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¿Te preguntas qué hay más allá de Netflix? Te estás haciendo la pregunta correcta

Regreso de unos días en los Pirineos llenos de senderismo, lectura y tiempo en familia. En siete días hemos visto una película juntos. El último día queríamos premiar a mi hija con otra peli, pero me dijo, lo siento mamá prefiero irme a jugar, la vemos otro día ¿vale? Sus palabras me hicieron recordar a las de mi abuela cuando al independizarme decidí no tener tele. Ella me dijo, bien hija, tu no necesitas tele porque estás viviendo la vida de verdad, la tele es un sucedáneo. Mi hija tampoco necesitaba el sucedáneo.

A menudo me siento tentada a ver contenidos audiovisuales antes de acostarme aunque solo sea por compartir en familia. Luego recuerdo sus efectos: tensión física, preocupación o simplemente activación mental. La mayoría de veces logro conectar con lo que me va bien antes de acostarme: mantenerme en una actitud relajada, ligeramente reflexiva, leer un poco o meditar.

Pantalla de tele

(Mollie Sivaram, UNSPLASH)

En la vida de cada persona existen dos sentidos fundamentales. El sentido externo, de relaciones, acción, trabajo, ocio…Y el sentido externo de silencio, soledad, introversión, reflexión. Ambas dimensiones necesitan ser cultivadas y equilibradas. El problema de nuestra cultura es el desmesurado énfasis en el exterior. La parte exterior es necesaria, pero cuando no deja espacio a la parte interior nos convertimos en alienígenas en nuestra propia piel. Estando todo el rato en los otros, en lo de afuera, en la evasión, desconectamos de nuestro ser, lo que cuando no tiene consecuencias devastadoras (como problemas de salud mental, etc.) , en el mejor de los casos redunda en felicidad superflua. La felicidad superflua es como el fast-food. Te llena pero no te alimenta.

En cambio, cuando equilibramos nuestra vida con tiempo de calma, silencio e introspección ganamos sentido existencial. El sentido existencial es como la comida de la abuela: te alimenta, te fortalece y te ayuda a evolucionar.

Más allá de Netflix -o de cualquier pantalla – no está otra plataforma. Más allá de Netflix está el silencio, la soledad, la introspección. Más allá de Netflix estás tú.

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Contra la revolución sexual

El verano antes de embarcarme en un máster de género y política social hace dieciséis años, pregunté por una lectura preparatoria. Me recomendaron leer Gender Trouble de Judith Butler. Al empezarlo a leer, me entró un sudor frío. ¿Qué diablos era aquello? Algo muy denso, retorcido y teórico. Por suerte, la parte de política social del máster me permitió pasar de puntillas por teorías sesgadas como la de Butler, para ahondar en los retos acuciantes de la mitad de la población del mundo.

Las políticas feministas y de igualdad de los últimos años han tenido un efecto variado. Mientras que muchas han sido sus contribuciones, los efectos de cualquier acción tienden a ser complejos y a menudo ambivalentes. Sin ir más lejos, tomemos la Ley del solo sí es sí. Una ley pensada para favorecer a las mujeres que han sido víctimas de violencia sexual, a día de hoy, cuenta con 721 rebajas a agresores sexuales y 74 excarcelados.

Una de las lecturas que me han inspirado recientemente ha sido Contra la revolución sexual de la periodista Louise Perry. A través de sus investigaciones y experiencia en un centro de atención a víctimas de violaciones cuestiona sin tapujos los dudosos beneficios que el feminismo liberal ha traído a las mujeres. En concreto, enfatiza la forma en cómo al minimizar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, ha proyectado en las mujeres un modelo de sexualidad – y yo añadiría de trabajo, de relaciones y de familia – masculino.

(Charles Deluvio, UNSPLASH)

Este modelo de sexualidad basado en la pornografía campa a sus anchas entre los jóvenes gracias a internet, siendo un 75% de hombres y un 35% de mujeres que la consumen antes de los 16 años. Este consumo está relacionado con un aumento de conductas de riesgo como sexo sin preservativo, el intento de sexo en grupo y sexo con desconocidos. Sin olvidar los vínculos de la industria del porno con la prostitución y la explotación sexual de mujeres vulnerables y niñas.

Perry argumenta que el marco dominante de sexualidad marcado por las relaciones casuales y la pornografía, no solo no es empoderador para las mujeres, sino que resulta desfavorable para ellas, más expuestas y desprotegidas que los hombres. Como respuesta a ello, invita a las mujeres y a todos a: «Fijarnos en las estructuras sociales que ya han demostrado su eficacia en el pasado y compararlas entre sí, en lugar de compararlas con alguna alternativa imaginada que jamás ha existido y que probablemente jamás vaya a existir. El impacto de la píldora llevó a los liberales sexuales a la presuntuosa creencia de que nuestra sociedad podía quedar libre de la opresión de las normas sexuales y que podía funcionar sin problema. Los últimos sesenta años han demostrado que esa creencia era equivocada.»

Y continúa deliberadamente: «Tenemos que volver a levantar las barandillas sociales que se han derribado. Y, para ello, tenemos que empezar por lo más evidente: el sexo se debe tomar en serio. Los hombres y las mujeres son diferentes. Algunos deseos son malos. El consentimiento no es suficiente. La violencia no es amor. El sexo sin amor no empodera. Las personas no son productos. El matrimonio es bueno. Y, sobre todo, haz caso a tu madre».

Una valiente y retadora perspectiva.

 

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Cuando menos es más: ¿Qué vas a sustraer de tu vida para llenarla de sentido?

Cuando pienso en sustraer, pienso en Beatriz una compañera holandesa de residencia, durante mi tiempo de Erasmus en Módena, Italia. Para cenar a menudo comía pan. Le preguntaba, ya pero has comido pan con…? No simplemente pan. Así lo hacemos en Holanda – me decía ella. Para mí, el pan siempre iba acompañado de algo. Tomate, jamón, tortilla, queso, chocolate…¡¿pero pan sólo?!

Al considerar nuestra vida, tendemos a pensar en lo que nos falta. Si tuviera esto, entonces…sería feliz. Si hiciera tal cosa…entonces ya me podría relajar. Este razonamiento tiene dos problemas. El primero es que convierte a nuestra vida en un proyecto de finalización en el que el foco pasa a un lugar futuro donde lo importante tendrá lugar – por ejemplo cuando los hijos sean mayores, cuando termine la carrera, cuando tenga un piso de propiedad, cuando me jubile…- y el presente se convierte en un trámite irrelevante. De este modo, nuestra vida, pasa y no nos damos cuenta, mientras tratamos al presente como un invitado incómodo.

El segundo sesgo fruto de mi experiencia de coach, es que muy probablemente nuestra vida esté ya demasiado repleta, por lo que el hecho de añadir complica la situación. Tener demasiado de ciertas cosas, experiencias, relaciones, etcétera. genera una descompensación o falta de equilibrio en nuestra vida. Por ejemplo lo culturalmente aceptado de trabajar todo el tiempo y no dedicarse casi a la familia. O dedicarse de pleno a cuidar a la propia prole y olvidarse de una. Equilibrar nuestra vida a menudo tiene más que ver con dejar de hacer que con empezar a hacer, porque ¿Si no hay espacio en tu vida, como vas a llenarla de algo nuevo?

(Aditya Singh, PEXELS)

Además sustraer o eliminar cosas que no añaden valor a nuestras vidas es un paso necesario para simplificar. Una vida sencilla es una ventaja porque las complicaciones ya vienen solas de serie por el mero hecho de estar vivo.

Durante la crisis del covid algo cambió. Muchas personas reflexionaron sobre sus propias vidas y realizaron ajustes que les permitieran vivir de forma más consciente y con sentido. Sin embargo con la normalidad hemos vuelto a las andadas porque lo fácil es dejarse llevar por la fuerza cultural del más. Sin embargo, aunque sea un esfuerzo colosal, podemos elegir no ser productos de la cultura que nos rodea.

Hacerlo, es darse cuenta que una vida armoniosa y consciente se compone de espacios para ser y espacios para hacer. La práctica de sustraer actividades, cosas, relaciones,… nos inclina valientemente hacia el ser, caracterizado por las cualidades de regeneración y creatividad que a la vez alimentan cualquier acción futura. Por todo ello te pregunto:

  • ¿Qué vas a sustraer de tu vida para simplificarla?
  • ¿Qué vas a restar en tu vida para inclinar la balanza hacia el creativo y regenerativo espacio del ser?

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Llegan las sonrisas saharauis

Hoy llegan más de un millar de niños del Sáhara Occidental refugiados en Argelia, de entre ocho y doce años a pasar el verano con familias españolas. El programa Vacaciones en Paz se reactiva después del parón de dos años a raíz de la pandemia y con un retraso de casi un mes.

El lugar de residencia de los niños es el campo de refugiados de Tinduf en Argelia, donde las temperaturas en verano rozan los cincuenta grados durante el día, lo que convierte en ridícula la actual ola de calor europea. El programa de Vacaciones en Paz tiene múltiples objetivos: evitar las altísimas temperaturas, hacerles un chequeo de salud, mejorar su alimentación y crear puentes entre el pueblo saharaui y el español.

Niños y niñas saharauis

(Jaume, HAMMADA Amics Poble Sahrauí)

El problema del Sáhara Occidental no es complejo. Es sencillo y se puede resumir de la siguiente forma. Gobiernos españoles débiles e incompetentes empezando por Franco hasta llegar a la democracia, no importa qué color, toman decisiones cobardes y abandonan al pueblo saharaui – ex colonia española – a su suerte, cediendo a los intereses de Francia y EEUU, instrumentalizados por el corrupto gobierno marroquí. Este año, el gobierno de Sanchez ha dado otra estocada al pueblo saharaui, alineándose con Marruecos.

Aunque los gobiernos engañen y traicionen, al igual que la hierba termina abriéndose paso a través del cemento, los vínculos humanos son imposibles de contener, y estos niños llegan a España, y al hacerlo cambian la realidad de muchas familias y su consciencia. El programa Vacaciones en Paz empezó de la mano del Frente Polisario, y hoy tiene raíces en las asociaciones de amigos del pueblo saharaui repartidas por toda España.

Mientras el conflicto no se resuelve, el pueblo saharaui resiste en Algeria en unas condiciones extremas. La llegada al poder de políticos con el coraje de hacer valer la justicia y con las agallas para afrontar la resolución de este vergonzoso conflicto es improbable pero no imposible. Quién sabe, tal vez será una mujer o un hombre que habrá compartido las vacaciones con un niño o una niña saharaui. En cualquier caso, encarnando cándidamente el modo en que lo personal es político, las sonrisas saharauis llegan hoy a España, lo que es sin duda, una gran noticia.

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Del aborto a los tratamientos de fertilidad: el mindset maldito de la maternidad y cómo superarlo

Luisa tenía un niño de dos años con su actual pareja. Él tenía dos hijos de un matrimonio anterior. No querían más hijos pero Luisa se quedó embarazada. Tomaron la decisión de abortar. La noche antes del aborto Luisa soñó con el niño que llevaba en el vientre. La criatura le suplicaba sin palabras que no abortara. Luisa escuchó y ahora es madre de dos niños maravillosos. Al hablar con ella sobre lo ocurrido sus palabras se me quedaron grabadas: “menos mal que no aborté, de haberlo hecho, me habría quitado la vida.” Conociéndola, sabía que hablaba en serio.

Luisa anticipó el impacto que haber abortado hubiese tenido en su vida. Como coach he acompañado a un buen número de mujeres que han abortado, constatando que las cicatrices psicológicas a raíz de ello continúan a sangrar no importa cuántos años pasen. En demasiados casos, el trauma es tan grande que deriva en enfermedad mental.

El aborto y las políticas para facilitarlo son la punta del iceberg del mindset mayoritario que quedarte embarazada es lo peor que te puede pasar en demasiadas circunstancias: si eres joven, si no has terminado la carrera, si no tienes pareja estable, si no cuentas con muchos recursos, si quieres progresar en tu carrera profesional, y un largo e inconsciente etcétera. Cristina Pedroche en una entrevista decía que no quería ser madre de momento porque quería comerse el mundo. Sus palabras encarnan la visión dominante que la maternidad es un estorbo para la mujer. Un estorbo para su carrera, un estorbo para su independencia, un estorbo para su sexualidad, un estorbo para el disfrute. Pero la maternidad no es un estorbo, no necesariamente. En cualquier caso, esa misma mujer, llega a la treintena o más allá y se plantea ir a por el bebé. Entonces, más a menudo que menos, el bebé no llega y empiezan las pruebas, empiezan los tratamientos, maternidad subrogada y otras soluciones al “problema”.

¿Perdona? ¿No será que como sociedad se nos ha escapado algo? Cuando eres joven, quedarte preñada es lo peor que te puede pasar, y de madura, no te preocupes que si no puedes hay una industria dispuesta a medicalizarte para hacerte un bombo, pagando por supuesto, un buen peaje económico, físico y psicológico. Y ni se te ocurra negarte a pagarlo porque hoy día “todos lo hacen.”

El discurso dominante sobre la maternidad está sesgado hacia los aspectos negativos de ella. Lo sé porque bebí de él durante demasiados años. Es verdad que tener hijos te cambia la vida. Es verdad que no es fácil. Pero también es cierto que acompañar a otro ser a crecer y desarrollarse es de las cosas más bellas que se puedan vivir y que te hace madurar como persona como ninguna otra experiencia en la vida.

(Zach Lucero, UNSPLASH)

Entre las medidas para evitar embarazos no deseados – aborto incluido – y los tratamientos de fertilidad echo de menos un diálogo sincero sobre qué significa tener hijos y el valor de hacerlo. Una conversación en la que se hable sobre las dificultades pero también las bendiciones de ser madres y padres. En la que se aborde la necesidad de plantearse la propia maternidad y paternidad como una cuestión fundamental: ¿Qué significa formar una familia? ¿Deseo crearla? ¿Cuándo sabré que el momento de crearla ha llegado? ¿Qué tipo de vínculos son necesarios? ¿Cómo cultivarlos para que funcionen? ¿Qué apoyos vamos a necesitar? ¿Qué organización logística? ¿Cómo compaginaremos la maternidad/paternidad con el desarrollo profesional de ambos?

Mi deseo es que estas preguntas lleguen a las familias, a las aulas, a las políticas. Que te lleguen a ti y a través tuyo a todas las personas de tu entorno, para abordar la vida y su continuación con el cuidado, la honestidad, la creatividad y la responsabilidad que verdaderamente se merecen.

 

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El difícil arte de soltar (cada vez más) a tus hijos

Hoy es el día internacional de las familias, esa institución fundamental. Una lectora me compartía hace poco que su hijo recién graduado había decidido cursar un máster en el extranjero. Me decía que a pesar de entender el crecimiento que estudiar en el extranjero significaría para su hijo, le dolía que se fuera lejos y temía por los riesgos a los que estaría expuesto. Explicaba cómo le gustaría poder disfrutar de esta experiencia pero no lo conseguía.

Como expone Laura Gutman en su clásico, La maternidad y el encuentro con la propia sombra, los hijos son seres fusionales. Buscan la fusión con la madre o con la persona que desempeñe ese rol, en el seno de la familia. A través de la fusión que se va aflojando a medida que crecen y mediante un vínculo de apego seguro, los hijos se desarrollan y si cierto número de cosas va bien, conseguirán llegar a la edad adulta con éxito.

(Artem Kniaz, UNSPLASH)

Cuando un nuevo ser se funde con la madre, la madre también se funde con él. Cuando esto ocurre, la identidad, la concepción de la vida y la experiencia del progenitor se ven alterados para siempre. Es por eso, que a medida que el proceso fusional se invierte en mayor desapego de los hijos, lo normal es sufrir,  al igual que la madre que me escribió y con la que empatizo.

La historia bíblica de Abraham y su hijo Isaac nos aproxima a la hazaña que como madres y padres nos enfrentamos. Relata que gracias al Señor, Abraham y su mujer Sarai consiguieron engendrar a su hijo Isaac ya de ancianos. Siendo Isaac joven, Dios llamó a Abraham y le pidió que subiera al monte Moriá y que sacrificara a Isaac. ¿Cómo, el hijo que tú me diste? ¿Ahora me pides que lo mate?, se preguntaría Abraham.  Contrariado casi a la locura, Abraham hizo caso y se dispuso a subir al monte Moriá con Isaac. Tardaron tres días en llegar. Puesto que Isaac llevaba la leña, le pidió que hiciera un fuego para el sacrificio. ¿Sacrificar a quién preguntaba Isaac, si no llevamos ningún animal? Justo en el momento en el que iba a sacrificarlo, bajó un ángel y dio un carnero a Abraham, que sacrificó en lugar de a su hijo.

Esta parábola del Génesis  encapsula crudamente la compleja labor a la que cada día nos enfrentamos las madres y los padres: arrojar a nuestros hijos al mundo. No queremos que se lastimen, ni perderlos, pero el riesgo, como apuntaba la madre del joven en el inicio del artículo es real. Las distancias difieren pero los riesgos laten ocultos. Por ejemplo, ahora es tiempo de colonias. Los niños y niñas marchan felices, anticipando esa degustación de independencia, anticipo de las muchas que vendrán. Muchos padres y madres se sienten orgullosos y también… temerosos. Y cuanto más crecen, más aumentan las distancias, el vuelo que emprenden los hijos es más alto y riesgoso, y menos podemos hacer los padres. Excepto confiar y bendecir. Porque hacer lo contrario es equivocarse. Es cortar sus incipientes alas. Es privarles el libre albedrío, por el que encarnaron. Y también, es crear un saco de problemas futuros mucho peores.

Podemos entonces acudir a las palabras del poeta Khalil Gibran (1),  y recordar que «nuestros hijos no son nuestros hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma. No vienen de nosotros, sino a través nuestro, y aunque estén con nosotros, no nos pertenecen.» Seamos padres y madres «el arco del cual nuestros hijos, como flechas vivas son lanzados». «Dejemos que la inclinación, en nuestras manos de arqueros» a medida que practicamos el difícil arte de soltar a nuestros hijos, «sea para la felicidad».

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(1) De El profeta. Gibran Jalil Gibran (1923)

¡Vivan las vacaciones! Cuatro pautas para (sobre)vivirlas

Por fin, llegaron las tan ansiadas vacaciones. 

El sitio… peor que en las fotos, siempre.

El tiempo… un frío de bufanda.

Los niños… unos plastas.

Diantre, ¿es eso lo que he estado esperando tantos días…?

Niña con helado

(Patricia Prudente, UNSPLASH)

Una versión de esto es lo que vivimos muchos de nosotros, cuando empiezan las vacaciones. Personalmente vivo el principio de las “vacas” como una bofetada a traición. Una pequeña prisión infierno. Me pregunto ¿quién me ha mandado meterme en esto? No hay a quien culpar, sino a la menda. Si esto te suena y quieres darle la vuelta, estas cuatro invitaciones a reflexionar son para ti. Te animo a responderlas en días sucesivos, en un papel o en tu diario:

1- SIENTE LAS EMOCIONES

Recibe las emociones que afloren en ti por inesperadas y desagradables que sean. ¿Qué emociones son? ¿Enfado, tristeza, alegría, miedo o una variante de cualquiera de ellas? Aunque no te parezcan apropiadas, siéntelas. Exprésalas libremente y con toda su intensidad en tu diario. Tal vez sean el paisaje más dramático e impresionante que descubras estos días. Como tal, evita asignarles ninguna historia e interpretación, más allá del significado que pueda tener avistar a un animal salvaje o que a uno le sorprenda una tormenta de verano.

2- ¿QUÉ TE DESPIERTA CURIOSIDAD?

Si te invaden voces internas que critican y juzgan, simplemente obsérvalas. En paralelo, conecta con tu curiosidad. ¿Qué te despierta interés sobre el sitio? ¿Qué es aquello que te llama? ¿Qué deseas explorar estos días? La curiosidad abrirá un espacio receptivo en ti, y los días que vengan lo llenarán de respuestas en forma de experiencias.

3- UNA TRIBU EN MOVIMIENTO

En este nuevo escenario, obsérvate en relación con las personas con quienes compartes estos días y date permiso para verlos con nuevos ojos. ¿Cómo “sois” juntos en este nuevo contexto? ¿Si tuvieras que poner un nombre a vuestra tribu, cuál sería? ¿Qué aprecias especialmente de tu pareja, tus hijos, familiares o amigos? ¿De qué forma les ves diferentes o descubres dimensiones de ellos antes desconocidas?

4- IDENTIDAD FLUIDA

Estos días sin rutina o de nuevas rutinas nos proporcionan una ventana a facetas de nosotros que se quedan en ángulo muerto durante el año. Te gusten o no, evita juzgarlas o culpabilizarte por ellas.  Observa tu sentido de identidad pre-vacacional. ¿Quién eras antes de irte? ¿Qué estás descubriendo de ti estos días? ¿Qué has soltado? ¿En quién te estás convirtiendo?

Voy a indagar en estas cuatro dimensiones yo misma….quien sabe, ¡puede que funcione! Te cuento dentro de unos días 😉

 

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