trabajar tantas horas.”
  • “Trabajar en este proyecto me hace sentir desmotivado.”
  • “Cuando me hablas así me haces sentir que no valgo nada.”

De forma inconsciente, cada vez que dices “tu me haces sentir” o “esto me hace sentir” te haces la víctima. Te estás diciendo y estás diciendo al mundo: “mirad, pobre de mi, ¿quién soy yo para mercer esto?…si yo no he hecho nada». Luego esperas que el mundo o los otros te resarzan y tu ego sonríe satisfecho pues tiene una razón para existir.

Persona detrás de cortina

(Ben White, UNSPLASH)

En cambio cuando dices “Cuando esto ocurre, me siento…” todo es distinto. Al principio puede ser que te sigas haciendo la víctima como en el caso anterior. Pero con la práctica tu experiencia se transforma. Esto es así porque el lenguaje modela la consciencia y la consciencia modela el lenguaje. Empiezas entonces a ver el vínculo entre cuando algo ocurre y tu forma de reaccionar a ello, pero no das el poder a nadie. De pronto te das cuenta que no tienes porque sentirte como te sientes. Puedes fijar tu atención en otra cosa y transformar como te sientes. También puedes expresar tus deseos de forma impecable, sin necesidad de culpar al otro.

Sustituir el “lo que tu haces me haces sentir…” por “cuando esto ocurre, me siento…” es un gesto minúsculo pero poderoso. Ponlo en práctica y empezarás a asumir responsabilidad sobre tu vida emocional, descubriendo que la forma en cómo te sientes, depende única y exclusivamente de ti.

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